Comer con niños en restaurantes

Para muchas familias comer en restaurantes acompañados por niños pequeños es un asunto imposible, utópico. Como mucho se han de conformar con acudir a locales donde sirven comida rápida y donde tanto los clientes como los empleados se muestran indiferentes ante el comportamiento de los más pequeños de la casa. Como si el bajo precio de la comida que se sirve diera patente de corso. Esto es lamentable por dos razones :  en primer lugar muestra la impotencia de los padres ante comportamientos inadmisibles que toleran en casa porque no se muestran públicamente y en segundo lugar porque tales comportamientos sólo les permiten acceder a un tipo de alimentación que no debería ser la que tomaran los niños como la correspondiente a las festividades o celebraciones.

Los niños se muestran generalmente muy excitados al llegar a un restaurante. Les acompañan los padres, es un día festivo y probablemente han hecho previamente alguna actividad que los días de colegio no pueden realizar (ir al parque, al zoo, visitar a los abuelos etc). Esa excitación "estalla" en el restaurante y se traduce en mal comportamiento tanto frente a la comida como frente al resto de comensales. Los niños tienen un tipo de inteligencia muy instintiva que les hace comprender que en el restaurante se pueden comportar mal porque sus padres no se atreverán a chillarles "como siempre hacen". Con el mal comportamiento también expresan su aburrimiento o su disconformidad con el tipo de restaurante elegido, o simplemente focalizan hacia ellos la atención de la familia. Al final resulta que una jornada festiva se convierte en una tortura para padres e hijos y en un cruce de reproches mal expresados por los niños y mal devueltos por los progenitores en forma de castigos.

Cuando un niño se comporta mal en un restaurante todos los ojos de los clientes, sobretodo si no llevan niños, se dirigen hacia los padres. "No los saben educar", reprochan en silencio. Si los padres levantan la voz adoptando un tono autoritario o amenazan con un castigo de nuevo la clientela se siente ofendida antes unos padres que son juzgados casi como maltratadores. En cualquier caso los padres siempre pierden.
Vamos a dar una reglas sencilla para que ir a comer fuera se convierta en lo que debería siempre ser : una experiencia agradable.

En primer lugar vamos a "trabajar" la salida al restaurante como mínimo un mes antes de que se produzca si ya tenemos experiencias previas desagradables. En casa no debemos tolerar comportamientos que nos avergonzarían en el restaurante. Se han de sentar a la mesa con las manos bien lavadas y la ropa lo más limpia posible.  Durante la comida los niños no se deben levantar ni adoptar posturas descuidadas. Han de saber utilizar los cubiertos , dentro de la habilidad que su edad les permita, así como la servilleta (nada de sonarse con ella o limpiarse los dedos en la ropa o el mantel).  No se puede interrumpir la comida pidiendo ir al aseo ni despreciar la comida que se le sirve. No se debe ver la televisión mientras se come ni sostener juguetes u otros objetos para distraerse. Para distraerse está la conversación con los padres y la misma comida. Estos hábitos no están orientados únicamente a prepararse para una salida, sino que se deberían fomentar siempre bajo cualquier circunstancia.

Para elegir el restaurante, como para otras muchas cosas, es correcto fomentar una política de pactos. Cuandos se anuncie en casa que se va a ir a comer a un restaurante probablemente los niños solicitarán ir a aquellos locales más de su agrado : pizzerias, hamburgueserías etc. Nosotros como padres debemos tratar de defender nuestra idea de ir a un restaurante "convencional". En primer lugar porque probablemente nos apetecerá más pero también porque en ellos es posible comer mucho mejor (mucho más variado). A veces los niños ganarán y se irá al restaurante de comida rápida que ellos desean pero otras veces, en un balance equilibrado, conseguiremos ir al restaurante de los padres. Eso sí, aquí no hay ni ganadores ni perdedores y no se trata de amargar la vida del resto de la familia si no hemos conseguido nuestro propósito.

Antes de ir al restaurante, sea cual sea, hemos de dejar claro, de manera firme pero no amenazante, que esperamos un comportamiento similar al que hemos enseñado en casa. Que se trata de una salida especial, que tiene un coste alto para la familia y que no queremos malos comportamientos. Hasta es recomendable que nos vistamos de un modo más serio de lo que es habitual mas que nada para sacar a los niños de su contexto habitual.

Debemos elegir cuidadosamente el restaurante al que acudiremos una vez descartados los de comida rápida. En primer lugar es recomendable que sea amplio y cómodo, con suficiente espacio entre las mesas y a ser posible que permita a la familia un cierto "recogimiento", esto es, sería ideal una mesa colocada en la pared rodeada por sofas. Vamos, el tipico "nicho" de los dinner norteamericanos. No se trata de dotar de espacio a los niños para que corran y hagan diabluras, sino fomentar el aislamiento y que la amplitud del espacio no agobie a los niños. En segundo lugar el sitio no debe ser ruidoso, por las mismas razones. El ruido molesta a los niños mucho más que a los adultos aunque pudiera parecer lo contrario.

A menudo los restaurantes que desean atraer la clientela familiar disponen de una zona acotada para que los niños jueguen e incluso cuentan con algún monitor que los controla durante el juego. No estoy en contra de tales prácticas, pero es conveniente centrarnos en la comida y sólo si se prevé una sobremesa particularmente larga considerar su uso. Eso sí, no podemos permitir que el niño engulla o pretenda eludir la comida por ir a jugar.

También es corriente que los restaurantes familiares dispongan de un menú infantil. Suele estar formado por platos sencillos y muy populares entre los niños : macarrones boloñesa, escalopa, nuggets etc. De nuevo no estoy en contra de los menús infantiles, pero para ir a comer tales recetas no hace falta salir de casa. Las comidas fuera de casa deben servir como momento de relax y también para degustar nuevos platos, no para machacar con las recetas de siempre.

No hay problema en haber seleccionado restaurantes de menú buffet. Generalmente agradan mucho a los niños. En este último caso se debe vigilar para que seleccionen un menú equilibrado  - ensalada, pasta, pollo, por ejemplo - y en las cantidades que realmente vayan a comer, advirtiendo seriamente al niño de que lo que se pone en el plato se ha de terminar. Tampoco podemos permitir que ir a recoger comida se convierta en un pasacalles interminable. Los restaurantes con menú buffet son buenos para los niños inapetentes ya que ellos se sirven las raciones que desean. Por muy parcas que dichas raciones nos parezcan no se trata de un despilfarro sino de un reto que han de ir mejorando día a día. No les instemos a que coman más, sino a que coman mejor.

Durante la comida, afortunadamente en  ausencia de televisión, procuraremos dialogar con los niños sobre cualquier tema. Dialogar significa hablar y no como algunos padres piensan en interrogar a los pequeños sobre lo que ha acontecido en la escuela durante la semana. A los niños les gusta escuchar a los mayores como hablan entre ellos preguntando cuando conviene sobre aquellos conceptos o palabras que desconocen. Sus comentarios, a veces desacertados pero otras veces de una claridad que ya nos gustaría tener a los adultos, nos pueden decir más que los cansinos interrogatorios sobre los deberes del colegio. A los niños les gusta ser escuchados y que su opinión sea tenida en cuenta o al menos que se les explique por qué se la descarta. A menudo los padres encuentran cansado explicar en detalle el por qué de las cosas pero con los niños todo pequeño esfuerzo es valorado más de lo que creemos. Si los integramos en nuestra conversación, si disfrutamos con la comida y todos hacemos un esfuerzo el resultado será un almuerzo extraodinariamente enriquecedor.

Cuando los niños son algo mayores se les suele dejar que pidan directamente de la carta la comida que les apetece. Es correcto guiarles hacia las recetas que realmente pensamos que les van a gustar - les conocemos, no por nada somos sus padres - y también hacia las que tienen un precio asumible. Es decir, les debemos educar en la "buena selección".

Si en la mesa hay varios niños es conveniente no agruparlos en un extremo, sino mezclarlos con los adultos. Basta con que alguno haga el ganso para que el resto lo imite arruinando un buen comportamiento general.
Si la comida ha salido a pedir de boca es aconsejable no prolongar la sobremesa. Se pide un buen comportamiento general pero no dejan de ser críos y su atención no puede mantenerse durante largos periodos de tiempo. Las sobremesas extremadamente largas pueden desbaratar una comida de nota.
Si a pesar de todo lo hablado y del "entrenamiento" previo el comportamiento sigue siendo malo es necesario hacer un "aparte" con el niño transgresor y expresarle nuestro desacuerdo con su comportamiento. Sin gritos ni amenazas. A menudo es más efectivo que le expresemos nuestra tristeza que les gritemos : lo inesperado de nuestra reacción les suele dejar perplejos y descolocados.

Al final de la comida no habrá premio si lo han hecho bien ni castigo si lo han hecho mal. Cuando todo va bien estamos felices y el niño también - y ese es suficiente premio - y si todo ha ido mal es cuestión de seguir trabajando.