Capítulo 4º : Los Alimentos
“Creo que todas las mujeres deberían tener un soplete”
Julia Child, divulgadora gastronómica
Del libro “Recopilación de aforismos gastronómicos incomprensibles”, Merkus Rabbit, 1997, Editorial La Buena Hostia, Roma-Las Alpujarras
En este capítulo vamos a hacer un repaso, lo más científico posible, de los alimentos más importantes que han marcado el devenir de los humanos. Porque conocer el enemigo es indispensable antes de vencerlo.
Reconozco que hay muchos más alimentos de los que he detallado. Podría decir que la extensión del libro sería excesiva si los incluyera todos pero sería faltar a la verdad. La verdad es que ha sido por pereza, vagancia y dejadez.
La Patata
La patata es un tubérculo amorfo, de aspecto poco atractivo, cuyo origen se remonta a las civilizaciones precolombinas de los Andes. En Perú, que yo sepa, hay cientos de tipos de patata, muchas más de las que encontramos en los supermercados españoles. Hay tantas clases que cuando llevas a un peruano al supermercado y te pregunta por la estantería de "papas" le da la risa tonta cuando ve que solo disponemos de dos o tres tipos diferentes.
Para pegarle un bocado a una patata hay que tener mucha hambre. Ahora ya sabemos que se puede cocer, freír o hacer en puré, pero el primero que le hincó el diente no las tenía todas consigo. Más aún si pensamos que contiene un tóxico de color verdoso localizado justo debajo de la piel llamado solanina. No sabemos, porque no han quedado restos arqueológicos de un hombre dándole un bocado a una patata para morir sepultado de inmediato bajo capas de fango o turba, si el primer contacto con el tubérculo fue con o sin piel. Si fue con piel y el tipo o tipa se medio intoxicó aún más mérito haber seguido ingiriendo patatas.
De hecho los primeros europeos que conocieron la planta la utilizaron hasta el siglo XVII solo con carácter ornamental puesto que la consideraban venenosa para el ser humano.
A finales del siglo XVII diversos botánicos y médicos empezaron a fomentar el consumo de patata como un excelente remedio de la hambruna. La patata es saciante y además aporta vitamina C, de la que estaba muy falta la población del norte de Europa. Pero claro, lo que digan los científicos suena como a pajaritos. Hasta que llegó el rey de Prusia y obligó por sus cojones a los campesinos de su reino a cultivar y comer patatas. Debió de ser un shock tremendo porque hasta esa orden taxativa las patatas se daban como alimento a los animales. Imaginad que de repente os obligan a comer el pienso de vuestro perrete. Pues eso, metafísicamente complicado.
La patata, tal cual, es una mierda. Para qué engañarnos. Le pegas un bocado cruda, aún simplemente cocida, y te acuerdas de la madre del rey de Prusia de inmediato. Pero como comer hay que comer, la imaginación del ser humano la ha preparado de tantas formas que hasta parece que están buenas.
Te puedes comer una patata cocida monda y lironda e irte a la cama muerto de asco o prepararte unas sublimes patatas fritas o una celestial tortilla de patatas. Mismo ingrediente, resultados totalmente antagónicos. No descarto, vista la historia de la patata, que en un futuro alguien nos obligue a comer mierda y encontremos mil maneras de prepararla.
Mi abuela sentía una especial inquina por las patatas holandesas. Cuando cocía un puñado de ellas o las freía en la sartén y no salían a su gusto achacaba el fracaso al hecho de que importaban el tubérculo de los Países Bajos. Lo paradójico del caso es que no había ninguna prueba que le confirmara que el producto llegaba de Holanda. La vendedora del mercado lo negaba y no había etiqueta alguna que indicara la procedencia pero para mi abuela no había mayor prueba que el fracaso de sus cocciones. Es más, según ella las patatas eran antiguas, de cosechas pretéritas. Los taimados holandeses las congelaba para luego enviarlas a España y mientras duraba el viaje se iban descongelando en el camión. Según ella tal proceder con las patatas las volvía resabiadas, como los toros que llegan al ruedo tras ser previamente toreados. Una patata que había sido congelada y luego te la servían como fresca era un tubérculo que se vengaba jodiéndote la receta. No cabía otra posibilidad. "¿Dónde estaban las patatas españolas?" se quejaba amargamente a quien quisiera escucharla.
Recuerdo aquellos resoplidos que emanaban de la cocina cuando tras horas de cocción las patatas seguían igual de duras que cuando habían salido del saco. Las lentejas ya estaban disueltas, el agua se había evaporado, pero a pesar de ello las patatas seguían allí, incólumes, desafiando con su burla holandesa las más elementales leyes de la Física.
Un día nos anunció que aquella noche se iba a cocer una patatica con cebolla para cenar. Contuvimos la respiración, se avecinaba tormenta. En efecto, la "patatica" en cuestión era de armas tomar. Tras una hora de meneos entre burbujas no era posible siquiera raspar un poco de la superficie. Aquel día, por una cuestión de pundonor, mi abuela decidió que era la patata o era ella. En lugar de lanzarla a la basura, como siempre hacía cuando se obstinaban en permancer duras, quiso forzar la situación hasta un "breaking-point" que le permitiera deducir cuándo el resabiado tubérculo se daba por vencido. Se pasó la noche despierta, vertiendo agua cuando la patata corría el riesgo de quedar al raso de la noche. Nada. Tras ocho horas de brutal batalla la patata seguía igual que al principio de la contienda. Mi abuela, necesitada de sueño pero muy lejos de darse por vencida, la trasvasó a una olla mayor, bajó el fuego al mínimo y se fue a dormir, segura que al despertar se habría obrado el milagro.
Pasaron 24 horas, dos días, tres, una semana. Allí seguía, bailando al ritmo que marcaban las burbujas, asomando la cabecita de vez en cuando como si nos quisiera decir algo, hundiéndose brevemente cuando suponíamos que se retiraba a descansar. La cazuela se mantenía encendida día y noche, arrinconada en una esquina de los fogones de gas mientras en el resto seguíamos la vida normal de fritos, cocidos y empanados.
A la octava semana mi abuela, que siempre se iba a la cama con la esperanza de levantarse a la mañana siguiente con la patata desmenuzada, empezó a perder el optimismo. Media año más tarde tuvimos que celebrar una reunión familiar para decidir qué hacíamos con el tubérculo. Unos abogaban por tirarlo a la basura pero otros, que le habíamos tomado cariño, conseguimos evitarlo. Le llegamos a poner nombre y eso irritó mucho a los que pedían pasar página porque según ellos dándole un nombre no podías evitar tomarle cariño. Hasta compramos un infiernillo para que pudiera estar en el comedor con nosotros y así que viera la tele.
Tres años más tarde, tras varios metros cúbicos de gas y agua gastados en su baño, escuchamos un crack que procedía de la cocina. Nos asomamos a la cazuela y en efecto, de la patata se había desprendido un fragmento diminuto que giraba alrededor de ella como si fuera un satélite que orbitara en el horizonte de un planeta. A mi abuela casi le dio un síncope de pensar que había conseguido su objetivo. Nada más lejos de la realidad. Ambos fragmentos seguían igual de duros y razonamos que tras años de mantenerse en agua hirviendo la patata había adquirido energía suficiente para que una parte de ella se pudiera emancipar.
A los nueve años nos dimos cuenta que ya tenía edad para celebrar la Primera Comunión. La llevamos a la Iglesia no sin antes discutir si debíamos vestirla de marinerito o de novia virginal. El cura nos miró pero no dijo nada, imagino que sopesando mentalmente si dar la hostia a la patata o a cada uno de nosotros.
Pasaron los años y los que éramos niños cuando llegó a casa nos fuimos marchando de casa. Regresábamos durante los fines de semana o por cualquier festividad, pero aquello no era nuestro hogar, el de la niñez, hasta que no escuchábamos el bullir del agua y los golpes de la patata contra las paredes de su cazuela. Preguntábamos "¿cómo va?" para recibir la respuesta habitual. Pura y tranquilizadora rutina.
A los 18 años estaba claro que había alcanzado la mayoría de edad, todo ello sin contar el tiempo que los malvados holandeses la habían tenido congelada y que por supuesto desconocíamos. Se nos ocurrió darle una vuelta por bares musicales metida en su cazuela alimentada por el infiernillo de camping gas. Fue un éxito. Las chicas se agolpaban alrededor del cazo para ver las evoluciones del tubérculo e interesarse por su historia. A una se le ocurrió verter en el agua un chupito de licor y ahí empezó la peor parte de la historia. Fue probar el alcohol y echarse a perder. En el plano metafísico, me refiero. Por fuera tan dura como siempre, no os vayáis a creer.
La abuela nos llamaba preocupada a altas horas de la madrugada porque la patata no había regresado de sus juergas nocturnas. Después de horas desesperadas de búsqueda la encontrábamos en cualquier bar de mala muerte suplicando al camarero, a su manera, otro chupito de absenta y con una cuenta de impagados que nos resultaba difícil abonar.
Tras un año de madrugones insoportables se celebró una nueva reunión familiar. Esta vez nuestras miradas no se cruzaban. Los habíamos cabizbajos, otros suspirábamos, la mayoría admitíamos que así no podíamos seguir. El problema era qué hacer con una patata descarriada. La patata debió intuir que algo grave que le concernía estaba siendo discutido porque desde la cocina la oíamos pugnar por asomar la cabecita aprovechando las burbujas más grandes del hervor.
Hubo un brainstorming que duró toda una tarde. Lanzarla a la basura no cabía en nuestras mentes. Abandonarla en el asilo tampoco, era algo demasiado humano. Sacarla del agua y que vegetara, más propio de su condición tuberculosa, tampoco. Hubiera sido insoportable dejarla de verla como el ser vivaracho que era, al fuego vivo, para convertirse en un bulbo inerte y sin vida.
Al final alguien, no recuerdo quién, tuvo la brillante idea de que tal vez nos estábamos comportando como "su" familia cuando en realidad era adoptada. Que tal vez en Holanda se encontraba su auténtica familia y eran ellos las que debían enderezar el torcido comportamiento de su vástago. Hubo risas nerviosas, pros y contras, pero al final nos vimos subidos a un coche que cruzó la inmensa Francia y la más asumible Bélgica para alcanzar el hogar natal de nuestra patata.
Fue un viaje de una tirada, sin apenas más pausas que las obligadas para el repostaje y las desaceleraciones cuando llegábamos a los laxos puestos fronterizos (gracias Schengen).
Permanecimos todo el viaje en silencio. Solo se oía el murmullo del agua burbujeante donde se daba su último baño caliente. Al acercarnos a las fronteras siempre había el peligro que aleatoriamente nos detuvieran para alguna inspección rutinaria. Habría sido complicado explicar qué hacía aquella patata en agua hirviendo. Para evitar un exceso de agitación le vertíamos un poquito de absenta y rezábamos para que el gendarme no asomara el hocico por la ventanilla mientras ensayábamos contestaciones que no habrían funcionado a menos que éste también fuera adicto al licor.
Por fin llegamos a Holanda. Hacía frío y el país estaba cubierto por una espesa niebla y muy mojado. Circulamos por carreteras comarcales buscando un campo de patatas que no hallamos. ¿Y si al final nuestra abuela estaba equivocada y las patatas no procedían de allí? Cansados de dar vueltas, ya puestos a abandonarla, elegimos un bonito campo de tulipanes. Con lágrimas en los ojos removimos un poco del suelo arenoso para introducir a nuestra querida patata para dejarla descansar rodeada de tanta belleza.
Y no sé, pasados los años, aún oía el burbujear de la olla llena de agua en la cocina y todos los recuerdos de aquel tubérculo, más que recocido y alcoholizado pero dotado de gracia infinita, se agolpaban en mi mente formando un nudo en la garganta.
Un día viendo las noticias en televisión recuerdo que había estallado una bomba atómica en no se qué lugar pero como era una noticia fea que podía poner triste a la audiencia se optó por rellenar el espacio con vídeos de perritos tontos y gatitos listos y otras cosas curiosas que habían captado con sus móviles youtubers ociosos. Mientras, los locutores se arrancaban a escondidas jirones de piel tratando de no alarmar a los televidentes.
Uno de aquellos vídeos me llamó la atención. En Holanda un campesino se quejaba ante la cámara de un tulipán feo y espantosa que había nacido en su campo. Una mutación horrible. Lo había tratado de cortar pero era duro como una roca. El puto King-Kong de todos los tulipanes que desafiaba con indiferencia el filo de la hoz del pobre floricultor holandés.
Una lágrima escapó de mis ojos. No reconocí el lugar, ni estuve seguro de que aquel tulipán mutante hubiera brotado de mi patata, pero en aquella flor reconocí el mismo carácter indomable de tubérculo, tan irreductible que daban ganas de gritar ¡Viva Patata!
La naranjada
¿Habéis probado el zumo de naranja tal y cual sale exprimido de la fruta? Seguro que sí, pero esa no es la pregunta insidiosa que pretendo realizar. La pregunta que de verdad deseo hacer es si la gente que envasa zumo de naranja han probado el natural. Y si lo han hecho, ¿qué les ocurre en las papilas gustativas? Es uno de los casos más extraños de toda la industria alimentaria, esto es, tratar de vender un producto que todos hemos probado tal y como surge de la fruta, con un sabor que raras veces, por no decir nunca, se acerca al original. Curiosamente lo que se antoja fácil - envasar el producto tal y como surge de la fruta - no es tan sencillo cuando se aborda desde una perspectiva industrial.
En primer lugar el zumo de naranja contiene gran cantidad de agua - la mayor parte del mismo lo es - lo cual es un problema ya que esta posee un volumen apreciable. Si quitamos el agua nos quedaríamos con la esencia del zumo. Para la industria esto tiene mucho sentido porque es más barato transportar la "esencia" del zumo que hacerlo con el agua original con que surgió de la fruta. Una vez llevamos esta "esencia" a un punto distante basta con añadirle agua para que vuelva a ser como en sus inicios. Se produce entonces el milagro. Por cada kilo transportado podemos fabricar muchos litros de zumo a un coste que es solo una fracción del original. Esta esencia se suele denominar "concentrado" y seguro que es una palabra que has leído muchas veces en los envases de zumo.
La teoría es una cosa pero la práctica es otra. Este proceso de extraer el agua para luego reconstituir el producto original no es inocuo. Se pierden vitaminas, minerales y, lo que es peor, el sabor original. Por otro lado en el añadido de agua entran otros factores que atañen a la avaricia innata del ser humano.
Si en lugar de añadir un litro de agua por cada doscientos gramos de concentrado incorporamos litro y medio, hemos ganado medio litro a la Naturaleza y con ello ampliado el beneficio (al menos mientras el agua siga siendo un bien relativamente barato). El resultado de estas prácticas es un zumo aguado, con menos propiedades nutritivas y un sabor poco logrado. Muy poco logrado.
La industrial alimentaria tiene una espinita clavada con el sabor del zumo de naranja. No lo han acertado jamás y aunque algunos son una buena bebida, no resisten la comparación con un vaso de zumo natural a su lado que es uno de los sabores más arraigados en nuestro paladar y de gran complejidad. El gran salvador de los fabricantes es el azúcar y en menor media los edulcorantes.
El azúcar, contra lo que muchos creen, no es un ingrediente que endulce el alimento que lo incorpora, No al menos como primer objetivo. En realidad en la industria alimentaria se valora principalmente como un potenciador del sabor. Si tenemos un zumo aguado basta con añadir azúcar para que gradualmente recupere el sabor perdido. Solo en parte, pero suficiente para conseguir un producto vendible.
Los edulcorantes son harina de otro costal. Los receptores de sabor que en nuestra lengua capturan el sabor dulce de la mayoría de los edulcorantes son diferentes de los que se usan para captar el dulzor del azúcar y por tanto proporcionan un efecto gustativo diferente que se traduce en una potenciación de sabor inferior. Su uso, en considerable aumento, se debe a dos factores. El primero es el interés del consumidor por la alimentación sana. La relación entre el azúcar y la obesidad, de rebote también con enfermedades graves como la diabetes, ha retraído el consumo de los productos que lo incorporan. La segunda razón del uso de edulcorantes es consecuencia directa de la estrecha relación negativa que se ha establecido entre azúcar y salud.
Aprovechando la misma los Gobiernos han fijado impuestos extras que los fabricantes han repercutido ipso facto en los consumidores. Es curioso que hasta cuando dicen que lo hacen por nuestro bien nos salga caro.
Respecto a la pérdida de micronutrientes - minerales y vitaminas - por la manipulación del zumo la situación es algo más compleja. Una de las vitaminas que quedan más afectadas es la C.
Fabricar vitamina C es fácil y adicionarla al zumo también es sencillo por lo cual podemos tener igual o más cantidad de este micronutriente. La vitamina C artificial no es peor ni mejor que la natural, así que una vez reincorporada al zumo reconstituido los niveles originales se recuperan y si se desea, dado que es barata, se puede hacer incluso superior sin que el coste se vea afectado.
Pero los otros nutrientes que posee la naranja - fibra, ácido fólico,vitamina A etc - suelen ser más pobres en los zumos comerciales. La razón de esto es doble. En primer lugar el consumidor tiene claro que la vitamina C es esencial pero a partir de ahí el conocimiento sobre la necesidad de tal o cual micronutriente empieza a moverse por terrenos pantanosos. Todos sabemos qué es el ácido fólico - al menos hemos escuchado el término - pero pocos saben en detalle para qué sirve y cuánto se necesita al día para ir tirando. La fibra también lo solemos tener claro pero no siempre es fácil añadirla al zumo. La mayor parte se encuentra en la pulpa y esta no se suele reincorporar, salvo casos aislados más por darle un aspecto de zumo natural que por una razón nutricional. El resto de micronutrientes no se suelen añadir a posteriori porque el consumidor no lo valora y la fabricación se complicaría lo que repercutiría en un sobreprecio que sería difícil de defender.
La industrialización de los zumos posee otras complicaciones de las cuales los consumidores somos culpables al menos en parte.
Para evitar problemas sanitarios se suelen pasteurizar y esta esterilización implica de nuevo una disminución de las vitaminas. Otro tema importante es el envasado : las botellas transparentes, expuestas a la luz y al calor de los anaqueles de los supermercados, pierden vitaminas muy rápidamente. ¿Se podría vender botellas opacas? Seguramente sí pero es complicado que fueran aceptadas por el consumidor. Así como con los bricks asumimos sin problemas que el contenido no se vea, en el caso de las botellas el comprador espera ver el contenido y de una manera determinada. Si exprimimos en nuestro hogar el zumo de naranja y lo dejamos en una botella - o cualquier otro recipiente - el contenido sólido se deposita al cabo de unas horas en el fondo del recipiente mientras que la parte más líquida, casi transparente, ocupa el resto del envase. Bastaría con agitar la botella para que el aspecto volviera a la normalidad, pero pocos consumidores adquirirían un envase donde se observara tal disposición del zumo por capas. Mantener el color naranja uniforme y repartido de forma homogénea tiene un coste químico que el cliente paga sin ninguna razón lógica que lo apoye mas que el sentido visual que otorga. De la misma manera preferimos la harina blanca - blanqueada de forma artificial - o la fruta de piel brillante e inmaculada, obtenida a base de ceras e insecticidas.
Todas estas contradicciones, esta lucha sin cuartel entre lo que debe ser y lo que la industria puede hacer con el zumito de naranja quedan bien retratada en la siguiente historia basada en un hecho real.
Uno de los mayores envasadores de zumo de naranja natural contrató a un ejecutivo muy agresivo que había triunfado en muchas empresas. Si una estaba a punto de quebrar él la salvaba. Si la marca quería despegar internacionalmente el tipo en cuestión la hacía presente en decena de nuevos mercados. Su nombre era equiparable a éxito inmediato, fuera cual fuera la misión que se le encomendara. Cuando se supo de su contratación todos los trabajadores de la fábrica se mostraron excitados. No era un hombre al que se contratara para despedir o hacer ajustes duros. Era un creativo que hacía brotar tallos verdes donde antes solo existía un jardín mustio. Eso calmaba a todos los que se sintieron aludidos por su incorporación. Es más, generaba auténtica esperanza.
Llegó el gran día. El Director de la empresa reunió a todos los ejecutivos en la sala de reuniones para presentar a la nueva incorporación el cual, tras un brevísimo discurso les pidió que por favor continuaran con la orden del día sobre lo que había que hacer para aumentar las ventas de la naranjada que fabricaban. Se inició, como siempre, un furioso brainstorming. Un ejecutivo regordete aconsejó comprar un modelo de brick que nada más abrirlo hacía aparecer una pajita con la que degustar el zumo sin necesidad de verterlo en un vaso ni incorporar la misma en un lateral de la cajita. Hubo murmullos de aprobación. De aquella manera se ahorraría mucho dinero en producción pero había algún problema con la adquisición de la patente. La propuesta quedó en la estantería de "posibles".
Otro propuso organizar un concurso de dibujo destinado a los pequeños de la casa. De aquella manera los progenitores sentirían la presión de los niños para adquirir el producto a la hora de seleccionar un zumo de naranja de las góndolas de los supermercados.
Los de marketing replicaron que la franja de menores que acompañaban a los padres a la compra suponían un 7,8% del total entre los 5 y los 7 años, por lo que la propuesta adolecía de cierta inconsistencia dado el escaso poder decisorio que tenían a la hora de "inspirar" qué marcas o productos entraban en el carrito de la compra. Hubiera sido perfecto que los adolescentes acompañaran a los padres o fueran decisorios, pero solo el 1.2% lo hacía y eso no hubiera representado a la larga una mejora en las ventas. Por no mencionar que en aquella franja de edad un concurso de dibujo era poco probable que triunfara.
Los de Publicidad ofrecieron hacer hincapié sobre el hecho de que la fructosa de la naranjada había sido sustituida por edulcorante, algo que había costado a la empresa una fortuna. Los ejecutivos de Nutrición desaconsejaron enfatizar el cambio porque podría dar lugar a la sensación de que el producto que vendían no era del todo natural.
Un ejecutivo expuso que tal vez hubiera sido positivo cambiar el color del envase.¿Para qué? Para llamar la atención. ¿Por cuál? Aquí hubo discusiones. El verde era confuso, al igual que el multicolor. El naranja estaba ocupado por muchas otras marcas. El azul no parecía atractivo. Se crearon pequeños corrillos y el Director avisó, con la suave severidad de un profesor de primaria, que las ideas estaban para ser compartidas con todos los presentes.
Al final la tormenta de ideas se fue debilitando. Las últimas, surgidas más por la presión de no quedar en silencio que por ser ingeniosas, acabaron en eso, en un silencio desconsiderado.
El nuevo ejecutivo no decía nada. Simplemente miraba a los que hablaban con suma atención. El prolongado impasse final, que invade a la gente agotada, no pareció invitarle a hablar y el Director, con una sonrisa amplia pero ligeramente decepcionada, le pidió alguna aportación.
El individuo agarró uno de los bricks de zumo dispuestos a modo de decoración en el centro de la mesa de reuniones. Buscó la posición adecuada para enfocar las pequeñas letras que relataban los ingredientes empleados y sonrió como hacen los que encuentran con facilidad lo que otros buscan con escaso éxito.
- ¿Y qué tal si le ponemos zumo de naranja?
El pan
Otro alimento que al igual que el zumo de naranja TODOS sabemos como debe saber para estar bueno pero NADIE lo disfruta de esa manera. ¿Qué cojones comemos cuando nos dicen que es pan? Es una incógnita.
El pan ha sido un alimento básico del ser humano desde que aprendió a cultivar la tierra y convertir los cereales, hasta las legumbres, en harina a la que añadiendo agua conseguía amalgamar. La levadura, que suele estar presente en el grano de forma natural, hizo fermentar las masas y el sabor ácido que otorgaba al pan, además de inflarlo, fue del agrado del ser humano.
El pan aporta carbohidratos y es un alimento fundamental y esencial de nuestra dieta, por mucho que la gente cada vez consuma menos para horror y espanto de nutricionistas y panaderos.
Durante miles de años el pan era un alimento tan necesario, habitual y bien hecho que casi nadie reparaba en él. El panadero sabía que mezclar los ingredientes y la consiguiente fermentación requería su tiempo, además de que el horneado debía hacerse con esmero para que la corteza dura y crujiente protegiera la miga esponjosa del interior. Un pan bien hecho, a la manera tradicional, ni está soso ni sabe a poco. Es que ni necesita el añadido de embutido u otras viandas. Es alimento por si solo. Generaciones y generaciones de panaderos reservaban parte de la masa fermentada de una hornada para fermentar la siguiente hasta que un buen día - mejor llamarlo mal día - todo este proceso se fastidió.
A mediados del siglo pasado estuvo claro que el aumento de población iba a provocar a medio plazo una considerable escasez de alimentos y con ello la aparición de hambrunas. Para evitar que esto ocurriera diversos organismos internacionales promovieron cultivos que habían destacado por su capacidad de crecimiento en condiciones duras y sobretodo porque obtenían altos rendimientos por hectárea cultivada. No es que se arrancaran otros tipos de cereales, simplemente cuando el agricultor iba a comprar semillas se encontraba solo dos tipos de trigo disponible cuando anteriormente podía contar de más de una docena de semillas diferentes. ¿Habéis visto en la panadería panes de espelta, kamut, cebada, espelta, alforfón...? Os parecerán nuevos pero no lo son. Estas semillas se empleaban habitualmente hasta que fueron sustituidas por otras de mayor rendimiento. Ahora te las vuelven a vender con un sobreprecio alegando que son más saludables, como si hubieran descubierto el Santo Grial y lo colocaran a tu alcance.
Otro problema del pan era el tiempo de fermentado. Este proceso, que convierte los azúcares propios de los cereales en alcohol y gas, desapareciendo el primero con el horneado y permitiendo el segundo que el pan adquiera volumen, lleva su tiempo. Y este tiempo impide disponer de todo el pan que se quiera en todo momento. Precisamente todo lo contrario de lo que desea el consumidor.
Para acelerar el proceso empezaron a sustituir las levaduras naturales por otras industriales capaces de conseguir lo mismo en un menor tiempo. Así contentaron al consumidor a costa de unificar el sabor, no siempre de forma positiva, disminuyendo además de rebote el esponjado de la masa porque el amasado, por la misma razón de economía de tiempo, también se redujo. Ahora te vuelven a vender el pan hecho con masa madre - que no deja de ser la levadura propia de los cereales empleada en la "antigüedad" - como si fuera la hostia en patinete, cuando para tus abuelos era lo cotidiano. Es que no había otro tipo de pan.
Luego hay cosas que nos las hemos buscado los mismos consumidores. En lugar de emplear harinas integrales, con su fibra, sus minerales y vitaminas, se prefiere una harina blanca desprovista de todo lo bueno - eso y nada es lo mismo desde el punto de vista nutricional - que se obtiene por filtrado y lavando la original con sustancias blanqueantes. Hay algunos estudios bastante serios que afirman que tal tipo de harina, la más habitual hoy en día, perjudica seriamente nuestra salud.
De nuevo los panes de harina integral vuelven a primera línea como delicatessen que además cuida tu salud cuando era la harina que consumían tus abuelos a un precio más que asequible.
Todos estos ingredientes - harina blanqueada procedente de pocos tipos de grano y la levadura rápida - han contaminado de tal manera todas las tahonas que es complicado encontrar alguna que no siga estos dictados. Y si alguna lo hace prepara el billetero porque lo tradicional produce tan poco pan y es de producción tan lenta que al final no sale a cuenta, lo cual repercute en el coste que el usuario ha de pagar.
Así que cuando visitas un pueblo y te llevas un pan de ídem, por mucho que tenga un aspecto rústico, es casi seguro que se hace con los mismos ingredientes con que se realiza el pan de los supermercados los cuales, eso es innegable, ni siquiera cuidan el aspecto.
En mi pueblo de un millón de habitantes solo había tres panaderías. ¿Os parecen pocas? A nosotros también. Por alguna extraña razón los negocios panaderos que se intentaban instalar en la zona sufrían a corto o medio plazo diversos infortunios. Era abrir las puertas de la panadería e incendiarse la casa del propietario casi de manera inmediata.
Los niños de los recién llegados tampoco podían escolarizarse porque siempre les faltaba algún requisito que lo hacía inviable. Por no hablar de aquel pobre panadero que desesperado porque se le había churruscado la casa, no encontrar a nadie que trabajara para él y por tener los niños medio analfabetos metidos en casa correteando el pasillo como zombies y llamándole "apá" había decidido acabar con su vida lanzándose de cabeza al río con un saco de harina de quinientos kilos atado al cuello y las manos metidas en los bolsillos grapados (signo de su habilidad como artesano, claro).
Llegaron investigadores de la gran ciudad para averiguar qué ocurría con las nuevas tahonas y tras recorrer el pueblo royendo bastones de pan y persiguiendo a las mozas emitieron un informe en el cual indicaban que no advertían indicios de criminalidad, que todo era una acumulación de nefastas casualidades, a la par que recomendaban seguir adquiriendo el pan donde siempre, en las tres panaderías del pueblo, porque era de Dios y de Ley que las cosas siguieran como estaban por el bien de todos.
En efecto, nos gustara o no, teníamos tres panaderías. Cada una de ellas con sus pros y sus contras. La primera la llamábamos "La gomosa" porque teníamos que consumir el pan de manera inmediata. Si esperábamos a llegar a casa o a la hora de la comida el pan se convertía en chicle y tras mover la bola de miga como media hora de lado a lado de la boca era tal vez posible tragarlo. Con cuidado, eso sí. No se podía beber agua a la misma vez porque entonces el bolo alimenticio se inflaba diez veces su tamaño en el esófago con funestas consecuencias.
A la segunda panadería la llamábamos "La dura" porque el pan, crujiente y oloroso nada más recogerlo en el mostrador, se tornaba duro como una piedra en el corto recorrido que mediaba entre la tahona y nuestro hogar. Y no me refiero a una dureza superficial o asimilable, sino a la imposibilidad de hincarle el diente o siquiera cortarlo con una sierra circular de las que se emplean en el corte de tubos metálicos. Endurecía de forma tan rápida que era costumbre llevarse la comida a la cola y papear nada más recoger el pan, a lo sumo a una decena de metros que era la distancia que mediaba con el parque de enfrente de la tahona. Y aún así a veces tan breve recorrido era fatal para la comestibilidad del pan.
La tercera panadería era la que llamábamos "Moderna" o también "La desestructurada".
La atendía un único panadero hipster que con una sonrisa amable te preguntaba qué tipo de pan preferías. Fuera cual fuera tu contestación te entregaba de la alacena situada a sus espaldas un kit de pan desestructurado compuesto por bolsitas transparentes individuales rellenas de harina, agua, sal y levadura. El mismo para todos los panes. No sabíamos para qué preguntaba pero bueno, mejor seguirle el rollo. Además incluía una hojita con instrucciones precisas para el correcto amasado y levado de la masa.
Al cabo de los años debió pensar que el beneficio aumentaría disminuyendo el coste del kit. Retiró las alacenas y las bolsitas para dejar un mostrador pelado enmedio de la tahona. El ritual petitorio era el mismo pero en lugar de entregar los ingredientes se limitaba a darte una fotocopia sobre la manera de ir al campo a cortar y moler el trigo además de la forma natural de hacerse con levadura, sal y agua. Excepto el agua que manaba del grifo, el resto teníamos que conseguirlo según sus indicaciones ya que no toleraba ni una desviación en las recetas. Sería muy hipster y moderno, pero a la mínima que desvirtuáramos su receta lo teníamos en el portal de casa blandiendo el bate de béisbol al más puro estilo tradicional de nuestro pueblo.
La compra de pan era de obligado cumplimiento. Podías elegir cualquiera de las tres tahonas, pero una vez asignada a una de ellas debías comprar el pan a diario. En caso de que no lo hicieras recibías una llamada preguntándote por qué no habías pasado aquel día a por tu cupo diario.
Todavía recuerdo con temor aquellas llamadas de última hora, minutos antes de mediodía. El panadero te preguntaba si pasaba algo, que "tu" barra de pan estaba en la alacena esperándote. Su voz era amable pero fría y tras las excusas que le largabas dejaba pasar largos silencios que empleaba para escrutar los sonidos que te rodeaban. Quería escuchar el posible roer de "otros" chuscos de pan o que, vencido por la tensión del silencio, te declararas culpable tras lo cual, con voz severa, te urgía a recoger "tu" barra antes de que acabara el día.
No se podía argumentar que te había sobrado pan del día anterior porque todos sabíamos, él también, que el pan del día anterior era incomestible. De hecho el pan del minuto anterior ya lo era. Tampoco que habías decidido comprar en cualquiera de las otras dos tahonas porque entre ellos había una comunicación constante.
Si te trasladabas de barrio lo cortés y educado era que continuaras comprando el pan en tu panadería habitual, aunque estuviera a dos horas de camino. Así debía ser hasta que la tahona más cercana te aceptaba tras comprobar que tu antigua panadería había captado un nuevo cliente que se hubiera mudado a tu antiguo barrio y con ello no había perdido ingresos. Este proceso de traspaso de clientes podía durar días, meses o incluso años, dependiendo de la movilidad de la población. Muchas familias pactaban entre ellas el cambio de residencia y antes que al Ayuntamiento la comunicaban a los panaderos que las aprobaban o denegaban según criterios poco definidos y que a la postre nos mantenían en un continuo sin vivir.
Eso le ocurrió a mi familia. Nos mudamos a un barrio más cercano al centro sin pactar con otra familia de la zona que hiciera el camino inverso. Pasé casi seis meses recorriendo cuatro kilómetros diarios para hacerme con la barra de pan obligatoria hasta que a mi madre se le hincharon las narices con mis protestas. "Toma" me dijo tirándome la bolsa de pan de tela, "ve a la panadería de este barrio". Un silencio pesado se hizo en la casa. Mi padre me miró con expresión de terror para hundirse en el sofá, oculto tras el periódico que leía. Todos mis hermanos, carraspeando, recordaron que tenían tareas pendientes en sus habitaciones que no habían mencionado con anterioridad. Sus portazos me hacían dar respingos. Al final me rehice del estupor. "¿Y qué le diremos al panadero?". "Ya pensaremos algo", dijo mi madre mientras se afanaba en planchar el traje que me guardaba desde hacía tiempo, el de la boda de mi hermana mayor, por si no tenía nada decente que ponerme en el tanatorio. Y cuando digo "en" me refiero a "dentro de".
Acudí a la panadería con un temblor incontrolable en las piernas. Mi voz no corría mejor fortuna y la dependienta me urgió a que dijera en voz alta y clara lo que deseaba. "¿Es tu primera vez, chaval?" Asentí con la cabeza, le tendí la bolsa de tela que llenó con dos barras gomosas y prácticamente crudas.
Ocultándome en los portales, dándome la vuelta cuando percibía lo pasos de algún vecino, conseguí alcanzar mi hogar en menos de dos horas. Allí me recibieron como un héroe. El pan era una mierda, pero como veníamos de un pasado de pan duro, el gomoso y crudo nos sabía a gloria bendita.
Me quedé tras la hazaña como quien escapa de un campo de concentración o engaña a un compañero de clase con un cromo de fútbol que le has dicho que no vale nada pero en realidad es el más buscado del Planeta.
A las 12:45 horas recibimos una llamada, "la" llamada. Se puso mi madre para decir que aquel día no necesitábamos pan, que estábamos todos con gastroenteritis. Habíamos formado un círculo a su alrededor de manos entrelazadas y rostros expectantes. Hubo los consabidos silencios antes los cuales mi madre no vaciló. El panadero se ofreció a guardarnos la barra para el día siguiente o para cuando nuestra salud quedara restablecida. Mi madre le agradeció el gesto. Silencio de varios minutos. El panadero entonces le recordó que hacer el pan en casa era un peligro para nuestra salud y que él nos apreciaba como clientes. "Mucho", recalcó. Mi madre agradeció de nuevo la deferencia, explicando que en la vida se le ocurriría hacer el pan en casa y que le excusara pero debía atender a los enfermos. Sin esperar ni respuesta ni silencio colgó el aparato.
Parecía no saber nada de nuestra traición pero algo se barruntaba. No tardaría en saberlo, ya fuera por un soplo de nuestra nueva panadería o porque algún vecino se fuera de la lengua al ser interrogado. Era cuestión de aguantar unos días y adaptarse a las circunstancias. Ya sabéis, be water my friend.
Por precaución cambié de rutas y de horario varias veces. Invariablemente cada día, a eso de la una, nos llamaba. La excusa de la enfermedad se fue debilitando mientras que su premura se acentuaba. Quería saber cuándo íbamos a pasar a recoger las barras atrasadas y hasta se ofreció a llevarlas él mismo en persona a nuestra antigua casa. Mi madre le preguntó cómo era posible que conociera nuestra dirección y el panadero explicó, con zorruna astucia, que no la conocía "pero que si se la facilitaba no tenía inconveniente en acercarse un momento".
La batalla dialéctica diaria estaba haciendo mella en la rocosa resistencia de mi madre. Las barras duras acumuladas, recordadas en cada llamada, su voz amable pero tintada de sospecha, los silencios medidos y los ofrecimientos generosos pero que hubieran desvelado nuestra mudanza iban minando el aplomo de los primeros días. Se iba a derrumbar tarde o temprano.
La familia decidió finalmente no responder las llamadas. Los timbrazos duraban media hora hasta que se agotaban. Entonces un silencio que duraba unos pocos minutos para regresar a continuación con exasperante insistencia. A media tarde cesaban tras cuatro horas de agotador bombardeo. "Ya se cansará", decía mi padre para añadir a continuación que había sido mala cosa la de conservar el número de teléfono antiguo. El cansancio del panadero era la única esperanza a la que nos aferrábamos.
Mi padre no iba errado. Tras tres semanas de insistencia las llamadas cesaron. Recuerdo que fue un miércoles. Mi hermano me preguntó que hora era. Ya eran las dos y media. Entonces nos dimos cuenta que todavía no nos había acosado. Mi hermana se dirigió al teléfono para descolgarlo y comprobar que funcionaba a lo que respondimos con gritos de que no lo hiciera porque de alguna forma mágica, esotérica e irracional "podía estar al otro lado esperando precisamente eso". Al día siguiente tampoco hubo llamada. Era extraño pero deseábamos que reanudara la presión porque el silencio no nos daba pistas sobre lo que estaba maquinando. Fue en ese momento cuando entramos en una etapa de miedo profundo.
Unos días más tarde me dirigí a la nueva panadería y la dependienta me tendió las barras de pan crudo. Las sujeté por un extremo, dispuesto a introducirlas en la bolsa, pero ella no las soltó. Aferrada a los panes por el otro extremo, me miró con ojos brillantes y una sonrisa maligna. "¿Tu no vivías antes cerca del río?". Negué con vehemencia y ojos asustados de cervatillo. Ella seguía sin soltar el pan. "Me parece haberte visto en la plaza de la panadería del río", prosiguió. Volví a negar con un nudo en la garganta. Finalmente soltó la presa, no muy convencida, y pude salir corriendo entre las miradas acusadoras de la clientela. Estaba seguro de haber sido descubierto.
Reunida la familia propuse, entre sollozos, no comprar pan durante unos días hasta que la situación se calmara. Mi madre se opuso. Tenía previsto cocinar al día siguiente sopa de pan y pudding de pan, con lo que la previsión comidas se le desbarataba si no iba a la panadería. Además me encomendó comprar una barra adicional para llevársela a mi abuela que seguía viviendo cerca de nuestro antiguo barrio. La idea de regresar me aterró. Alguien me podía ver. Al final me convencieron. Mi abuela no comía pan desde hacía años a pesar de ser una clienta fiel de la panadería dura. Tal vez pudiera hincarle el diente al pan de la gomosa. Me temía que mis días estaban contados si se convertía en costumbre diaria llevar pan a diario a mi abuelita. Deseé de forma egoista que el pan no fuera de su agrado.
Al día siguiente partí casi al alba. Compré las tres barras encargadas, dejé dos en casa y me dirigí con premura a mi antiguo barrio acarreando la tercera. Llevaba la capucha de la sudadera puesta y unas gafas de sol para no ser reconocido. Crucé el puente sobre el río para entrar en las calles de mi niñez. Era temprano y casi no había gente. Me crucé con algunas pocas personas a las que conocía. Me miraron, sin reconocerme, para mi tranquilidad. Aquello me calmó un poco. Crucé la plaza y luego me interné por las callejuelas del mercado. Entonces oí chistar. No hice caso porque pensé que no iba conmigo. Me equivocaba. "¡Eh, tú, zagal!", dijo una voz desde la oscuridad de un portal. Os podéis imaginar el susto de un chaval de treinta dos años al que le increpan en castellano antiguo.
Aún sin imaginar de quién se trataba me detuve levantando las gafas de sol para percibir mejor al que me interpelaba. Y de la sombra surgió nuestro antiguo panadero, con la sonrisa maliciosa del que ha atrapado a alguien en falta grave.
-¿Dónde vas con esa bolsita de pan? - preguntó con la calma del que ya sabe la respuesta.
-¿...Qué bolsita? - tartamudeé -...no es pan...esto....son cosas que llevo a mi abuelita.
-¿Ah sí? - respondió con sorna - ¿Y esa barra de pan gomoso que asoma por arriba? ¿Y esas letras bordadas donde se lee "PAN"?
Entonces ya no pude negar la mayor. Sollozando le pedí que me dejara ir, que mi abuela quería probar el pan antes de morir, que estaba malita, que con sus barras duras le resultaba imposible siquiera arañar la corteza. Escuchó mis súplicas impasible. Creo incluso que durante unos segundos sopesó la posibilidad de dejarme marchar. Pero al decir que su pan era incomestible la expresión facial se endureció, apareciendo un mohín de desprecio en su boca. Furioso, comenzó a loar las bondades de su producto. Dijo además que quería ver a mi abuela y comprobar si la barra gomosa que le llevaba le gustaba más que la suya. Es más, que quería verla degustar el pan y que le dijera a la cara que le gustaba más que la barra dura de cada día.
Por sacármelo de encima acepté la petición. Se ofreció a acompañarme pero me excusé diciendo que debía ir a otro recado antes. Nos veríamos en media hora. Le di una dirección falsa y me alejé canturreando, contento por mi jugarreta. Llegué a casa de mi abuela la cual recibió la barra gomosa y ya medio dura como si fuera un manjar.
- Ay, cariño, me habían hablado del pan que se puede morder pero no me lo creía.
Me hizo un Cola-Cao y mientras lo degustaba procedió a cortar dos o tres rebanadas que untó con un chorrito de aceite de oliva y sal.
Sentada en la silla de la cocina masticó la primera rebanada con los ojos entornados de puro placer. Se le hizo bola y para bajarla quiso beber un poco de agua. Menos mal que estaba allí para detener el gesto que podría haber causado la explosión de su esófago. En lugar de ingerir agua le aconsejé que siguiera masticando porque en media hora las cadenas largas de carbohidratos tendían a disgregarse por la acción de las enzimas de la saliva y ya era posible pasarlo por el gaznate sin problemas.
Ya estaba sintiendo los jugos de la miga cuando le expliqué, por hablar de algo, del encuentro que acababa de tener con el panadero. La masticación se ralentizó de forma directamente proporcional a como se iban dilatando sus pupilas. En el momento en que le expliqué que habíamos quedado en una dirección falsa mi abuelita escupió la bola que había formado en su boca. La pelota chocó contra mi frente para rebotar de forma alocada por las paredes de la cocina hasta que finalmente salió disparada por la ventana.
- ¡Pero qué has hecho, desgraciado ! - me gritó fuera de sí
- ¡Pero si no pasa nada! - respondí perplejo - ¡Le di una dirección falsa!
Agarrándome por las inexistentes solapas de la sudadera me empotró contra la nevera mientras colocaba la punta de su nariz contra la mía.
- No entiendes nada imbécil. En cuanto le dejaste se fue directo a la dirección que le diste y al ver que era falsa solo tuvo que atar cabos. Habrá vuelto a la panadería y mirado el registro de la rifa de la cesta de Navidad. Luego ha cotejado con las familias que llevan más tiempo sin comprar pan y de allí, buscado en el árbol familiar, me habrá encontrado a mi.
- Bueno - respondí con una sonrisita tranquilizadora - de aquí a que te encuentre con ese método pasarán semanas.
De nuevo me agarró por el pelo para, como si fuera su sparring de lucha libre, encastrarme la cabeza contra el horno pirolítico.
- De eso nada, subnormal. Estará a punto de llegar. Rápido, tenemos que hacer algo.
Le seguí el rollo porque otro golpe con un electrodoméstico y tendrían que venir a buscarme en ambulancia. Me llevó hasta la habitación que había sido del papa y me abrió el armario ropero de par en par. Estaba lleno de barras de pan duro. De arriba a abajo, de izquierda a derecha.
- Fíjate, he guardado todas las barras de los últimos dos años. Es el momento de usarlas.- dijo extasiada.
Con movimientos rápidos las fue extrayendo para que cayeran sobre la cama. Me ordenó buscar una lima y pulir los chuscos hasta hacerlos puntiagudos. Me hizo sentir por unos instantes como si fuera del Equipo A. Mientras lo hacía la yaya no paraba de mirar por la ventana, arriba y abajo de la calle, de manera que me fue creando una tremenda ansiedad.
Cuando hube terminado de pulir las puntas de los panes me mandó que los atara de tres en tres, de manera que puestos sobre el suelo se aguantaban mútuamente, como si fueran un trípode.
- ¿Esto pa' qué es, yaya?
- Son defensas pasivas anti-tanque
Y ahí sí que me empecé a preocupar.
Cuando hubimos terminado de atar los panes y distribuirlos por el comedor nos refugiamos en la habitación donde mi yaya solía dormir. Habíamos reservado un par de panes, duros como la obsidiana y pulidos por las puntas como lanzas. Me dijo que era por si los panes anti-tanque no conseguían detener al panadero. Me aclaró que el suyo se lo pensaba clavar en el corazón al hombre en cuanto lo viera aparecer. Le pregunté si yo debía hacer lo mismo. Mirándome con compasión me explicó que el mío debía usarlo conmigo mismo porque tenía pocas o ninguna oportunidad de sobrevivir en un cuerpo a cuerpo. Luego se puso el camisón y polvos de talco por la cara para parecer que estaba enferma, metiéndose en la cama a continuación. A mi me ordenó meterme bajo la cama y ya, por si acaso, con la punta de mi pan a medio clavar en el estómago. La espera se hizo eterna.
Después de tres cuartos de hora me estaba muriendo de aburrimiento. Deslicé medio cuerpo fuera del refugio de la cama y la chisté. Mi abuela asomó la cabeza preguntando qué quería.
- A ver, yaya, que no se si estamos haciendo un drama de tan poca cosa. Que la gente hablando se entiende.
- De eso nada. Con los panaderos no se habla, se actúa. Y a ser posible, se ejecuta. ¿Es que no te acuerdas cuando de pequeño venías a casa a jugar a que nos perseguía La Bestia? Aquello era un entrenamiento para cuando ocurriera de verdad, cuando lucháramos a brazo partido para comer el pan que nos diera la gana y hasta para permitir que entraran en el pueblo otras franquicias panaderas que nos trajeran pan de máquina comestible y grisines. El panadero es La Bestia y hoy es el Día.
Parpadeé sorprendido porque recordaba aquellos domingos de duro entrenamiento militar que luego rematábamos viendo Oficial y Caballero, Richard Gere mucho mejor que en Pretty Woman, dónde va a parar.
Iba a responder cuando escuchamos pasos en la calle. Luego una puerta derribada - la de casa la yaya - y otros pasitos de bailarina subiendo por las escaleras hasta el primer piso.
- Ya está aquí. Métete debajo de la cama y ya sabes, si no puedo yo con él te clavas la barra de pan. Será más rápido.
- Vale yaya.
El panadero derribó la puerta del comedor de una patada. Escuchamos el estrépito y los gritos del hombre tratando de sortear las defensas anti-tanque. Luego se hizo un silencio como los que utilizaba para amenazar a mi familia. Susurré a mi yaya si salíamos a ver si estaba empalado en una estaca panificada pero la yaya, con un golpe imperativo sobre el colchón, me mandó callar.
Así permanecimos un cuarto de hora. No se oía nada. Hasta mi respiración parecía escandalosamente ruidosa. Me empecé a calmar. O se había ido o estaba atrapado en una de las trampas. De repente un patadón derribo la puerta del dormitorio y los deditos de los pies se me encogieron hasta parecer los de Kunta Kinte. Veía la inmensa sombra del panadero inmóvil, proyectada sobre la cama y oscureciendo aún más el lugar donde me hallaba. O tal vez era la puerta caída sobre los pies de la cama. A saber. La próxima vez que me encuentre en tal tesitura abriré los ojos.
El hombre jadeaba. Sin moverse habló.
- Doña Úrsula (mi yaya), qué panes más bonitos tiene en la sala. Y qué afilados que los tiene...- dijo con esa voz calmada y melodiosa de psicópata.
Tal y como declinaba la frase mi abuela se incorporó como un rayo y puesta de pie sobre la cama le arreó un mandoble con el pan de hacía dos años, a modo de bate de béisbol, que dejó al hombre tambaleante. Por alguna razón, táctica tal vez, rechazó darle estacazo al corazón. Otro golpe, en sentido contrario, le crujió las vértebras desorientándolo de tal manera que desandó el camino hecho sin saber a dónde se dirigía, tropezando de nuevo contra las hirientes trampas. Esa era mi yaya, mujer de pocas palabras, pero de muchos hechos.
Las escaleras las bajó con facilidad, si rodar por ellas se entiende como tal. Para entonces ya estábamos mirando por la ventana esperando el momento en que apareciera en la calle. Como buen cobarde sugerí lanzarle cosas pero mi abuela no paraba de decir "espera,espera,espera.." con una sonrisa malévola dibujada en la cara.
Lo vimos dando tumbos, chocándose con el mobiliario urbano, mareado como si estuviera borracho.
- ¡Yaya! ¡Que se escapa! - protesté.
- Espera, espera, espera...- murmuró.
Entonces el hombre cayó al suelo, igualico que si hubiera sido golpeado por Rocky Balboa. Hizo un intento por incorporarse pero las fuerzas le fallaron. De repente, surgidos de la nada, cuatro perretes aparecieron y pinzándolo con suavidad por cada extremidad se lo llevaron a saber dónde.
En ese momento la abuela se puso el abrigo sobre el camisón y llamó a un Uber. Quería ir a casa de los papas hasta que las aguas se calmaran. Hice ademán de abandonar el pan afilado pero la yaya me detuvo.
- ¿Qué haces? Nos lo llevamos con nosotros.
- ¿Por qué? ¿Va a volver el panadero?
- No, qué va. Ese no vuelve. - dijo carcajeándose - Pero vamos a pillar un Uber y cuando se enteren los tres taxistas del pueblo lo que acaba de pasar te va a parecer Disneylandia en comparación.
Apollo
Hace unos años llegó mi hijo de improviso mientras me hallaba ocupado, intelectualmente hablando, viendo un programa de televisión donde los silencios intercarlados entre los gritos de los tertulianos daban más miedo que el alboroto en sí.
Mi hijo, en aquella época, me tenía muy preocupado. Llevaba el pelo cortado con esmero, con ralla al lado, gafas de pasta con cristal de culo de vaso, pullover gris con cuello de pico y pantalones cortos justo por encima de la rodilla. Eso lo podría haber arreglado comprándole otro tipo de ropa, lo admito, pero es que además era muy estudioso y sacaba buenas notas. Y eso no te lo arreglan en el Zara Kids. Hablaba con un vocabulario de al menos cien palabras lo cualo, para mi preocupación, estaba empezando a levantar un muro de incomunicación entre nosotros. Recuerdo una vez en que le pedí que me pasara "el cacharro" para encender "el cacharro" y el niño, mirándome perplejo, corrigió mi orden diciendo "pásame el mando a distancia para conectar el televisor", haciendo para ahondar en la humillación, una paradiña justo antes de "mando a distancia" y de "televisor", como dándome a entender que aquellas eran las palabras correctas. Me hizo sentir avergonzado y confuso porque ni siquiera se dignó a hacer lo que le pedía. Se quedó allí, al lado del sofá, mirándome con esa expresión con que se mira una ballena de treinta toneladas varada en la playa a la cual sabes que no vas a poder devolver al agua pero tampoco te atreves a rematar. Era una mirada de las que hacen pupa.
A partir de aquel día su sucedieron las correcciones. De repente parecía que su padre no hablaba ya no digo con corrección, siquiera de forma comprensible. Era abrir la boca y el niño me corregía de inmediato. Prácticamente me quedé mudo. Era menos doloroso que tratar de meditar con cuidado lo que iba a decir a continuación.
Pero lo peor aún estaba por llegar. Revisando sus cosas en busca de sustancias estupefacientes y armas, como solía hacer martes y jueves, descubrí con horror que en su tablet, en la que los profesores de la escuela delegaban la educación de los niños, se había hecho una plantilla en Excel con dos columnas. La primera, titulada "papá" reunía frases que reconocí como mías. La segunda, titulada "traducción", recogía el equivalente en su idioma remilgado. Mi hijo ya no es que me corrigiera, es que ya no podía entenderme, como si habláramos dos idiomas distintos. Recuerdo que enrojecí de rabia, de vergüenza, de pena. Maldecí la escuela, la educación, el diccionario que le había comprado tras seis años de súplicas. La puta tablet. Entre nosotros se estaba levantando un muro de incomprensión que esperaba para mucho más adelante, cuando alcanzara la adolescencia, no a los nueve años.
Pues bien, lo que iba diciendo. Me llegó hasta el sofá sujetando un libro abierto, diciendo que tenía una duda sobre una tarea escolar. Hice un sonido tipo "ajá" - era lo único que me atrevía a decir - y cerrando el cacharro - la tele - me asomé al libro. Me explicó que le pedían en el cole una frase que empleara la palabra "apollo". Noté que aquello estaba chupado para una persona como él, así que debía tratarse de una petición condescendiente, caritativa, para congraciarse conmigo tras una semana de brutales rectificaciones lingüísticas. "Claro, hijo", repliqué sereno y con ojos entornados de intelectual impostado. Y aclarando la voz solté: "Mañana voy a comer a pollo en un restaurante". Sonreí complacido por mi hazaña pero la sonrisa se topó con un rostro desconcertado. Se produjo un incómodo silencio que me llenó de dudas. En lugar de rectificarme se levantó para abandonar el comedor sin decir ni pío. Fueron los treinta segundos más largos de mi vida. Creí que el error que acababa de cometer era de tal magnitud que estaba preparando la maleta para largarse de casa, algo que esperaba que hiciera en la adolescencia, no con nueve años.
Para mi tranquilidad regresó al comedor esgrimiendo el dichoso diccionario. Se sentó a mi lado y con aquel tono entre decepcionado por los genes que había heredado de mi y el de la sapiencia sobrevenida me leyó el significado de la palabra en tres posibles acepciones, a saber :
1. Cosa que sirve para apoyar o apoyarse.
2. Protección, auxilio o favor.
3. Fundamento, confirmación o prueba de una opinión o doctrina.
"Además", dijo para rematarme mirándome directamente a los ojos,"se escribe así", me puso el libro a un centímetro de la napia "y la 'a' va junto a 'poyo', que van con y griega". Silencio.
Hay un momento en la vida de todo ser humano en que enfrentado a una disyuntiva puede y debe elegir el camino incorrecto por una cuestión de dignidad personal, aunque ello lleve a la hecatombe. Si aquel día hubiera aceptado "apoyo" en lugar de "apollo", acatando mi enésima derrota lingüística, mi posición como "padre" se habría visto mermada hasta extremos imposibles de soportar. Así que con tono calmado, tragando saliva y chorreando sudor, cerré el diccionario con cuidado de no pillarme las pestañas y le largué : "no hijo, no, de toda la vida 'apollo' indica movimiento hacia comerse el pollo, es decir, un complemento directo pluscuamperfecto". Construí dos o tres frases más esperando que mi convincente aplomo saldara sus dudas.
Nos enzarzamos en una discusión. Mi hijo argumentaba con hechos tangibles y razonamientos lógicos que yo rebatía con el absurdo que representaba aceptar algo que se había establecido de manera artificial cuando estaba claro que antes que esperar "protección, auxilio o favor" era mejor esperar una bandeja de pollo frito. Y para que aquello ocurriera debíamos dirigir nuestra mente hacia el "apollo", siendo visible, esperable y lógico, hacer una parada entre la "a" y el "pollo" para remarcar lo gerundio que era. Todo ello salpicado por reproches por su ausencia de respeto a la paternidad, por fiarse más de un un griego que de su padre y por no atender a la lógica subyacente de que no has de contradecir a quien te da la paga semanal. Al final conseguí que escribiera la frase que le había dictado al principio pero me escamó que lo hiciera a lápiz, mientras no dejaba de cabecear y llorar a moco tendido por lo que consideraba mi soberana estupidez. Aquel día entre nosotros se abrió un abismo que esperaba para mucho más adelante, cuando alcanzara la adolescencia.
Mi sospecha se hizo verídica cuando por la mañana, antes de que despertara, revisando su cartera buscando explosivos como hacía los miércoles y viernes a primera hora, vi que la frase a lápiz había sido borrada para ser sustituida por una anodina "Pedí apoyo a mi padre y me trajo un cubo de alitas de pollo del Kentucky Fried Chicken". Aunque agradecía que me hubiera nombrado, si acaso de forma ligeramente negativa, aquello no lo podía tolerar. Por fortuna la oración también estaba a lápiz, así que la borré a mi vez y con tinta china indeleble escribí la incorrecta imitando su letra como cuando le escribía notas falsas de enfermedad para saltarse las clases de gimnasia. Luego regresé la libreta a su sitio y reconectando la alarma de la mochila pareció que allí no había pasado nada.
Había olvidado el tema cuando una tarde regresó del cole casi en silencio, con la mirada esquiva y un profundo pesar dibujado en el rostro. Me preocupé tanto que al cabo de una hora, cuando el partido de fútbol, la prórroga y los penaltis habían acabado, me dirigí a su habitación a interesarme por lo que le ocurría. Al principio me contestó con monosílabos pero ante mi insistencia señaló una libreta abierta por una página que reconocí al instante. En una esquina, en rojo fosforito, la seño había escrito un cero de tamaño descomunal subrayado por una línea ascendente que no sabía si tomármela a bien o a mal. Bastó que dijera que no lo entendía para que me largara un discurso, entre mocos y reproches, que de haber tenido un poco de dignidad me habrían llevado de inmediato a tirarme por el balcón. Me escuché de todo. Al principio cabizbajo para luego, algo más repuesto, prometerle que iría a hablar con la seño para arreglar aquel entuerto. Me suplicó que no lo hiciera, que le daba vergüenza que me relacionaran con él - no me lo tomé a mal, un pronto lo tiene cualquiera - y que a partir de aquel momento conmigo "buenos días y buenas noches" y nada más, algo que me esperaba para cuando entrara en la adolescencia pero no con nueve añitos.
A pesar de que le había prometido que no me iba a entrometer, que le iba a dar en adopción "a un padre con cerebro" y que me compraría un billete solo de ida a la isla de Pascua, no podía dejar las cosas de aquella manera, así que entré en la web de la escuela y pedí hora con la tutora.
La conversación fue bien. Casi diría que fue un diálogo constructivo. Ella expuso sus razones para otorgar tan baja calificación y yo expuse las mías para establecer una base sólida de dudas ante la dictadura de los dogmas establecidos por la tiránica lingüística. Mientras exponía mis teorías negacionistas su rostro pasaba de la incomprensión a la ira y luego, más relajada, abusó del sarcasmo y la ironía. En la pizarra me escribió una docena de frases que mostraban la diferencia entre "gilipollas" y "a-gilipollas", "normal" y "a-normal", "estúpido" y "a-estúpido". Noté que muchos de sus ejemplos parecían insultantes pero como sonreía y hacía muecas con la boca, sacando la lengua y moviendo los ojos por la órbitas, me lo tomé como que era simpática. Luego me dio una página en blanco donde me calificaba con otro cero con doble subrayado y cogiéndome de la mano me acompañó a la puerta del colegio como si temiera que me perdiera.
Fue una sensación agridulce. Había sido escuchado y eso era bueno. Pero mi hijo seguía con su cero y además me había llevado uno propio. Luego estaban las frases insultantes que utilizó a modo de ejemplo, pero no se, era como si me las dirigiera a mi. Al llegar a casa, tras dar un rodeo de varios kilómetros para meditar, estaba más enfadado que un mono al que le hubieran quitado un plátano. Es lo malo que tengo, que lejos del árbol soy de razonamiento lento. Si fuera un poquito más veloz habría respondido a aquella mequetrefa en el momento oportuno. Me había toreado, ninguneado y ceropiado*, tratado igual que lo hacía mi hijo, pero desprovista del dolor propio que causa la compartición de la mitad de los genes. Se había ensañado conmigo, tuve que admitirlo. Eso lo esperaba de mi hijo para cuando alcanzara la adolescencia.
* dícese del que al haber piado se lleva un cero, del Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española Off-Broadway
De momento el chaval solo sentía dolor por mi manifiesta incapacidad intelectual. Que el dolor se convirtiera en carcajadas estaba aún por llegar.
Sentí tal furia que pensé en ir a hablar con el Director de la escuela pero me temí ser objeto de nuevas chanzas. No, no debía ir a enfrentar mi intelecto con el de seres letrados superiores, me debía arrimar a personas que comprendieran mi debilidad mental porque la sufrieran en silencio igual que yo, y que además fueran capaces de darle la vuelta a la tortilla dejando a la vista la parte churruscada y que además la gente la tragara como si fuera ambrosía. Así que tal y como llegué a casa giré los talones para ir a hablar con el alcalde del pueblo. Dado que la escuela era municipal estaba claro que él podía hacer comulgar a la seño con ruedas de molino y que aceptara "a pollo" como la respuesta correcta.
Pasé por el mostrador sin darle tiempo al secretario del ayuntamiento a avisar al alcalde. Luego me di cuenta que rocé la tragedia cuando abrí la puerta del despacho de par en par y el hombre, acostumbrado a las reacciones airadas de la población, ya levantaba con los ojos abiertos como platos una pequeña tapa que sobre la mesa escondía un botón rojo el cual, según se decía, activaba la bomba nuclear que había en el sótano.
El alcalde estaba cansado de ser raptado del despacho, embadurnado con pez y cubierto de plumas para luego ser paseado sentado sobre un palo para ser objeto de la mofa y el escarnio del populacho. La última vez había sido por poner cuatro maceteros grandes frente al casino del pueblo, pero es que somos de piel fina y todo nos ofende. Fue la gota que colmó el vaso. El pregonero avisó que el alcalde había comprado un arma nuclear de cuatro kilotones y que a la próxima falta de respeto, la activaría.
No sabíamos si era verdad. En mi pueblo estábamos acostumbrados a las explosiones. Hay muchas corrientes de aire y las puertas se cierran con un estruendo casi atómico, así que no nos íbamos a asustar por otra más. Luego estaban algunos incidentes menores con diversas bombonas de butano ocurridas en el pasado. Eso sin tratar de razonar cómo había conseguido semejante bomba, claro. Al final todo el pueblo decidió en una asamblea multitudinaria que era mejor creer lo que decía y actuar con la debida precaución, simplemente porque era más divertido pensar así que admitir que habíamos amochalado al pobre hombre.
En el lindar de la puerta le calmé justo cuando el dedo tembloroso estaba a punto de hundir el botón. Aún no muy convencido de mis intenciones me hizo sentar para preguntarme qué me traía por la alcaldía.
Le pedí que hiciera una oración con la palabra "a(pausa)pollo". No pareció entender, sorprendido por la petición, pero insistí. Con cierta desconfianza me soltó : "Ayer comí a(pausa) pollo".
No os podéis imaginar la increíble alegría de encontrar a alguien que comparte tu mismo coeficiente de inteligencia. No entendió que diera saltos de alegría. Para él era una frase normal. Le expliqué todo el proceso que me había llevado hasta su despacho. Me escuchó con atención. Para el alcalde no era un tema banal. Estábamos, según dijo, ante un punto crucial en la historia del pueblo. Aún más, de la Historia de la Humanidad. Me soltó un discurso sobre el triunfo de las Fuerzas del Mal, de las cuales la ortografía eran su avanzadilla, y sobre cómo los seres humanos habíamos condenado nuestra libertad a su sometimiento. Le mostré la página del diccionario donde se podía leer la acepción de "a pollo" que nos degradaba. Cogió el libro con despreció y con el mismo movimiento, sin mirarlo, lo lanzó por la ventana. Así, tal cual, con un par. Revolotearon las hojas por un instante, como una pajarillo que no puede remontar el vuelo, para caer con un ruido sordo en la plaza Mayor. De ser una amenaza a nuestra especie a ser un desecho que los barrenderos se llevarían sin más.
Me prometió cambiar las leyes. Convocaría un pleno y revertiría la tiranía. El cero de mi hijo se convertiría en un diez y el mío se convertiría en un símbolo, en el segundo cero, minuto cero, hora cero, año cero de una nueva era de la Humanidad. Estaba extasiado escuchando a a aquel hombre, a aquel mesías. Le mostré agradecimiento pero también prudencia. Solo quería que cambiaran la nota de mi hijo, pero el alcalde me interrumpió. Recostó su pecho contra la mesa y me miró mientras levantaba de nuevo la tapita que cubría el botón rojo. "El Cambio o el Apocalipsis. Tu eliges". Aposté por el cambio, no llevaba el pelo lo suficientemente bien cortado para el Apocalipsis.
Al cabo de unos días se convocó un pleno extraodinario del Ayuntamiento. La oposición se pitorreó del alcalde pero este, usando su aplastante mayoría, consiguió que en las escuelas municipales la palabra "apoyo" pudiera sustituirse por "a pollo" tanto en grafía como en significado. Así fue comunicado a los directores de los centros educativos que transfirieron la orden a los claustros de profesores. Los profesores - menos los de matemáticas, que miraban la situación con ojos pícaros - protestaron por lo que consideraban un atentando contra las normas básicas del lenguaje. Se plantaron ante el despacho del Director exigiendo que a su vez protestara frente al alcalde, pero dada la potestad que este tenía para cesar al máximo responsable de la escuela, el escrito se iba retrasando y traspapelando de manera inaudita.
Al final, hartos de recibir largas, organizaron una protesta en la Plaza Mayor la cual fue aprovechada por la oposición para "apoyar" a los profesores y así poner en duda la salud mental del alcalde. Los jóvenes del pueblo, acostumbrados a colocarse siempre contra el poder establecido, al principio estaban descolocados porque el alcalde representaba el poder opresor pero a su vez muchos de los profesores habían sido sus pesadillas particulares durante la etapa escolar, así que prefirieron "a pollar" por una vez a la máxima autoridad del pueblo.
El asunto trascendió al pueblo llano y muchos se reían del "a pollo" hasta que uno de los que más se carcajeaban en público fue agredido por un grupo de vecinos, entre los que se encontraba el pollero del Mercado Central. Llegó el día en que se formaron dos bandos : el de "a pollo" y el de "apoyo". Creyéndose cada uno de ellos ungidos de la verdad suprema, empezaron a hostigar a los contrarios. Los "apoyo" organizaban controles en las calles para obligar a pronunciar la palabra a los transeúntes. Si notaban un espacio entre la "a" y el "pollo" o para indicar auxilio o favor el interceptado usaba sinónimos como "amparo", "protección" o "sostén" la cosa se liaba parda.
Para liar mucho más el asunto el bando de "a pollo" sufrió una escisión. Habían los que defendían una parada larga entre la "a" y "pollo", llamándose así mismo Partido A(doble espacio) Pollo Auténtico. Defendían en realidad el deseo de descabalgar del poder al alcalde, que pasó a liderar el Partido A(espacio simple) Pollo Tradicionalista, ahora en precaria mayoría simple. El escándalo saltó cuando la oposición y el Partido A (doble espacio) Pollo se aliaron para tumbar una propuesta de ley que pretendía recalificar el cementerio como zona urbanizable, cuando de toda la vida había sido zona inundable. Estallaron alborotos. Los unos y los otros se llamaban traidores, se incendiaron contenededores de basuras, hubo lanzamiento de piedras contra viviendas y sedes de partidos y al final se iba con cuidado por dónde se pasaba porque había zonas de clara mayoría "apoyo" y otras controladas por los "a pollo" de doble y simple espacio. Familias enteras quedaron divididas, levantándose en el comedor paredes divisorias que ponían en aprietos a aquellos que quedaban a un lado del baño o al otro lado de la puerta de salida.
Los viejos del pueblo pedían calma y serenidad recordando la terrible Guerra de la Mandarina (1979-1982) que estalló por la disputa en un bar donde un vecino decía que una naranja equivalía a dos mandarinas, otro que a tres y el tercero, que mediaba en la disputa y que obviamente por su sensatez mataron durante las primeras refriegas, que dependía del tamaño de naranjas y mandarinas. Tres años después el 80% del pueblo estaba en ruinas, el 40% de la población había huido o desaparecido, las familias se habían divido en dos bandos irreconciliables y las bolas del futbolín del bar seguían sin aparecer, sin que a nadie se le ocurriera comprobar cuál era la equivalencia correcta por miedo a reavivar el conflicto.
Viví ajeno al aumento de la tensión. Recuerdo con especial cariño el día en que llegó mi hijo de la escuela con la nota modificada, aunque para ello la profesora había hecho un inusitado esfuerzo y el "uno" que precedía ahora al "cero" parecía tan profundamente clavado que había atravesado todas las hojas de la libreta. Gané aquel día muchos puntos ante mi hijo. Veía sus ojillos brillar a través de sus gafas de culo de vaso, mirándome como si en mi hubiera descubierto una mina de diamantes. Esa mirada de admiración que no esperaba volver a encontrarme hasta que en el lecho de muerte, ya viejo decrépito, se asomara para dedicarme una mirada parecida ya no digo de admiración, pero sí al menos de lástima.
El resto de la historia me la tuvieron que contar por razones obvias. Estaba tan contento por la renacida admiración de mi hijo que me lo llevé a Parque Warner* con todos los gastos pagados gracias a su hucha de cerdito. Parece ser que mientras disfrutábamos de la montaña rusa y las sillas voladoras se celebró en el despacho del alcalde una minicumbre para tratar de limar asperezas entre los litigantes.
* atención : cuña publicitaria
Todo empezó bien pero la cosa se fue caldeando hasta que para imponer orden el alcalde empezó a golpear la mesa con fuerza. Y uno de los golpes dio, por casualidad, sobre el botón rojo. Parece ser (y digo esto alzando los brazos y encerrando el "parece" con un entrecomillado al aire) que el artefacto nuclear no era una bola. Por fortuna uno de los asistentes tuvo la suficiente capacidad de reacción para anteponer un folio entre la onda expansiva y su cuerpo y eso le salvo. Gracias a él nos llegó el relato de lo ocurrido a los sobrevivientes. Claro que las autoridades de la capital, para no demostrar ignorancia e incompetencia sobre el artefacto nuclear en el que nadie creía hasta que estalló, aceptaron la historia que teníamos consensuada por defecto cuando aquellas cosillas ocurrían y que decía que el socavón de 40 metros de profundidad lo había causado una corriente de aire y un portazo inusitadamente fuerte provocado por la misma.
Pechuga de pollo filiteada o cómo desenmascaré a Jack el Destripador
No se si habéis sufrido esa terrible sensación de retirar el plástico de una bandeja de pechuga de pollo fileteada, con esa alegre y confiada sonrisa del monaguillo que va cogido de la mano del cura a ver qué hay en la sacristía, para contemplar con horror que cada pedazo de pollo tiene una longitud y un grosor completamente discordante. Se hiela entonces tu expresión - igual que la del monaguillo que de repente se da cuenta que no, que allí no se esconde el "pinocho" que le habían prometido - mientras vas retirando la carne y un trozo es largo y grueso, y otro es fino y corto. ¡Qué no, que allí no hay dos trozos iguales ni de casualidad ! No se trata de una cierta irregularidad, es que parece hecho a posta. ¿Cómo voy a freír a la vez esos trozos? Mientras que uno se cocinará en segundos, el otro necesitará al menos un cuarto de hora. Y luego está lo que llamo la "chulla", ese pedazo de carne que no sabes muy bien de dónde sale ni qué hace allí. Es pequeño, deforme, oblongo, algo inútil. ¿Se puede empanar? Sí ¿Se puede freír? También. Pero no te lo comes PORQUE NO SABES DE DÓNDE COLGABA ANTES. Se lo darías al gato si lo tuvieras y además le profesaras un considerable odio.
Te sientas en la silla de la cocina, inerme, abatido, contemplando atónito aquella aberración de carne hecha retales. Parece la obra de Freddy Kruger, o de Eduardo Manos Tijeras. La obra de una mente criminal, de alguien que disfruta convirtiendo la pechuga de pollo en despojos. No hay otra posibilidad. Aún así vuelves a comprar otra bandeja de poliespán esperando que aquello fuera el mal día de un pollero torpe. Y vuelve a pasar. Y de nuevo. Y otra vez. Empanas los irregulares filetes con una mezcla de odio y rabia. Es que ya ni saben igual. No los puedes mirar. Los ocultas en el interior de un bocadillo pero tus dientes te traicionan y te das cuenta que un trozo es grande y el otro diminuto, que uno es grueso y el otro es fino como el papel, por muy bien que los solapes. Es entonces cuando te empiezas a amochalar. En el supermercado ya no vas a la fruta, ni a comprar galletas, ni piensas en aquella cajera que está como Dios. No, vas directo a la góndola refrigerada del pollo. Inspeccionas las bandejas y eliges una donde los filetes son largos y de un grosor adecuado. La capa superficial se muestra perfecta. Quieres sentir esperanza pero te la han jugado tantas veces que no puedes. Impulsivamente vacías la estantería, te llevas todas las pechugas fileteadas, por si tu primera elección falla. La cajera buenorra te mira con ojos asustados mientras depositas la morterada de pollo sobre la cinta transportadora pero en lugar de gritarle a ella que para eso está buenorra - locura la justa - chillas a la mujer justo detrás tuyo porque te ha pedido amablemente adelantarte en la cola , que solo lleva una barra de pan y te suplica llegar pronto a casa a ver a la Ana Rosa Quintana.
Llegas a tu humilde morada con los ojos inyectados en sangre. Te encierras en la habitación apilando las bandejas hasta formar la montaña que te llevará a los "Encuentros en la Tercera Fase". Si Richard Dreyfuss, que parecía un seminarista, tenía cara loco la mía, que me parezco a Pedro Sánchez, ni os cuento.
Veo frente a mi alzarse ante mis ojos una montaña inestable de pollos masacrados. En tus manos temblorosas sujetas la que parece la bandeja perfecta. Te sientas en el borde de la cama, tratando de calmarte. Respiras hondo y retiras la película de plástico film. Todo bien, de momento. Ahí están los filetes, tranquilos, esperando la inspección. Levanto uno, luego otro. Los sujeto por un extremo frente a mis ojos, uno en la mano izquierda y otro en la derecha. Bien, son casi iguales. Las diferencias son mínimas, aceptables. Me tranquilizo. Continúo con el resto del pollo de la capa superficial y todo en orden. Pero cuando retiro toda la capa superior y veo la inferior se me desencaja el rostro. Allí están los filetes destripados, uno gordo, otro flaco, uno corto y dos largos. Y hay maldad. Un filete es tan fino que transparenta. Me han metido un carpaccio, el muy hijo de su madre...El otro grueso como un entrecot de precio. Voy a necesitar todo el gas de Siberia para cocinarlo. Elevo la vista al techo sintiendo palpitaciones en la vena de la frente. No me atrevo a mirar pero al final la gravedad me vence y sí, allí está, la chulla. Es la firma del sádico, la suprema maldad de un loco. Del alarido que emito se desprende un iceberg del Benito Perojo. Lo siento por la ola que levantó y que ahogó a doscientos turistas. Mejor que hayan muerto pensando que se debía a un infortunio del destino y no por algo tan prosaico como una bandeja de pollo mal cortado.
Entonces haces lo único lógico que se puede hacer. Son seis meses de esperar que el infecto pollero aprenda a filetear una pechuga. Seis meses en que solo como pollo esperando ese milagro que no acaba de llegar. No queda otra que hacer lo que haría cualquier persona en su sano juicio. Desempolvas tu bate de béisbol y vas a la puerta de atrás del super a esperar que salga ese pollero mal nacido. No sabes quién es pero tienes ese pálpito de que lo reconocerás.
Debe ser un tipo abyecto, zafio, con un palillo colgando de la comisura de los labios, cicatrices en el rostro e higiene escasa. De esos que se llevan al trabajo un bocadillo de un metro clavado bajo el sobaco mientras con la otra mano lee el Ulises de James Joyce para joder con su nivel cultural a los otros ocupantes del vagón del metro. Sí, imagino vuestro horror al leer esto, "uno" de esos intelectuales que sabe leer.
Pasaron a mi lado los trabajadores del supermercado, la cajera buenorra que hizo una "ele" brusca para evitarme. Estaba perdido. No esperaba ver a nadie con un bocata atravesado en la axila porque por la hora que era "probablemente ya se lo habría comido", pero tampoco vi a nadie con aspecto deleznable y menos leyendo a James Joyce. Iba ya a desistir cuando apareció por la puerta de atrás un tipo enclenque, con gafas redondas, aún portando el gorrito ridículo de los polleros y un delantal blanco inmaculado. Vale, no se parecía en nada a mi retrato robot, pero qué odio le cogí de inmediato. Además un odio fácil, porque si además de parecerse a como me lo había imaginado hubiera medido dos metros y pesado cien kilos me habría hecho sentir ternura y deseos de abrazarlo con un "tranqui, todo olvidado" que seguramente el tipo no habría entendido. Pero allí estaba aquel enclenque, aquella piltrafilla fácilmente apaleable y me vinieron a la mente todas las bandejas de filetes de pollo cortadas por la familia desestructurada de la Masacre de Texas.
Le seguí. Iba canturreando el muy infeliz. "Canta, canta", iba pensando para mis adentros a grito pelado, "que te queda poquito". Esperé mi momento que se produjo cuando introdujo la llave en un Chevrolet Matiz City. "Pringao", pensé.El primer golpe en la corva lo derribó con un chillido de rata. No se lo esperaba. Ya en el suelo actué con celeridad. Sujetándolo por la pechera le conminé a que me dijera con qué mano hacía los filetes de pollo.
- ¿Qué? - preguntó con un susto considerable.
- ¡Que me digas con qué mano haces los filetes! - le grité a pesar del gentío de niños reunidos a nuestro alrededor gritando las apuestas para ver cual de los dos "viejos" (sic) ganaba el combate. Nota mental : no volver a hacer esto delante de un colegio de primaria en horario de salida.
- ¿Qué?- volvió a preguntar intentando protegerse la cara con las manos.
- Te reto a que me vuelvas a decir "¿qué?" - y se asustó aún más porque bueno, no soy Samuel L Jackson en Pulp Fiction pero a cara de loco no me ganan ni él ni Jack Nicholson.
- ¿Qué?
Y ya alzaba el bate de béisbol para arrearle con fuerza cuando gritó que con la mano derecha. Crecido por su debilidad incontinente y el griterío de los niños pidiendo "muerte" y "sácale los ojos" (chavalillos, ahí se ve su pueril inocencia, dado que el final romo del bate de béisbol no es apto para arrancar los ojos de nadie) me dio por parafrasear a Jules Winnifield
- Hay un pasaje que me sé de memoria, pollero asqueroso, y que parece apropiado para esta situación. Es de Ezequiel, 25:17, y dice: El camino del hombre recto está por todos lados rodeado por las injusticias de los egoístas y la tiranía de los hombres malos. Bendito sea aquel pastor que, en nombre de la caridad y de la buena voluntad, saque a los débiles del Valle de la Oscuridad. Porque es el autentico guardián de su hermano y el descubridor de los niños perdidos. ¡Y os aseguro que vendré a castigar con gran venganza y furiosa cólera a aquéllos que pretendan envenenar y destruir a mis hermanos! ¡Y tú sabrás que mi nombre es Yahveh, cuando caiga mi venganza sobre ti!
Llevo años diciendo esta mierda, y cuando alguien lo oía es que iba a morir. No había pensado mucho en lo que significaba, simplemente creía que era un rollo que le soltaba a algún hijo de puta antes de pegarle un tiro, pero esta mañana vi algo que me ha hecho pensarlo dos veces. Ahora se me ocurre que tal vez significa que tú eres el hombre malo, y yo soy el hombre recto, y que el señor 9 mm es el pastor que protege mi recto culo en el valle de la oscuridad. O será tal vez que tú eres el hombre recto, y yo soy el pastor, y que este mundo es injusto y egoísta. Me gustaría eso, pero ese rollo no es la verdad. La verdad es que tú eres el débil y yo soy la tiranía de los hombres malos. Pero me esfuerzo, Ringo, me esfuerzo con toda intensidad por ser el pastor
- ¿Ringo?... Soy Álvaro - replicó entre lloriqueos el pollero sádico.
Y un niño del corrillo dijo con suficiencia al resto de chavales que era el monólogo de Iron Man en no se-qué-película de los Vengadores, con lo que me puse de una mala hostia considerable. Como si las películas de Tarantino no tuvieran la suficiente violencia para interesar a un niño pre adolescente. Iba ya a golpear la mano pecadora que masacraba pechugas de pollo y de paso atizar distraidamente al niño que no tenía ni idea de cine con el mismo voleteo del bate, cuando una patrulla de la Guardia Urbana acertó a pasar delante del colegio haciendo más eses que los Diputados del Congreso al salir del bar del ídem.
La pareja iba como siempre con la camisa abierta hasta el ombligo, las gafas de sol tipo aviador y ese aliento a cazalla que te embriaga solo de olerlo. Se ve que ya se habían cansado de pegar a los niños que no les habían comprado droga y ahora les pareció divertido meterse en la pelea. Me miraron con ojos pescado y luego contemplaron al alfeñique que tenía a mis pies para ofrecerse a continuación a unirse a mi y "a mi hermano gemelo" (sic) para pegarle una paliza a "aquel mierda como Dios manda". A mi la violencia por duplicado no me gusta y menos si tengo que aplicarla yo mismo porque cansa un montón. Así que ya que estaba la policía aplicándose con el pollero hice mutis por el foro satisfecho de haber puesto orden en el Universo.
Apareció en todos los periódicos y noticiarios del día siguiente : "Vil pollero vende droga y molesta a niños de un colegio antes de ser detenido por una ejemplar patrulla policial", titular que iba acompañado por las fotos de Tango y Cash que parece ser quedaban mejor que la imagen real de los susodichos héroes, que ya es decir. Me era igual, fuera cual fuera el método, había conseguido sacar de la circulación al pollero sádico.
Pasaron seis meses antes de que volviera a acercarme a la góndola del pollo. Había acabado harto de tanta pechuga y tras un periodo de ayuno polleril un día, de repente, me volvió a apetecer. Fui tranqui, como Honeybunny, confiado. No fue una inspección concienzuda porque sabía que el pollero sádico estaba a buen recaudo. Le habían caído unos doscientos años de cárcel revisable en la fortaleza de If, la misma que había hospedado al Conde de Montecristo. Era cierto que entre los cargos que se le imputaron no figuraba el despiece salvaje de pechuga de pollo pero el resto de delitos eran tan abominables que los franceses, a los que no les iba ni venía el caso ni tenían jurisprudencia sobre un preso de otro país, pidieron tenerlo bajo su custodia y darle pa'l pelo (sic) todo lo que no habían podido dar al Edmundo Dantés que se les había escapado hacía una eternidad y eso los tenía sumido en el más abyecto de los rencores.
¿Sabéis esa terrible sensación de que vuestra pareja os acaba de decir que os ama, abandonas la casa para ir a trabajar y de repente recuerdas que has olvidado el bate de béisbol y regresas para encontrarla retozando con un tipo que no eres tu? Y hasta ahí todo bien, pero en ese momento se descuelga por una cuerda Tom Cruise tras atravesar la cristalera y es entonces cuando, perdiendo los papeles, te lanzas a su cuello dando bocados porque trata de imitar a Paul Newmann en el Buscavidas con la mayor desvergüenza y absoluta falta de talento.
Pues bien, algo parecido me ocurrió haciendo el unboxing de la compra de aquel día al sacar los filetes de la bandeja de poliespán. Y pido de nuevo perdón a los primeros turistas que visitaban el glaciar Benito Perojo que se acababa de reabrir tras la terrible ola de hacía seis meses y que de nuevo fueron barridos por una ola gigantesca, lo que hizo que la película La Ola Asesina tras el Alarido, basada en la primera, fuera un fracaso porque el público pensó que pa' qué iban a ver aquella película si la secuela Ola Asesina tras el Alarido 2: Te vas a cagar parecía más salvajemente prometedora.
Recuerdo que pasé dos largas horas en estado catatónico contemplando el terrible despiece del pollo. Y la chulla, que no podía faltar. Sentí remordimientos. ¿Había metido a un inocente en prisión? Me lo imaginaba torturado por sus carceleros, los chefs del dolor, inflándole a Quiche Lorraine y Beignets, mientras reían "ho,ho,ho" (no veas lo que jode cuando un francés te rie en francés) si el preso no sabía pronunciar Chatteau Laffite y le servían a modo de castigo un tintorro de Borgoña.
Finalmente me repuse, decidido a encontrar al culpable sin cometer el mismo error. No, aquel sádico seguro que no leía a James Joyce ni contaba con el aspecto que en mi odio le había fabricado. Debía ser alguien normal, anodino pero no vulgar, indestacable por nada en especial, indetectable. Vamos, lo que se dice una mente criminal metida en un cuerpo criminal. De esos anfitriones que invitan a sus amigos a casa y se excusa porque "debe" ir a la cocina a descorchar la botella de vino. Efectivi Wonder la descorcha, pero cuando ya tiene el tapón casi fuera se ríe como el perro pulgoso de los Autos Locos y echa el corcho, to' desmigado, para adentro de la botella y sale de nuevo al salón con la cara compungida diciendo que "ha tenido un accidente". Y tu le excusas, que no pasa nada, que es un tipo super guay y un error lo tiene cualquiera, y te pasas por el gaznate el vino barato con los trocitos de corcho, que no veas lo que jode, y lo miras como diciendo "no pasa nada, si hasta le da un toque como saladito" pero entonces intuyes que se ríe para adentro y te da la sensación que disfruta pero no le puedes decir nada porque se le ve todo apenado y el rostro no se le agrieta ni por una sonrisa que se le escape de la comisura de los labios. Sí, seguro que estáis horrorizados, a "ese" tipo de criminal me estoy refiriendo.
Alguien así, tan frío y calculador, solo podía ser desenmascarado por un profesional, por un psiquiatra forense, por un genio de la criminología, por alguien acostumbrado a lidiar con el MAL en mayúsculas (o con Javier Bardem en No es país para viejos). En Internet había ciento y la madre así que elegí el que más se parecía a Max Von Sydow en Ciudadano X (había otro especialista en criminales chungos que también se parecía al Max Von Sydow de El Séptimo Sello pero no se, como que no inspiraba tanta senil confianza).
La secretaria me condujo hacia el interior del despacho a través de un corto pasillo mientras intentaba discernir qué ocultaba en aquel apretado paquete que portaba en mis manos. Sin llamar a la puerta la abrió de par en par preguntando si el ocupante estaba "decente" mientras sonaba "Put the blame on Mame" en la gramola. El Profesor - así lo llamaré de ahora en adelante - levantó la cabeza para ajustar la hombrera de la chaqueta en su lugar mientras respondía : "Decente, ¿yo?" y tras escrutarme con una mirada mezcla de odio y decepción continuó : "Seguro, estoy decente".
El Profesor me preguntó qué me traía a su despacho y como respuesta le lancé sobre la mesa la bandeja de pechuga de pollo fileteada. Pareció no comprender hasta que le insté a que la mirara. Así lo hizo. Luego abrió un cajón para extraer un par de guantes de vinilo y colocárselos mientras se movía las gafas de la punta de la nariz hasta el inicio de la misma. Por un momento temí que se las incrustara en los ojos. Introdujo las manos en la carne rosada para levantar las dos piezas a las que había quedado reducida la pechuga de pollo. En su mano izquierda un filete largo, fino y deforme, mientras en la derecha sujetaba un pedazo gordo que aglutinaba el noventa por ciento de la carne. Con precisión quirúrgica unió ambas mitades y certificó que pertenecían al mismo animal aunque, por carecer de conocimientos de anatomía polleril, no podía precisar si se trataba del lado derecho izquierdo o derecho del pollo. Dicho esto las gafas bajaron de nuevo a la punta de la nariz, la que debía ser su posición natural, supuse. Arrugó la napia y con aire sapiente me hizo saber que en la pechuga faltaba algo.
- La chulla.
- ¿Lo cuálo? - preguntó a su vez usando un dialecto científico.
Con un gesto le hice ver el trocito de carne que aún permanecía en la bandeja. Con unas pinzas lo prendió para colocarla a continuación, como si de un rompecabezas se tratara, en el lugar donde creía que podía encajar.
- No encaja - me indicó tras tres horas de intentos frustrados.
- Ya...nunca encaja- dije despertando de la prolongada fiesta - ¿Qué puede decirme del autor del desaguisado?
- Bueno - carraspeó, adquiriendo un falso acento alemán - tenemos una pechuga de pollo de unos trescientos gramos de peso, ignorando si corresponde a la parte izquierda o derecha del animal y desconociendo a su vez si corresponde a un ejemplar macho o hembra... - alcé las cejas sorprendido - ...aunque al tratarse de un "pollo", como indica la etiqueta, probablemente se trate de un ejemplar "macho". Porque en caso contrario estaríamos hablando de una po.."gallina".
La pechuga ha sido fileteada en dos mitades que encajan a la perfección. La mitad que llamaremos "A" debe tener un peso de unos cuarenta gramos, unos doce centímetros de longitud y es tan fina que transparenta. La otra parte, que llamaremos "B", pesa alrededor de doscientos sesenta gramos, es gruesa de la hostia y mide algo más que la mitad "A". Finalmente anotar que en la bandeja aportada por el individuo "C" - no, tranquilos, no me ofende ser la "C" tras dos pedazos de pollo anotados como "A" y "B" - se ha encontrado un trozo de pollo de unos dos centímetros de diámetro, amorfo, que no parece formar parte de la pechuga anteriormente descrita y cuya utilidad ignoro. El individuo "C" que ha portado el ejemplar ha llamado al apéndice cárnico "chulla" y como tal me voy a referir al mismo pues en mi precipitación ya he usado las letras "A", "B" y "C" y necesito una denominación que el mandril que se encuentra frente a mi, no se ofenda, entienda a la primera.
- No me ofendo pero, qué me puede decir de quien ha fileteado así la pechuga.
- ¿No ha sido usted? - preguntó extrañado.
- Pues no.
- Entonces retiro lo de mandril.
Tras agradecerle no ser considerado como tal, pasé a explicarle lo acontecido durante los últimos seis meses. Nunca nadie me había escuchado con tanta atención, ni siquiera aquella vez en que vistiendo un cinturón de explosivos amenacé con hacer estallar el centro comercial donde me hallaba a menos que me dijeran dónde estaba el pan de molde sin sal de una puñetera vez.
Tras la prolija explicación se cernió sobre nosotros un silencio devastador. Entrelazó las manos oponiendo ambos dedos índice sobre los que apoyó la nariz. Suspiró a continuación para reclinarse contra el respaldo de la silla. Parecía tan intelectual que me dieron ganas de acariciarle las costillas con una barra cuadrada de acero al tungsteno.
- Mi primer pensamiento va para el inocente que se pudre en una cárcel francesa. A estas alturas ya estará perdido. Lo habrán hartado de champagne Dom Perignon, de pastel de Nantes y de Isle Flotant. Ya no sabrá cocinar nada sin nata y además se habrá vuelto un pedante cada vez que se lleve una copa de vino a la boca, aparte de a ver quién es el guapo que le invita a comer y te deja en ridículo pidiendo la carta de agua mineral en un restaurante español. Si se ha resistido le habrán explicado con todo lujo de detalles cómo se hace el foie de oca...horrible...no, definitivamente, mejor que se quede en Francia. Pero a este hijo de su madre - dijo abandonando el acento alemán impostado - , a este sí que le vamos a dar boleto.
Con un rápido movimiento se levantó de un salto de la silla para acercarse a un armario de donde extrajo el bate de béisbol más abollado que hubiera visto en mi vida. Mirándolo con embeleso musitó : "este cabronazo no se nos va a escapar. Lo que ha hecho a esta y a otras muchas pechugas de pollo no tiene perdón de Dios".
- Pero Profesor, no se de quién se trata. No tengo localizado al criminal.
- Es igual, vamos a "acariciar" a todos los empleados del supermercado. Seguro que así acertamos.
- ¿Incluso a la cajera buenorra?
- A esa también. – dijo con el desdén del que sufre disfunción eréctil - Yo no me fío de nadie. Los criminales siempre son los que menos esperamos. No se imagina la cantidad de veces que he metido en la cárcel al primer señor de Soria que pasaba por la calle.
- ¿Porque era culpable?
- No, que va.
- Pero Profesor, me gustaría algo más elaborado de usted.
Se acercó a un palmo de mi cara blandiendo el bate y con expresión de pocos amigos.
- No me sea maripili. "Esto" - giró la cabeza para mostrarme la bandeja de pollo - requiere una acción ejecutiva. No podemos dejar que un monstruo así quede impune, ¿verdad? No querrá que vuelva a actuar, ¿verdad? ¿Cuántas familias va a destrozar gracias a repartos injustos de filetes empanados? ¿Quiere ser cómplice de un crimen tan atroz? Yo viví algo así. Mi familia compraba en un supermercado donde el pollero cortaba la carne con hachas de pedernal. Y a mi siempre me tocaban los pedazos más deformes...era horrible. Viví traumatizado toda mi infancia...
- Ya...lo comprendo. Pero no se, a eso he venido, a que me haga un retrato robot-psicológico del psicópata que filetea así la pechuga de pollo. Lo de golpear a todos los empleados ya lo podría haber hecho yo solito.
- Comprendo - dijo suspirando mientras volvía a un grado de mansedumbre manejable - usted quiere que le describa a alguien paraaaa....? - arrastró la "a" durante diez largos segundos.
- No, si va a ser también para atizarle con el bate de béisbol. Pero me gustaría ir sobre seguro. Pegar al que le toca, en definitiva. Para la violencia indiscriminada ya está el sistema judicial.
- Vale, vale. Creo que aquí puede haber algo interesante. Vuelva mañana y ya tendré preparado el perfil psicológico de semejante bestia. - dijo volviendo al relajante acento alemán tras comprobar que mis intenciones eran violentas.
Pasé la noche en vela. ¿Estaba hiendo demasiado lejos? Cada vez que las dudas me asaltaban venían a mi mente las imágenes de los trozos de pollo mal cortados y es que se me encendía la sangre. No, no estaba hiendo demasiado lejos porque el camino del hombre recto está por todos lados rodeado por las injusticias de los egoístas y la tiranía de los hombres malos que cortaban el pollo a su libre albedrío. Y eso debía acabar.
A la mañana siguiente el Profesor me recibió con pose seria. Me invitó a sentarme y él hizo lo propio en su silla de despacho. Se notaba que tampoco había dormido mucho.
- ¿Tiene lo que le pedí?
Carraspeó y abriendo una carpeta se dispuso a leer en voz alta.
- El asesino de la pechuga -. dijo a modo de título de su informe.
Me miró por encima de sus gafitas redondas para comprobar por un segundo cómo me estremecía a la vez que me encogía hasta hacerme pequeño. En cierto modo en aquellos papelajos se encontraba "el monstruo" que me había torturado desde hacía medio año y eso me ponía nervioso. Carraspeó de nuevo, aposentó mejor su culo en la silla y prosiguió con semblante del que lee un testamento a un beneficiario sin que le toque nada del mismo.
- Estamos ante uno de los casos criminales más estremecedores que han llegado a mis manos en la última década. Voy a proceder a perfilar el retrato robot del presunto pollero a través de las pruebas físicas aportadas y la declaración de los hechos acontecidos al respecto por el sujeto que requiere este informe- explicó a modo de introducción bajando la cabeza para enfocarme con la mirada de modo inquisitorial -. Bien...ejem,ejem... a la vista del despiece o fileteo de la pechuga y de la pertinaz comisión del pollicidio que, que sepamos, se prolongó durante seis meses, puedo dictaminar que el individuo que ha perpetrado el brutal corte de la pechuga de pollo es un experto pollero puesto que, según relata, el individuo "C" - asentí con una lágrima pugnando por brotar de mis ojos - durante los meses en que ha padecido la brutal agresión psicológica ha adquirido un buen número de bandejas de pechuga de pollo fileteada en las cuales la capa superficial estaba cortada con gracia y precisión mientras que la inferior, oculta por la primera, contenía trozos de carne desiguales tanto en longitud como grosor y amplitud. De ello se infiere que quien es capaz de cortar con equilibrio y mesura los cortes superiores y por tanto visibles, debe serlo también para los inferiores, puesto que la destreza demostrada no se desvanece según se avanza en el fileteo del espécimen cárnico.
Podría objetarse que pudiera ser que agotada la parte de la pechuga más fácil de cortar, los trozos irregulares y deformes serían parte de los recortes que por su misma condición no pueden tener forma regular ni ser armoniosos con el resto. Contra esta objeción cabe presentar la bandeja que el individuo "C" trajo a mi despacho, compuesta por tres partes, dos de ellas identificables como parte de una totalidad, aka pechuga, ambas tan dispares entre si que solo una inspección meticulosa permitió encajarlas y confirmar que efectivamente eran un todo y antes un pollo y antes un animal que libremente y en pleno uso de facultades, mermadas por el confinamiento, la falta de sexo, de luz y de espacio para moverse pero plenas en potencia, habitaba una jaula de treinta por treinta centímetros consumiendo grano y con una fecha límite temporal bien definida, más bien para su desgracia. Y que dicho fileteo no podía tener otra finalidad que zaherir moral y físicamente al comprador que debería optar por filetear él mismo la pechuga, con la consiguiente pérdida de tiempo y la necesidad de disponer de cuchillos especializados de los que carece cualquier hogar medio. Es más, ante la posible objeción a que los trozos irregulares y casi inutilizables serían necesarios para reflejar un peso determinado, sería preciso indicar que las bandejas de carne se pesan individualmente y no deben alcanzar mas que un peso aproximado, por lo que añadir piezas deformes para alcanzar un peso concreto no es objetivo del supermercado.
Dicho esto, y como colofón, destaco la presencia de una pieza de carne que ni es filete ni forma parte de la pechuga, de apenas un centímetro y que por su fealdad e inutilidad el individuo "C" llama "chulla", palabra que tal vez pertenezca a la jerga de la taxonomía animal a la que pertenece - hizo un gesto vago de perdón que acepté embelesado como estaba por sus palabras - pero que por su misma fealdad define sin hacerlo su asquerosidad y que según mi análisis se trata de la firma del criminal, del último desprecio que el cliente debe soportar por su villanía, negándome a buscar el lugar donde anatómicamente le corresponda por temor a hallar aquello que no buscaría ni harto vino. - hizo en aquel momento un silencio dramático.
- Alegadas las pruebas paso a definir el perfil psicológico del individuo. Contra la primera aseveración del invididuo "C", el mandril...perdón - corrigió con un fuerte garabato la errata que se había colado en el informe - que sufrió la inquina del pollero durante un semestre, no estamos delante de un ser de apariencia o comportamiento abyecto, mas bien lo contrario. El individuo objeto de estudio, al que llamaremos "X", tuvo una infancia feliz con unos padres que le querían. En sus cumpleaños se celebraban fiestas infantiles y recibía, con sus más y sus menos, los regalos que pedía y no la sempiterna colección de camisetas y calzoncillos blancos que no había solicitado ni necesitaba - el Profesor gimoteó durante unos breves segundos -. También celebraba con normalidad el día de Reyes en que recibía regalos en primera instancia pensando que tres Reyes "mágicos" estaban pensando en él y luego, con más edad y conocimiento, sabiendo que eran los padres quienes proveían los bienes que se desparramaban por el salón comedor y no como otros que se quedaban sin regalos porque le hacían creer en el Elfo del Bosque de Sherwood y éste nunca tenía tiempo para llevar regalos perseguido como estaba por el Sheriff de Notting Hill, y además no le sacaron de la inopia hasta los treinta y dos años con el consiguiente descalabro emocional - nuevos gimoteos -.
El paso por la escuela fue normal. Ni era el más popular ni tampoco el infeliz al que todo el mundo pegaba por creer en elfos y hadas - nuevo gimoteo -. Su expediente académico no era brillante pero él nunca tuvo aspiraciones en tal sentido, así que cuando acabó los estudios obligatorios se puso a trabajar, se casó y tuvo un par de hijos tras la compra de un piso de tamaño medio en un lugar del extrarradio de clase media baja pero con posibilidades de crecimiento. Recientemente ha terminado de pagar la hipoteca, así que dada la cantidad de años que lleva trabajando en el supermercado y su edad, por muy mal que fueran las cosas tendría el porvenir asegurado gracias al cobro de la prestación por desempleo, la indemnización por despido y el adelanto de la edad de jubilación. Así o en cualquier orden.
En el supermercado ha pasado por todos los trabajos imaginables, desde que era un aprendiz hasta que finalmente le asignaron la pollería, lugar desde el que comete sus tropelías. En resumen, se trata de uno de esos tipos sin estudios, semi analfabeto, que igual podría haberse dedicado a la política que a los pollos, si bien para lo primero hubiera necesitado no tener entrañas lo cual, dado que eviscera pollos, le habría sido difícil. Imagine que sube al atril del Congreso de los Diputados para empezar a decir sandeces. Seguro que se hubiera provocado tal asco que al final del discurso se abría rajado el vientre para sacarse los intestinos tal y como hace con los animales. Unos lo habrían llamado harakiri polítco, pero yo lo habría denominado evisceración preventiva. Es pura lógica. En fin, resumiendo porque me estoy poniendo de mala leche, nuestro señor "X" es un tipo normal, anodino, sin estudios pero no iletrado, con el piso pagado, dos hijos, sueldo medio y vida en apariencia resuelta. Un tipo deleznable, como puede comprender.
Me estremecí. Nunca hubiera imaginado que me estaba enfrentado a semejante monstruo anacrónico. Un ser humano con piso propio, vida resuelta, trabajo estable, sin deudas con el banco, sin que los empleados de la compañía eléctrica aporreen tu puerta y luego se queden en silencio media hora para despedirse con una vocecilla que parece sacada de una película basada en un libro de Stephen King diciendo que "volverán"...
- ¿Y también va de vacaciones? - balbuceé la pregunta sin dar aún crédito a lo que había escuchado.
- A Peñíscola, cada año.
- Joder...ahora sí que estoy asustado...¿y por qué filetea así la pechuga de pollo?
Dada la gravedad de lo que iba a decir a continuación, se levantó de la silla para sentarse en la esquina de la mesa más cercana a mi persona. Agradecí la cercanía, aunque cada vez que balanceaba el pie me metía la punta del zapato en la boca.
- Cuando el hombre llega a una determinada edad y ya lo tiene todo en la vida se plantea preguntas metafísicas sobre qué hace en el mundo, cuál es el propósito de su paso por el mismo, si realmente es feliz o es mera ilusión. Cuál es el legado que dejará cuando ya no esté. No importa que sea un magnate del petróleo, un empleado de supermercado o un eminente criminólogo. Y si las cuestiones planteadas no tienen respuesta fácil entonces se produce una distorsión. Algunos se compran una moto Harley Davidson y se lanzan a la carretera a recuperar la juventud perdiendo el sentido del ridículo. Otros empiezan a jugar al ajedrez contra el ordenador y siempre pierden. Otros se visten como Miss Loulou y van como "locas" persiguiendo a los marineritos del puerto - nuevo gimoteo -.
- ¿Y....?
- Frustración, amigo mío, frustración. El señor "X" se ha hecho la Gran Pregunta y encuentra el equilibrio perdido practicando a las pechugas de pollo una autopsia con cuchillos mellados. Le satisface saber que cuando el cliente abra la bandeja de pollito parte de esa frustración va recaer en ese individuo anodino al cual no conoce pero al que ha jodido el día.
- Pues no entiendo. ¿Qué placer obtiene de ello?
El Profesor pareció enfadarse ante mi incomprensión.
- Es el placer del mal por el mal. ¿Nunca ha lanzado un cartucho de dinamita en el mar para matar a todo lo que pase por debajo de su barca y conseguir un simple pescado para la cena?
- Ehhhhh....pues no.
- ¿No ha escupido jamás en la montaña rusa sabiendo que su lapo va a caer en otro pasajero al que le va a joder la diversión?
- Ehhhhh....pues tampoco.
- ¿Nunca...
- No siga por ahí. Creo que nunca he hecho nada por el simple placer de hacer el mal.-el Profesor sacó una libreta y lánzadome una mirada desconfiada garabateó con rapidez algo en la misma- Entonces, ¿a quién debo buscar? - proseguí - ¿A un tipo sin deudas, con trabajo, de mediana edad, sin problemas?
- Hay algo más. Una sospecha - dijo con aire misterioso.
- ¿Lo cuálo? Si me dice que además tiene coche y lo lleva al día de seguro e ITV me pego un tiro.
- Un monovolumen familiar, a todo riesgo, que compró hace dos años, ITV al día, pero no es eso. Es mucho peor. Creo que estamos ante uno de los mayores criminales de la historia de la humanidad. Creo...- se detuvo para tomar aliento - que se trata de Jack el Destripador.
- ¿Qué?
- Jack el Destripador, Jack the Ripper, el asesino de prostitutas de la Londres victoriana.
- Esto....no estoy muy puesto en Historia, pero creo que eso ocurrió hace más de ciento cincuenta años. ¿Cómo es posible que Jack el Destripador siga vivo hoy en día y trabaje de pollero en mi supermercado habitual?
El Profesor suspiró ante el horror que le provocaba mi suprema ignorancia.
- La forma en que fueron cortadas las pechugas, la constancia en su actuación, la "chulla" con que firma su obra. Es que analice como analice, todo me lleva a Jack.
- Ya....pero, ¿qué se supone? ¿Que tiene más de ciento cincuenta años? Además, ¿qué ha pasado?...¿ahora prefiere descuartizar pollos en lugar de personas? ¿No me ha dicho que es un tipo aparentemente normal? - dije entrecomillando en el aire la palabra "aparentemente".
- Si nos vamos a parar en detalles el Mundo no avanzaría. En la Edad Media no se detenían a pensar que clavarle una lanza al contrincante iba a provocar una lesión que no eran capaces de curar. En la época actual construyeron centrales nucleares sin tener ni pajolera idea de qué iban a hacer con los residuos radioactivos y menos mal que se les ocurrió fabricar con ellos las esferas para los relojes, dárselos de comer a los niños pobres y con ello crear super héroes o lanzarlos al mar para que los peces brillen de noche.
- Sí, en efecto, eso nos salvó. Por no hablar de Godzilla, gracias al cual se han hecho un montón de películas malas para pasar las tardes del domingo... Volviendo a nuestro asuntillo... ¿qué debemos hacer? Si está en lo cierto mi bate de béisbol no va a servir de nada.
- No, necesitamos algo más contundente. Estaba pensando en una bomba termobárica.
- ¿Eso qué es?
- La bomba más potente tras las armas nucleares. Provoca la destrucción total en un área de dos kilómetros sin emitir radiación, con lo que pasado el susto inicial puedes plantar pepinos en el solar que queda y comértelos sin problema. ¿No ha visto "Estallido"? Se la resumo : Dustin Hoffman persiguiendo a un monito con Ébola secundado por Cuba Gooding Junior que no dice en ningún momento "show me the money", imagínese. Si “Godzilla” le parece mala "Estallido" le hará desear no haber nacido. Bueno, resumiendo, las últimas dos horas de la película en realidad es un pulso por ver dónde lanzan una segunda bomba termobárica porque la primera la hacen explotar nada más empezar y te quedas con ganas de más, todo para matar un virus que si lo pisas es que ni te das cuenta pero él se queda to' loco. En fin, que si lo de Jack el Destripador le parece absurdo, vea "Estallido" y verá lo que es un guión escrito con el escroto.
- Vivo a doscientos metros del supermercado. - dije con la precaución del que se ve empotrado contra la torre Eiffel gracias a una onda expansiva de lo más tonta - ¿Y de dónde vamos a sacar una bomba de esas?
- ¿Puede mudarse de casa?
- No.
El Profesor hizo un gesto de contrariedad.
- No debemos volver al plan "A" porque un tipo así en cuanto le vea con el bate de béisbol se lo va a meter por donde no sale el sol y va a ser peor el remedio que la enfermedad. No, definitivamente debemos ser más sutiles. - dijo acariciándose la barbilla como ensimismado en un plan genial.
No se qué entendería el Profesor por sutilidad, pero lo cierto es que no tuvo otra mejor idea que propagar entre los medios de comunicación que había encontrado a Jack el Destripador indicando que actualmente el criminal trabajaba de pollero en un supermercado de barrio. Como es lógico fue vilipendiado y objeto de mofa. Invitado a innumerables tertulias televisivas, las mismas donde los mismos cuñados de siempre ponderaban con sapiencia máxima sobre la economía, la vida de los famosos y los últimos descubrimientos de la NASA, un tema detrás de otro tratado con idéntica borreguería, sirvió de punching ball hasta el punto de desquiciarlo - más si cabía - de manera que no acabó encerrado en una institución mental porque no encontraron camisa de fuerza de su talla. Me dio una infinita lástima verlo arrastrar su dignidad por los platós de televisión. Porque yo soy así, una persona en el fondo sensible que empatiza con todos los que son objeto de burla, sufren o padecen la inquina de la sociedad.
Estaba un día borrando con cara de fastidio los emails de change.org donde pedían ayudas para viudas que no podían pagar la luz o un tratamiento de aspirinas que la seguridad social se negaba a abonar a un enfermo de cáncer cuando descubrí entre tanta pallofa un correo del Profesor con un asunto lleno de signos de interjección, yupis y wows. Lo tuve que abrir. Cuando uno de estos mensajes me promete veinte en lugar de diez centímetros o que me volverá a salir el pelo o que invirtiendo en Amazon seré rico en un par de horas o cuando hay más de tres signos de admiración, es que seguro que el cuerpo del mensaje tiene algo interesante que me conviene leer.
El Profesor me decía que "su investigación" había interesado a Scotland Yard porque llevaban más de ciento cincuenta años persiguiendo a Jack el Destripador y ya empezaban a estar un poquito desanimados. Iban a enviar a dos agentes a hacer algunas indagaciones para ver si podían abrir una línea de investigación en nuestro país, que el tema del pollero "les parecía interesting". El Profesor me pedía ayuda tras intentar durante los últimos días contactar conmigo por medio del teléfono móvil sin conseguirlo, cosa que de haberlo hecho me habría extrañado porque lo había bloqueado, cambiado de número y lanzado el aparato al río para que ni él ni Google me pudieran rastrear.
Al principio dudé en contestar. Me parecía otra gilipollez de un perturbado mental y yo, con ese tipo gente, "buenos días" y "buenas tardes", que la educación no falte pero siempre acariciando el pomo del bate de béisbol por si las moscas. En el decimonoveno email que me envió, supongo que ansioso por mi falta de respuesta, el asunto contenía diez signos de admiración y otros diez de interrogación. Ante tanto signo soy como Roger Rabbit, incapaz de no responder a "una copita..de ojén" aunque al hacerlo sepa muy bien que me estoy metiendo en un lío con un grupo de comadrejas.
Sin entenderme a mi mismo le acompañé al aeropuerto a recibir a los agentes. La cosa empezó mu malamente. Ya habían desaparecido de la sala de llegadas todo el pasaje del vuelo procedente de Londres y allí no había ni rastro de los agentes. La gente se reía del cartelito que sujetábamos donde se leía "SCOTLAND YARD" y no se, nos hizo sentir incómodos por mucho que más de una risita se fue pa' dentro de la boca acompañada de un puñado de dientes tras un choque fortuito con el canto de la puerta giratoria.
Los vimos aparecer sin dar crédito a nuestros ojos. Venían haciendo más eses que el Titanic en su última hora y cantando el diálogo entre Julián y Susana de "La Verbena de la Paloma" en perfecto inglés. "Where are you going with mantón of Manila? where are you going with a chinese dress?" y el otro contestaba con voz aún más beoda "to show off and see the verbena, and go to bed later". Llevaban las camisas abiertas hasta el ombligo, mostrando un pecho peludo, tetudo y simiesco sobre una barriga cervecera, cadenas de oro grueso con un colmillo de marfil falso, gafas de aviador con cristales de espejo y sendos palillos que movían en la comisura de los labios de lado a lado a tal velocidad que apenas dejaban entrever una preciosa dentadura amarilleada por el sarro acumulado. Mantenían la verticalidad - es un decir - gracias a dos amables azafatas de British Airways que disculpaban el estado de los policías al mal de altura, al jet lag del Canal de La Mancha, a las madres que no sabían educar a sus hijos y al vaciado compulsivo del mini bar del avión. Todo en ellos era como un deja vu para mi. Con alivio las dos mujeres desenroscaron las manos de los hombres de sus tetas y sus culos y nos entregaron la custodia pidiéndonos, por los clavos de Cristo, que nos les diéramos bebida después de las doce de la noche y el Profesor, contento por la llegada de los agentes, bromeó preguntando si eran maderos o Gremlins a lo que las azafatas respondieron, que ya estaban más que quemadas, con una quirúrgica patada en la zona genital, que menudas son las inglesas cuando les haces una broma a destiempo.
Abogué por meterlos en el bar del aeropuerto y largarnos ahora que estábamos a tiempo pero el Profesor me miró como si hubiera mentado a su madre. El hombre ya acariciaba el éxito ahora que una prestigiosa policía extranjera le había hecho caso. Mire a los hombres que en el asiento trasero del coche dormían la mona y no se, algo me decía que aquello no iba a acabar bien y que mejor hubiera sido que nadie hubiera prestado atención a un Profesor chiflado.
Las siguientes semanas fueron de infarto. Primero los llevamos al despacho del Profesor y les enseñamos la bandeja de filetes de pechuga de pollo. Miraron la prueba del horrendo crimen con cara de espanto hasta el punto que se les pasó la borrachera. Todo dentro de la lógica. Cualquier otra reacción me habría hecho sospechar connivencia con el criminal. Luego pidieron ser llevados al hotel, la llave del minibar y una lista de los bares más cercanos a su hogar provisional, por si el minibar fallaba (sic). Expresé en voz alta mis reparos a acceder a sus peticiones. No se cómo actúa el FBI u otros cuerpos policiales a excepción de la Sûreté Nationale, gracias al inspector Closeau, pero no me pareció un modo profesional de encarar una investigación. Entendí como pude lo que me explicaron, dicho todo con voz pastosa y ojos de pescado muerto.
Se trataba de una maniobra envolvente por círculos concéntricos de radio cada vez menor hasta conseguir poner nervioso al criminal y que con su huida se incriminara o abatirle gracias al aroma de cazalla que exhalarían sus alientos, una vez el círculo fuera tan prieto como el que habían conseguido establecer con las azafatas de British Airways. No respondí como hubiera debido porque veía al Profesor tan entusiasmado que me daba reparo frustrar sus esperanzas. Aún así no pude por menos que hacer un par de preguntas que bien respondidas habrían hundido su estrategia de mierda. Se lo tomaron muy mal. Uno de ellos se golpeó el pecho como si fuera King Kong jurando por la gloria de su madre (sic) que él no estaba para chorradas y que sabía muy bien lo que hacía y que ni yo ni mi hermano gemelo que me acompañaba a todas partes (sic) iban a arruinarle una investigación en la que su gobierno se había gastado muchas "estirling paunds" (sic,sic). Al final el Profesor me apartó rogándome que cuidara de ellos cuanto fuera posible y evitando, en la medida de lo posible, emplear la violencia, criticar su modus operandi y mentar que Madonna había estado casada una vez con un inglés.
Les llevé al supermercado y a duras penas pude centrarles en la góndola del pollo y en señalarles a los posibles criminales que con sus inocentes gorritos de pollero se auto-señalaban, hipnotizados como estaban con el pasillo de las bebidas alcohólicas. Me pidieron llevarse muestras y para mi espanto retiraron del carrito las bandejas de pollo para sustituirlas por botellas de Jack Daniels que, por alguna razón, les parecían pruebas "más concluyentes".
Tuve que cambiarles siete veces de hotel porque los minibares no se reponían a la suficiente velocidad. Nunca conseguían estar lo suficientemente sobrios para que los círculos que dibujaban tuvieran eso, forma circular, si no más bien polígonos cuyos vértices coincidían con bares de mala muerte y un punto central que era el pub Loli's, donde tuve que entrar alguna vez a rescatar a uno de ellos con una cuenta sobrevenida de imposible abono y en el cual me percaté que las mujeres fumaban sentadas en taburetes altos y me hablaban de tu sin conocerme de nada.
Les expliqué lo que era un círculo y fliparon con el concepto del número pi, hasta que llorando me confesaron que eran el resultado de un siniestro sistema educativo que Margaret Thatcher empezó a joder cuando ellos iban a un feliz destino que consistía en sacar carbón de los túneles más estrechos de la mina gracias a que con solo seis años de edad ya cabían por los mismos o caer honrosamente abatidos por el gas grisú y así ahorrar la vida de muchos jilgueros inocentes, avisando además a los demás mineros para que no abandonaran los pubs para entrar a la mina a trabajar.
Les dije, con el tono severo pero conciliador de los maestros de escuela que aún creen que hacen algo útil, que aquello no podía continuar así. Que la imagen que estaban dando era la de unos borrachos vividores zampa-dietas sin escrúpulos y no la que debieran dar dos representantes de una de las más prestigiosas instituciones policiales del Mundo. A grito pelado me dijeron aquello de "si yo te contara" y cuando ya iban a listarme un montón de chismes de Scotland Yard, que ni me iban ni me venían, les amenacé con escribir a sus superiores para que vinieran a recogerlos para devolverles a su isla.
Fue como si mentara a la bicha. Se arrodillaron frente a mi y besándome los pies y los faldones de la camisa me pidieron "por your mother" que no hiciera tal cosa, que "allá" estaba muy húmedo y no salía nunca el sol y que no podían regresar con las manos vacías porque harían de ellos burla los tabloides ingleses y Graham Norton nunca los invitaría a su talk show. Y diciendo todo aquello, a medida que iba reculando, arrastraban las rodillas para seguirme mientras lloriqueaban por la gravilla del suelo (nota mental : tengo que barrer mi casa) y el terror que les provocaba ser empacados de vuelta a casa.
Les expliqué que tenían que desistir de atrapar a Jack, entre otras cosas porque nadie se iba a creer que seguía vivo tras ciento cincuenta años y menos trabajando de pollero en un supermercado de barrio. No se si no me entendieron o les daba igual, pero me juraron que tenían una pista "good" que les iba a conducir a atrapar a Jack y que en veinticuatro horas la cosa se iba a arreglar porque los círculos, que ya sabían como dibujarlos gracias a mi, les iban a llevar al "killer" más pronto que tarde. En concreto aquella misma tarde.
Así lo hicieron. Aquella misma tarde fueron medianamente sobrios al supermercado y eligieron al azar a un trabajador del centro. No tuvieron ni la decencia de elegir a un pollero.
Las fotos del encargado de la frutería que arrestaron, con el rostro desencajado y esa expresión de "no entiendo nada" remodelada por las porras policiales, eran un poema. Fue portada de todos los periódicos e informativos de la tele y la radio. Su mujer se divorció, quedándose la casa, los perros y el coche. Ya lo tenía planeado desde el día de la boda, pero ahora le pareció que la situación le era incluso más propicia que alegando malos tratos. Los servicios sociales le quitaron los niños, y eso que tenían veintidós y diecinueve años, pero ya se sabe, en este país sabemos hacer madera del árbol caído a una velocidad sorprendente y la mujer, careciendo del acicate de acabar de hundir a su ex pareja con una lucha sin cuartel por los hijos, alegó que a ver si en la casa de acogida los enderezaban más de lo que ella había conseguido, que aún era joven y debía preocuparse por ella misma.
En Inglaterra, donde además de vengativos tenían otros problemas, condenaron al pobre frutero y al hermano gemelo que siempre le acompañaba (sic, sic) a cadena perpetua conmutable por trabajos forzados si aprendían inglés con "Follow me", algo que no se pudo concretar porque nadie en las islas conservaba video beta.
Pasaron los años y el Profesor, admirado y querido por haber atrapado al asesino más famoso de todos los tiempos, fue llevado al asilo cuando no pudo valerse por si mismo.
Le visitaba a menudo, en busca de conversación y de alguien que compartiera mi afición por los ponis de plástico con largas crines que se dejan peinar. Recuerdo las tardes que pasábamos sentados en el porche del asilo, con los pies en alto mientras pasaban la aspiradora, cepillando ponis y recordando los detalles que nos encumbraron a la cima de la fama durante quince minutos exactos.
A veces me recorría el escalofrío de los que no tienen la conciencia tranquila. El Profesor me ayudaba a calmar aquellos ramalazos de honestidad recordándome que acababan de entreabrir la puerta - de ahí el frío en la espalda - y que habíamos hecho un bien a la sociedad metiendo a un inocente en la cárcel.
- Amigo mío, nosotros solo fuimos un mecanismo de ese poderoso engranaje que es la sociedad. Y la sociedad pedía un U.Q.Q.O y nosotros se lo dimos. Podría haber sido cualquier otro, pero fuimos nosotros y gracias a ello tuvimos nuestros quince minutos de gloria.
- ¿U.Q.Q.O? - pregunté extrañado.
- "Usted Qué Quiere Oir". La sociedad buscaba al asesino desde hacía mucho tiempo y esa herida no estaba cerrada. Nosotros ayudamos a cerrarla, le dimos lo que querían. Un inocente es más manejable que un culpable. Dónde va a parar. ¿Ha visto usted alguna vez a los verdaderos culpables? No se imagina lo peligrosos que son. A ver quién es el guapo que acusa a un mafioso ruso o mete en la cárcel a un diputado del Congreso. No se usted, pero yo prefiero seguir vivo. Así han sido todos mis peritajes e informes que las autoridades me han solicitado, es decir, acordes con su idea de quién "debía" ser el culpable según ellos, no de quien "era" en realidad el culpable. Así he llegado a triunfar en la vida y nadie me ha discutido jamás un informe.
Cabeceé asintiendo. Aquel hombre era sabio y peinaba las crines de aquellos ponis de plástico como nadie. Lo de triunfar en la vida ya era más discutible pero bueno, si que te cambiaran el pañal una vez a la semana era haber triunfado yo no era nadie para discutirlo. Debía serlo.
Epílogo : el Profesor murió recientemente. Pilló una neumonía bilateral y lo llevaron al hospital donde le prometieron un respirador "enseguida", que estaban desbordados pero pronto habría uno libre. Cada hora una enfermera super simpática se acercaba a la cabecera de la cama, le apretaba la mano de forma amistosa diciéndole que ya, que era una cuestión de minutos. Un U.Q.Q.O de manual que casi se frustra cuando casi lo conectan al último respirador ocioso que quedaba en el hospital. Por suerte en el último minuto el hijo de un político lo necesitó y se lo quitaron cuando no había podido aún echar un par de inhalaciones. Menos mal. El Profesor no habría soportado ver que una carrera basada en satisfacer a los poderosos y llevar a los inocentes a la cárcel se truncaba por un acto piadoso y de justicia.
El Pescado
Ya decían nuestras madres que comer pescado era una fuente de proteínas, calcio y fósforo. Lo que no sabían es que de entre todos los alimentos que consume el ser humano el que tiene menos posibilidades para ser parte integrante de nuestras futuras dietas es aquel que procede de las aguas.
Ya hace lustros que se sabe que de seguir el ritmo actual de explotación pesquera muchas especies de peces que consumimos en la actualidad van a quedar diezmadas. Nuestros nietos probablemente ya no sabrán que aspecto tiene un bacalao o una anchoa. Comerán pescado, eso es indudable, pero no tendrá nada que ver con las especies que ahora consideramos de consumo tradicional. Os recomiendo que en lugar de tanto selfie hagáis fotos de anchoas y bacalao, las imprimáis y ya cuando vuestros nietos sean mayores se las deis a modo de herencia. Seguro que les encanta, mucho mejor que dejarles la casa y los ahorros, dónde va a parar.
La pesca es la última industria recolectora alimentaria que realizamos los seres humanos. Hace 12.000 años que los hombres prehistóricos abandonaron la caza y la recolección de frutos y plantas silvestres por la simple razón de que tal sistema era incapaz de alimentar a la creciente población. No ocurrió lo mismo con el pescado.
El mar, y los ríos en menor medida, se le antojaban al ser humano como fuente inagotable de comida. Era cuestión de echar las redes que siempre salían repletas, aunque ya en la antigüedad se dieron casos en que los caladeros se agotaban tanto por sobre explotación humana como por cambios climáticos.
El agotamiento de la pesca está acelerándose en la actualidad ante la mirada indiferente de gran parte de los Estados. Será porque son más de comer cordero y churrasco.
Si acudís a vuestra pescadería habitual, todas los tipos de pescados a la venta están en peligro si exceptuamos la sardina, que se encuentra en "moderado peligro". Con esta información que os proporciono espero que no os lancéis a consumir sardina porque entonces la hemos jodido. Bueno, la joderéis. Dejad que la sardina se joda ella sola a través de los procesos evolutivos normales. Darwin y esas cosas, me refiero.
Sobrepesca
La mayoría de los grandes caladeros están sufriendo una fuerte sobrepesca. En algunos de ellos ya han desaparecido las especies con más valor comercial. Las grandes flotas pesqueras arrasan la zonas más productivas provocando el desabastecimiento local y cuando los recursos se agotan se mueven a otros lugares sin que se realice ningún esfuerzo de repoblación o protección.
Otro problema de la sobrepesca reside en el modo en que se realice. Se considera que el 25% de los peces que acaban en las redes de pesca no tienen uso comercial y se desechan lanzándolas por la borda. Lo malo es que cuando esto ocurre la mayoría ya ha muerto, destruyendo una riqueza piscícola que afecta a todo el ecosistema marino.
Por no hablar de los problemas psicológicos de los pescados que sobreviven tras ser descartados, con desprecio y hasta sorna, deambulando con baja autoestima por el fondo del mar. Y no hay psicólogos piscícolas. Es un dato sobre el que espero que reflexionéis vosotros, pescadores de lanzamiento “fácil” por la borda.
Afortunadamente no todo es despilfarro. Hace mucho un cuñado japonés inventó el surimi. Este producto es proteína pura que se obtiene tras el lavado compulsivo con toneladas de agua de la carne de pescados sin valor comercial. Una vez obtenida una pasta sin sabor se le añaden saborizantes y clara de huevo para que cuaje. Gracias a esta creatividad preescolar se pueden reconstruir en la fábrica de pescado cualquier tipo de animalito marino que nos apetezca.
Al surimi se le puede dar forma de angulas o de palitos de cangrejo, pero también de marisco o crustáceos, todo ello a un precio mucho más moderado, demostración palpable de que la comida también puede ser una ilusión óptica y sensorial.
De esta manera el número de pescados vivos o muertos que antes, por feos, incomestibles o bordeline se tiraban por la borda ahora han pasado a formar parte de nuestra cadena alimentaria. Se trata de uno de esos hitos de la Humanidad que muchos desconocen.
Anisakis
El anisakis es un nematodo (un gusano, por hablar claro) que sigue un ciclo reproductivo muy complejo. Se encuentra en los intestinos de los peces y cefalópodos pero necesita ser ingerido por mamíferos marinos para completar el mismo. Cuando las personas consumen pescado contaminado el gusano entra en el sistema digestivo pero no puede completar el ciclo porque es atacado por el sistema inmunitario que no lo reconoce. Esta es la prueba más fehaciente que demuestra que no somos un mamífero marino.
Ante el ataque, el gusano intenta huir atravesando el intestino, algo que de momento que se sepa, no ha conseguido jamás. El intestino se irrita y se llegan a producir obstrucciones que en casos extremos pueden desembocar en la muerte del individuo infestado. En otros casos, los más comunes, se producen reacciones alérgicas moderadas o graves, según la predisposición del individuo.
Hace unas décadas este parásito sólo era conocido en Japón donde desde tiempos inmemoriales se consume pescado crudo. Actualmente ha proliferado de tal manera que ya es común en todos los mares del Planeta.
Parece ser que las actividades de las grandes flotas pesqueras y concretamente de los grandes buques factoría son determinantes para expandir el problema al lanzar al mar las entrañas de los peces que se limpian y preparan en alta mar.
La legislación actual indica que el pescado antes de ser consumido debe ser congelado ya que el frío mata al parásito. Esto ha provocado las protestas de los restauradores de postín que invocan los daños que provoca la congelación en la calidad del pescado fresco. Claro, debe ser brutal, metafísicamente hablando, que cobres cien euros por una lubina y el cliente te pregunte si es pescado congelado...
Gato por liebre
Todavía existe merluza, rape o bacalao, por mencionar algunas especies de alta rentabilidad comercial, pero la disminución en las capturas ha hecho subir los precios de los misms y han obligado a los empresarios del sector a buscar alternativas de sabor similar. En algunos casos se presentan con nuevo nombre, pero en otras ocasiones reemplazan descaradamente a las originales sin que el consumidor sea advertido, sobretodo si forman parte de preparados industriales.
Uno de los casos más conocidos es el abadejo, que en muchos lugares se considera el nombre del bacalao cuando se comercializa fresco. Esto es falso. El abadejo (Pollachius pollachius) es muy similar al bacalao (Gadus morhua) pero no es la misma especie. Cuñados como mucho.
El abadejo se puede vender fresco o en salazón a un precio algo inferior al bacalao pero a menudo se "cuela" como bacalao a un precio mucho más alto. Pero el fraude no acaba ahí. Según un estudio realizado por la Universidad de Oviedo (que es una ciudad que no está en la costa e hizo el estudio solo por fastidiar a Gijón que sí lo tiene) alrededor del 8.6% de los pescados que se venden están mal etiquetados. La merluza suele ser reemplazada por panga o Patagonotothen Ramsayi, más conocido por "Marujito", un pescado del Antártico con sabor y aspecto algo similar -que no igual- y que se puede hacer pasar como tal con facilidad en preparaciones como las varitas de pescado. Lo de “Marujito” no es un fallo cerebral mío, es el nombre que daban los pescadores a esta especie marina.
Algunos tipos de atún se pueden color como atún rojo, una especie en inminente peligro de extinción. En otras ocasiones es mejor comprar el pescado sin despiezar. Por ejemplo los fileteados - las supremas - que encontramos en bandejas en los supermercados y que nos venden como bacalao o lenguado suele ser pez gato capturado en el norte de Europa. Estos intercambios no significan que nos vendan un producto peligroso, pero es desde luego un fraude que se produce por la avaricia de quienes comercian con pescado y por la escasez de las especies que el consumidor tradicionalmente conoce. Ya lo dice aquel proverbio tradicional que me acabo de inventar y que además carece de sentido: “sin cabeza y sin cola todos los pescados son iguales”.
Contaminación
La contaminación de los mares es otro problema añadido a la comercialización del pescado, si bien el consumidor suele ignorarlo mientras el pescado tenga buen sabor. Sucede que a menudo la contaminación no sabe a nada, lo cual es mucho peor. De hecho se considera que todo el pescado y marisco que se captura del mar está contaminado, lo que ha llevado a establecer unos límites de consumo.
La Agencia Francesa para la Alimentación, Salud Ambiental y Ocupacional determinó que la ingesta adecuada - y máxima aconsejable - de marisco para adultos es de unos 200 gramos/semana.
Para moluscos y crustáceos, la ingesta debería situarse entre 26 y 72 gramos/semana, cantidad suficiente para aportar los nutrientes necesarios pero sin sobrepasar la exposición a arsénico inorgánico, cadmio, dioxinas o PCB.
Los peces son organismos que se mueven en aguas contaminadas y es normal que acumulen en sus organismos substancias nocivas, especialmente en la piel que aunque esté libre de escamas deberíamos evitar comer.
La contaminación más conocida se produce por mercurio.
Una vez este metal ha entrado en un organismo no es posible eliminarlo. Ni del cuerpo de los peces ni del nuestro. El mercurio pasa a nuestro cuerpo cuando consumimos pescado y puede tener repercusiones graves en nuestro organismo. La acumulación de mercurio crece a medida que avanzamos en la cadena de depredadores. Así los peces grandes y voraces como el atún contiene más mercurio que la sardina por el simple hecho que come más cantidad de peces que ésta y con ello acumula el mercurio procedente de cada uno de los eslabones de la cadena de presas pretéritas.
Así que en las poblaciones más vulnerables - niños y embarazadas - deberíamos preferir pescados pequeños sobre los grandes : mejor dar sardinas frescas que no atún en lata y siempre atendiendo los límites vistos anteriormente. Pero lo dicho, ahora no os volquéis a devorar sardinas.
Si esto os causa aprensión pero ya tenéis en vuestra vivienda un stock estratégico de latas de atún lo mejor que podéis hacer con ellas es colocarlas bajo la axila para tomaros la temperatura. Es lo que suelo hacer. Luego me hago unos bocadillos con una baguette entera, pero es que soy un caso perdido de adicción al mercurio. Que alguien me ayude, por favor.
El caso de intoxicación por mercurio más brutal de la Historia se produjo en Minamata, Japón, precisamente por la ingesta de pescado y marisco contaminado. Las primeras muertes se dieron en 1956 pero no fue hasta 1996 cuando se produjeron las primeras indemnizaciones, de lo que se concluye que si estás a punto de morirte por una intoxicación alimentaria del tipo que sea, aguanta al menos una agonía de 40 años para cobrar un poco de dinero. Merece la pena.
Un caso utilizado habitualmente como ejemplo de la introducción inadecuada de pescado en determinados grupos de consumidores es el de la panga.
La panga es un pescado procedente de piscifactorias situadas en ríos del sudeste asiático (no se trata de balsas separadas del río, si no más bien zonas acotadas del mismo).
Aparte de que este pescado posee un sabor y textura que deja mucho que desear además contienen muchos elementos pesados procedentes de los ríos contaminados de la zona de origen. Esto es preocupante porque suele ser el típico filete de pescado que se empana y se sirve en los comedores escolares. ¿Maldad de los Directores de los centros escolares? ¿Inquina de los inspectores escolares? Ahí lo dejo, que cada cual piense lo que quiera.
Me preguntaréis : ¿no se controla la cantidad de metales pesados en la panga que llega importada a nuestro país? Así es, pero nadie establece una cuota de panga a consumir como máximo y mientras las muestras estén dentro de un límite razonable se comercializan sin mayor problema. De todas maneras aventuro que comer 1 Kg de panga al mes no es probable que sea seguro.
Además, mientras las autoridades e inspectores conozcan los inconveniente y con ello eviten que sus hijos consuman panga, todo correcto. Si el hijo de uno de ellos abandona precipitadamente la escuela escuela de tus hijos alegando que se va a otro centro lo primero que debes preguntar es si sirven panga en el menú escolar. Te sorprenderá la respuesta que obtendrás.
Si nadie abandona la escuela porque ningún hijo de inspector sanitario o político va a ella y además obtenéis respuestas elusivas sobre el contenido de los “palitos de pescado” omnipresentes en cualquier menú escolar que se precie, hay otra manera de saber si están cebando a vuestros retoños con panga: al llevar al chaval a la piscina para que aprenda a nadar es probable que se hunda de manera pertinaz hasta el fondo, por mucho que patalee. No es que sea torpe, o estéis despistados en el bar de la piscina, es un problema causado por los metales pesados de la panga. Si fueran ligeros, flotarían. Física elemental, nada más.
Piscifactorias
Se suele indicar que la solución a la pesca de peces salvajes es la piscifactoria si bien estamos lejos de conseguir unos balances óptimos.
En primer lugar las especies de piscifactoría que se tienden a comercializar corresponden a peces carnívoros y por tanto hay que alimentarlos con harina de pescado. Dicha harina de pescado se obtiene capturando y tratando especies de pescado que en principio no tienen valor comercial pero sí un valor ecológico. Así que para alimentar a una dorada o lubina de piscifactoría debemos o bien sacrificar a un buen números de ejemplares salvajes o bien criar en otro estanque aparte a peces que están llenos de expectativas en la vida hasta que los trituras y conviertes en comida para sus primitos del estanque de al lado. Puta vida.
¿Hay peces veganos? Sí, pero aunque os sorprenda, son pocos. Y no, las sardinas no están entre ellos. Os ruego que las dejéis en paz.
Otro inconveniente de las piscifactorias es que su calidad nutricional no es la misma que la de los peces salvajes. Pongamos por ejemplo la mencionada panga. Puesto que no captura otros peces ni consume harinas con omega3, ella misma no dispone de reservas de omega3. Comer pescado ha sido siempre una fuente de este ácido graso esencial, así que quien come panga de piscifactoría en realidad no ingiere el mismo aunque en teoría debería poseerlo.
Otro efecto de las piscifactorías es que tienen un fuerte impacto ambiental. Aquellas que se instalan directamente en el cauce de los ríos o en el mar, en calas resguardadas, generan tal cantidad de detritus que devastan el cauce o el fondo marino donde se asientan. Es mucha caca que cae el fondo de un montón de peces ociosos. Si habéis visto “El Hoyo” ya sabéis a qué me refiero.
La gran salvación de la industria de las piscifactoria será cuando se consiga criar en cautividad el mero. El mero es un pez feo que come de todo y que alcanza tamaños descomunales. De hecho por su capacidad de crecimiento y el escaso miramiento hacia lo que consume se le suele llamar el cerdo del mar. La carne de este pez es muy suculenta y uno de los trofeos más apreciado por los pescadores deportivos submarinos. Puestos medio millar de ellos en un cercado metálico de menos cien metros cuadrados en medio del mar y o bien el propietario se hará rico o bien dará para el guión de una película de terror. Tiempo al tiempo.
Finalmente otro problema, pero no menos importante, es la introducción accidental desde piscifactorias de especies modificadas genéticamente. Los peces transgénicos son un problema serio para las especies naturales ya que al aparearse con las mismas generan individuos cuya adaptación e influencia sobre el medio es desconocida. Por si fuera poco parece ser que los transgénicos son peces muy promiscuos, lo que dificulta que se queden quietos en casa sin salir.
¿Resistirán los transgénicos las enfermedades igual que sus parientes naturales? ¿Serán una vía de penetración para nuevas enfermedades? ¿Se parecerán los vástagos a Deadpool? Estas preguntas casi nadie las conoce pero estamos a punto de averiguarlo, para bien o para mal cuando salga Deadpool 3. Lo que me pregunto es qué cojones van a hacer con Morena Baccarin, porque como no salga en la tercera parte, a pesar de (¡atención spoiler!) estar muerta, es que quemo el cine. Avisaos estáis.
Se sabe que los salmones transgénicos ya han contaminado a sus parientes salvajes, así que seguro que ya has comido salmón mutante y ya ves que no pasa nada, mirando este libro con tus tres ojitos y tus manitas con membranas interdigitales.
Perca del Nilo
La perca del Nilo es un ejemplo clarificador de lo que ocurre cuando los recursos pesqueros se gestionan mal.
La perca es una especie de pescado de tamaño medio de la cual se pueden extraer dos grandes y hermosas supremas. Introducida en el lago Victoria (África) por motivos comerciales, ha acabado con el resto de especies produciendo una seria crisis entre los pescadores tradicionales del lago que ven como ahora solo hay perca y que además una vez pescadas por grandes corporaciones son inmediatamente enviadas a Europa. Asia y América sin que ello les genere riqueza alguna.
¿Que te importan una leche los pescadores del Lago Victoria? Lo sabemos. Por eso ya se está presionando a los consorcios pesqueros para que cesen la explotación de la perca del Nilo sin contar con tu ayuda. No hay mejor manera que difundir historias terroríficas que horroricen a los consumidores y que sean estos los que boicoteen la perca al evitar su adquisición. Con ello la perca proliferará en el lago, matará de hambre a los que habitan a su alrededor, remontará sus afluentes, se expandirá por el océano Índico, llegará a la localidad mediterránea donde acudes cada verano y un día, mientras te bañes, un centenar de ellas, hambrientas y despistadas, te devorarán. Por mucho que digas “yambo” no te van a perdonar ni a ti ni a tus fofas carnes.
Ya ves lo fácil que es hacer películas de terror con peces. Se hizo con Tiburón (gracias Spielberg) y con Piraña. La siguiente es la carpa del Nilo.
Guerras
Los recursos pesqueros son una fuente primordial de alimentos para el ser humano. Y cuando escasean empiezan los conflictos entre los países. Los hay a diario. Barcos pesqueros apresados porque faenaban sin licencia en aguas de otros países. Países que amplían sus aguas nacionales para evitar perder sus recursos pesqueros. Caladeros esquilmados por flotas pesqueras sobredimensionadas. Países que entran casi en guerra como la llamada Guerra del Bacalao entre Islandia y Gran Bretaña, o el conflicto del halibut entre España y Canadá que casi acaba con nuestro país invadido por las tropas bilingües anglo-francesas que finalmente se pudo evitar al saber los canadienses que la temperatura media en España es de casi 30 grados en verano, algo para lo que no están preparados con sus mudas de felpa y sus carros de combate tirados por huskies.
Y la más reciente, muestra palpable de que no siempre los medios de comunicación nos explican la realidad : la historia de los piratas somalíes.
Somalia, país asolado por la guerra civil, carecía de un gobierno que fuera capaz de imponer sus leyes en todo el territorio. Esta situación se mostraba ideal para los países occidentales que no dudaron en mandar sus flotas pesqueras a un lugar donde nadie les iba a demandar la firma de ningún tratado pesquero. Los más desaprensivos llegaron a lanzar en las costas somalíes desechos nucleares por la misma inexistencia de un gobierno que hiciera frente a los desmanes de los occidentales. Los primeros piratas somalíes realmente fueron pescadores que primero se lanzaron al mar a proteger sus costas de los depredadores occidentales.
Se estaban quedando sin alimento, habían arruinado su medio de subsistencia. Luego es cierto que pasaron a realizar acciones delictivas, pero la chispa que encendió el problema vino de nosotros como occidentales y el oscuro objeto del deseo estaba tranquilamente reposando sobre montones de hielo en las pescaderías de todo el mundo.
Gracias a Dios Tom Hanks protagonizó la película “Capitán Phillips” que precisamente explica esto al modo de Hollywood, esto es, barriendo para casa, de modo sesgado y tratando los problemas desde el punto de vista blanco. Eso sí, Hanks está de fábula. Como siempre.
La Receta del Día...
Bocadillo de Fondo de Nevera
Este es un bocadillo muy gourmet, especialmente indicado para los más sibaritas. Los ingredientes son fáciles de obtener y no son de esperar problemas de suministro.
INGREDIENTES (1 comensal)
1 panecillo duro*
1 frigorífico o nevera**
* Recomendamos que se trate de un panecillo del día anterior, bien aireado, duro como una piedra pero con ese punto aún gomoso e indigesto de la miga. De esta manera el pan absorbe mejor los jugos y aromas sin por ello desmenuzarse. Además, si estáis aquejados de glotonería, al ingerir el primer bocado, la interacción de la saliva con la masa se inflará en vuestra garganta evitando el vicio de la gula. Eso sí, consejo amigo, intentad escupir el remanente de saliva antes de la primera ingesta o se podría producir un atragantamiento con fatales consecuencias.
** Es recomendable un frigorífico non-frost cuya pared posterior interna esté chorreando de forma contínua como si se estuviera descongelando a diario. A evitar, en la medida de lo posible, las neveras demasiado limpias.
Realización :
Con un cuchillo fino, obrando con sumo cuidado, procedemos a cortar el pan longitudinalmente por su zona central. Hay que tener mucho cuidado ya que la corteza, de gran dureza, se puede fracturar mientras que la miga frenará el avance de la hoja. Al final del proceso obtendremos dos mitades idénticas totalmente separadas.
Abrimos la nevera y nos cercioramos que la pared del fondo se encuentra húmeda. Sujetando una de las mitades del bocadillo lo restregamos por la misma procurando que quede bien impregnado. Si en alguna estantería quedara algún remanente - pegote, mancha, incrustación - de los alimentos que una vez allí se depositaron, aunque sea en un tiempo remoto, procederemos también frotar el pan contra tales accidentes alimenticios porque donde hubo siempre queda.
Con la otra mitad del pan frotamos de idéntica manera evitando ser demasiado enérgicos para impedir que se desmigue. Es un proceso delicado, sed cuidadosos.
Ahora podemos proceder a montar el plato. Sujetando cada una de las mitades con las manos izquierda y derecha las vamos aproximando hasta que coincidan de nuevo como si quisiéramos reconstruir el bocadillo primigenio. En caso de que las mitades estén giradas entre si y no sean coincidentes, procederemos a recolocar hasta conseguir la unión perfecta.
Apretamos ligeramente para que rezume el caldito - sin que se derrame, ¡recuerda que ser trata de una delicatessen! - y ya disponemos sin más dilación a colocar sobre el plato, plástico, cartón u hoja de papel de periódico para ser presentado al comensal.
Una de esas recetas imperdibles que no puede faltar en cualquier mesa de postín que se precie. Os encantará.
Ruegos y preguntas...
“Apreciado autor,
A lo largo del libro nombras a tu pueblo varias veces, ¿de qué se vive en él? ¿agricultura? ¿industria? ¿se puede visitar? Siento curiosidad.
Un beso en el páncreas,
Terminator García (soy niño)”
Respuesta :
Apreciada niña,
gracias por el interés que muestras por nuestro pueblo. Por supuesto que se puede visitar, el turismo es una de nuestras principales actividades. Te recomiendo que vengas preparado para una larga estancia porque te gustará tanto - o no - que te quedarás.
Mi pueblo es muy innovador en cuanto a generar recursos económicos. A fuerza tiene que serlo porque la autopista solo tiene vía de entrada pero no de salida y la estación del tren igual. Vamos, que cuando vienes aquí te quedas ya para siempre a no ser que huyas monte a través pero para eso tenemos manadas de lobos que en la capital dicen que lo hacemos por ecología pero nosotros sabemos la capacidad disuasoria que tienen los perretes para aquellos que pretenden huir.
En cualquier caso no le hacemos ascos a cobrar subvenciones por nuestros lobitos y también por la cabra Jennifer, que se ha hecho una experta en fingirse muerta y hacerse la despedazada por los depredadores - esos ojos lividos, esa lengua colgando, esos chorretes de sangre - que si hubiera un Goya a los animales se lo llevaba ella seguro. Claro que pronto la tendremos que jubilar, porque cada vez que aparecemos en el Ministerio el perito se mesa las barbas y dice encontrar similitudes con la "cabra del año pasado".
Sea como sea nos hemos juntado casi un millón de personas y claro, no todos están en su sano juicio, que muchos rondan como perdidos por las calles vistiendo harapos y cogiéndote por las solapas con los ojos abiertos como platos pidiéndote salir, que tenían una vida y una familia, pero locos o cuerdos a todos hay que alimentar. Por desgracia los "negacionistas" no están en condiciones mentales de aportar ningún esfuerzo productivo. Ni siquiera se les puede dar cubiertos que no sean de plástico, imagina el panorama laboral que tenemos.
Uno de los primeros negocios masivos que se implementó en el pueblo para alimentar a tanta boca fue el de clickar enlaces de Google de forma masiva cobrando por ello, claro.
Llegamos a poner en primera página del buscador términos como "mochuelades de riofrío" o "ternasco loco de la higueruela" aunque tuvimos que bajar el ritmo cuando llegó la camioneta de Google, se bajaron cuatro matones y la emprendieron a patadas con las partes nobles del alcalde, que desde entonces nos sermonea desde el balcón del ayuntamiento con voz de pito. Claro que nuestra venganza fue épica y organizados en escuadrones perseguimos por medio mundo las coloreadas furgonetas de Google Maps para despelotearnos cada vez que veíamos que la cámara no enfocaba, hasta que finalmente Larry Page y Serguei Brin nos llamaron pidiéndonos "por la gloria de nuestras madres" que les dejáramos en paz, que les habían dado un premio en Pornhub que no iba bien con su política de empresa ni su código ético, y tras algunas concesiones, firmamos un armisticio que más o menos todos cumplimos. Ellos nos han borrado de sus bases de datos y nosotros solo clickamos compulsivamente cuando merece la pena. ¿Te acuerdas del Brexit? La próxima votación en la que influiremos es aquella que pide considerar Inglaterra provincia de los Estados Unidos. Si, ya se que parece imposible que algo así pueda ocurrir, pero tiempo al tiempo...
Pero el gran negocio del pueblo, el que de verdad nos alimenta, es el Parque Temático de Cuñados. Nos viene de lejos.
Parece ser que los romanos que fundaron nuestra villa tenían un pequeño anfiteatro en el que se promocionaban luchas entre koalas y osos pandas. Ellos lo llamaban "slow-gladiator" porque podías pasar horas viendo las evoluciones de los dos grupos de osos sin que pasara nada relevante. Si acaso interactuaban era para que un panda diera un tallo de bambú a un koala y este le correspondiera con un par de hojas de eucalipto. Ocho horas de "lucha" pa' na'. Así se tiraron un par de siglos hasta que llegó un koala que era un cuñado y se lió parda. Lo que era coexistencia pacífica se tornó en una masacre que salpicaba de sangre a todos los espectadores. Volaban los miembros de koalas y pandas, las cabezas decapitadas, los ojos arrancados de las órbitas, para regocijo del público que se lamentaba del tiempo perdido. Dos siglos, nada menos.
Luego llegaron los bárbaros y la Iglesia y el circo de pandas contra koalas llegó a su fin. No de nuestra memoria, pero las veces que se trató de hacer revivir el espectáculo parece ser - y digo esto extendiendo los brazos y entrecomillando el parece ser - que ambas especies de osos ya estaban protegidas. Como somos gente emprendedora reconvertimos el espectáculo del anfiteatro en un circuito que transcurre por los montes que rodean el pueblo. Construimos una pista forestal y soltamos a un puñado de cuñados odiosos, de esos que desvelan tu instinto criminal más oculto.
El parque se debe recorrer metido en el coche y a ser posible intentando no establecer contacto con los cuñados, y mucho menos alimentar sus ganas de conversación. Cuando te detienes en uno de los Meeting Point para echar una meada siempre aparece el típico cuñado, con la chaqueta sobre los hombros, con un cigarillo calado en la comisura de los labios o un palillo, el pelo engominado y sonriendo con cinismo mientras mira el coche que conduces. Te pregunta el precio y te suelta varias respuestas, a saber 1) él iba a comprarse el mismo pero tenía poco reprise, "no era un coche de hombres" 2) él sacó el suyo cinco mil euros más barato "porque tenía un amigo en el concesionario" y, ya para joderte el día del todo, 3) lo tuvo que cambiar porque "el culo de tu hermana se rozaba con el salpicadero".
Que bueno, que esto último se lo pasas con una sonrisa porque "ese" cuñado no es el tuyo de verdad, pero joder, que en alguna parte hay uno que SÍ es tu cuñado, es también un imbécil y además se está cepillando a tu hermana y te lo cuenta con detalle. Y claro, a partir de ahí, hecha la trasposición metafísica, las cosas se han venido a veces muy arriba y es un no parar de ambulancias acudiendo al Parque para solventar politraumatismos y navajazos varios.
Lo peor no es la actitud de listo de los cuñados, es la capacidad que tienen para juntarse en manadas y tratarte como si fueras imbécil por comportarte con un poco de lógica, educación y sensatez en lo que dices y haces.
No, gilipollas, es imposible que tu coche corra "de promedio" a 200 kilómetros por hora. Ni tampoco lo has sacado más barato. Ni te pusiste en Alicante en 45 minutos. Ni mi hermana hace "eso".
Aunque hayas conseguido evitarlos durante el recorrido, esas manadas de cuñados te las encuentras en el self-service del Parque, porque esa gentuza también come mientras no holgazanea, arrastrando las bandejas delante y detrás tuyo y poniendo a parir tus elecciones culinarias. "Yo esa tortilla no me la como ni loco porque mi madre me enseñó a comer como Dios manda",o "a tu hermana le encanta la nata" (guiño).
O se ponen a comer todos juntos en la mesa de al lado y empiezan a hablar de esos temas que tu dominas pero de los que ellos no tienen ni puta idea aunque ello no les impida sentar cátedra. Así, si escribes al Parque antes de ir y les dices que eres Doctor en Ciencias Físicas, por ejemplo, ten por seguro que un grupito de cuñados se pondrá cerca de ti -o lejos, es igual, su conversación es siempre a grito pelado - hablando con aplomo y suficiencia de los viajes en tiempo, de que la mecánica cuántica no existe (además la pronuncian como "acuántica") o que el gato de Heisenberg (al que llaman el gato ese del alemán de los cojones) está siempre muerto porque dentro de una caja un gato está muerto sí o sí. Y el doctor en Física se va calentando y calentando, hasta que al final se levanta y se encara diciendo que es doctor en Física y están diciendo chorradas, y es entonces cuando se lía, porque los cuñados se ríen de tu título y se preguntan, entre carcajadas, como "si eres tan listo y sabes tanto de Física tienes un coche de mierda como el que conduces, que yo esa mierda la uso para que la parienta, que es tu hermana y a la que tengo contenta para que no se me revolucione, lleve los niños al cole". Y claro, las ambulancias no dan abasto.
Mira si nuestros cuñados del Parque Temático de Cuñados son odiosos que cuando se los nombramos a los perretes que vigilan el perímetro del pueblo es que se ponen a dar bocados al aire. Y eso que ni siquiera saben lo que es un "cuñado" pero claro que cuando pillan a uno y este empieza "que si mi perro es mucho más fiero que tu", "que si eso es morder tendrías que ver a mi chihuaha","que no sabes ni despedazar a un cuñado como Dios manda" y claro, los perretes están como hartos.
Poner todos los huevos en el mismo cesto supone un riesgo, así que en el pueblo llevamos tiempo diversificando las fuentes de ingresos. Iniciamos un stock estratégico de plásticos cuando nos dimos cuenta que corrían el riesgo de desaparecer dadas las presiones de los ecologistas. Los fuimos acumulando en un prado de alto valor ecológico hasta que el prado se convirtió en una colina de bajo valor ecológico, todo ello con ánimo de revalorizarlo una vez hubiera desaparecido del Mundo (el plástico, no el prado o la subsiguiente colina, me refiero).
Llamamos entonces a un consultor - que hizo bien en acercarse en helicóptero y dejarlo en marcha a su espalda mientras hablaba con nosotros - y nos dijo que lo que llamábamos "colina de bajo valor ecológico" era en realidad un "vertedero" y nuestro "stock estratégico" era en realidad "basura".
Gracias a su clarificadora intervención racionalizamos qué tipo de productos plásticos almacenábamos para un futuro en que ya no existirían. Nada de guardar las tapas de los yogures o las cucharillas usadas. Cada año compramos lotes de toallitas para el inodoro, bastoncillos para el oído, cañitas para beber, compresas, pañales y papel film de cocina. Hemos calculado que en unos 100 años, cuando ya no se fabriquen, los podremos vender con un sobreprecio del 3000% y mientras eso llega cobramos subvenciones por "retirar plástico del mercado" (digo esto alzando los brazos mientras entrecomillo la frase y muevo las cejas hacia arriba de forma compulsiva como buscando en ti pícara complicidad).
Mientras no nos pregunten qué haremos con el mismo...
Gracias a los perretes y al plástico nuestro pueblo es la Meca de los ecologistas, lo cual ha dado lugar a la creación de negocios menores, entre los que destacan nuestro Restaurante Vegano especializado en cochinillo y el Taller Psicológico para Ecologistas Deprimidos en el cual la terapia principal consiste en realizar una excursión al río para lanzar baterías AAA - cuanto más lejos, mejor - o al embalse, donde aquí ya hundimos baterías de coche y de camión porque hay como más agua y como que las cubre mejor.
Nuestro último proyecto será abrir un nuevo parque temático dedicado a los influencers, youtubers, instagramers y fauna similar. No es que estemos descontentos con nuestros cuñados, pero queremos alcanzar un segmento de población que todavía no ha probado las mieles de odiar al marido de tu hermana. Un público más juvenil y dicharachero. Hace poco abrimos en plan experimental el túnel del terror dividido en tres partes. La primera, en grado de terror ascendente, se llama Primero Estudiar y Luego Trabajar. La segunda Estudio y a la vez Trabajo mientras que la tercera, con la que nadie se ha atrevido todavía, se llama Trabajo por la Mañana y Estudio por la Noche. Hubo discusiones sobre añadir a esta última etapa "y además aporto algo útil a la sociedad" pero quedó claro que allí no se iba a meter nadie.
Hay otra zona terrorífica, "El Bosque sin Cobertura", para una experiencia aún más intensa en que inhibimos la señal de los móviles para que muestren el mensaje "solo se permiten llamadas de emergencia".
Luego tenemos la Montaña Rusa de los Morritos donde paramos el recorrido de las vagonetas para que la peña que vive del Internet pose poniendo morritos. El recorrido tarda 6 horas en completarse a paso de tortuga - emoción lo que se dice emoción tiene poca - pero allí no se queda nadie sin posar, aunque no tenga ganas. También las Sillas Voladoras de Likes (si no te atas y sales volando te dan 1000 likes póstumos) y el Precipicio de los Selfies, donde recibes más likes cuanto más cerca te sitúes del borde del acantilado.
A lo largo de todo el recorrido del Parque diversos paneles van mostrando cómo desciende la cotización de clicks de Google por minuto y vale, lo admito, somos un poco malos y la manipulamos para provocar desmayos y situaciones de pánico mas que nada pa' divertirnos. Y si no, no haber venido.
La prueba piloto del Parque no funcionó demasiado bien, también hay que reconocerlo. El error fue orientar las atracciones a que fueran los mismos youtubers los clientes. Esta fauna está acostumbrada a no pagar por nada, cobrar por posar en el photocall y hasta te amenazan con publicar malas reviews en Tripadvisor cuando no obtienen de ti lo que desean (como si eso nos importara).
Así que cambiamos la táctica. Ahora invitamos a los influencers de forma gratuita y sin que se den cuenta los hemos reconvertido en parte del espectáculo. Al público normal, el que realmente paga, se le permite interactuar con ellos. Claro que a los influencers no les hemos dicho que elegimos a la plebe entre los haters y trolls más salvajes de las redes sociales. Así, cuando el instagramer de turno se acerca al filo del Precipio de los Selfies, un montón de gente sentada en sus butacas les exige más y más cercanía, simulando con un móvil fake que están enviando más y más likes a medida que se aproximan al borde. Un gran panel de leds luminosos, también fake, va mostrando el incremento y claro, los instagramers se vienen tan arriba que el final es predecible.
Es el único lugar de nuestro pueblo que permite la salida, aunque sea de forma totalmente metafísica.
Esperamos inaugurar el año con viene de forma ya oficial con una gran fiesta de influencers, youtubers, tuiteros, instagramers, bloggers con ínfulas, facebookers, gamers, negacionistas, antivacunas, trolls, okupas, haters, poĺíticos y tontos de pueblo en general. Tenemos perretes que ya han dejado de comer y así hacer hueco para el buffet que se avecina, ya te puedes figurar la ansiedad que les está provocando el evento.
Así que ya sabes, pásate por mi pueblo ese día y, aparte de la diversión, conocerás cuánto amor también sienten nuestros animalicos por tu páncreas, aunque todavía no lo conozcan.