Nuevo libro

churrasic park - capitulo 1

  



Churrasic Park

(Odio cocinar, ¿y qué?)


Xavier Molina 


portada : Ayshe Molina


Copyright Xavier Molina 2021


No está permitida la reproducción total o parcial del contenido del libro sin permiso del autor



Dedicado a todos los cuñados

Este libro está dedicado a ese momento crucial de tu vida en que te van a operar a vida o muerte y momentos antes se acerca a ti el cirujano, te coge de la mano y bajándose la mascarilla te das cuenta que es tu cuñado, el mismo que farda de coche, de tener “contenta” a tu hermana,  de mansión, de haberse olvidado once veces el bisturí dentro de un paciente sin ser descubierto. El mismo al que consideras un imbécil, un ser abyecto, un cretino, un sabelotodo, un bocachancla, un mierda, una aberración de la especie humana, un pedante, un aborrecido, un egoísta, un sin cerebro, un chulo, un frenazo en el calzoncillo del Universo. De “eso” dependes ahora para regresar con vida del quirófano.

También está dedicado a esa persona que consuela a su hermana porque el marido, su cuñado, ha desaparecido sin decir nada y ella no se lo explica pero el hermano se ríe para adentro como el perro Pulgoso de los Autos Locos mientras le pide con retorcida maldad que durante las vacaciones le riegue por favor las dieciséis macetas del balcón que es el lugar donde “repartió” el cuerpo del cuñado tras encontrarlo en un callejón oscuro y aprovechar la nocturnidad y alevosía que el Destino puso en sus manos.  En definitiva, a esa persona que por fin nunca más temerá que llegue la comida de Navidad.

Y, por qué no, dedicado también a todos los innumerables cuñados borderline que nunca leerán un libro y que a pesar de eso nos gobiernan desde todas la instancias. Sin ellos este libro no habría existido.


Advertencia : 

Aunque resulte extraño tener que decir algo así, como hay mucho ofendidito y sin sentido del humor, conviene aclarar que todo lo que aparece en este libro es una pura broma. Tomárselo en serio es para hacérselo mirar.


PREÁMBULO 

Os imagino regresando a vuestro hogar con los sobacos sudados, tras balancearos de barra en barra del vagón del metro, con la cabeza hundida entre los hombros, el labio inferior descolgado y arrastrando las manos por el suelo usando los nudillos pelados para impulsaros hacia delante, faltos de fuerza. 

Llegáis a casa y aunque allí viven catorce personas nadie ha salido a recibiros salvo Toby, vuestro perrete rabioso, que es tan juguetón que mordiendo uno de vuestros tobillos os ha arrastrado hasta la cocina para que viertas en su tarrito el pienso que le alimenta, algo que hacéis de inmediato para evitar ser vosotros mismos la posible alternativa a su inalcanzable comida de la alacena superior. 

Chilláis a vuestros hijos que ni se dignan a responder. Les importa muy poco que hayáis regresado a casa. Sabéis que siguen vivos porque delante de las habitaciones han lanzado la ropa sucia que recogéis con vuestros largos brazos para meterla en la lavadora con total desprecio por la separación entre prendas de color y blancas. A estas alturas del día os importa muy poco. Si por vosotros fuera os iríais a la cama tras comer un plátano pero la familia espera algo más. 

Sin fuerza, sin ánimos, sacáis del congelador un paquete de San Jacobos congelados, con muy poca intención de descongelarse en la media hora que resta para la cena. Pero sonríes. Sabes que los prepararás como siempre, quemaditos por fuera y con el corazón aún congelado. Es tu secreta venganza. 

Así te vengas de tu jefe, de tus compañeros de trabajo, de la gente del metro, de tu familia, de los que arrasaron tu selva para plantar palma aceitera, del Mundo en general. Porque odias cocinar y aquellos San Jacobos que pintan tan bien en la foto del envase son la peor puñalada a la gastronomía que se pudiera perpetrar. Jódete, Paul Bocuse. Jódete Ferrán Adriá. 

Miles de años de evolución de la cocina lanzados a la basura.


Capítulo 1º  : Odio cocinar, ¿y qué?


"La gastronomía es un 1% de maquillaje y un 99% de no maquillaje"

Winston Churchill, político británico

Frase extraída de “Aforismos que nadie entiende”, Violette Gurke, 1999. Editorial ¡Ay Pendejo!, München-Getafe-México D.F.


A ese cansancio del que debes sobreponerte para cocinar algo al regresar a tu hogar muchos lo calificarían como holgazanería, pereza, desidia, vagancia y probablemente en parte lo sea. Aún así emplear tales pretextos para librarte del duro menester de cocinar es un argumento mal visto, por muy ciertos que sean. 

Si vives solo y declaras to odio a cocinar a nadie le importa. Te hartarás de llamar a repartidores de comida a domicilio, comerás a menudo en crudo o simplemente te dejarás morir de hambre y al cabo de unos meses, cuando el saldo de tu cuenta ya no cubra el coste de las facturas, tirarán la puerta abajo para encontrarte frito como un pajarito. Tras ello una larga cola de acreedores harán cola para darte una paliza post-mortem. 

En cambio si vives en compañía se espera – lo esperan quienes conviven contigo- que asumas tus responsabilidades. Ya no vale con darles bolsas de chetos para cenar ni  negarte a cocinar aduciendo que simplemente no te gusta, igual que no te entusiasma el color amarillo o los pantalones tejanos, sin causa aparente.  Hay que buscar otras excusas.

Si no cocinas puede ser porque nadie te paga por ello. Tampoco te gusta tu trabajo ni tu jefe te agradece el esfuerzo que realizas a diario pero al menos cobras a final de mes. Cobrar por cocinar en tu hogar está mal visto y es difícil que tal percepción cambie en el futuro. Es una de esas tareas que se suponen no remuneradas a menos que las realices para terceros.

Eso no significa que odies la creatividad que te proporciona la cocina. Seguro que de vez en cuando te enzarzas a confeccionar una receta que te apetece. Es la obligación diaria de enfrentarse a los fogones, al igual que limpiar la casa, la que es una tarea casi siempre ingrata.  

Otra razón por la que detestas enfrentarte a la cocina es la suciedad y el desorden que se genera. Tienes la cocina inmaculada y tras unos minutos de inspiración creativa o de obligación diaria parece que por ella hayan pasado los vándalos.  Parece mentira que el ser humano haya llegado a la Luna pero aún no exista un sistema que permita librarse de las tareas del hogar más pesadas, sean estas limpiar, cocinar o pelearse con los vecinos.

Ya sabemos que cocinar para ti o los tuyos no está remunerado pero al menos esperas algo de reconocimiento por el esfuerzo realizado. Solo abren la boca para echarse una nueva cucharada al gaznate o para quejarse. “¿Otra vez patatas?”, “¿pasta por la noche? ¿es que no sabes que engorda”, “está salado”, “está dulce” y así cada día. Más de una y de uno han caído fulminados al escuchar un halago tal ha sido la subida de tensión arterial que han sufrido por recibir lo inesperado. 

Claro que también hay la adulación interesada del jeta de turno que sabe cómo te hinchan las lisonjas mientras él o ella se convierten en aquel comensal que por no poner no ponen ni el mantel sobre la mesa.

Algunas personas no cocinan por temor a hacerse daño con el menaje. Puede parecer un pretexto menor pero la estadística es bastante contundente al respecto : las dos estancias de una vivienda donde más posibilidad tienes de sufrir un accidente son el baño y la cocina. Si el miedo domina al individuo es entonces cuando aumenta la probabilidad de accidente, sobre todo si se ve obligado a hacer algo con lo que tuvo una mala experiencia previa. Pongamos por caso que una vez le diste la vuelta a la tortilla de patatas con la mala fortuna que la tapadera te quemó la mano y la tortilla resbaló para quedar hecha papilla sobre los fogones. Es una de esas experiencias traumáticas que no se te olvidan jamás y a la que te enfrentarás de nuevo, si se da la circunstancia, con temblores y palpitaciones.

Otros sujetos presentan una alergia tan severa a determinados alimentos que, aunque no los ingieran, solo por contacto o por respirar el alérgeno pueden tener una reacción adversa.  Está más que constatado que por ejemplo personas alérgicas al pescado pueden sufrir reacciones por el simple hecho de pasar por delante de una pescadería. Las alergias alimentarias son junto a las producidas por medicinas muy peligrosas y pueden llegar a tener consecuencias fatales, así que si alguien alega una alergia de ese tipo no penséis que se está escaqueando, mas bien impedid que entre en la cocina. Digo esto porque hay muchos que hasta que no ven un shock anafiláctico no admiten, y aún así con renuencia, que vale, que tal vez el “escaqueado” decía la verdad. Eso si sobrevive, claro.

Finalmente, pero no menos importante, se puede desarrollar miedo a cocinar por tener pánico al fracaso. Hay personas que presentan tan altos niveles de ansiedad al realizar una nueva receta que deberían tener prohibido entrar a la cocina. 

Se ponen de los nervios cuando el bizcocho no sube según lo esperado o la yema del huevo se rompe mientras lo fríen. Luego salen temblando con su “creación” a la mesa y a la primera crítica se desmoronan.  En estos casos los comensales, sabedores del problema de autoestima del cocinero, tampoco deben sustituir frases constructivas tipo “¿pero qué mierda es esta?” por otras condescendientes al estilo “para el aspecto  que tiene sabe bastante bien”, sobretodo si el cocinero canaliza la ansiedad hacia conductas agresivas. En este caso es recomendable callar mientras se hinca la cuchara y a dos carrillos llenos decir que el engendro está de puta madre. No importa que sepa a rayos, que esté quemado. Esté como esté, sabe a gloria bendita.

De todo lo anterior le pasó un poco a la pobre Reme. 

Reme era una buena mujer que trató durante toda su vida de obtener el aprecio de los que le rodeaban a través de la cocina. Tuvo siete maridos  a todos los cuales envenenó con matarratas cuando estos ignoraban las delicatessen que les preparaba o cuando, preguntados si les había gustado tal o cual plato, respondían con un gruñido despectivo o resaltando los defectos subjetivos ("demasiado salado", "poca cantidad") pero no las virtudes de los mismos.

Esto generaba en la mujer una considerable frustración la cual,  sin meditar las consecuencias de sus actos, convertía las valoraciones de sus maridos en envenenamientos severos a los postres. 

"¿Qué tal las natillas?" y el hombre ladraba que "tenía un sabor raro". Era lo último que pronunciaba y por una vez ajustado a verdad. Siete veces fue juzgada y siete veces fue absuelta. La abogada defensora llegó a presentar en el juzgado una docuserie de su defendida donde, tras la valoración negativa de uno de los platos, se la veía añadir, llorando a moco tendido, matarratas del fuerte al postre o al café. A cucharadas soperas, no creáis que era sutil. 

Y fueron los lloros de la actriz los que consiguieron absolver a Reme, aunque no se constató que ésta hubiera llorado en realidad. Como decía Berlusconi, la realidad no importaba a nadie.

Estaba claro que cualquier jurado popular la absolvería porque es muy difícil encontrar a alguien del populacho que no haya sentido ese mismo desprecio hacia sus artes culinarias. Lo que pasa es que la mayoría nos comemos la frustración para adentro, mermando nuestra salud, mientras que Reme exteriorizaba la misma y por eso se mostraba rolliza y saludable como una ternera recién parida. El hecho que mientras la juzgaban pasara el tiempo limándose las uñas y haciendo sudokus era por un aislamiento profiláctico que se había auto impuesto por la extrema dicotomía entre el yo-envenenadora y el yo-cocinera. Eso dijo al menos el perito psicólogo de la defensa mientras el público le aplaudía.

Este mismo individuo, a requerimiento directo del Juez, indicó que si todos hiciéramos lo mismo seríamos como dos mil millones menos de humanos sobre la Tierra y no sería tan difícil encontrar dos metros libres en la playa de Alicante. A lo que el Juez, con lágrimas en los ojos, solo pudo decir "amén"  añadiendo, en un lapsus linguae, "visto para absolución".

Seamos claros. Tu no pretendes cocinar algo para ganarte la admiración y el respeto de tu familia o amigos.  Tampoco puedes esconder tu vagancia en un miedo irreflexivo hacia el menaje, ni padeces una alergia severa. No eres creativo ni para hacer una paella una vez al año y además te trae al pairo si el bizcocho no sube. No quieres cocinar y punto. Porque es una pérdida de tiempo, porque ensucia, porque no te gusta, porque prefieres meditar en el sofá.

A pesar de no tener excusa existe una solución con la cual puedes evitar pisar la cocina aunque sientas en la nuca la presión familiar. Se llama mageirocofobia. No te será difícil convencer a un psicólogo para que te extienda un eximente basado en tal fobia, aunque es posible que te haga sufrir asistiendo a múltiples sesiones para que la factura final le permita pagar a sus hijos una visita a Disneyland. Ya sabes, te sacará el tema de la madre castradora y el padre ausente. Síguele el rollo y cuando te diga de continuar la terapia por tiempo indefinido, si ya tienes el certificado firmado, le dices que prefieres ir al psiquiatra que te van más los pastillazos. Merece la pena ver el careto que les queda, preparad la cámara del móvil.

La mageiricofobia es un término pseudo griego formado por la palabra "mageiro" (cocinero) y phobos (miedo). Se define como el miedo irracional a cocinar, ya sea porque te produce pánico usar los utensilios y electrodomésticos propios de la cocina o porque te causa ansiedad que tus preparaciones culinarias sean rechazadas por aquellos a los que van destinadas. Es el miedo perfecto para tus propósitos.

La palabra en sí, que no existe ni en griego moderno ni antiguo,  es un engendro parido en la actualidad porque los psicólogos buscan titular todas las fobias posibles a través de términos que nunca existieron y ante los cuales los griegos, modernos o antiguos, se habrían quedado perplejos. O les habrían dado dos hostias, a saber.

Una vez te diagnostiquen de mageirocofobia ya puedes plastificar la hojita y presentarla ante aquellos que te recriminen que tengas más jeta que espalda. Es cierto, puede que no hayas preparado bien el escenario para dar la buena nueva - estar estirado en el sofá no ayuda - pero la firma del profesional de salud mental es incuestionable y que la hayas plastificado infunde el temor entre tus familiares de que piensas utilizarla tantas veces como sea necesario, evitando el más que previsible deterioro por uso desmedido. 

Se acabó desde luego pisar la cocina en beneficio de terceros (sean hijos, padres, marido, esposa etc). Tu salud mental no lo permite.

Si esgrimir mageirocofobia te parece demasiado retorcido, o simplemente tienes problemas para recordar su pronunciación, existen otras posibilidades.  Por ejemplo, en caso de que pertenezcas al sexo femenino puedes alegar como eximente discriminación de género.

En una antigüedad no tan lejana los hogares regidos por el heteropatriarcado más rancio la mujer asumía el rol de cocinera y el marido el de gourmet exigente. Aunque las cosas han cambiado y tu pareja probablemente asume sus obligaciones hogareñas en clara igualdad, siempre puedes hacerle ver que no es así y conseguir que al final cargue con toda la gestión gastronómica de la casa (la cual incluye compra, planificación, ejecución y puesta de mesa, lo que se dice un pack completo). El miedo a las consecuencias que puede sufrir tu pareja en caso de no cumplir con tus mandatos – ostracismo social, señalamiento público – le hará aceptar una igualdad desequilibrada.

Igual que existe gente que no soporta cocinar hay otros que lo adoran. Si se juntan ambos tipos en una misma pareja a la larga uno de ellos asumirá un control hegemónico en la cocina mientras que el otro como mucho tomará las riendas cuando no quede más remedio. Si eres del bando “cuando no quede más remedio” ve poco a poco preparando el terreno olvidando  sazonar las lentejas o quemando el bistec.   Su condescendencia hará el resto.

Declarar el odio a la cocina es un acto de fe que requiere más redaños de lo que parece a primera vista. Si te declaras contrario a cocinar así, a palo seco,  recibes siempre la misma respuesta despectiva : "pues bien que te gusta comer".  Si eres demasiado entusiasta con lo que cocinas y quien te acompaña no lo es, es probable que te recrimine que gastes tiempo y dinero cuando él o ella se conformaría "y sería más feliz" con una simple tortilla francesa.  

La cocina también es un asunto complejo porque a través de ella se puede obtener un cierto reconocimiento social.

Sin intentar ponerme pedante, en la famosa pirámide de Maslow la base de la misma comprende las necesidades fisiológicas básicas que todo ser humano necesita : alimentación, respiración, descanso, sexo.  

Una vez obtenemos todo esto el ser humano optaría a un segundo nivel donde buscaría seguridad en el empleo, la salud, en la familia. 

Conseguido este segundo nivel optaríamos por el tercero, en que buscas amistad y afecto. 

El cuarto ya pica más alto pues se refiere al reconocimiento que nos profesamos a nosotros mismos y sobretodo el que nos dedican los demás. Es el éxito. 

El pico de la pirámide se refiere a la auto realización, vamos, que no puedes estar más satisfecho de ti mismo : has llegado donde estás sin renunciar a lo importante y tienes todas las necesidades cubiertas.

Tal vez, si te entretienes a revisar todos los niveles de la puñetera pirámide, verás que apenas alcanzas los requisitos del primero de ellos. Vamos, que estás vivo de milagro : respiras de forma autónoma y comes de vez en cuando, poco más.  El segundo nivel te parece casi de ciencia ficción. No sabes si el mes que viene podrás pagar el alquiler, ni siquiera si conservarás el empleo. Así que tu seguridad se circunscribe al presente y algo más allá. 

Tenía un amigo que cuando se despeinaba las cejas decía que avanzaba en el tiempo tres segundos. Aparte de quedar bastante feo, claro.

Al volvérselas a peinar retrocedía hasta el presente sabiendo lo que ibas a contestar porque lo había visto en el futuro. Eso te obligaba a cerrar la boca, con lo que las conversaciones que sostenías con él eran un continúo de silencios alternados con frotamientos de cejas. 

Lo peor era cuando te preguntaba qué había hecho él mientras estaba en el futuro, a lo que contestabas que poca cosa, pues tres segundos no daban para mucho.

La verdad es que aquellos tres segundos de viaje en el tiempo no tenían mucha utilidad. No daba tiempo a echar la Primitiva con los números correctos ni a que regresara con grandes revelaciones sobre el Futuro pero al menos sabíamos que teníamos tres segundos de más allá, lo cual es mucho si lo comparamos con gente que ha salido a la calle y nada más poner un pie en la acera le ha caído un piano encima. Y si no que se lo digan a George Clooney que fue al cielo a encontrarse con John Malkovich, algo que tal vez habría evitado despeinándose las cejas.

Lo del tercer nivel de la pirámide ya alcanza el nivel de la utopía. No recuerdas nada por lo que sentirte orgulloso ni que haya merecido el respeto de los demás.  No me malinterpretes, pero plantaste un árbol que ya ha sido quemado en los incendios de este verano. Has hecho un hijo que abomina de ti porque tu ex mujer lo ha puesto en tu contra y encima cuando estabas casado lo mirabas con desconfianza porque ella alimentaba con insinuaciones la sospecha de que ni siquiera era tuyo. El libro que escribiste es tan malo que ni te atreves a enviarlo a una editorial. En el trabajo eres un mindundi que sacrificarán para hacer sitio a la nueva máquina de café cuando esta llegue. Sospechas además de que en caso de que un tsunami o una pandemia te alcance tienes todos los números para acabar en una fosa común. 

Bueno, parece todo malo...pero ¡anímate, no lo es! Siempre puedes invitar a tus familiares o a tus amigos y presentar a la mesa una paella tan magnífica que les haga caer de culo. La vida seguirá siendo la misma mierda, pero durante un ratito te ganarás el respeto de los que compartan mesa contigo y a tu costa. 

Además ese respeto lo puedes prolongar abriéndote un perfil en Instagram o Facebook y publicar fotos del arroz antes de ser consumido. ¡No veas lo que llena el ego las alabanzas de unos desconocidos! Y si las críticas negativas te afectan, lo mejor es abrir un blog donde podrás moderar los comentarios dejando solo los positivos. 

Así, de repente, rascas un nivel superior de la pirámide y te sientes como aquella persona que ha triunfado en todo, aquella que arrebatada de igual forma que tu por un tsunami, los rescatadores buscarían con ahínco mientras que tu cuerpo hinchado y verdoso golpearía constantemente el costado de la lancha de rescate sin que nadie le prestara atención.

Esta es la razón, el reconocimiento social, por el cual nos esmeramos al hacer una comida para los invitados que si estuviéramos solos ni siquiera nos intentaríamos preparar. No me malinterpretes, para ganar reconocimiento social con la cocina puedes seguir odiándola, no es incompatible.

Me gustaría daros una solución general que sirviera para evitar la cocina siempre que sea posible. Lamento deciros que no existe. Tal cosa puede depender de tantas variables que es necesario adaptarse según las circunstancias. Ya sabéis, be water my friend.

Hay algunos recursos extremos de los que sin embargo no debemos abusar. Por ejemplo reclamar una reforma de la cocina como condición ineludible para ponerte a cocinar. Me refiero a una reforma cara, de esas que duelen en el bolsillo ajeno. Hay toda una serie de profesionales de las reformas fake con los que es posible contactar para dar un susto a la pareja. Son actores, no albañiles, ni constructores ni mucho menos fontaneros pero dan el pego de tal manera que causarían la envidia de Al Pacino.

Pasan por tu casa con aspecto sapiencial, con un palillo clavado en la comisura de la boca, mirando la cocina con asco sin dignarse a sacar las manos de los bolsillos y cuando lo hacen es para dar un meneo a cualquier objeto – no importa, es fake – tras lo cual alzan las cejas y emiten un “buf” que deja acongojado y sin ganas de vivir al que debe pagar.

- ¿Es grave?

Silencio. Sonrisa. Y sigue con la inspección.

Al cabo de unos días te llega el presupuesto con cinco cifras y claro, el pagafantas estalla. No lo quiere. No lo ve profesional. Se le ve perezoso y sucio. ¿Te has fijado que no ha sacado las manos de los bolsillos? No hay problema. Hay varios tipos de albañiles fake a los que recurrir. El próximo  actor puede ser simpático, animoso, vivaracho y empático. Al Pagafantas le cae fenomenal. Casi que mejor. Al cabo de unos días nuevo presupuesto el doble de caro del anterior. Pagafantas se hunde. Lo ves roto, destrozado en el sofá, mirando al infinito. Le animas a salir a comer algo al japonés de la esquina. Está noqueado y aceptará. Su cabecita pensante calcula que le sale más a cuenta cenar cada noche fuera que financiar tus necesidades reformistas. Has ganado pero menudo esfuerzo logístico.

Tampoco os quiero engañar. Tarde o temprano, porque os vais de Erasmus, porque la sociedad te obliga a punta de pistola, porque hay que dar la merienda a unos niños que además son los tuyos o porque estás a punto de morir de inanición y solo tienes una patata que cruda no está demasiado apetitosa, vas a tener que cocinar. 

A partir de este capítulo, si sigues leyendo, te lo voy a explicar todo sobre la comida. Incluso aquellas cosas que sospechabas y que no te atrevías a expresar en voz alta porque todo el mundo te decía que era guay y seguro, que las autoridades sanitarias cuidaban de ti,  hasta que has perdido dos metros de intestino y has empezado a hacerte preguntas que el médico ha acallado poniéndote la almohada sobre la cabeza mientras la enfermera te sujetaba. 

Así que agarraos que vienen curvas.


Receta del día : Pan con mantequilla

Ingredientes :

Pan (6 Kg)

Mantequilla (11 Kg)

1 cuchillo con el filo de sierra

1 cuchillo de punta redonda

Grado de dificultad : Medio-Alto

Estamos ante una de las recetas más complicadas que vamos a abordar en este libro. Afortunadamente los ingredientes que la componen se pueden encontrar con cierta facilidad. 

El Pan se suele vender en lugares llamados “Panaderías”. Suele presentarse en diversos formatos, desde los reconfortantes panes redondos hasta las agresivas pistolas o barras. También es posible encontrarlo en mullidos panes llamados “de molde” o “ingleses”. Elegid el que menos miedo os infunda. Si el vendedor que os tiende el pan con la mano desnuda también recoge vuestro dinero con la misma mano no  mostréis temor. Se ha comprobado que las posibilidades de pillar el Ébola de dicha manera son relativamente bajas. Lo han dicho los mismos expertos que aconsejaron no llevar mascarilla al principio de la pandemia del coronavirus del 2020, así que confianza total, ¿vale?

La mantequilla es una materia sólida que parece ser procede de la leche aunque algunas variantes se obtienen de los tulipanes y entonces se llama “margarina”. 

El cómo se ordeñan los tulipanes escapa al propósito de este libro. Hay cosas que mejor no saberlas.

Los cuchillos se pueden encontrar en cualquier tienda de menaje. El de punta redonda y ancha es el que os dejaban usar una vez os quitaron la medicación. No tiene filo cortante ni capacidad penetrante. Podéis adquirir aquellos construidos con metal si vuestro entorno familiar os lo permite y se sienten seguros a pesar de ello. En caso contrario, adquirid los construidos con materias plásticas.

El cuchillo para cortar el pan es un asunto serio y es aconsejable que vayáis acompañados en el momento de su adquisición. Consta de una hoja metálica con un borde en forma de diente de sierra. Es por dicho lado por el que debéis cortar el pan puesto que el contrario, liso y sin filo, es inútil para tal menester.

Realización:

Cortamos una rebanada de pan de un grosor no superior a 1 cm utilizando el cuchillo con el borde aserrado. Si falláis a la primera no os importe. Para eso hemos adquirido 6 Kg de pan, para probar y fallar tantas veces como haga falta. Sobretodo tranquilos, ¿vale? No pasa nada, no nos ponemos nerviosos, todo va bien, todo fluye, ¿ok?

A continuación, empleando el cuchillo redondeado, retiramos una viruta de mantequilla. Aquí reside la dificultad de esta receta, ya que a menudo la mantequilla se muestra tan dura que es imposible extraer de ella cantidad alguna. Para hacerlo, es recomendable retirar la misma de la nevera al menos un par de horas antes de iniciar la receta. A temperatura ambiente la sustancia se ablanda hasta el punto que el cuchillo se hunde en ella con suma facilidad. Si esto lo veis complicado, os recomiendo comprar margarina que, sea cual sea la temperatura, aunque acabe de abandonar la nevera, se mostrará maleable.

Si el sabor de la margarina no os convence podéis comprar mantequilla mezclada con aceite de palma el cual hace que ésta se muestre tan blanda como la margarina. Además debéis saber que gracias al cultivo de la palma aceitera miles de hectáreas de selva de Borneo han sido quemadas dejando sin hogar a muchos orangutanes. Por cada cinco envases de mantequilla tratada con aceite de palma que se adquiere pierde su hogar un orangután y por cada cincuenta te dan un bonus para desahuciar un rinoceronte negro africano.

Una vez tenemos la mantequilla en la hoja del cuchillo, con sumo cuidado la extendemos sobre la rebanada de pan hasta cubrirla por completo. Repetid la operación tantas veces como queráis hasta alcanzar el grosor que más os agrade. Con un grosor de 5 cm o más ya podéis ir solicitando visita con el cardiólogo para solventar una futura (¡atención spoiler!) obstrucción aórtica.

Espero que hayáis podido completar la receta sin problemas. Es la única receta de alta cocina que he incluido en el libro. A partir de ahora todo discurrirá por cauces menos complicados.


Ruegos y preguntas


“Estimado Señor,

disculpe que me dirija a usted pero necesito ayuda urgente. Paso a exponerle mi caso.

El otro día fui al supermercado para comprar una botella de aceite. Mi sorpresa fue mayúscula cuando comprobé que estaba diez céntimos más barata de lo habitual, hecho extraodinario que achaqué a un error del etiquetaje. Como puede comprender miré a ambos lados del pasillo, comprobando que no  había ninguna cámara, agarré dos unidades y me dirigí muy nerviosa hacia la caja. Mi plan era esperar el momento en que la cajera me pidiera el dinero correspondiente y si era el precio de siempre, el más caro, salir corriendo sin recoger las botellas. Nunca había comprado nada que tuviera un precio más bajo del normal a menos que se especificara que era una oferta, pero no era el caso. 

Imagine mi nerviosismo cuando por fin llegué a la cajera y ésta me dijo con una sonrisa el precio rebajado. No dije nada. Temblando le tendí el dinero y ya en la calle salí corriendo con las dos botellas de aceite bien agarradas, como si las hubiera robado. Me metí en casa y ya llevo seis días encerrada. Tengo pánico a que alguien llame a la puerta de casa reclamándome los veinte céntimos de diferencia. Los pasos en el rellano, las sirenas que suenan en la calle, todo me sume en el terror. Todavía no me he atrevido a usar el aceite de esas botellas. Al menos, si me las reclaman las podré devolver intactas y tengo entendido que si devuelves las cosas la pena que te cae es mucho menor. Sí, lo ha adivinado, he pensado en devolverlas. Meterlas en el supermercado bajo el abrigo y cuando nadie mire volverlas a colocar en la estantería. No se, estoy muy asustada, ¿qué me aconseja? Esto no es vida, ayúdeme.

Una lectora asustada”


Respuesta :


Estimada lectora,

comprendo el ataque de pánico que sufre. A mi también me ocurre cuando encuentro en el supermercado un producto con el precio rebajado sin que se indique que se trata de una oferta. También lo agarro como si lo estuviera robando y sudo cuando pasa por el lector de infrarrojos de la caja. 

Luego viene lo peor, cuando llego a casa y empiezo a sospechar que si lo han rebajado y no han dicho nada es que algo malo le ocurre. Miro la fecha de caducidad, si el peso es menor, cualquier cosa que justifique la disminución de precio. Y si no lo encuentro ya me da la paranoia. Tal vez es algo que no veo. Que se ha irradiado accidentalmente por proceder de las inmediaciones de una central nuclear o que lleva un porcentaje más alto del normal de caca de conejo. 

Sin ir más lejos algo así me ocurrió hace poco. Paso a relatarlo.

Suelo comprar del Mercadona una bolsa de galletas de barquillo que desde que recuerdo ha tenido un precio de 2,6 euros. Cual fue mi sorpresa cuando la encontré a 1,15 euros sin ninguna indicación de que se trataba de una oferta. Aquel día no la compré por los temores paranoides habituales. 

Pero el precio se mantuvo  semana tras semana y un día me venció la curiosidad y la volví a comprar. No era una rebaja de unos céntimos, era más de un euro. Imagine el terror que viví. La tuve allí, sobre el mármol de la cocina, durante días. No podía ni dormir. La iba a tirar a la basura pero no quería que alguien, rebuscando en el contenedor, la encontrara, la llevara a la policía y atando cabos dieran conmigo. Pensé en tirar las galletas por el inodoro pero aparte del derroche de agua y la contaminación que causaría en el mar, estaba el problema del plástico del envase que podría haber obstruido el desagüe.

Al final, consumido por la culpa, enterré la bolsa en un descampado del final de la calle. Pensé que de esta manera podría por fin descansar pero hace unos días comprobé que habían empezado a excavar el terreno para  iniciar la construcción de un edificio. También es mala suerte. Todavía no han llegado a la zona donde se encuentran las galletas pero pronto lo harán. Hoy casi no he dormido y cuando lo he hecho solo he tenido pesadillas. Ya tengo preparado un billete de avión y me he hecho el pasaporte, dispuesto a huir así la pala excavadora halle la fosa de las galletas.

No cometa mi error. Le recomiendo que vaya a entregarse al supermercado y pague los veinte céntimos de diferencia. No merece la pena que por una bajada de precios se vea condenada a una vida errante por países africanos de los cuales hace una semana ignoraba su existencia.

Un saludo y suerte



Servicios falsos de reformas (“Churrásic Park” no se responsabiliza de los servicios ofrecidos por terceros)


Mariano Lárraga Smith

Actor profesional. 53 años. Simulo ser un albañil. Aspecto guarrete: medio calvo, barriga cervecera, barba de dos días. Atuendo habitual: camiseta sin mangas, sudor visible en las axilas hasta medio tronco (opcional con aroma incluido), lápiz en la oreja, pantalones tejanos hasta media cintura (muestro raja del culo, a convenir).  Apenas hablo. Poca mímica facial. No empatizo nada con el presunto cliente. Sensación de que te estoy perdonando la vida. Precios a convenir.

Tél (horario oficina) : 659133983913


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Kevin Costner del Niño Jesús

Actor profesional. Simulo ser un contratista. Aspecto pulcro, bien peinado y afeitado. Atuendo habitual : camisa a cuadros, bolígrafos prendidos en el bolsillo delantero, pantalón tejano bien planchado. Hablo mucho, conversación plagada de falsos tecnicismos. Empatizo mogollón con el presunto cliente. Apretones de mano muy fuertes, mirando a los ojos. Sensación general de confianza, seriedad y seguridad.  Precios a convenir.


Tél (horario oficina) : 542320321212


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