Milo es una pequeña isla volcánica griega que cuenta con poco más de 5.000 habitantes. No es una isla demasiado turística, habiendo destacado desde tiempos remotos apenas como un lugar donde el vulcanismo ha permitido labores mineras como la extracción de obsidiana y puzolana, actividades que todavía son importantes.
Si ha pasado a la historia ha sido por el hallazgo de la llamada Venus de Milo, una estatua helenística de la que se desconoce el autor y a quién representa aunque pudiera tratarse de Afrodita (la diosa que los romanos llamaban Venus).
Una de las dificultades para saber más de la estatua reside en que carece de brazos. Contra todo pronóstico este defecto la hizo si cabe más famosa, si bien parece que ser que tales brazos existen.
En 1819 un campesino de la isla de Milo desenterró la estatua de un campo donde estaba arando. Primero halló la parte que todos conocemos y luego encontró al menos un brazo y una mano que sujetaba una manzana (milo en griego significa manzana). Dándose cuenta del valor del hallazo primero lo quiso vender a las autoridades turcas, que aún dominaban la provincia de Yunan (así llaman los turcos a Grecia) pero al final prefirió venderla a un oficial naval francés.
Los turcos montaron en cólera porque daban el trato por cerrado pero los franceses pagaron mucho más y la estatua acabó en el Louvre donde es una pieza de importancia capital. A partir de ahí ya no se sabe mucho acerca del paradero de los brazos. Algunos historiadores piensan que el agricultor griego los vendió a las autoridades turcas, otros que se rompieron al manipular la pesada estatua (de una talla superior a 2 mts y con un peso de casi una tonelada) y otros que nunca existieron. Aunque no lo parezca, se esculpió en varios bloques de mármol que luego se unieron. Las líneas de la juntura están tan bien ensambladas que es muy difícil darse cuenta de su localización.
Sea lo que sea, los turcos siguen reclamando la estatua indicando que ellos cerraron el trato en primer lugar e insinuando que cuando la tengan en su poder serán capaces de recomponerla (es decir, que tal vez están en posesión de los brazos). Que Francia devuelva la Venus de Milo es una quimera, pero que lo haga a Turquía ya es simplemente imposible, aunque en cierta manera el derecho la asista por ser entonces Grecia parte del Imperio Otomano. Por la misma razón España ha recuperado tesoros de galeones hundidos que transportaban oro y plata de las colonias americanas sin que el pecio estuviera siquiera en aguas jurisdiccionales españolas.
Mucho menos famoso que la Venus, otro de los tesoros de Milo es un extraño dulce que se realiza con sandía. Sandía en griego es καρπούζι, es decir, fonéticamente karpouzi, mientras que pita signica tanto pastel como plano. El pastel de sandía no emplea ni leche ni huevos, si no elementos muy característicos de la cocina mediterránea como son el aceite de oliva, el sésamo, las nueces y la miel. ¿Y la sandía?
La sandía procede de África, probablemente de la zona que es el actual Sudán del Sur, es decir, de una zona desértica. Su misión "genética" habría sido almacenar agua en las duras condiciones medioambientales y tal propiedad habría sido empleada por las poblaciones locales. Cuando tenían sed o debían emprender un largo viaje lo mejor era escarbar la tierra y encontrar sandías primitivas para llevárselas consigo y beber cuando fuera necesario. Las sandías primitivas almacenaban agua pero la pulpa era amarga e incomestible. Hace unos 5.000 años aparecían dibujadas en las tumbas egipcias pero aún se duda si como fruta comestible o como "cantimploras" naturales.
Lo cierto es que hacía el siglo V antes de Cristo ya se encontraban en el Mediterráneo y hacia el siglo III o IV de nuestra era se empieza a hablar de ellas como frutas comestibles. La pulpa para entonces se había tornado de un color rojizo y se había tornado dulce, con lo que además de beber se podía consumir. Antes de que tal cosa ocurriera la única manera de aprovechar la sandía consistía en triturar la pulpa para extraer el agua. Una sandía puede aguantar en buen estado el agua de su interior durante bastante tiempo, así que era perfecta para emprender largas travesías. No obstante esta receta es muy poco probable que la conocieran los griegos antiguos para los cuales las sandías seguramente no tenían ningún valor gastronómico.
INGREDIENTES
- 1 Kg de pulpa de sandía (sin las semillas)
- 250 gramos de harina
- 200 gramos de azúcar*
- 2 docenas de nueces trituradas
- 2 cucharadas de miel
- 1 cucharada de canela
- Ajonjolí
- Aceite virgen extra de oliva
En primer lugar trituramos con las manos la pulpa de la sandía vigilando que no quede ni una sola semilla. Ante la tentación de comprar sandías sin semillas os tengo que decir que mejor os olvidáis, el pastel no sale igual de bueno. Elegid si es posible una sandía roja intenso, sinónimo de que es más dulce.
Dejamos sobre un colador que escurra el máximo de líquido.
A continuación vertemos en un bol y mezclamos con la miel, la canela, la harina, el azúcar y las nueces trituradas.
Pintamos el fondo de una fuente que pueda ir al horno con aceite de oliva y espolvoreamos con cuidado el ajonjolí (sésamo) de manera que cubra todo el fondo.
A continuación vertemos la masa y la aplanamos. Lo ideal es que quede de un grosor de 1 ó 2 cm como máximo.
La superficie la volvemos a espolvorear con ajonjolí, presionando para que se peguen (en este lado, el que queda hacia arriba, no usamos aceite de oliva).
Precalentamos a 180 grados el horno y horneamos durante 45 minutos.
Se extrae, se deja enfríar y en la isla se corta en triángulos, más por costumbre que porque influya algo en el sabor.
Se toma en el desayuno, merienda o postre, casí siempre acompañado de café y en verano con un poco de helado. Nunca se mete en la nevera ni se toma caliente.
Un dulce sorprendente, ¿verdad? Ni huevos, ni leche, ni levadura, pero todo el sabor.