Capítulo 12º : ¿Por qué no nos comemos a los niños?
“Cuando tengo hambre siempre sueño con pies de cerdo a la brasa con fresas, salsa chimichurri y una onza de chocolate”
Pol Pot, genocida camboyano
Extraído de “Recetas imaginadas por borderlines”, 1999, Editorial Avecedario para Hasnos, Buenos Aires-México-Saigón
Voy a romper un tabú. Es necesario y terapéutico : el ser humano ha comido niños en tiempos pretéritos. Esa forma de canibalismo, a lo Teresa Rabal, la hemos enterrado, reprimido en el subconsciente de nuestra especie pero aflora de vez en cuando camuflada en expresiones de apariencia inocente, en cuentos tradicionales o cuando aparece una hambruna de la hostia.
Me suelo estremecer cuando escucho en los parques públicos a unos progenitores persiguiendo a un bebé que inicia sus primeros pasos gritando entre risas aquello de "si te pillo te como". O cuando una madre repite "ay que te como, ay que te como" mientras sopla en la barriguita de su risueño hijo. La gente que contempla la escena suele sonreír complacida ante el milagro de la maternidad pero yo no dejo de ver una escena cinegética.
Vale, me podéis decir que es "solo" una expresión y tenéis razón. También oigo a los vecinos a través del tabique decir aquello de "te lo voy a comer to'" pero al tratarse de dos adultos mi preocupación es mucho menor. Es más, en lo más profundo de mi ser deseo que uno se coma a otro para dejar de escuchar el rechinar del colchón de muelles, con lo fácil que es disponer de uno viscoelástico en la actualidad.
La antropofagia prehistórica más documentada que existe procede del yacimiento de Atapuerca, en España. Hace 800.000 años un grupo de unos 10 homínidos, todos ellos niños y niñas de corta edad, fueron devorados por sus congéneres.
No se sabe mucho sobre las circunstancias de aquella merienda infantil. Puede que fueran niños de un grupo rival capturados en alguna razzia, o los niños de los vecinos, de esos que patean el techo de tu piso durante doce horas portando botas katiuskas, a los progenitores de los cuales has deseado la esterilización profiláctica más de una vez.
Lo cierto es aquellos niños del paleolítico fueron devorados y que no hay duda de ello gracias a las marcas que los cuchillos de piedra dejaron en los huesos. Comerse a los niños parece algo bastante estúpido cuando tratas de perpetuar la especie, así que solo se justifica por un tema cultural - así lo explican los arqueólogos que dirigen las excavaciones de Atapuerca - aunque puede ser, esto ya como comentario propio, que los niños son mucho más tiernos que los adultos. Ya puestos a hincar el diente que sea en carne jugosa.
Lo cierto es que esta antropofagia infantil fue poco a poco desterrada. Es posible que alguien - una autoridad o chamán de la tribu - ofreciera al populacho la opción de comer criaturas de otras especies, lo cual también es estúpido pero mejor es eso que ir a buscar a los niños a la escuela y que te salga la profesora con cara de culpable y una servilleta sucia anudada al cuello. Digo estúpida porque dejar crecer hasta la edad adulta a un lechazo permitiría extraerle más cantidad de carne y en el caso de la ternera, hasta leche. En cualquier caso las élites se reservaron el derecho a sacrificar y hasta consumir infantes mientras iban reprimiendo al pueblo diciéndoles que "están malos" o "no te vayas a creer, que te dejan un saborcillo que no merece la pena". Así, miles y miles de año de machaque fueron conformando el tabú entre el pueblo mientras los de arriba se ponían las botas. Hay innumerables referencias a sacrificios infantiles en toda la antigüedad, desde las culturas del Creciente Fértil hasta las Precolombinas. Los infantes ofrecidos a los dioses y ya puestos, a la clase sacerdotal y los tiranos, por no hacer un feo.
Si nos fijamos en las crías de los animales más primitivos - peces, anfibios y reptiles - nos daremos cuenta que nacen con el mismo aspecto de sus progenitores y en cuanto eclosionan los huevos se ponen a resguardo, no vayan a convertirse en el desayuno de los papis. Las crías del dragón de Komodo nada mas romper el cascarón se suben al primer árbol que encuentran y allí se pasan unos años hasta que se hacen lo suficientemente grandes para ser ellos los que se coman a quienes los engendraron.
El ser humano nace demasiado desvalido para salir por patas nada más nacer. Debe confiar en que no le van a comer y esa confianza, como hemos visto, a menudo queda defraudada. Pero aún así la evolución es sabia y ha dotado a los niños de mecanismos que inconscientemente les protegen. En primer lugar la proporción de la cabeza con respecto al cuerpo es mucho mayor que en los adultos, al igual que ocurre con los ojos. En esto los bebés se parecen a los koalas, los pandas y los niños dibujados en los comics manga. ¿Quién sería capaz de comerse un koala, un panda o un niño de manga? Es que es imposible. Ni en la medicina tradicional china, donde se comen cualquier cosa, ha conseguido hacer del panda un bicho apto para su farmacopea.
Muchos niños desarrollan otras tácticas de autodefensa que les protegen de un mundo adulto antropófago. A menudo cuando empieza a aparecer la dentición se lanzan a morder a poco que les ofrezcas los dedos, las manos o la nariz. Bocados hecho con tal ansia y fiereza que inconscientemente te hacen pensar que querer convertirlos en solomillo entrañaría más peligro que tratar de lavarse los bajos en un bidet donde nada una piraña.
A medida que el niño crece esa proporción anatómica se va acercando a la que exhiben los adultos y es aquello que se suele decir "cuando eras pequeño estabas para comerte y ahora que eres mayor me pregunto por qué no lo hice", que es más o menos la pulsión no reprimida que tuvieron aquellos salvajes de Atapuerca.
Cuando ya son adolescentes los niños se desprenden de las características físicas que los hacían adorables, afilan la lengua y se vuelven respondones, con lo que te crean una crisis de autoestima que te hace imposible pensar siquiera en mordisquearlos. Es que no puedes. Y no porque esté aparentemente prohibido (y digo esto alzando los brazos para entrecomillar la palabra "aparentemente") si no porque lo que de verdad temes es que sea él quien te coma a ti, dialécticamente hablando. Siempre tienen algo que reprochar a poco que rasques la piel tan fina que tienen. Como cuando te lanzan aquel demoledor "yo no pedí venir a este Mundo" que te pone en el rincón de pensar para el resto de la jornada.
Luego ya llegan a la edad adulta y como los dragones de Komodo se bajan del árbol y van a por ti. Así un día te encuentras con una bolsa de deporte con tres mudas y una radio sin pilas asegurando a la cuidadora que tienes un piso y que no quieres estar allí, que te vales bien por ti mismo. Y la chica, super simpática, sin hacer ni puto caso de lo que alegas, hablándote a grito pelado que ya verás que bien te lo pasas y cuántos amiguitos vas a hacer en la residencia.
Es el día en que sientes la venganza que planearon durante sus primeros años de vida. Lo único que te reconforta es pensar que con tus nietos la historia se repetirá. Siempre se repite a menos que, ya sabéis, alguien tome la expresión por su literalidad, los hermanos Grimm revivan o aparezca una gran hambruna.
Puedes pensar que todo esto del canibalismo infantil es una derrapada mental de este libro pero déjame que te recuerde que comes lechazo y cochinillo (criaturitas a fin de cuentas del reino animal), y aunque te declaras vegano, de igual forma te pirran las zanahorias y las alcachofas “baby” y tampoco haces ascos a los pepinillos, que no son mas que pepinos inmaduros a los que has cortado de raíz y a mordiscos su proyecto de vida.
Reflexiona y medita sobre ello. Hala, ya puedes pasar al siguiente capítulo, caníbal.