Capítulo 10º : Vivir sin comer
“Si paseando por la calle ves una churrería abierta, con el aceite caliente y a punto de humear, pero no hay nadie en la misma ni atendiendo ni comprando, tienes derecho a ponerte el delantal y confeccionar hasta seis kilogramos de churros que pasan a ser de tu propiedad siempre y cuando sean para consumo propio”
Ordenanza Municipal de Madrid, 2019. Concejalía de Rosquillas Tontas y Listas.
En este capítulo vamos a hablar sobre lo que ocurre cuando el ser humano deja de ingerir alimentos. Es posible que te sorprenda saber que si el cese en la ingesta dura más tiempo del deseable te acabas muriendo y además no dejas tras de ti un cadáver bonito. Vamos, que la maquilladora o maquillador del tanatorio se las ve y se las desea para dejarte guapo o guapa. Lamento haber lanzado un spoiler sin avisar pero creo que ya es hora que sepáis del sufrimiento de estos profesionales tan poco valorados.
Si bien el final siempre es el mismo la manera de llegar al mismo es muy variada y diversa. Los hay que mueren de hambre porque no tienen nada que llevarse a la boca, hecho que acontece por diversas circunstancia : cosechas echadas a perder, falta de recursos económicos, guerras, desastres medioambientales, ERTEs y otros muchos factores desencadenantes de los cuales la Humanidad ha sido pródiga desde que se arrastra por la Tierra. Digamos que son las maneras tradicionales de morir de hambre.
Otros en cambio eligen no comer motivados por prédicas extrañas o por seguir modelos retocadas por photoshop o por falta de riego sanguíneo en el cerebro. O por todo ello a la vez.
Finalmente, y no por ello menos divertido, es cuando te mueres de hambre porque quien te gobierna ha decidido exterminarte de esta manera para ahorrar en balas, campos de concentración y toda esa zarandaja que necesitas para hacer un genocidio clásico. Los recortes presupuestarios están generalmente muy mal vistos por la población y ya no digamos cuando se aplica a su propio exterminio. La de manifestaciones que ha habido frente al palacio del mandamás reclamando tiros en la nuca y la de veces en que el tirano de turno se ha tenido que asomar al balcón con lágrimas en los ojos suplicando a la población que se dejara morir de hambre, que el presupuesto del Estado no estaba para farolillos.
Debo hacer mención, ya en un apartado más específico y que solo atañe a la gente de mi pueblo, a aquellos que deciden hacer huelga de hambre de torreznos de Soria. En este punto, del que hablaré solo de pasada, deberé ponerme serio porque es de una crueldad difícil de soportar. Lo haré, porque debo hacerlo, porque ocurre y puede suceder a nuestro vecino o vecina, aunque revuelva conciencias y os deje sumido en la mayor de las tristezas. Si no os veis con capacidad para soportarlo entiendo que os saltéis la parrafada en cuestión.
Sin más dilación vamos a disfrutar de uno de los capítulos mas divertidos de este libro.
Los seres humanos pueden vivir sin comer durante unas 8 semanas pero no sobreviven más de 3 días sin agua. Respecto a lo primero esta cifra puede bailar con relativa facilidad, dependiendo de las reservas de grasa del individuo, su constitución físca y otros factores. En lo concerniente al agua los hechos son incontestables : sin agua nadie sobrevive. Cualquier proceso metabólico de nuestro cuerpo requiere agua y conlleva una pérdida de la misma. Para compensar las pérdidas de líquido a nivel celular el cerebro genera la sensación de sed. Si no bebemos comenzaremos a deshidratarnos, lo que a corto plazo provoca un fallo orgánico irreversible. Es por esta razón que las personas que acometen una huelga de hambre no dejan por ello de beber, puesto que piensan que una vez conseguido el propósito que persiguen con su acto podrán reiniciar una vida normal. En cambio si alguien decide interrumpir la ingesta de sólidos pero también de líquidos es que simplemente desea suicidarse.
Cuando dejamos de comer el cuerpo echa mano de las reservas que acumulamos. Lo primero que se utiliza, a falta de entradas por "la boca", es la glucosa. Una vez consumida, se empiezan a emplear las grasas acumuladas. Es por esta razón que la gente obesa puede sobrevivir más tiempo sin comer a no ser que se encuentren rodeados de personas en su misma condición que le empiecen a ver con cara de lechoncillo y olor a torrezno de Soria. En dicho caso es probable que caiga el primero.
El último paso, tras consumir los hidratos de carbono y las grasas, es alimentarnos de nuestras propias proteínas. Literalmente en comerse a uno mismo. Cuando las proteínas se agotan sobreviene la muerte de forma irremediable.
Ser obeso puede prolongar la agonía, - o no - pero el tiempo que tardemos en desaparecer también va a depender del grado de concienciación que tengamos a la hora de afrontar el ayuno.
Por ejemplo un preso del grupo terrorista IRA que en 1981 ayunó hasta la muerte sobrevivió un total de 73 dias (algo más de 10 semanas) lo cual sólo se explica por la implicación fanática que tomó en el proceso. Sin motivación ideológica alguna un individuo vive un máximo de ocho semanas y gracias.
Tampoco es lo mismo afrontar una huelga de hambre en buena forma física y sentado que hacerlo trabajando y con mala salud. Así mismo en un clima muy frío gran parte de las reservas de nuestro cuerpo se gastarían en mantener la temperatura del cuerpo a 36º, lo cual aceleraría sin duda alguna el fatal desenlace.
Existen muchas historias que circulan por Internet y que se refieren a gente que ha sobrevivido cien días o más sin probar bocado, o que incluso aseveran que hace años que no ingieren nada por boca. Sugieren que la energía de su cuerpo procede del sol, del aire o cosas parecidas que no se pueden comprar en el supermercado de la esquina. La verdad es que nunca se ha demostrado científicamente que ningún ser humano pueda sobrevivir sin ingerir alimentos excepto en casos muy particulares, por otra parte fáciles de explicar.
Hace años una persona afectada de obesidad mórbida estuvo sin tomar alimentos durante un año entero. Dicho individuo tenía grasa suficiente para echar mano de ella cuando lo necesitaba y además estuvo controlada médicamente en todo momento (creo que incluso pasó el tiempo de ayuno en un hospital). Así mismo se le suministraban vitaminas y otros compuestos minerales esenciales para sobrevivir sin los cuales habría adelgazado igualmente pero cuya carencia podría haber provocado serios problemas de salud. No obstante este tipo de ayuno radical es muy peligroso, sobretodo si no es posible monitorizar al paciente de forma constante, y en caso de obesidad mórbida se prefiere intervenir al individuo para reducir el tamaño del estómago o insertarle un balón gástrico.
En un caso de ayuno prolongado el órgano que más se resiente es el cerebro. De hecho gran parte de la energía que consumimos va destinada a soportar el funcionamiento del mismo. Si el cerebro carece de energía nos puede inducir a estados letárgicos o alucinatorios, síntoma inequívoco de que la muerte está próxima. Si por cualquier razón sufres un ayuno prolongado y de repente se te aparece Snoopy para cogerte de la mano y llevarte a un sitio super divertido (eso dice el muy capullo con la sonrisa dibujada en la cara del que ha empujado a posta un tapón de corcho en el interior de la botella de vino), desconfía de inmediato. Suéltate de su mano, invítale con amabilidad a que se vaya a joder a la Luna y si se tercia, pégale un mordisco. Es probable que entonces te despiertes para comprobar de forma dolorosa que te estás masticando el brazo o la pierna pero entonces ya es cosa tuya continuar el festín o dejarlo para otro rato, síntoma evidente de que hambre, lo que se dice hambre, no tenías, solo gusa o apetito.
Hay miles de pruebas, históricas y recientes, que apuntalan la idea de que la gente que no come suele morir de hambre. De hecho se puede asegurar, por la expresión facial que muestran en el momento del óbito por inanición, que incluso parece no tratarse de algo divertido. Por si fuera poco, innumerables restos arqueológicos apuntalan la idea de que varios linajes de homínidos murieron por no comer como Dios manda, si bien es cierto que otras teorías sustentan la hipótesis de que el sapiens sobrevivió a todo el resto y se hizo especie única no solo porque sabía comer, sino que también sabia comerse a otras especies humanas.
Ya que hablamos de temas científicos que conciernen al origen de la Humanidad, Churrásic Park tiene su propia teoría, por muy horrible que parezca. Según la misma todos los humanos actuales descendemos de un grupúsculo de cuñados que escaparon con vida y por los pelos de Africa hace cien mil años, concretamente de una cena de Navidad que se fue caldeando a base de fantochadas, mamarrachadas y salidas de tono. Todavía no podemos demostrarla con pruebas arqueológicas porque nos hemos gastado la pasta para excavaciones, obtenida en sucesivos crowfundings, en packs de seis cervezas de lata, pero a poco que recuperemos la verticalidad lo haremos.
A pesar de que las pruebas contra el hambre son abrumadoras, ello no ha evitado que exista una corriente del pensamiento llamada Inedia (palabra latina que significa ayuno) que clama que para el ser humano es innecesario el alimento e incluso el agua para sobrevivir, siendo suficiente alimentarse del prana, lo que para los hinduístas es la fuerza vital. Que la tenga que denominar "corriente" tiene un pase. Lo de "pensamiento" ya es mucho más discutible.
Ojalá fuera verdad y funcionara. Calculad lo que os gastáis al mes en el Mercadona y veréis que en caso de alimentaros del sol y del aire vuestra cuenta corriente os lo agradecería. Por desgracia las cosas que suenan bien no suelen funcionar.
En la prensa parecen de vez en cuando personas afirmando que viven sin comer o alimentándose con una cantidad ínfima de calorías siguiendo las pautas de la Inedia, respiracionismo o aerivorismo, como también se la conoce . No se trata de gente sin recursos o víctima de un ERTE. Lo que hacen - o mejor dicho no hacen - es por pura convicción. No suelen durar mucho. Algunos porque se dan cuenta que no pueden vivir sin sus torreznos y otros porque llegan a un final que no por advertido les deja de sorprender.
Para que alguien se convenza de que puede vivir sin comer o bien sufre algún tipo de trastorno metafísico o bien sigue a un gurú que le persuade para que haga algo fuera de toda lógica. Y ese gurú de la Inedia existe. Y es bien divertido. Se llama Ellen Greve.
Esta australiana de aspecto inusualmente lozano es la principal defensora de que el aire está lleno de una energía que puede nutrir al ser humano sin tener por ello que masticar. Ha escrito varios libros que son la Biblia de los negacionistas de la comida y ella misma asegura que lo máximo que se permite de vez en cuando - los festivos - es un sorbito de agua. De hecho, siguiendo sus método, lo ideal sería escupir la propia saliva (ya no digamos la de la parienta) porque su ingesta podría considerarse alimento.
Los australianos, que a pesar de estar todos un poco amochalados a base de vivir entre ratas gordas que saltan (kanguros) y ositos de peluche que comen eucalipto y gracias a ello poseen un aliento de fábula (koalas) y además encontrar tales aberraciones como "normales", siempre han mirado a la tal Ellen con un poco de suspicacia. Tanto es así que el programa "60 minutos" australiano le propuso, con la medio boca de risa, pasar unos días con ella para ver qué tal se desenvolvía en su ayuno perpetuo. La tía se vino arriba y aceptó. Los de 60 minutos, que eran muy cucos, se la llevaron a un hotel y tiraron el minibar por la ventana. Ni el toblerone se salvó. Ahí ya la pobre Ellen comenzó a palidecer.
El primer día más o menos lo llevó con dignidad. El segundo día había palidecido - aún más - de manera que al atardecer tenía flemas en las comisuras de los labios y empezaba a hablar con lengua pastosa. El tercer día fueron los mismos del programa los que decidieron suspender la grabación intuyendo que en breve la buena mujer iba a sufrir un síncope por falta de alimento.
¿Se retractó de lo dicho y admitió que había estado engañando a sus lectores? ¡Qué va! Para justificar lo acontecido indicó que el aire de ciudad "no era lo suficientemente nutritivo" (sic) y por eso había tenido problemas de salud. Quedó claro para sus seguidores que no es lo mismo subirte a una montaña o estar en medio de un bosque y dar una buena bocanada de aire puro que caminar por las contaminadas calles de Sydney. Vamos, que como te pases de inhalar aire puro al final engordas.
Sea lo que sea, que son persuasivos, que saben escapar dialécticamente de cualquier trampa lógica que se les tienda, estos charlatanes siempre se salen con la suya. Ellen Greve sigue vendiendo libros como churros y de momento cuatro seguidores de su teoría pseudocientífica están criando malvas gracias a ella, al menos que se sepa.
Las teorías de la australiana no se generan de la nada. Hay una larguísima lista de ayunantes voluntarios que se remontan al alba de la Historia. La gran diferencia con Ellen Greve es que los profetas pretéritos del ayuno solían entroncar sus prédicas con la religión, lo que daba más empaque y solidez a la propuesta. No es lo mismo sugerir que te des un hartón de aire, que te lo puedes tomar a chufa, que imponer el ayuno de carne durante la Cuaresma con un poco de tortura patrocinada gentilmente por la Santa Inquisición.
En casi todas las religiones suele existir una asociación entre los alimentos y el pecado de manera que el ayuno sería una manera de expiar los mismos. Ya desde los inicios del cristianismo o el islam hubo santones, sufíes, profetas o ermitaños que hacían del hambre una manera de conectar con su yo interior o con la Divinidad. Y aún mucho antes se sabe de griegos de la antigüedad que despreciaban la comida abrazando el ascetismo. Es obvio que estos últimos no trataban de conectar con su dioses, la mayoría de los cuales parecían cuñados, pero a falta de referentes morales en la religión era la Filosofía la que suministraba una razón para no comer. Cínicos y Estoicos abogaban por la frugalidad en contraposición a los Epicúreos que defendían todo lo contrario.
La India, cuna del hinduísmo, budismo y otras grandes religiones ha proporcionado desde la más remota antigüedad una buena colección de santones, fakires y yoguis que anteponen su espiritualidad a las necesidades carnales. Algunas sectas monásticas de la zona practican - o al menos practicaban - una especie de embalsamamiento en vida de sus integrantes que consistía en la paulatina disminución de la ingesta de alimentos y agua para que, llegada la muerte de forma natural o inducida por el proceso, el cuerpo se mantuviera incorrupto por su misma sequedad. Naturalmente todo este divertido happening adobado con dosis a raudales de meditación para alcanzar estadios superiores de la existencia.
No solo el ayuno es popular en las religiones orientales. La Iglesia Católica es también pródiga en beatos y santos entre cuyos dones estaba el de no comer. Pero de entre todos ellos destaca Teresa Newmann. Esta alemana de Baviera, de extrema religiosidad, pasó cuarenta años de su vida sin alimentarse mas que de la hostia consagrada. Aparte de ese apreciable don - muy criticado por Mercadona - sufría estigmas además de visiones que en diversas ocasiones la curaron de la ceguera y la paraplejia. En vida fue una persona muy respetada y hasta se atrevió a plantar cara al nazismo lo cual, fuera farsante o beata, no deja de tener bemoles.
El yogui indio Paramahansa Yogananda la visitó, lo cual fue aprovechado por Teresa para transmitirle que su misión en la Tierra era enseñar que el ser humano no necesita alimentos para sobrevivir. Puede que Yogananda no os suene de nada pero es de capital importancia en la historia de la espiritualidad. Si hoy os ponéis mallas y frivolizáis practicando yoga como quien hace sentadillas, es gracias a este señor, el primero que popularizó esta práctica de introspección espiritual en Occidente. Entre sus discípulos se encontraba gente tan respetable como Tagore o Gandhi, otro gran ayunante.
La Iglesia Católica tiene una relación ambigua con Newmann. Reconoce que algo hubo y a las pruebas se remite. En 1940 rechazó la cartilla de racionamiento alegando que no necesitaba comida para sobrevivir y que se sepa nadie jamás la pilló consumiendo alimentos, dos pruebas fehacientes de que comilona no era. En 1927 fue evaluada y vigilada durante varias semanas por el obispado de Ratisbona. El resultado fue el mismo: aparte de la hostia consagrada no consumió ningún otro alimento y a diferencia de Ellen Greve, su salud no se deterioró ni padeció siquiera deshidratación. Pero en 1928 fue evaluada por una comisión de teólogos que dictaminaron que no podían indicar que los estigmas que mostraba fueran debidos a la intervención divina. Así que todo quedó en el aire.
Nada más fallecer en 1962 se inició el proceso de beatificación, el cual no acabó de cuajar hasta 2004, cuando fue declarada Sierva de Dios. Fue entonces cuando el proceso de beatificación se reactivó de manera más formal.
De Yogananda se explica una historia también ligada presuntamente a su espiritualidad. Cuando falleció en 1952 en los Estados Unidos se certificó que tras veinte días su cuerpo permanecía incorrupto, lo cual al encargado del cementerio le pareció oportuno señalar por extraordinario. Misticismo, condiciones ambientales propicias, ayuno controlado, llamadlo o creed lo que más os apetezca.
Desde Newmann ha habido muchos que han proclamado que no consumen alimento alguno pero ninguno ha pasado la prueba del algodón, esto es, ser vigilados durante un periodo de tiempo apreciable. De hecho, Teresa es la única persona de la que se puede afirmar que al menos durante los periodos de vigilancia no consumió alimento alguno sin que ello hiciera mella en sus condiciones físicas.
No deja de ser curioso pensar en la relación existente entre estos grandes ayunadores del pasado con los actuales, ya sea por seguir a un gurú pirado o bien por otras motivaciones igual de absurdas.
Así los jóvenes que sufren anorexia o bulimia tratan de imitar modelos (deportistas, artistas o similares) que a menudo son retocadas por medio de photoshop. Tratando de alcanzar lo inalcanzable, por imposible e inventado, llegan a tener problemas mentales por considerarse siempre lejos de un canon estético que han idealizado.
Este tema de la anorexia, bulimina o vigorexia, es demasiado serio para ser tratado en este libro pero basta googlear dichos términos para recibir listados que alternan páginas sobre problemas mentales relacionados con la alimentación con otras que muestran a personas cadavéricas a las cuales ensalzan como un hito altamente deseable. En resumen, ahora la Religión se sustituye por la Estética y en quince segundos de tiktok se condensa una filosofía que ya no es que sea epicúrea, es que es simplemente vacía.
No parece probable que estos propulsores del ayuno voluntario tuvieran una especial aversión a la cocina. Es más, algunos de ellos es seguro que no la pisaran jamás, sintiendo hacia la misma esa indiferencia con la que algunos miramos la ducha.
Luego está el ayuno que no es voluntario y que además viene impuesto por las más altas esferas. Desde mi punto de vista, el más relajante. Es que te lo dan todo hecho. ¿Que quieres de cenar? Pues nada, porque nada hay. Porque las tropas del Rey han asolado nuestros campos y hace semanas que nos comimos a los niños. Ni ir al supermercado, ni preocuparse porque entren los ratones en la despensa, ni por saber a qué se debe el dolorcillo impertinente que sientes en el estómago, ni comprar papel higiénico porque no hay nada que evacuar.
Antes de que apareciera la agricultura el ser humano vagaba por el Mundo cazando y recolectando lo que la tierra le daba. A menudo se iban a la cama con el estómago vacío lo cual les conminaba a cambiar el lugar donde residían a la búsqueda de mejores oportunidades y sobretodo les libraba de estar bajo dominio del primer mindundi que se declarara señor de las tierras que ocupaban. Nadie puede fundar un estado o declararse rey de una población nómada que se pira a la mínima que les toques las narices.
Luego vino algún imbécil iluminado que hizo la gran cagada de pensar que cultivando las semillas que antes recolectaba y metiendo en un cercado los animales que antes cazaba era un gran avance. Así el ser humano, atado a un lugar, dejó que cuatro matones le empezaran a decir qué tenía que hacer por temor a perder cosechas y ganados que solo se le permitía mantener porque al gobernante de turno le interesaba el beneficio que podía obtener de dichos bienes. Cuando al Rey le interesaba hacerse con todo le bastaba con despojar a los campesinos de sus escasos bienes materiales y estos no tenían otro remedio que morirse de hambre. A esto se le llama IRPF.
La hambruna, como arma política de represión hacia los súbditos o usada en contra del enemigo (curiosamente a menudo súbditos y enemigos han sido conceptos intercambiables), ha sido ampliamente usada por los poderes políticos desde la aparición de la agricultura hasta la actualidad. ¿Cómo se controla a una población rebelde? Si tengo los graneros llenos basta con quemarles las cosechas y si los tengo vacíos los lleno con vuestras cosechas dejando que os comáis los rastrojos sobrantes. El hambre es muy mala y modula las voluntades mucho mejor que lanzando el ejército en contra.
Una táctica genial para poner las cosas difíciles al enemigo consiste en la llamada "Tierra quemada". Cuando no te queda otro remedio que replegarte ante el avance de un ejército enemigo que penetra en tu territorio y ante el cual no puedes enfrentarte por debilidad, lo mejor es quemar la tierra, arrasar las cosechas y envenenar los pozos para que se mueran de sed y de hambre.
En aquellas épocas en que los ejércitos se aprovisionaban del terreno que conquistaban era un problema encontrarse la tierra yerma y las aguas empozoñadas. Esta táctica se empleó en las guerras entre atenienses y espartanos, durante la guerra de los treinta años (dejando la actual Alemania más arrasada que la superficie de la luna) y en la defensa de Rusia ante el avance de las tropas napoleónicas.
Aparte de la devastación del terreno, fueron los campesinos los que más sufrieron, tanto a manos de su propio gobierno como de los invasores que la emprendían a mandobles buscando unas provisiones que ya no existían. Por fortuna esto ya no pasa. La logística y la rapidez con que los ejércitos avanzan hacen inútil esta táctica, aparte de que los gobiernos han aprendido a proteger a sus súbditos y no a esquilmarlos.
Tomemos como ejemplo la situación pandémica actual, pensando en el coronavirus como si fuera un ejército invasor. Habéis perdido los trabajos, vuestras empresas, vuestros ingresos. El Gobierno reacciona y os protege con una exacción impositiva total, abonando los ingresos perdidos y procurando por todos los medios que os lleguen las vacunas antes que a los mismos gobernantes. Lo que se dice una lucha frontal desde el minuto cero y el kilómetro cero...¿eh?...vaaaleeee...sí...ajá..ya veo...Me soplan que tal vez no he estado del todo ajustado a realidad en mis últimas afirmaciones. Que tal vez es todo un poco al revés pero bueno, esto es un libro de humor, ¿o no?
Otros genocidios alimenticios se produjeron sin que mediaran guerras ni invasores.
A mediados del siglo XIX la totalidad de la isla de Irlanda formaba parte del Reino Unido. Muchos irlandeses vivían prácticamente en servidumbre trabajando en los grandes latifundios propiedad de los aristócratas ingleses. El cultivo principal era el trigo que se exportaba a Inglaterra mientras que los nativos sobrevivían con hortalizas y sobretodo con patatas, cultivo importado de América y que soportaba muy bien el exceso de humedad y el frío de la isla. De hecho la patata resolvió el problema endémico del hambre en Europa.
Lamentablemente por aquel entonces se desató una epidemia que pronto acabó con toda la producción del tubérculo. Para más cachondeo los campos estaban rebosantes de trigo pero los irlandeses no podían recolectarlos para uso propio ya que pertenecía a los ingleses y estos no lo cedieron a pesar de ser conscientes de la hambruna de los campesinos. Muchos se vieron conminados a morir de hambre o emigrar. En pocos años Irlanda perdió un cuarto de la población bien porque eligieron quedarse y morir o bien vivir y emigrar sobretodo a los Estados Unidos, Australia y Argentina.
La Gran Hambruna Irlandesa tuvo un efecto devastador y aún hoy el país no ha recuperado la población que poseía antes de 1850. En apenas un par de años perdió casi 2 millones de habitantes y aún en el año 2000 la población continuaba por debajo de los niveles de 1800. Por si os preocupa el tema, que imagino que sí, los ingleses no sufrieron ninguna merma en su alimentación.
Gracias a esta hambruna algunas zonas de los Estados Unidos han recibido una fuerte influencia irlandesa, celebrándose San Patricio casi como si fuera una fiesta nacional. Hollywood no sería lo mismo sin los rocosos personajes irlandeses que lo pueblan desde sus inicios y tampoco podrían preguntar los periodistas a Saoirse Ronan cómo leches se pronuncia su nombre cada vez que se pone a tiro ¿Venganza de los ingleses por ser los irlandeses rebeldes y pelirrojos? ¿Venganza de las patatas? ¿Venganza de Saoirse Ronan?
Hasta el siglo XIX lo ocurrido en Irlanda era una hambruna, una de tantas ocurridas en Europa desde que el ser humano habita el continente. Se podría decir que si los ingleses hubieran sido más empáticos los irlandeses no habrían pasado hambre pero, en general, no se puede decir que planearan lo ocurrido.
A principios de los años 30 del siglo pasado se inició la colectivización forzosa de todas las repúblicas que formaban la Unión Soviética. Esto significaba que los pequeños campesinos, propietarios de las tierras que cultivaban, debían integrarse en granjas colectivizadas como simples trabajadores.
Hubo una feroz resistencia a este mandato, sobretodo en Ucrania, lo cual provocó a su vez una terrible represión por parte del partido comunista. No solo hubo asesinatos y deportaciones a Siberia, sino que también se procedió a requisar, destruir o envenenar todos los alimentos de los que disponía la población. Esto provocó una hambruna que diezmó la población. Se calcula que murieron alrededor de 1,5 millones de ucranianos de hambre, dándose la paradoja que había alimentos suficientes para alimentar el doble de la población total existente. La gente moría por las calles e incluso se dieron casos de canibalismo. Años más tarde se creó la palabra "genocidio" para definir la destrucción sistemática y planificada de los pueblos, tanto física como culturalmente. Hasta ese momento no sabemos muy bien como se nombraba a estas calamidades.
Aunque la mayoría asociamos el término con los crímenes cometidos por los nazis, lo cierto es que diseñar un plan de exterminio basado en el hambre, tal y como hizo Stalin, entra de lleno en la definición de base. Así como el exterminio nazi de judíos, gitanos, homosexuales, comunistas y en general de cualquier grupo étnico, político o social que no les gustara se conoce como Holocausto, para referirse al practicado en Ucrania se utiliza la palabra Holodomor, que incluso de más miedo, pero que simplemente significa "hambruna".
Es probable que el Holodomor no te suene porque en general los crímenes que practica la izquierda en países dictatoriales cuenta con el silencio cómplice de la izquierda de los países democráticos, incluso con su beneplácito o justificación absurda. Los negacionistas del Holodomor a menudo indican que fueron las malas cosechas las que causaron realmente la muerte de tantos ucranianos pero claro, también hay descerebrados que alegan que las duchas de los nazis eran solo eso, duchas.
No hay que volver muy atrás en el tiempo para encontrar hambrunas programadas por el Estado para cargarse a su propia ciudadanía. Los genocidios son como las bolsas de chuches o de chetos : cuando pruebas a hacer uno es que ya no puedes parar.
A mediados de los 90 del siglo pasado una serie de lluvias torrenciales se cargaron los sistemas de regadío empleados en Corea del Norte para el cultivo de arroz, arruinando además los graneros donde se almacenaba. Esto se tradujo de inmediato en una terrible escasez de alimentos que provocó de manera oficial alrededor de 220.000 fallecimientos pero que muchos multiplican por diez para acercarse a la cifra real.
¿Es la lluvia un elemento genocida? Desde luego que no. Puede pasar en cualquier lugar, pero dado el hermetismo del régimen dictatorial norcoreano el problema se minimizó y ocultó cuando de haber solicitado ayuda internacional a tiempo se habría solventado con muchas menos muertes. Lo mismo ocurrió con anterioridad en diversos países africanos y la comunidad internacional acudió rauda en su ayuda. Recordad a Bob Geldof y la hambruna etiope, por ejemplo. Y eso que años antes había cantado la perversa “I don’t like mondays”. Vivir para ver.
Debido a la negación de los hechos muchos coreanos se vieron abocados a huir hacia China. La gran mayoría fueron detenidos en la frontera y llevados a campos de reeducación (eufemístico apelativo para un campo de concentración y/o exterminio) y los que llegaron al país vecino se vieron hostigados por las autoridades o, en el peor de los casos, llevados de vuelta a Corea con el mismo destino de exterminio y desaparición. Así el régimen comunista convirtió a los hambrientos en enemigos del pueblo lo cual, bien mirado, es una pirueta macabra que habrían aplaudido Stalin y Hitler.
Como en todo genocidio que se precie basado en la hambruna, la gente moría por la calle, hubo casos de secuestro y asesinato de niños por canibalismo y hasta se desenterraban cadáveres con la misma finalidad. No culpo a los caníbales. El hambre es muy mala, turba las mentes con suma facilidad y donde dije digo digo Diego. O sea, donde ahora ves al vecino mañana puedes ver un solomillo bien hecho.
Hasta aquí la parte más ligera del capítulo. Ahora vamos a pasar a describir, de la manera más amena y divertida posible, qué ocurre a nivel físico cuando dejas de comer ya sea porque estás haciendo huelga de hambre, porque practicas un ayuno según te ordena la única neurona que posee tu sistema cerebral o porque tu gobierno te ha programado una hambruna genocida.
También es posible que en el momento de leer esto te encuentres atrapado en una oquedad bajo los escombros de tu edificio, ya sea porque ha colapsado debido a una mala práctica del binomio arquitecto-constructor o porque se ha producido un terremoto y el perrete que trata de localizarte te ha mirado desde una rendija y ha pensado que él ahí no se mete, que por pienso seco y una lata de carne de buey de Compy al mes que baje Rita la Cantaora. Es el momento de saber qué va a ocurrirte hasta el momento en que viertan mortero encima tuyo para reconstruir tu edificio, ya sin ti en ese caso. Al menos no en forma reconstituida de psique y soma.
Los dos primeros días de abstinencia forzada o voluntaria consumimos la glucosa circulante y la almacenada en el hígado y los músculos. Al quinto día la glucosa se ha ido a tomar viento y empezamos a utilizar la grasa de nuestro cuerpo. Con esta reserva podemos sobrevivir un mes y medio, dependiendo de cuánta grasa acumulemos. Si has ido mucho al gimnasio o estás hecha o hecho un figurín probablemente podrás tirar veinte días a lo sumo. Me gustaría darte un horizonte de esperanza más largo pero no es posible : por una vez los gordos presentan una ventaja evolutiva que les permite disfrutar de una agonía más prolongada.
Tras el agotamiento de la grasa empieza un proceso de autofagia en que empezamos a consumir la proteína muscular. Por si has pasado por encima de la palabra autofagía con aséptica indiferencia te la explico en detalle : te empiezas a comer a ti mismo. Podría haber dicho autocanibalismo pero prefiero que te vayas al otro barrio masticando una palabra culta, que alimenta mucho más. Es en ese momento cuando ya empiezas a dar asquito. Te quedas en los huesos, no puedes hablar y estás muy apático, aburriendo bastante a los que te rodean, sobretodo cuando caes inconsciente, cosa que ocurre a menudo. A partir de ahí el fatídico final se produce por fallo cardíaco, de los riñones o cerebral y a veces, aunque te arrepientas del ayuno voluntario, volver al estado de salud previo puede no ser posible dado el deterioro que se produce en tu organismo. Si el ayuno no es voluntario si no sobrevenido pues eso, bon voyage.
Las hambrunas orquestadas por los Estados son bastante eficaces y tus posibilidades de sobrevivir a ellas son muy limitadas. Por una vez hacen algo a conciencia y con inesperada eficacia. Si piensas que en breve lloverán panes o peces o que se arrepentirán de matar a sus súbditos para distribuir carne y pan y con ello te salvarás significa que ya has entrado en la fase alucinatoria, lo cual es siempre anticipatorio del gran catapultazo hacia al Más Allá.
En mi pueblo no se han dado, de momento, hambrunas genocidas ni ayunos forzados por catástrofes naturales o por problemas económicos. Llamadlo suerte, llamadlo expediciones de rapiña en las poblaciones circundantes, llamadlo como queráis. En cambio sí se da un tipo muy grave de ayuno que voy a detallar con el corazón encogido.
Hay en mi pueblo algunos individuos que por razones aún no muy claras, deciden suspender ad eternum la ingesta de torreznos de Soria. Les llamamos "los indiferentes" y pueden darse en cualquier familia, sin causa desencadenante ni diagnóstico claro. De repente un día dejan de comer torreznos alegando que "no les apetece". Y eso en mi pueblo es grave porque los bebés chupan torreznos y no chupete, la gente va con un torrezno prendido en la oreja como si fuera un lápiz de albañil, se celebran seis festividades relacionadas con el torrezno y el traje regional de nuestras mozas se remata con una peineta íntegramente labrada en torreznos.
La verdad es que por el hecho de prescindir de los torreznos dichos individuos no presentan diferencias físicas o de comportamiento diferentes de los nuestros, pero su presencia resulta chocante con sus cuerpos esbeltos y las camisas inmaculadas carentes de lamparones de grasa. Se les ve felices, y eso jode.
Recuerdo que de pequeño veía pasar a alguno de esos por la plaza del pueblo y todos los niños dejábamos de chutar el balón de torreznos para mirarlos con una mezcla de incomprensión y extrañeza. Eran como seres de otro planeta.
Un día, tomando valor, me acerqué a un Indiferente que sentado en el bar de la plaza tomaba una Mirinda. Le pregunté si era verdad que no comía torreznos y con la mayor tranquilidad me aseguró que así era. Para acabar de rematarme apostilló que tampoco comía carne, con lo cual mi mundo infantil de verdades incontestables colapsó por completo. Luego siguió hablando sin parar sobre las bondades de las frutas y verduras, del daño que estaba causando en mi cerebro las grasas animales. Me senté alucinado en el suelo a escucharle con atención mientras chupaba la pastilla de mantequilla que mi madre me daba para merendar. Fue entonces cuando escuché por primera vez palabras como "verdura", "fruta","vegano", "espigadores", "friganos", "macrobiótica", "gimnasio" y "ateromatosis aórtica".
Llegué a casa cabizbajo, me tomé la cena de panceta, chicharrones y de postre espuma de chistorra y directo a la cama, sin decir palabra. Mi madre se quedó preocupada y acudió a mi habitación a ver lo que me ocurría. Le expliqué la conversación que había mantenido con el Indiferente. Que tenía miedo por mi salud. Ella me abrazó calmando mis miedos. Me dijo que no me preocupara, que nada de aquello era verdad y que de ser verdad nadie viviría hasta los cuarenta años como así ocurría con los más viejos del pueblo. Me leyó el cuento de los tres cerditos que se comían al lobo y el de Hansel y Gretel, los hermanos que canibalizaban a la bondadosa brujita del bosque. Luego se restregó los brazos y con el sebo obtenido me hizo una bonita vela que encendió para que no tuviera miedo en la oscuridad. En cuanto salió de la habitación la apagué para que no se consumiera. Aún conservo aquella candela, con sus volutas de colores y su representación tridimensional del cuadro de la Rendición de Breda. Y mientras el sopor me invadía me preguntaba por qué había gente tan malvada que atemorizaba a los niños con su aspecto saludable y su Paraiso prometido imposible de brócoli y coles de Bruselas.