El tema de la obesidad en humanos ha hecho correr ríos de tinta desde que nadamos en la abundancia alimentaria algo que ocurre, y sólo en determinadas zonas del Planeta, desde hace relativamente poco tiempo en términos de existencia del ser humano como tal. Hace mil años los "gordos" eran observados con incredulidad y quasi veneración por sus coetáneos que a duras penas comían una vez al día si tenían suerte. Sin irse tan lejos en el tiempo, en España no se acabó con el hambre endémica hasta los años 50 del siglo pasado.
Para quien crea que con los actuales avances en medicina estamos a un paso de solucionar el problema de la obesidad está muy equivocado. De hecho no se puede solucionar un problema si no se conoce la causa del mismo y por el momento se saben muchas cosas pero no se encuentra la correlación exacta entre ellas ni la piedra filosofal que mueve el engranaje de la obesidad. Ya le gustaría a más de una empresa estar en posesión de la receta infalible, de la poción milagrosa que evitara la obesidad. Esa receta, junto la que haría crecer el pelo a los calvos, probablemente sean las más buscadas por la industria en estos momentos.
Lo que se sabe a ciencia cierta es que nuestro cuerpo ha cambiado poco en los últimos 10.000 años, es decir, que seguimos teniendo la estructura genética de un cazador hambriento de la Prehistoria. Como tales, almacenamos grasa para poder soportar largos periodos de inanición siendo patente que nuestro cuerpo no se ha enterado que hace ya tiempo que no vamos detrás de rebaños de mamuts y bisontes.
Una buena estrategia para el cazador prehistórico era tener siempre hambre. El hambre es un buen acicate para la búsqueda de alimentos puesto que aguza el ingenio para conseguirlos. También se sabe en la actualidad que el cerebro de muchas personas no activan el "alto" a la hora de alimentarse por lo cual nunca o casi nunca se sacian. Esta situación que ahora se considera "compulsiva" era probablemente una ventaja evolutiva para el cazador de una tribu : si se hubiera saciado con la primera pieza de caza que hubiera capturado no habría llevado más carne al poblado que dependía de él.
También se conoce que cuando nuestro cuerpo carece de comida hecha mano de las grasas acumuladas. Para ello disponemos de adipocitos, unas células especializadas en la acumulación de grasas. Cuanta más células tengamos, mayor será la cantidad de tiempo que podamos sobrevivir sin comida alguna. Para una persona de complexión media privada de alimentos pero con acceso al agua - sin la cual no podemos vivir más de tres días - el tiempo máximo de vida se cifra en torno a los tres meses. Se ha comprobado que algunas personas con obesidad mórbida pueden sobrevivir ingiriendo solamente agua y complejos vitamínicos alrededor de un año sin peligro para su salud.
Si tenemos muchos adipocitos es más fácil engordar que perder peso. Tener más o menos adipocitos depende de la situación alimentaria en que nos encontremos y de nuestra edad. Si hay comida en abundancia y a nuestro cerebro le cuesta enviar la orden "para de comer", se crearán más adipocitos y la grasa se irá acumulando. El proceso se acelera mucho si esto ocurre cuando somos niños puesto que los adipocitos se crean en esa época de nuestra vida mucho más fácilmente. El problema es que los adipocitos se crean pero no se pueden eliminar, así que si fuimos obesos en nuestra niñez por muy estilizados que nos quedáramos en la adolescencia, cuando seamos adultos el fantasma de la grasa nos asaltará al menor descuido.
También parece ser que al igual que los genes fijan el color de nuestro pelo y nuestra altura, también tienen prefijado un determinado peso corporal. La teoría del Set Point (Keesey, 1980) dice que el cuerpo humano actúa con el peso de la misma forma que hace con la temperatura corporal o la presión sanguínea : existe un punto de equilibrio que se trata de recuperar cuando se produce una descompensación. Si nuestra temperatura corporal baja, el cuerpo reacciona para alcanzar la temperatura normal. Pues bien, lo mismo ocurre con nuestro peso. Genéticamente hablando estamos pre programados para un determinado peso que a menudo no coincide con nuestro ideal, generándose una enorme frustración entre aquellos que desean parecerse a modelos inalcanzables. Esto explicaría el efecto rebote de las dietas agresivas en individuos que no están "preparados genéticamente para las mismas". Aquí interviene la genética.
Tenemos que todos nacemos con los mismos adipocitos pero nuestro metabolismo basal es diferente sin que podamos hacer nada al respecto. Esto indica que la diferente forma de quemar las calorías entre los sujetos debe tener una razón genética a igual modo de vida, edad, sexo etc.. Pues bien, algunas investigaciones parecen indicar que la obesidad se hereda a través del ADN mitocondrial.
El ADN mitocondrial es el material genético de las mitocondrias, los orgánulos que generan energía para la célula. Dependiendo del tipo de carga genética vendrá determinada la capacidad del individuo para quemar calorías a nivel celular. A menor herencia de ADN mitocondrial, menor será la capacidad de quemar grasas. El ADN mitocondrial se recibe sólo de la madre, lo cual no quiere decir que sólo dependa de una madre obesa que nuestro hijo sea o no obeso. Hay otros muchos factores que pueden influir pero probablemente sea el ADN mitocondrial uno de los más importantes.
Así que imaginemos dos progenitores, o sólo uno de ellos, con problemas de obesidad, con muchos adipocitos y con una tasa metabólica baja. Esto no significa que nuestro hijo vaya o deba de padecer problemas de obesidad pero en cierta manera está predestinado. Si no controlamos al niño es posible que se convierta en una persona que ingiera más comida de la necesaria y se convierta en obeso.
Hasta hace poco no se sabía qué genes estaban implicados en la forma que tienen los humanos en alimentarse. La primera persona en identificar el gen responsable del apetito insaciable fue Jane Wardle del Departamento de Epidemiología y Salud Pública del University College de Londres.
El estudio indicaba que el gen FTO era el responsable de que nuestro cerebro regulara el apetito. Se descubrió que existía una variante "mala" de dicho gen y que los individuos portadores comían raciones por encima de lo necesario, siendo posibles víctimas de la obesidad.
Todo lo visto anteriormente explicaría por qué algunos individuos pueden comer grandes cantidades de comida sin engordar. Y el por qué, cuando dejan de hacerlo, recuperan el peso anterior con suma facilidad. Se sabe que esta gente "eternamente delgada" se sacian con facilidad, generalmente descienden de padres delgados, fueron delgados de niños y probablemente dispongan de genes "buenos". También cabe decir que es posible que situados hace mil años, cuando la hambruna era corriente en el Mundo, hubieran sido los primeros en sucumbir.
Más tarde diversos estudios indicaron que no eran tan simple la relación entre el gen FTO y el apetito, señalando otros genes causantes tan o más importantes que el FTO.
Hace relativamente poco tiempo ha aparecido una noticia que abre un nuevo frente sobre las causas de la obesidad al señalar la flora bacteriana del intestino como una posible causante. Así, los obesos tienen una flora intestinal más pobre que los delgados.
En cualquier caso la pregunta es ... ¿por qué no puedo bajar de peso?
Para responder a esta pregunta en primer lugar debemos fijarnos en nuestros ancestros. Si nuestros padres han sido obesos es más que probable que también lo seamos nosotros si "seguimos nuestros impulsos genéticos". Según los estudios la obesidad de la madre es más determinante que la obesidad del padre, así que primero la miramos a ella.
En segundo lugar buscamos las fotografías de nuestra niñez y comprobamos si éramos niños gordos. Si ciertamente lo éramos es seguro que portemos un carga de adipocitos importante. Poco importa que de jóvenes fuéramos estilizados, porque los adipocitos no se destruyen y ahí están, acechando. Son células muy eficientes que se hinchan rápidamente y a las que les cuesta adelgazar.
El hecho de que parte de la culpa venga dada por la carga genética, que en principio no se puede evitar ni modificar, no significa que no podamos hacer nada para luchar contra el destino.
Si somos padres y además obesos debemos cuidar que nuestros hijos no coman en exceso ni sobrepasen durante la niñez el percentil adecuado. Con ello evitaremos que tengan adipocitos extras que les amarguen la madurez. Un niño gordo no es un niño sano.
Otra tarea importante es modificar su tasa metabólica para que sea rápida y eficiente, es decir, que queme las calorías con la misma velocidad con que le llegan. Para ello es imprescindible que haga ejercicio - algo tan simple como caminar durante media hora al día es suficiente - y sobretodo que "domestique" su cuerpo para ingerir cada tres horas muy poca cantidad de alimentos y así "engañar" al cerebro con una teórica abundancia que en realidad no existe. De esta manera se consigue entrenarlo para que genere la orden de saciedad sea cual sea la carga genética de la cual dispongamos. Supongo que no hace falta decir que también es necesaria una dieta rica y equilibrada.
Si ya somos adultos, el proceso es similar : ejercicio moderado y alimentación regular cada tres horas, desayunos abundantes y cenas muy ligeras, dieta equilibrada, consumir mucha agua - indispensable para una buena metabolización de los alimentos - evitando las dietas salvajes que son un sin sentido ya que vamos a practicar una forma de alimentarnos que nos acompañará de por vida y nadie puede soportar una dieta bestialmente inhumana. Podemos tardar un año en adaptarnos al nuevo estilo de vida y llegará un momento en que nuestro peso no bajará. Nos guste o no ese es el peso para el cual nuestro cuerpo está preprogramado y no debemos frustrarnos por ello mientras estemos sanos.