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churrasic park - capitulo 5

 Capítulo 5º  : Mitos y Leyendas


“Si tiene cuatro patas y no es una mesa, cómalo”

Proverbio chino 


Extraído de la recopilación “Proverbios noruegos robados a otros países  y que ahora son nuestros”, de Olaf Morro Duro, 2014. Editorial Aún Somos Vikingos, Oslo.



La comida es una fuente inagotable de mitos y leyendas urbanas que se transmiten a una sorprendente velocidad y persisten sin que nadie, o muy pocos, cuestionen su veracidad. 

Su éxito reside en múltiples razones. Puede ser la necesidad de creer en lo intangible, en mostrar oposición a la ciencia y la racionalidad que domina nuestras vidas, en la posibilidad de transmitir teorías sencillas con las que impresionar a audiencias crédulas las cuales, al no cuestionarlas ni comprobarlas, las transmiten a su vez causando la satisfacción del propagador cuando las estupideces propaladas le retornan por otros cauces...Hay miles de razones posibles.

Los mitos sobre la comida existen desde mucho antes que existiera Internet o las redes sociales. La red de redes ha aumentado la velocidad de transmisión pero sobretodo la confusión a costa de bajar la calidad de lo que se argumenta. 

Antiguamente la idea era difundir lo erróneo, por mala o buena fe, sin que ello reportara beneficio alguno para el generador del mito. Los mitos y leyendas más estrambóticos persisten desde el pasado pre-Internet. 

Los nuevos mitos, creados en la era de la información, suelen aparecer como un intento indisimulado de generar un beneficio a través de la compra o la denigración de un determinado producto o ingrediente y poseen una brevísima carrera como tales. ¿Os acordáis de la hoodia que hace años parecía la panacea para el adelgazamiento? Pues eso, aparcada en el cajón del olvido. 

Los mitos verdaderos y perdurables no buscan beneficio económico si no más bien diversión y epatar con lo insólito. Dañar también, sobretodo cuando hablan de marcas comerciales, algo que en la práctica no parece afectar a las mismas por aquello de “mejor que hablen mal de mi que no se hable de mi en absoluto”.

Para que una afirmación sobre los alimentos tenga la consideración de mito o leyenda urbana debe, al menos según “Churrasic Park”, haber sido defendida con displicente superioridad por algún cuñado en cualquier lugar del Mundo. Una vez esto ocurre, automáticamente asciende al Olimpo de las idioteces supinas.

Veamos los mitos más divertidos y extendidos, todos ellos con el sello “aprobado por los cuñados”.

Coca Cola

La marca reina en mitos y leyendas es sin duda la Coca Cola.

“Crea adicción”

Este mito se refiere al empleo de hojas de coca descocainizadas en la fórmula de la bebida. Al eliminar el alcaloide ya no es posible crear adicción, proceso que se realiza desde principios del siglo XX cuando se sustituyó el mismo por cafeína. Las trazas que pueden quedar de coca en la coca-cola son indetectables. Que el nombre siga formado por la palabra “coca” genera la confusión. La única adicción que puede crear la coca-cola, si puede llamarse como tal, es gracias al azúcar que contiene (en caso de optar por los tipos que no son “zero”).

“Elimina el óxido de los metales”

Todo líquido que contiene burbujas es ácido y por tanto puede atacar el óxido de los metales. No es algo exclusivo de la Coca-cola. Si tenemos un metal oxidado se puede limpiar igualmente usando vinagre, que si bien no contiene gas, es ácido por su naturaleza. 

Esto ha venido siendo empleado para indicar el carácter artificial y peligroso de la bebida, cuando en realidad es un concepto básico de la química que no causa mayor conflicto en nuestra salud.

“Si cae una gota de Coca-cola en una alfombra la ataca como si fuera ácido, destruyendo la zona donde ha caído el líquido”

Esto en parte deriva del carácter ácido de la misma, pero sobretodo del azúcar que contiene y que puede provocar que la mancha se vuelva viscosa y amalgame el tejido de las alfombras más delicadas. Las alfombras sintéticas, de esas que compráis por pocos euros y que arden en segundos cuando vuestra casa se quema, son inmunes a los derrames de Coca-cola, estad tranquilos.

Por cierto, es un mito muy extendido en países de Oriente Medio, donde las alfombras son ubicuas.

“La fórmula es secreta porque contiene ingredientes prohibidos”

Referencia a la posible existencia de alcaloides en su composición, o incluso a algún tipo de sustancia para controlar mentalmente a los bebedores. Ya hemos visto que lo primero no es así y lo segundo sería el guión de una película de ciencia ficción y poco más.

Si la fórmula es secreta es para que nadie la copie. Es una práctica muy común entre los fabricantes de bebidas o comidas que no quieren ver como las ventas decaen porque alguien saca el mismo producto a un precio inferior.

“La Coca-cola disuelve el esmalte de los dientes”

Este mito procede de los estudios realizados por un profesor de la Universidad de Cornell en los años cincuenta del siglo pasado en los cuales se achacaba la aparición de caries a la acidez de la bebida. Esto degeneró en el mito de que si se dejaba un diente dentro de un vaso de cola al cabo de dos días se disolvía por completo.

Es cierto que la acidez de la bebida ataca al esmalte, pero también lo hace el zumo natural de naranja por la misma razón. 

La caries es más responsabilidad del azúcar de la bebida que por un ataque al esmalte el cual requeriría mantener la bebida un largo periodo de tiempo dentro de la boca, algo que no suele ocurrir a menos que la vayas a escupir a la cara de alguien.

Estos mitos, relativamente dañinos (aunque no parecen afectar a la marca que es dominante a nivel mundial) casi nunca se contraponen con otros que mucha gente desconoce y que en cambio son reales.

Por ejemplo, hace años Coca-cola cambió uno de los ingredientes, la vainilla natural, por la artificial. Esto provocó la protesta de los consumidores más sibaritas y la respuesta de la empresa fue que volvió a incorporarla. Por algo es la compradora número uno de vainilla natural del Mundo.  

La diferencia entre un tipo y otro de vainilla reside, aparte del precio, en la persistencia del aroma. Si frotas unas gotas de Coca-cola entre las manos hasta que se evapora y luego las llevas hasta la nariz notarás un aroma que perdurará y que corresponde a la vainilla natural. Si un helado u otra bebida incorpora vainilla artificial al cabo de unos segundos no olerá a nada, que es lo que suele ocurrir. Así que la Coca-cola, tan denostada, es muy superior en este aspecto a alimentos que consideramos menos artificiales.

El agua

¿Se os ocurre un elemento más necesario para la vida? Pues aunque parezca mentira hay toda una serie de mitos a su alrededor.

“El agua engorda”

El agua es un elemento indispensable para nuestro organismo y debe ser tomada en cualquier momento según nuestras necesidades. Es cierto que al hacer ejercicio perdemos rápidamente peso, pero gran parte de dicha pérdida es agua y debe ser repuesta de forma inmediata o podemos sufrir problemas graves de deshidratación. El agua es el único alimento que ingerimos con cero calorías y por tanto es imposible que nos haga engordar.

“Beber agua fría adelgaza”

Algunas personas creen que al beber agua muy fría el cuerpo reacciona quemando calorías para recuperar la temperatura normal. 

No hace falta decir que esta creencia es falsa y nuestro cuerpo no quema más o menos calorías según la cantidad de agua que tomemos ni por la temperatura a la que ésta se halle. 

Lo que sí es cierto es que si sólo bebemos agua  desterrando refrescos azucarados y bebidas alcohólicas disminuiremos mucho la cantidad de calorías que consumimos  pareciendo que beber agua nos hace adelgazar. 

También es cierto que beber agua no sólo nos hidrata, sino que ayuda a que nuestro metabolismo funcione mucho mejor lo que a la larga se puede traducir en un adelgazamiento.

“Hay que beber dos o más litros de agua al día”

Hay que beber agua, pero según nuestras necesidades corporales. No necesita la misma cantidad de agua una persona que está realizando ejercicio físico que otra sedentaria. De igual forma la cantidad de agua que necesita un individuo en un ambiente caluroso y húmedo es mucho mayor que otro que vive en una zona templada y seca.

Si nos forzamos a beber dos litros de agua al día estamos obligando a los riñones a un trabajo extenuante. Cuando estos órganos, habitualmente poco valorados,  no puedan filtrar lo que les llega pues van a causarte un problema grave e incluso la muerte. Ha ocurrido a menudo, así que cuidado con dar al cuerpo lo que no te está pidiendo.

“El agua envasada en botellas o bidones de plástico contiene arsénico y otras sustancias cancerígenas procedentes del envase”

Determinadas reacciones químicas, sobretodo cuando el envase de plástico está sometido a la acción del sol, puede derivar en la mayor presencia de agentes químicos en el agua, aunque casi siempre en cantidades irrisorias. De hecho en los países del Tercer Mundo con acceso limitado al agua potable se recomienda potabilizar la misma por el método SODIS, que consiste en exponer una botella llena de agua a la acción de los rayos ultravioletas del sol.

El mayor peligro del agua embotellada es su precio, muchísimo más alto que el procedente del agua corriente del grifo.

“Es mejor beber agua no tratada de manantiales, arroyos o cursos de agua de alta montaña”

El agua que encontramos en la naturaleza, por muy pura que parezca, puede estar contaminada por agentes químicos y biológicos. Adquirir un parásito al beber agua es un asunto muy serio que nos puede llevar al hospital con suma facilidad. 

El vilipendiado cloro, por muy mala fama que tenga, debería tener un puesto de honor en el ranking de inventos que han puesto a la Humanidad donde está. Hasta hace poco tiempo las bacterias y parásitos presentes en el agua provocaban graves enfermedades que solo la cloración y otras técnicas químico-físicas han conseguidor erradicar. Existió hasta un emperador romano llamado Constancio Cloro. Ahí os dejo el dato para que reflexionéis.

El pan

“El pan duro engorda menos que el tierno”

El pan duro lo es porque ha perdido el agua que contiene. Como el agua no posee calorías, engorda lo mismo que el tierno ya que cualquier cosa a la que le restes cero es igual a la misma cosa. Pura matemática.

El colesterol

¿Hay cuñados científicos? Claro. Son más difíciles de detectar pero ahí están. Newton – sí, Newton, has oído bien, el de la manzana – era un cuñado. Se pasó la vida atribuyéndose cosas que no había descubierto (el binomio “de” Newton en realidad era de un matemático árabe muy anterior) y luchando con científicos de su tiempo para pisarles cualquier descubrimiento que le gustara para si mismo. 

Lo malo de los cuñados científicos es que cuando los parroquianos del bar que es este Mundo les escuchan sus chorradas prenden hasta convertirse en axiomas. El asunto del colesterol es una demostración del cuñadismo disfrazado de ciencia.

El colesterol es necesario para el ser humano. Se trata de un lípido - una grasa - que se encuentra en el tejido y el plasma sanguíneo de los vertebrados cuya misión es variada : forma parte de la estructura de las membranas plasmáticas, transporta vitaminas liposolubles, es precursor de hormonas sexuales como la progesterona, estrógeno y testosterona etc, etc.  En resumen, si nos quitan el colesterol del cuerpo moriríamos sin remedio. Pero hace más de medio siglo alguien estableció un paralelismo entre la cantidad de colesterol en sangre y las enfermedades cardiovasculares. Y ese "alguien" tiene nombre : Ancel Keys (no confundir con la cantante Alicia Keys, mucho más atractiva intelectual, musical y físicamente hablando).

Ancel Keys era un biólogo norteamericano que al final de la década de los 40 empezó a investigar el colesterol. Sus investigaciones se realizaban sin gran difusión hasta que ocurrió un hecho que las colocaron en primer plano. En 1955 el entonces presidente estadounidense Eisenhower sufrió un infarto de miocardio lo cual llevó el asunto de las enfermedades coronarias a primer plano de la actualidad. 

Ancel Keys consiguió financiación para realizar un importante estudio en siete países cuyo objetivo era comprobar si existía correlación entre la dieta y las enfermedades cardiovasculares. El resultado fue espectacular.

En una gráfica que se ha hecho famosa y que no reproduzco por vagancia,  quedaba claramente demostrado que la mortalidad debida a enfermedades cardiovasculares era mucho mayor en aquellos países con un consumo elevado de grasas saturadas y por tanto con grandes cantidades de colesterol en sangre. 

El propio Ancel atinó tanto con el problema como con la solución.  Estaba claro que lo más rápido era reducir el consumo de grasas saturadas y pasarse a lo que él llamó "dieta mediterránea" que era básicamente la que seguían los países del sur de Europa : mucha verdura y fruta, pescado de tipo azul, aceite de oliva etc. Es decir, que el concepto de dieta mediterránea nace también con el Sr Keys.

Desde el primer momento surgieron voces críticas con el estudio de Keys. Si bien había datos de unos 22 países sólo se habían elegido 7 de los mismos y la razón era obvia : si se incluían países como Francia, con una altísima ingesta de grasas saturadas y una mínima incidencia de enfermedades coronarias, la gráfica de Keys quedaba desvirtuada. Lo mismo ocurría si se comparaba Noruega con los Estados Unidos : en la primera, a misma ingesta de grasas saturadas, sólo moría un tercio de las personas por problemas cardíacos. Pero para entonces la todopoderosa Sociedad Norteamericana de Cardiología se había posicionado al lado de los postulados de Keys y ya no se trataba de si dichos estudios eran correctos o se habían desvirtuado a propósito para apoyar una hipótesis, sino la manera de hacer llegar el mensaje a la gente.

Lo peor estaba aún por llegar. Cuando la industria alimentaria y la farmacéutica empezaron a lanzar productos bajos en grasa - los primeros - y las estaminas - los segundos -, el asunto se complicó y mucho. 

Todo el marketing de ambas todopoderosas industrias, las inversiones realizadas en el lanzamiento de nuevos productos y el aleccionamiento de los clientes y profesionales sanitarios hicieron casi inviable dar marcha atrás en un planteamiento inicial que por su facilidad de comprensión había calado hondo. ¿Quién no ha tenido problemas en casa con una cañería atascada por la suciedad? Explicar que la acumulación de grasa en las arterias impedía la circulación de la sangre era tan fácil de entender que requería poca pedagogía al respecto.

Claro que la realidad a veces obligaba a parchear la teoría. Muchas personas circulaban con unos niveles altísimos de colesterol sin que padecieran ningún tipo de problema. 

En ese momento el descubrimiento del colesterol "bueno" o HDL y el "malo" o LDL vinieron a solucionar el problema. Según esta teoría, el LDL se encargaría de transportar los elementos necesarios para la célula y el HDL de recoger el excedente para su eliminación.  Cualquiera podía tener un alto nivel de colesterol siempre que éste fuera "bueno" mientras que era el "malo" el que se tenía que vigilar. Se fijaron unos valores y a partir de entonces - década de los 70 del siglo pasado - más de uno y de una - han vivido mortificados por los análisis periódicos de sangre. Por no hablar de que algunos alimentos como los huevos han sido estigmatizados por su alto contenido en colesterol sin que esté claro del todo si son buenos o malos. Los polleros lo tienen claro, son buenos, pero parece ser que su opinión es interesada.

Mientras todo ésto ocurría se desarrollaba un interesante experimento que ha venido a llamarse el Estudio del corazón de Framingham. 

Framingham es una ciudad de Massachussets que por sus características "medias" fue elegida en 1948 por el National Heart Institute para estudiar si los hábitos de vida eran determinantes en las enfermedades coronarias.  El estudio, que aunque parezca mentira sigue en marcha, no proporcionó resultados concluyentes:     personas con altos niveles de colesterol jamás desarrollaron enfermedad coronaria alguna mientras que otros morían de ataques al corazón con analíticas impolutas.

En estos momentos encontramos a fervientes partidarios de Ancel Keys y a otros "disidentes" como el Doctor Ravnskov que sugieren que toda la culpa arrojada sobre el colesterol no es más que fruto de estudios parciales y en la mayoría de casos erróneos. 

¿Hay algún estudio completo y riguroso al respecto? En realidad no hay ni uno solo. Completos los hay, pero en su totalidad van respaldados por algún miembro de la industria farmacéutica o alimentaria, con lo que el sesgo es cuando menos sospechoso. Otros estudios sugieren que las enfermedades cardiovasculares están más relacionadas con el consumo del tabaco - algo fuera de toda duda -, el sedentarismo, el stress laboral e incluso la ingesta excesiva de carbohidratos como las harinas refinadas y el azúcar.

Si esto es así, ¿por qué nadie rectifica? La respuesta es sencilla. La lucha contra el tabaquismo fue liderado por los gobiernos que veían horrorizados cómo aumentaba el gasto en Seguridad Social para este extenso grupo de riesgo. Así que a fuerza de impuestos, de leyes y de concienciación social se consiguió reducir el consumo lo que llevó a una drástica caída en el índice de enfermedades coronarias. 

Lo mismo se puede decir del sedentarismo. Las campañas gubernamentales para erradicarlo son esencialmente una lucha por reducir los gastos de la Seguridad Social. 

Y, ¿qué pasa con los carbohidratos, los azúcares y los medicamentos? El exceso de carbohidratos es perjudicial para la salud pero en este caso no son los Gobiernos los que lideran la lucha contra los mismos, sino las industrias alimentarias que han visto en las alternativas a los mismos - edulcorantes, sn gluten  etc - una fuente de ingresos adicional, lo que se suele llamar dar un "valor añadido" a un producto cuyos beneficios no se podían exprimir más. ¿Pero verdad que nadie te dice que ese bollo que comes con tanto placer es capaz de provocarte un ataque al corazón? ¿O que las estaminas que tomas para reducir el colesterol provoca cáncer en ratones de laboratorio?

Detrás de cada supuesta verdad que atañe a alimentos o medicamentos se esconden una serie de verdades o mentiras a medias, según veas el vaso medio lleno o medio vacío. Lo que nadie te va a decir es que la moderación en la comida y el ejercicio suave y diario va a hacer mucho más que una pastilla contra el colesterol o una reducción drástica de las grasas. Porque eso no va a hacer ganar dinero a nadie…

Como decía Mulder, “la verdad está ahí afuera”. Échale huevos y búscala.

Laxantes

“Los laxantes ayudan a adelgazar”

Además de ser una idea absurda, consumir laxantes para adelgazar puede provocar serios trastornos en nuestra salud. 

Algunas personas creen que utilizando laxantes la grasa del cuerpo se "deshace" evacuándose junto a las heces. 

No hace falta decir que es una idea muy pero que muy equivocada, probablemente debida a un defectuoso conocimiento de lo que le ocurre a la comida en el lapso que media entre su ingesta y su evacuación. Algunas muñecas que se vendían en el pasado a las que podías alimentar para luego esperar su evacuación han sido responsables de esta comprensión defectuosa de la digestión humana.  Otra explicación no encuentro.

Calorías

“Hay alimentos con calorías negativas”

Se dice que un alimento tiene calorías negativas cuando su consumo gasta más energía que las calorías que aporta. Esta idea surgió hace veinte años a raíz de la publicación de un libro que abogaba por esta teoría publicado por un tal Neal Barnad. 

La verdad es que nuestro cuerpo es muy eficiente y saca calorías de prácticamente cualquier alimento, así que comer sólo apio, pomelos o calabacines no va a "quemar" nuestra grasa : menos el agua, todo engorda.

Zumo de naranja

El zumo por antonomasia de nuestros desayunos es portador de gran cantidad de mitos pseudo-científicos y meras leyendas urbanas. 

“El zumo de naranja o de otro cítrico es el que contiene más vitamina C”

Es falso. Dentro de las frutas la fresa y la grosella tienen más porcentaje de vitamina C a misma cantidad de pulpa, pero quien se lleva el record es el perejil (4 veces más que la naranja) o el pimiento verde (algo más del doble). Comparativamente un vaso de gazpacho recién hecho, con sus vegetales ricos en vitamina C (pepino, tomate, pimiento verde y rojo) es más rico en dicho nutriente.

“El zumo de naranja se ha hecho popular por ser muy sano”

En primer lugar cabe decir que si bien España ha sido siempre un gran productor de naranjas fue el impulso de la producción de naranjas en los Estados Unidos quien popularizó el zumo del desayuno. 

España llevó el fruto al Estado de La Florida y es este actualmente, y no California como muchos creen, el principal estado productor de naranjas. 

Intensas campañas popularizaron el consumo en el desayuno en los Estados Unidos en la década de 1950 y de ahí la moda se exportó al resto del Mundo. 

Si se hizo popular fue desde luego porque aparte de que tiene un sabor muy agradable da la sensación de que tomamos algo bueno para nuestro cuerpo. Esto es correcto en cierta manera. El zumo de naranja es rico en vitaminas C y A, ácido fólico, fibra (tomado con pulpa), potasio y otros minerales pero no una panacea cura-todo, como fue la idea que se impulsó para ser aceptada en todos los hogares norteamericanos. Otros zumos de melocotón, uva etc son igual de sanos.

“El zumo se ha de tomar inmediatamente o la vitamina C se pierde”

La vitamina C se oxida con relativa facilidad y es sensible al calor y la luz solar. Por tanto tras ser exprimida es recomendable consumirla rápidamente. Esto no quiere decir que la vitamina C se muera a los pocos minutos. Hay un proceso de pérdida gradual. Si la queremos mantener el máximo de tiempo posible es recomendable exprimir naranjas procedentes de la nevera, verter en un vaso opaco lleno al máximo y después cubrir para evitar al máximo la entrada de oxígeno. No obstante el proceso de exprimido inyecta oxígeno en el zumo y si pretendemos exprimir hoy para beber mañana, es más que posible que a pesar de guardar en nevera en recipiente opaco sólo lleguemos a tomar un 10% de la vitamina C de origen.

“Obtenemos más zumo de naranja metiéndolas en el microondas unos segundos antes de exprimirlas”

Esto es cierto pero es una mala práctica. El microondas debilita las estructuras de la pulpa y hace más fácil extraer jugo pero a su vez calienta la naranja por agitación molecular del agua y la vitamina C queda mermada. No es recomendable hacerlo a menos que simplemente apreciéis el sabor, no el aporte vitamínico.

“El zumo de naranja puede atacar el esmalte de los dientes”

Esto es cierto pero sin exagerar. Determinadas variedades de naranjas, generalmente las destinadas a zumos, suelen ser de sabor ácido y pueden atacar el esmalte de los dientes si se toma en ayunas y de forma aislada (sin ir acompañado de otros alimentos). Algunas asociaciones de dentistas recomiendan tomar el zumo con pajita pero bueno, otros muchos alimentos pueden atacar el esmalte y no los tomamos con pajita. La solución es simple : cepillarnos los dientes ,tomar chicles correctivos del ph o no hacerlo en ayunas, ayudando de paso al estómago,

“Las naranjas dulces tienen menos vitamina C que las ácidas”

Es cierto. Se ha estudiado que existe una correlación entre la cantidad de fructosa de la naranja - la fructosa es el tipo de glúcido que contienen las frutas - y la vitamina C. A más fructosa, menos vitamina C. Los productores de naranja en climas subtropicales - Brasil, Estados Unidos - obtienen naranjas dulces mientras que las ácidas, más ricas en vitamina C, se consiguen en países con alternancia climática (España, Italia, Israel etc). La mejor naranja es aquella que se recoge durante los meses fríos maduradas al sol. Las naranjas de cámara que se pueden comprar fuera de temporada contienen menos vitamina C.

“La vitamina C se destruye al añadir azúcar al zumo de naranja”

No, es un mito falso. Lo único que hacemos al añadir azúcar es incrementar el poder calórico de la naranjada. Cada naranja proporciona 60 calorías. Por tanto, puesto que para obtener un vaso de zumo necesitamos dos naranjas, tenemos un mínimo de 120 calorías. Si añadimos 10 gramos de azúcar (una cucharadita) tendremos un total de 160-170 calorías. No es mucho, pero sería mejor mezclar naranjas dulces - las conocidas como "naranjas de mesa" - con naranjas de zumo. De esta manera tendríamos una bebida poco ácida, rica en vitamina C y con un contenido de fructosa suficiente para no golpear nuestro paladar.

“Cuanta más vitamina C consumamos al día, mejor”

Es falso. El cuerpo humano no mantiene reservas de vitamina C, por lo cual lo que hoy tomemos no nos sirve para mañana. 

Este error procede de un científico que fue premio Nobel y que recomendaba tomar cantidades ingentes de vitamina C para curar todo tipo de males. Sus trabajos quedaron descalificados hace ya mucho tiempo aunque esa tendencia a "hipervitaminarse" ha quedado enraizada en la gente. 

No sólo no es recomendable tomar suplementos de vitamina C, sino que además puede provocar problemas de salud. El ser humano debe tomar alrededor de 30 mg de vitamina C al día, algo que queda cubierto con comer una simple naranja y algunas verduras (o dos naranjas).

“La vitamina C previene y cura el resfriado y la gripe”

Esto es falso. Procede de las mismas conclusiones erróneas del premio Nobel antes mencionado. 

Es cierto que ayuda al sistema inmunitario pero su efecto sobre los resfriados es mas bien de tipo placebo. El mejor antídoto contra los resfriados es una dieta equilibrada, algo mucho más difícil de conseguir que tragarse un vaso de zumo de naranja y por ello menos popular.

Lo que sí es cierto que las dosis correctas diaria de vitamina C ayudan a sobrellevar mejor los síntomas. El zumo es antioxidante y por ello con efectos beneficiosos en la prevención del cáncer y cardiopatías, favorece la creación de colágeno en nuestro cuerpo, disminuye el colesterol "malo" (LDL) y rebaja la presión arterial. Ayuda, pero ojo, no es una medicina.

De todas maneras hay que indicar que a pesar de tratarse de un tema objeto de debate y aunque parezca mentira, todavía no se ha realizado una investigación en profundidad del asunto. Hay estudios sueltos - todos ellos niegan la aseveración - pero queda el gran estudio que definitivamente destierre este mito.

El yogur

“El yogur no se puede consumir más allá de su fecha de caducidad” 

La gente suele olvidar que el yogur es una forma de conservar la leche. Los antiguos habitantes de las estepas asiáticas se dieron cuenta que cuando la leche se "yogurtizaba" se podía seguir consumiendo durante mucho más tiempo que si sólo hubieran dispuesto de leche fresca. 

Las bacterias del yogur consumen la lactosa, que es el "azúcar" de la leche y la convierten en ácido láctico. Esta acidificación de la leche es poco propicia para el desarrollo de bacterias nocivas. Por tanto el yogur que ha pasado la fecha de caducidad sigue pudiendo ser consumido con garantías ya que sigue siendo igual de ácido y por tanto se autoconserva. 

Esta conservación "extra" no es infinita, desde luego, ya que tarde o temprano las bacterias del yogur morirán por falta de alimento - ya han consumido toda la lactosa - y el grado de acidez bajará, facilitando la entrada de bacterias nocivas que destruirán definitivamente el producto. 

Es difícil dictaminar durante cuánto tiempo podemos consumir con garantías un yogur transcurrida su caducidad, pero en la Unión Europea se está trabajando (Dios nos coja confesados, cuando se meten en algo es cagada segura) para dar una respuesta reglamentada a dicha pregunta. De hecho los expertos aseguran que determinados productos, pasada la fecha de caducidad, siguen en perfecto estado de consumo y lanzarlos a la basura supone miles de millones de pérdidas al año que se podrían evitar perfectamente. El yogur es uno de ellos.

“Los intolerantes a la lactosa puede consumir yogur”

Las bacterias responsables de la yogurtización de la leche consumen lactosa pero no lo hacen en su totalidad. Cuanto más espeso y ácido sea el yogur, denotando largos procesos de fermentación, menos será la cantidad de lactosa presente. 

No obstante muchos productos industriales contienen lactosa al haber sido mezclado el yogur con otros productos lácteos por diversas razones. Por tanto quienes padezcan intolerancia a la lactosa leve es preferible que fabriquen su propio yogur para asegurarse de la pureza del fermento obtenido. Otro producto lácteo, el kéfir, resultado de la fermentación combinada por una bacteria y por una levadura de la lactosa es más eficaz eliminando la lactosa de la leche.

“Tomar yogur y beber leche no es lo mismo”

El yogur contiene las proteínas y la grasa de la leche original pero es más rico en vitamina B, siendo más pobre en B12 y C. En cuanto a los minerales, la composición del yogur es prácticamente igual a la de la leche. A pesar de estas pequeñas diferencias, se puede decir a grosso modo que la leche y el yogur sí se pueden intercambiar, algo que también sucede con el queso

“Todo lo que se vende y parece yogur es yogur”

En nuestro país el polémico real decreto 179/2003 que versa sobre el yogur, habla básicamente de dos grandes grupos : los yogures naturales que deben contener obligatoriamente  lactobacillus bulgaricus y streptoccocus thermophillus (responsables de la yogurtización) entre otras cosas y los pasteurizados, de los cuales se ha eliminado toda bacteria - las buenas y las malas - a través del proceso de pasteurización y que por tanto no requieren ser mantenidos en frío. Dentro de  los lactobacillus podemos encontrar el mencionado bulgaricus, el casei y el bífidus. 

Mucho se ha discutido sobre las bondades de emplear uno u otro tipo de bacteria. Para el principal divulgador de los beneficios de este producto, el ruso Mechnikov, el lactobacillus bulgaricus era el responsable de la alta longevidad observada entre el campesinado búlgaro (algo que ahora se sabe no es cierto). Lo realmente polémico para muchos productores es haber llamado "yogur" a un producto pasteurizado ya que los beneficios del yogur, debidos a sus bacterias, ya no existen (opinión que comparto con los productores). Lo que sí os reto es que vayáis al aparador de vuestro supermercado y tratéis de encontrar un producto limpio, sin aditivos, sin azúcares, sin cereales, etc,etc y donde sólo se pueda leer la palabra "yogur". Os va a ser imposible.

“El "agua" que cubre el yogur es síntoma de su mal estado de conservación y debe ser eliminada antes de consumirlo”

Este "agua" es en realidad suero lácteo  muy rico en proteínas de alta calidad. Digamos que el proceso de yogurtización precipita las proteínas de la leche - de ahí su aspecto "sólido" - separando las más pesadas de las más ligeras, que pasan a integrar ese "agua". 

Si dejamos el yogur sin refrigeración el proceso de fermentación se reinicia y se forma más suero como subproducto, pero eso no quiere decir que el yogur se haya estropeado. También se puede generar suero, y por tanto acidificarse el yogur, si tenemos la nevera a más de 5 grados. Lo mejor es tomar el suero mezclándolo con el resto del yogur.

“El yogur posee propiedades ‘milagrosas’”

Es cierto que tomar yogur es muy sano ya que contiene proteínas, calcio, vitaminas B6, B12 además de otros compuestos necesarios para nuestro organismo. Por otro lado su consumo ayuda a mantener la flora intestinal especialmente cuando ésta ha sido dañada por el consumo de antibióticos. También es destacable que consumir yogur desnatado ayuda a moderar la obesidad ya que el calcio impide la absorción de grasas. Por contra es falso que el consumo de yogur ayude a prolongar la vida ni tampoco se ha demostrado que prevenga algunos tipos de cáncer o sea eficaz contra determinadas infecciones.

“El yogur no se puede almacenar fuera de la nevera”

Como ya se ha dicho, el proceso de fermentación se reiniciará y el yogur se volverá muy ácido, pero será perfectamente comestible siempre que no se abra, no contenga aditivos ni otras substancias ajenas.

“No es bueno que los niños se acostumbren a consumir yogur porque son muy ácidos”

Esto afirmación es falsa. Porque aparte de las propiedades mencionadas anteriormente se pueden consumir sin azúcar en su versión menos ácida y eso siempre es bueno comparándolo con otros postres lácteos habituales.

“El yogur de soja es yogur”

La soja no contiene lactosa y por tanto las bacterias no podrían alimentarse de la misma para yogurtizar la leche. Sí que es posible coagular las proteínas de la soja por medios paralelos y añadir las bacterias a posteriori, si bien éstas deben estar libres de proteínas de leche si van destinadas a personas intolerantes.

“El helado de yogur tiene las mismas propiedades del yogur”

De nuevo nos encontramos con una afirmación que va a depender del fabricante. Algunos de ellos proporcionan al helado un sabor parecido al del yogur, pero no contiene las bacterias ni las propiedades del yogur natural. Otros en cambio sí que realizan el helado con yogur o con una gran proporción del mismo. Se ha estudiado que las bacterias pueden vivir hasta tres meses a -18 grados, recuperando su funcionalidad a temperatura ambiente.

A Pollo

“Si eres hombre y  comes a-pollo te salen senos”

Esta es una afirmación falsa a-pollada en algo que ocurrió en un matadero avícola alemán durante los años 50 del siglo pasado.

En aquella época era habitual suministrar hormonas a las aves para acelerar el crecimiento. Durante el despiece algunas partes del a-pollo se despreciaban, principalmente cuello, entrañas y patas, de manera que algunos trabajadores obtuvieron permiso para llevarse a su hogar tales despojos para usarlos en sopas, caldos y similares.

Lo que nadie sabía era que las hormonas tendían a acumularse en las entrañas y cuello, principalmente, con lo que los trabajadores del matadero se estaban hormonando de igual manera que los a-pollos. Esto provocó la aparición de problemas de ginecomastia (aumento de las mamas) entre los hombres.

Este hecho, puntual y fortuito, pero muy espectacular, hizo que se propagara el mito de que comer a-pollo hacía aumentar las mamas en los hombres. Es una idea que aún persiste en la actualidad. Y eso a pesar de que hace tiempo que no se emplean hormonas porque son caras e ineficaces para el propósito que persiguen.

Eso sí, si eres de los que comes “pollo” a secas, te saldrán tetas y hasta cuernos, por estar en el bando equivocado.

Adicciones

“La comida no crea adicción”

Nadie duda que nuestro cuerpo necesita comida para funcionar. Somos como una bombilla : entra energía y la convertimos en "luz", que en nuestro caso sería actividad física y mental (lo último, cuestionable).

Para que no "olvidemos" alimentarnos el cerebro ha diseñado un sencillo sistema que nos recompensa con placer cuando ingerimos comida. Así, tras una comida, el cerebro segrega una orden hormonal que indica al cuerpo que estamos saciados - la cual nos hace sentir el estómago lleno e incapaz de asumir más comida - a la vez que hace fluir una serie de substancias opiáceas que nos calman y nos satisfacen. 

El mecanismo es muy parecido al que sucede con en el placer sexual.

Los mecanismos que ocurren a diario en nuestro cuerpo son acontecimientos que conllevan cierta carga de dolor. La partición celular, el crecimiento, el envejecimiento etc conllevarían malestar si no fuera porque el cerebro descarga ciertas dosis de calmantes.

Cuando una persona se convierte en drogadicta el cerebro se acostumbra a que las substancias calmantes procedan del exterior, de manera que deja de fabricarlas de manera natural. De esta manera si el individuo no puede acceder a la droga se produce el síndrome de abstinencia que se manifiesta como una sensación dolorosa e incontrolable que obliga a buscar droga para calmarla puesto que el cerebro ha quedado incapacitado para ello.

Lo mismo ocurre, a otro nivel, con determinados alimentos que consumimos y que no sólo provocan satisfacción porque han saciado nuestras necesidades alimenticias, sino porque incorporan sin que lo sepamos substancias adictivas.

No he conocido a nadie que sea adicto a las zanahorias o a las lentejas, pero seguro que todos conocemos a gente que "depende" del café, el chocolate o el azúcar para superar problemas emocionales o simplemente para afrontar el día a día. 

La explicación es sencilla : cuando una persona consume chocolate la substancia adictiva que contiene - algunos creen que es la teobromina, aunque hay discusiones al respecto -  provoca que el cerebro genere una substancia opiácea que permite superar un bache emocional aunque la causa del mismo subsista. Al menos nos sentimos bien durante unos instantes. 

El azúcar no contiene ninguna substancia opiácea, pero al ser de absorción rápida provoca una respuesta de tal magnitud en la insulina que el cerebro produce mayores cantidades de calmantes con la que nos "premia" por una ingesta tan calórica aunque esté totalmente vacía de nutrientes. Digamos que en este caso a nuestro cerebro se le va la olla y te lo agradece.

Si te sientes dependiente de algún tipo de alimento empieza a sospechar que algo adictivo hay detrás del mismo.

Los alimentos adictivos más señalados por los científicos son la harina, el aceite - o la grasa -, el azúcar, el chocolate, la cafeína - contenida en el café y los refrescos de cola o los energizantes - , la sal, y el queso.

A quien le haya extrañado la presencia de la harina, el aceite y el azúcar baste decir que la conjunción de dichos ingredientes en la bollería industrial y las adicciones que causa son auto-explicativas. Lo del queso tiene una explicación más sorprendente.

Para que la vaca y su ternero "estrechen lazos" la leche contiene una substancia que es muy parecida a la morfina. ¿Por qué una vaca segrega morfina con la leche? Para calmar a su cría y conseguir que se alimente durante un determinado tiempo y así asegurar una buena alimentación. Esto quiere decir que la leche contiene morfina pero en una cantidad ínfima. Pero el queso contiene mucha caseína, una proteína de la leche, que a su vez contiene mucha morfina. Así que cuando la caseína llega a nuestro estómago y es "rota" por el ácido clorhídrico de nuestro estómago se difunde por el cuerpo creando una sensación de calma y satisfacción. El queso puede ser adictivo, principalmente por la cantidad de leche que se requiere para su elaboración y su elección para acompañar a las hamburguesas en los restaurantes de comida rápida no es nada casual. 

De hecho es bien conocida una patología que provoca que algunas personas que consumen queso padezcan cefaleas - y por eso lo evitan -  o bien los adictos cuando dejan de consumirlo sufren las mismas (síndrome de abstinencia). Igual que en el caso de los cafeinómanos.

Que los alimentos causan adicción es algo conocido desde hace mucho tiempo. No en vano las grandes corporaciones alimentarias se caracterizan por haber explotado alguna de ellas. Supongo que los ejecutivos de Coca-Cola se reían a mandíbula batiente cuando el público especulaba durante años sobre cuál era el ingrediente secreto que incorporaba la fórmula y al cual se le suponía la adicción que provoca. Pues ninguno, lo adictivo se llama AZÚCAR.

También  NESTLÉ se hizo grande con el CHOCOLATE, PEPSICO le debe mucho al AZÚCAR, KRAFT (comida preparada) al GLUTAMATO... Mucho tendriáis que escarbar para encontrar una empresa de alimentación multinacional y rica por el simple hecho de haber vendido nabos (si la hay, que lo dudo).

¿Venden drogas estas empresas? Evidentemente no. Comercializan productos que existen desde hace mucho tiempo y que no se consideran droga en sí puesto que no incapacitan al individuo, no siempre le causan adicción y desde luego no provocan alarma social. Eso no quiere decir que no estén exentas de culpa. Pongamos el caso del glutamato monosódico. 

El glutamato monosódico está presente en la gran mayoría de comidas preparadas bajo muchos nombres diferentes. En teoría no es más que un potenciador del sabor, si bien su omnipresencia no siempre está justificada. 

Los fabricantes saben que el glutamato provoca en nuestro cuerpo una excitación de la cadena de la insulina que nos hace desear más alimento. ¿Habéis notado a veces que cuando empezáis a comer patatas chips no podéis parar? Pues bien, las patatas chips suelen contener glutamato sin que exista más razón que provocar apetito hacia las mismas. 

Si os habéis dado cuenta las bolsas de patatas fritas cada vez son más grandes y aunque camuflan su tamaño bajo el apelativo de "bolsas familiares" los fabricantes saben bien que individuos predispuestos se las zamparán sin ayuda de ningún familiar y casi sin darse cuenta mientras miran la tele sentados en el sofá.

Lo mismo ocurre con la comida preparada. Si tras ingerir este tipo de producto habéis vuelto a tener hambre al cabo de una hora, ya sabéis a quién echarle la culpa.

Todo esto no sería preocupante si no tuviera consecuencias, pero lamentablemente las hay. A largo plazo aparece diabetes, obesidad y enfermedades coronarias que se suelen achacar a los malos hábitos de los pacientes, cuando en realidad se trata de unos malos hábitos inducidos por las drogas alimentarias que nadie considera como tales.  Pueden considerarse drogas “suaves” pero ya sabéis aquella canción llamada “La Espinita” (cantada por el poco reivindicado Albert Hammond) : 

Suave que me estás matando

que estás acabando con mi juventud... 

Microondas

He dejado para el final este maligno electrodoméstico. Hablar de él me causa un nudo en la garganta pero voy a hacer un esfuerzo para pasar el trance a la mayor velocidad posible.

El magnetrón de haces dirigidos nació como una válvula electrónica con parecido propósito que otras válvulas similares como el triodo, el pentodo o el tetrodo, esto es, amplificar las ondas eléctricas. Eso fue mucho antes de que se inventaran los transistores de germanio o silicio. ¿Recordáis en aquella época de televisores en blanco negro cuando venía a nuestra casa un técnico que triunfante nos mostraba una especie de lamparita fundida como la causante de que no hubiéramos vista “La Clave” o  el “1,2,3...” de Kiko Ledgard? Yo tampoco. En cualquier caso aquella hija de mala madre es parecida, que no igual, al magnetrón. Misma maldad, diferente misión.

Lamentablemente las rejillas que se introdujeron en el magnetrón provocaban una distorsión que lo hicieron un producto inviable. No servía para el propósito para el que fue creado. Al menos en apariencia. El cómo llegó un componente fallido a formar parte de uno de los electrodomésticos más ubicuos de nuestras cocinas es una historia digna de Stephen King.

Los ingenieros que trabajaban con válvulas electrónicas en alta frecuencia, como las empleadas para los radares o sistemas de comunicación UHF, sabían que si se colocaban delante de una fuente de microondas sentían calor aunque el emisor permaneciera frío. Es más, se trataba de un calor extraño : la piel permanecía fría pero el interior del cuerpo se calentaba.

Tras varias investigaciones se llegó a la conclusión que la radiación no ionizante electromagnética, a determinadas frecuencias y potencias, agitaba las moléculas de agua contenidas en los objetos hacia los que se dirigía el haz, provocando que aumentaran de temperatura. 

Las radiaciones son de dos tipos : las ionizantes, capaces de alterar el ADN así como provocar  graves enfermedades. Las más conocidas proceden de la desintegración atómica (centrales nucleares, bombas atómicas, declaraciones de Donald Trump etc). 

Las no ionizantes no pueden alterar el ADN y son inocuas. Las más comunes son las empleadas para transmitir por el aire las señales de radio y televisión, wifi, bluetooth...

La primera aplicación práctica de este efecto térmico “a distancia” fue calentar líquidos en laboratorios y pronto, cuando la miniaturización lo permitió, construir hornos para cocinar alimentos. Para ello se empleo el aborto del magnetrón. Era barato y no servía para nada pero al menos emitía microondas y por tanto calentaba igual que cualquier otra válvula o semiconductor al uso.

Como veis un aborto generó otro, mal empezó la cosa.

Al principio se depositaron muchas esperanzas en el microondas. Calentaba los líquidos mucho más rápido que usando hornos convencionales gastando muy poca electricidad dado que el tiempo que necesitaba para efectuar su principal función era relativamente corto.

La primera oleada de optimismo se fue enfriando. En primer lugar solo podía cocinar alimentos que contuvieran agua. Un alimento seco no puede calentarse por medio de microondas. Olvidaos de templar los polvorones con este aparato, para eso no sirve (ya se, el Mundo carece de sentido sin polvorones tibios a medianoche, pero es lo que hay...)

Otro efecto inesperado fue constatar que la distribución de agua en los alimentos no era uniforme, lo que suponía que allá donde era más húmedo, más cocinado estaba  mientras que el resto estaba medio crudo.

Por si esto fuera poco, el magnetrón no era capaz de distribuir la radiación de igual manera por todo el volumen de comida. Había zonas de sombra creadas por la misma comida e imperfecciones propias de la válvula que imposibilitan que la radiación llegara de forma uniforme a todos los rincones.

Para solucionar el problema se introdujo un pequeño rotor que giraba el alimento y algo se ganó pero aún hoy en día la cocción uniforme es una asignatura pendiente sin visos de mejora. No creo siquiera que están trabajando en ello. Según las últimas noticias que tengo los ingenieros de los microondas se han ido a trabajar el tema de los tetra bricks. Decepcionante pero lógico.

Otro problema fue la dificultad de aislar la fuente de radiación electromagnética del exterior. Para ello se emplea una carcasa que imita una cámara de Faraday y la parte más débil de la estructura – la compuerta que permite introducir alimentos y bebidas – se blinda por medio de una rejilla que impide la salida de la radiación de 2,4 gigahercios. Pero aún así los magnetrones crean problemas. Y si no que se lo digan a los astrónomos del observatorio de Parkes en Australia.

En 1998 detectaron con el radiotelescopio una señal que parecía proceder, por su alta potencia, de una galaxia bastante cercana. La señal aparecía aleatoriamente, manteniéndolos excitados y confusos como solo los astrónomos se ponen con sus nebulosas, supernovas y cometas.

Hasta 2015 (¡17 años!) se hizo un seguimiento de la misma. El 1 de Enero se instaló un filtro que detectó que la misma tenía una frecuencia de 2,4 gigahercios, los mismos de la señal Wi-Fi...y del microondas. 

La excitación dio paso al ridículo al descubrir que la señal extraterrestre procedía de un microondas, probablemente de la garita de los vigilantes del parque de antenas. El microondas no emitía radiación en funcionamiento pero cuando el guarda abría la portezuela para comprobar la temperatura del café con leche, al interrumpir súbitamente la cocción, la radiación no se detenía de la misma forma instantánea que cuando el cronómetro la interrumpía, siendo captada por las sensibles antenas.

El asunto de los astrónomos australianos sirve para ilustrar un peligro asociado con la radiación si abrimos la puerta sin esperar a que se detenga por la acción del cronómetro. En efecto, lo habéis adivinado: estamos interfiriendo cualquier posible comunicación con los marcianos. Cuando queramos escapar de nuestro amado planeta porque lo hayamos llenado de caca y cuñados no habrá ningún otro que nos acoja, que llamar a puerta fría a otros mundos no se lleva ni en este ni en otros Universos.

Los problemas no acabaron aquí. Los primeros usuarios que recibieron hornos microondas se dieron cuenta que los alimentos no se cocinaban como en un horno convencional.  El resultado era más bien similar a una cocción “rara” del alimento. Por mucho que los fabricantes trataran de enredar a famosos cocineros loando (a cambio de dinero) las virtudes del aparato o confeccionar recetarios con fotografías que ni en sueños podían corresponder a las obtenidas con un microondas, la ficción se topó con la realidad. Era innegable que el microondas calentaba, pero cocinar lo que se dice cocinar, más bien poco. Los usuarios se tuvieron que acostumbrar además a no introducir nada metálico en el interior del aparato y a las explosiones de algunos alimentos, o partes de los mismos, cuando no podían soportar la “agitación” del agua que contenían.

Ocurre con todas las ideas que parecen maravillosas en teoría pero que en la práctica no funcionan como debieran. Si pasa con el matrimonio, también puede ocurrir con un electrodoméstico.

Si no servía para cocinar, al menos serviría para descongelar. Reduciendo la potencia, empleando un periodo de tiempo largo, aquellos San Jacobos congelados podían freírse sin el peligro de encontrar el corazón congelado. No era un tema perfecto porque si la descongelación duraba demasiado tiempo obteníamos un alimento que de estar duro como una piedra pasaba a un cierto grado de cocción que lo hacía inviable para cocinados posteriores. 

Los expertos tuvieron que reconocer que el microondas podía descongelar pero lo hacía mucho peor que dejando el alimento en la parte alta del frigorífico toda la noche. Vamos, lo de toda la vida.

Así que, al final, seamos sinceros, para lo que sirve el microondas es para calentar agua para el té o el café con leche. 

A lo largo del día apenas se emplea más de cinco minutos y aún así se considera un electrodoméstico imprescindible en la cocina. Si vienen visitas a casa es lo primero que indican, que no tienes microondas, igual que si no tuvieras televisión, por mucho que alegues que lo primero es inútil y lo segundo, también.

Llevo años investigando la razón que nos lleva a poseer un microondas sin cuestionarnos su utilidad. Creo que me estoy acercando a la verdad pero eso, lejos de alegrarme, me ha empezada a causar problemas. Rondan el edificio donde vivo Insinuantes que cuestionan con los vecinos el por qué prescindo del aparato. La seño de mi hijo me llamó para una reunión y lo primero que me dijo, antes de las buenas tardes de rigor,  fue “comenta su hijo que no tienen microondas en casa...” que me dejó descolocado y con las patas colgando. 

He llamado varias veces a agencias de publicidad preguntando por qué no hay anuncios de hornos microondas y sin embargo se siguen vendiendo como churros.  Me pasan de departamento en departamento hasta que la comunicación se corta o alguien recoge la llamada – sospecho que del personal de limpieza – para decirme que aquella agencia de repente ya no existe. 

Por la calle me siguen individuos vestidos con gabardina, aunque sea verano, los cuales se detienen cuando ven que miro hacia atrás fingiendo que les interesa un desconchado de la pared. 

Ayer un repartidor de Amazon insistía en entregarme una caja enorme – sospecho que un microondas – que no he pedido ni pagado. Cuando le he solicitado la acreditación me ha dicho que se la había olvidado en la cafetería de la esquina y mi calle, que yo sepa, no tiene esquinas. He insistido y me ha confesado que unas personas le han dado el paquete para que lo entregue en mi casa y luego ha salido huyendo escaleras abajo. Ahí tengo el paquete,  en una esquina del comedor. Es “eso” o la cabeza de Gwyneth Paltrow, no queda otra.

Por favor, si alguien tiene información que quiera compartir al respecto o se halla en mi misma situación haga el favor de contactar conmigo usando la clave “yo también tengo miedo de mi microondas”. Si no os atrevéis, al menos pasad a vuestros familiares y amigos los siguientes consejos que recibí en el interior de un sobre que alguien deslizó bajo mi puerta la otra madrugada. Los encontré tan sensatos que merece la pena difundirlos.

  1. Nunca, nunca, nunca...pero nunca, deis la espalda a vuestro microondas.
  2. Si os regalan un microondas, aceptadlo de inmediato sin preguntar nada aunque sea un regalo inesperado. Jamás lo rechacéis u os excuséis diciendo que ya poseéis uno: insistirán. Siempre lo hacen
  3. Nunca uséis el inodoro mientras funciona el microondas.
  4. Nunca mantengáis conversaciones comprometedoras en la cocina. O en el balcón, si es allí donde se encuentra el horno. Se halle donde se halle, hablad de lo que sea en el punto más lejano posible al mismo. Si por casualidad se produce una conversación cerca del mismo, hablad solo de toros, fútbol y el último reallity de la televisión.
  5. Si no disponéis de microondas intentad que nadie lo note. No dejéis que familiares o amigos entren en la cocina. Pero si un Banco os llama ofreciendo una maravillosa cuenta corriente que incluye un horno microondas de regalo, salid corriendo a comprar uno puesto que ello significa que os han detectado.
  6. Dejad que el horno microondas interfiera con el wifi o el teléfono inalámbrico: está hablando con “alguien” o “algo” de más allá de nuestro Sistema Solar. También es posible que esté intentando comunicarse con el Infierno, hay varias teorías al respecto.
  7. Si algún desconocido en la calle se lleva la mano a la solapa con los dedos corazón e índice extendidos y el resto retraídos mientras te mira con una sonrisa amistosa, que sepas que forma parte de la Resistencia y sabe que no tienes microondas.
  8. Si algún desconocido en la calle se lleva la mano a la solapa con los dedos pulgar y meñique extendidos y el resto retraídos mientras te mira con una sonrisa amistosa, que sepas que te está vigilando y sabe que no tienes microondas.
  9. Compra de manera regular envases y menaje específicamente diseñado para el microondas, aunque no tengas. Este simple acto evita que sospechen de ti.
  10. Si la cajera del supermercado donde compras menaje para el microondas que no tienes te sonríe mientras con el dedo meñique se rasca el lóbulo de la oreja derecha que sepas que sabe que no tienes y forma parte de la Resistencia. Pero si a la vez que hace lo anterior se rasca una de las pantorrillas con la otra pierna, que sepas que es del otro bando y te vigila.

El sumiller de la curva

Todos los grandes centros comerciales, sea cual sea su ubicación, poseen una carretera que llega o parte del mismo a través de un paraje de montaña. No importa que el centro comercial se encuentre en una llanura o una vaguada porque es seguro que tras el mismo parte una carretera comarcal estrecha y serpenteante, de firme irregular, que se adentra por una serranía boscosa desde cuyos árboles los ojos de las lechuzas se giran para seguir el discurrir de tu coche. 

Siempre que algún vehículo consigue hallar tal sendero, escapando de los atascos habituales, se hace de noche de repente o se levanta niebla o llueve a raudales. En los márgenes, a través de la espesura,  los ojos brillantes te acechan mientras escuchas el barriteo del rinoceronte, el siseo de la serpiente de cascabel y el gluglutear del pavo salvaje. 

A veces trata de detener la marcha del turismo un sereno perdido en el bosque desde 1957, vestido con andrajos, que te suplica le pagues el puto aguinaldo de Navidad. Y tu le miras con desprecio afeándole que emplee tacos para solicitar la limosna de fechas tan señaladas y te alejas después de arrojarle un puñado de euros por la ventanilla y el tipo se desgañita gritándote que "qué es esto, que me des pesetas y no moneda extranjera". 

Tampoco falta el copiloto o copilota que te recrimina "haber echado por este camino de mala muerte" ni unos niños que acomodados en el asiento trasero que o bien se dedican a importunar o bien a reclamar a grito pelado que la peli que hay en el DVD ya la han visto media docena de veces. Vamos, que te darían ganas de dar un volantazo y precipitarte al vacío de los precipicios que se abren a izquierda y derecha sino fuera porque el coche se rallaría un poquito. 

Te has librado de la media hora que tardas en salir del parking pero el camino escogido tampoco está exento de peligros, y no solo los físicos a los que me he referido. Hay peligros adicionales, metafísicos. Tanto es así que los equipos de mantenimiento de las grandes superficies llevan años tratando de ocultar "esa" carretera maldita con la ayuda de carteles publicitarios o arbustos estratégicamente colocados para que los clientes no traten de acortar el camino de vuelta a casa por un atajo que les va a hacer vivir una de sus mayores pesadillas: el sumiller de la curva.

Hablemos de los Martínez. Sí, hace falta hablar de ellos. De ese fatídico día en que los equipos de mantenimiento del centro comercial de la M5  se olvidaron colocar los grandes macetones que ocultaban la carretera que desde allí conectaba directamente el gran supermercado con la Puerta del Sol. Inaudito pero verídico. Sin colas ni atascos, tras una hora mal contada aparecías al ladito del Oso con el Madroño. 

Una maravilla en teoría, terrorífico en la práctica.

Los Martínez habían realizado la compra del mes, un eufemismo que empleaban para designar la compra semanal en que llenaban dos carros hasta los topes donde tintineaban las botellas de licor y cloncloneaban las latas de cerveza con las que una y el otro trataban de olvidarse mutuamente. 

Esta pareja, alcohólicamente bien avenida, tenían dos niños que parecían salidos de la familia Adams pero aún más siniestros. 

La adolescente aborrecía el consumismo de sus padres mientras exigía móvil nuevo cada semestre. Se había teñido el pelo de rosa fosforito y amenazaba desde hacía meses con solicitar estudios universitarios carísimos en una ciudad extranjera confundiendo y mezclando el turismo con la formación académica. 

El chaval, más sensato, llevaba desde los nueve años estudiando la manera de solicitar y ganar una jubilación sin haber cotizado a la Seguridad Social jamás. Había estudiado tanta jurisprudencia y resoluciones de la Seguridad Social al respecto que sin saberlo se había hecho un experto en leyes. 

Según sus averiguaciones era más fácil recibir una paga mensual del Estado si alegaba una drogadicción sin haber dado palo al agua que conseguir una pensión por incapacidad debida a una metástasis extendida, aunque se llevaran cincuenta años de cotización ininterrumpida. 

Parece ser que ser drogadicto es más de izquierdas y asegura una paga sea cual sea el color del partido que gobierne en ese momento. Si es de izquierdas por asegurar el pesebre electoral y si es de derechas por temor a ser tachado de facha retrógrado. 

Para aquel pre adolescente ya estaba claro que hacer las cosas de forma decente y honrada no llevaba a ningún lado, algo que muchos comprendemos cuando ya es tarde y pasamos la noche agarrados a una farola que nos sirve de vivienda bebiendo vino barato de tetra brik y esperando que algunos jovenzuelos nos calienten a patadas o con una lata de gasofa.

Tanta era la compra aquel día que el maletero se llenó y parte de la carga se tuvo que acomodar, entre protestas de los niños, en el asiento trasero.

El vehículo de los Martínez se colocó en la cola de salida del centro comercial hasta que, tras media hora de frustrante espera sin apenas movimiento, el progenitor se dio cuenta que en una esquinita del aparcamiento parecía entreverse un camino oscuro y siniestro. No parecía divertido aventurarse por el mismo pero el ambiente empezaba a caldearse en el interior con su mujer calentándole la oreja llamándole calzonazos e inútil y los niños reclamando con insistencia llegar a Madrid lo antes posible porque de repente habían descubierto que debían hacer cosas que no podían solucionar a través del teléfono móvil. 

Dando un volantazo se precipitó hacia ella. Ascendieron por una cuesta empinada hasta que, en la primera curva, las luces del centro comercial quedaron ocultas tras la espesura de la arboleda. Tanta fue la oscuridad sobrevenida que el conductor tuvo que accionar las luces largas haciéndose un sobrecogedor silencio en el interior del vehículo. No se veía nada en el exterior, salvo las pupilas de cientos de animales - o de otro tipo de seres - que se iluminaban momentáneamente cuando los faros incidían en ellas. Parpadeaban un instante sorprendidas por la luz, o entornaban los ojos de forma siniestra sin dejar de seguir el discurrir de la familia y algunas, eso dijo la hija, debían encontrar la iluminación tan insoportable que sentían la imperiosa necesidad de ocultarse tras manitas de siete dedos. 

A medio camino, cincuenta curvas más tarde, la cobertura de los móviles cesó y el GPS pareció enmudecer señalando con insistencia la última posición donde había tenido contacto con los satélites, como si se hubieran caído del cielo. 

Volvieron los murmullos y las recriminaciones. La mujer acusó al marido de haberse perdido por enésima vez. De nada sirvió que se le indicara que el cuenta kilómetros apenas indicaba unos veinte kilómetros de camino recorrido, porque el mantra del extravío estaba ya instalado y alimentado desde la bancada trasera donde los niños vivían la falta de cobertura como si sobre ellos se hubiera precipitado el fin del Mundo. 

Estaban enzarzados en una discusión cuando de repente la mujer se dio cuenta que al final de una las pocas rectas del camino un hombre alto, de rostro indefinido, había quedado iluminado por las luces largas. Estaba allí, de pie, en medio de la carretera, haciendo un gesto suave con la mano derecha para que se detuvieran. 

A los gritos de la mujer pidiendo que no se detuviera, algo que habría implicado el atropello del sujeto, el hombre replicó apretando el freno alegando que no sería peor que cuando recogían a la suegra. Eso sí, bajó lo justo la ventanilla para que entrara solo un hilillo del aire helado de la serranía. 

Despacio, el hombre se acercó a la ventanilla del conductor para pedir, con voz cavernosa, que por favor le acercaran a un lugar que estaba "más allá" porque su coche se había averiado. El señor Martínez dijo que no había visto ningún coche y el hombre, tras pensárselo un segundo cambió "coche" por "moto" y "averiado" por "la moto se me ha caído por el barranco". Dicho esto, todo pareció correcto y le dejaron subir en el asiento trasero a pesar de los gritos de terror de los niños.

El individuo se sentó entre ellos y el señor Martínez le comentó, mirándole a través del espejo retrovisor, que podía quitare la capucha de la sudadera, que llevaba la calefacción encendida,  a lo que este respondió que no llevaba capucha, sumiendo el coche en un silencio acojonante.

Preguntaron dónde le podrían dejar para que avisara de su accidente - a ser posible antes de llegar a Madrid - a lo que el hombre siempre respondía que "tras la siguiente curva hay una gasolinera", sin que tal eventualidad llegara a ocurrir. 

También cambió dos o tres veces la versión de por qué se encontraba en aquella solitaria carretera. Lo de cambiar el vehículo siniestrado tuvo un pase porque a todos se nos traba la lengua de vez en cuando. Pero es que transcurridos diez kilómetros estaba explicando que había perdido a su cerdito Rufo con el que acostumbraba a buscar trufas por el bosque. De hecho cambiaba la versión de los hechos cada vez que se le preguntaba por lo que los progenitores comenzaron a sudar copiosamente y a frotarse los muslos con auténtica ansiedad. En cambio los niños encontraron divertido alternarse en preguntar una y otra vez qué le había ocurrido, y para su regocijo al cabo de media hora ya iba diciendo que era Mary y que buscaba a su corderito perdido en el bosque. Pero lo peor estaba por venir.

La carretera se había convertido en la luz que proyectaba el coche. El birrioso brillo de las estrellas había desaparecido y hasta los ojos que los habían contemplado desde el inicio del trayecto se habían difuminado en la impenetrable oscuridad. A eso le podríamos llamar "túnel" pero da más miedito explicado así. 

De repente el hombre se percató de la compra esparcida por el suelo y del rebosante maletero y pidió si era posible beber algo, a lo que respondieron que se sirviera una cerveza o un poco de anís a morro, aunque lamentaron que todas las bebidas estarían como el caldo del fondo del inodoro pues no estaban refrigeradas. 

- ¿Y un cabernet sauvignon? ¿tienen cabernet sauvignon?

De lo último confesaron que no tenían pero que tenían vino (sic) y al decir esto el hombre empezó a mostrar un tic en el labio superior, incontrolable. El matrimonio discutió un rato. Habían comprado vino en tetra brik para limpiar el fondo de la olla cuando hacía estofados, confesó la mujer como si esperar una felicitación por su "truco" culinario. El tic del labio se incrementó notablemente, acompañado de un movimiento nervioso de la pierna derecha.

- ¿No tienen nada en botella...de cristal? - se vio obligado a aclarar.

La hija rebuscó bajo el asiento de su madre. Había recordado que "algo" había rodado hacia allí cuando el coche inició el ascenso por aquel camino de montaña. Con un "tachán" mostró al autoestopista la botella que acababa de encontrar. El hombre agarró el vino barato para leer con detenimiento la etiqueta. El párpado del ojo izquierdo empezó a saltar como si tuviera un saltamontes en su interior. 

Tras unos segundos de lectura anunció que iba a beber un trago, si no les importaba. La mujer dijo que no tenían sacacorchos y el autoestopista dijo que no importaba. Y dicho esto se arremangó la sudadera, mostrando que carecía de mano derecha y en su lugar había acoplado un puño plateado de cuyo centro surgía un sacacorchos que en otro momento les habría intimidado, pero allí en el interior de su vehículo, a escasa distancia de los niños y de las espaldas de los progenitores el pincho lustroso, brillante y  retorcido no les parecía algo de lo que preocuparse.

Tampoco había vaso o copa donde verter el caldo pero con presteza extrajo de un bolsillo interior una pequeña copa de plata con forma de una concha marina. 

Encajó el corcho de la botella en su puño modificado para con dos vueltas tirar de él liberando el vino. Aguardó unos segundos para que se aireara. El mismo tiempo que se tomaron los que embotellaron el caldo para reflexionar si vendían aquella mierda como vino o como vinagre. 

A continuación vertió un poco de líquido en la copa para llevarla a la nariz y aspirarla con los ojos entornados. Estornudó dos veces ante la atenta mirada de los pasajeros, fascinados por la ceremonia que contemplaban. Tragó saliva y luego, como si se tratara de ingerir una medicina, sorbió ruidosa y rápidamente el contenido de la concha marina.

- Quitad el cartel que ya hemos encontrado el cerdo - soltó el chaval recordando las veces que había sido recriminado por hacer lo mismo con la sopa.

Se hizo un silencio expectante. El hombre empezó a palidecer, que ya era mucho decir, porque la capucha que no llevaba proyectaba una sombra negra sobre el rostro. Luego vino lo peor. Primero empezó a murmurar algo ininteligible mientras iniciaba un balanceo del tronco hacia delante y atrás, como si recitara una oración. 

- ¿Se encuentra bien? - preguntó la madre.

El murmullo se hizo audible. "¡Vino malo! ¡vino malo!" repetía sin cesar, agitándose con tal fuerza que el coche se balanceaba amenazando con perder el agarre de la carretera, ya de por si precario. 

Los niños lloraban asustados mientras trataban de separarse del autoestopista pegándose a las puertas, aumentando la inestabilidad del vehículo. 

El señor Martínez sudaba para mantener el coche en el centro de la carretera y la madre gritaba todo tipo reproches sobre su triste destino, interrumpiendo sus lamentaciones para pedir a grito pelado que pararan los alaridos y que se detuvieran así que el arcen fuera visible.

Volaban las latas de berberechos y las bolsas de patatas fritas a cada bandazo del vehículo y el hombre sin rostro, estirando sus largos brazos, se afianzaba en los agarres de los laterales para aumentar el vaivén, precipitando la certeza de que iban a volcar en cualquier momento sin dejar de gritar aquel mantra sobre lo malo que era el vino. 

Algo que por otra parte ya sabían por los dos euros que habían pagado por la botella. Milagros en Lourdes. 

Entre gritos, lloros y lamentaciones el coche estuvo a punto de perder la estabilidad para precipitarse por el vacío que se intuía  lado y lado de la carretera. En ese instante el alocado pasajero proyectó su cuerpo entre los asientos delanteros para señalar con el brazo extendido hacia una lejana y primera luz que veían en todo el camino.

- ¡Una vinoteca! - gritó.

Dieron dos vueltas de campana, derraparon sobre la grava. Al final el conductor atinó a detener el vehículo. La sangre volvió al rostros de los pasajeros que durante unos segundos se ensimismaron en el silencio repentino para cerciorarse de que seguían vivos. 

Luego vino la ira. Los progenitores se giraron para enfrentarse al pasajero. Pero allí no estaba. Los niños no sabían dónde había ido, asegurando entre la llantina que no le habían visto abandonar el coche. Tampoco nadie había escuchado el ruido de la puerta. Se miraron extrañados, aceptando que aprovechando los momentos de histeria había escapado o tal vez en un bandazo había salido despedido del vehículo, por mucho que nadie recordara nada.

Tras unos minutos que dedicaron a recomponerse física y metafísicamente hablando, decidieron continuar el camino deseando llegar cuanto antes a Madrid y olvidar todo aquello. Habían avanzado unos pocos kilómetros cuando la luz que les había anunciado el pasajero psicópata se hizo un faro que  poco a poco se agrandaba ante su vista. Al llegar a ella el conductor aminoró la marcha para detenerse entre las protestas de la familia.

- Si el hombre ese ha salido despedido del coche debe estar accidentado en la cuneta. Debemos avisar a la policía.

Bajaron del coche y se encaminaron hacia la iluminada tienda que, tal y como había anunciado el autoestopista, se trataba de una tienda de vinos. Un hombre mayor y simpático, aburrido por la falta de clientela, acudió presto a atenderles. Le explicaron lo ocurrido. Su rostro afable se tornó grave, como si supiera muy bien de lo que estaban hablando.

- Acabáis de conocer al "sumiller de la curva". Ronda por aquí pero no podéis hacer nada por él. No es que haya salido despedido del coche, es que es un "no muerto". Os explicaré su historia y la tendréis que escuchar porque he echado el cierre a la puerta y hasta que os suelte lo que se no os voy a dejar marchar. Así que ya estáis volviendo al mostrador y a poner cara de que os interesa, que estoy muy solo y sois los primeros viajeros que veo en semanas.

"Trabajaba en el supermercado del centro comercial donde habéis estado esta tarde, en la sección de los vinos. No tenía ni puñetera idea de vinos, pero sí sabía que debía recomendar las botellas caras a los clientes despistados, de esas que llevan una alarma que la cajera tarda media hora en desactivar. También sabía que una gota de vino malo, si caía en el sofá, lo atravesaba y podía llegar a perforar el encofrado cayendo sobre el vecino del piso de abajo. ¿Habéis visto Alien? - asintieron - Pues lo mismo que la sangre de los aliens. En cambio cuando bebes vinos buenos los sobacos te huelen a aromas frutales con tonalidades de frutos secos, entre otras ventajas. 

Bueno, a lo que íbamos. El tipo estaba enamorado de una chica del mismo supermercado que trabajaba en la sección de electrodomésticos. Una auténtica arpía que usaba sus encantos para colocarte de una tacada dos lavadoras, una de uso y la otra de emergencia - gimoteó mientras giraba imperceptiblemente la cabeza hacia una pila de lavadoras viejas colocadas en un extremo de la tienda -. Al final empezaron a salir, más que nada porque ella lo vió débil y manejable y además necesitaba del coche de este para que la acercara a Madrid tras la jornada laboral. Por esta misma carretera por la que estáis circulando. Claro, el chaval estaba super entusiasmado y la chica era lo que era - nuevo gimoteo -. A los dos meses ella estaba harta de su pretendiente y de buena gana lo habría largado de no ser que necesitaba el vehiculo y ya de paso el pisito y la cuenta corriente del chaval. Era uno de esos hormiguitas que ahorran toda la vida para que en un quiebro del destino se lo lleve todo Hacienda o una malparida. 

Al final se casaron y tras la boda ella empezó a agasajarlo con vinos baratos durante la cena de la noche. El tipo sabía que eran vinos malos pero como la amaba con ternura lo achacaba a que estaba ahorrando para un hipotético futuro bebé. Pero como la tipa era mala, siempre que descorchaba la botella en la cocina además desmigaba a propósito el corcho del tapón y lo empujaba para dentro. 

Luego aparecía en el comedor toda compungida explicando lo que había pasado y el chaval además de calmarla diciendo que no tenía importancia, se bebía la copa de vino con todo de corcho flotando. Así durante un año, hasta el punto que el corcho formó una capa en su estómago insonorizándolo por completo. Y ese fue el principio de su fin, porque de haber podido oír los ruidos estomacales se habría dado cuenta de la obstrucción intestinal que padecía y que una noche, en esta misma carretera, acabó con su vida. 

La 'desconsolada viuda' - dijo esto alzando los brazos para entrecomillar la frase - incineró el cadáver y lanzó las cenizas al mar, tal y como no había sido su último deseo. Las cenizas tenían tanto corcho integrado que flotaron en el mar durante meses. Ese fue su segundo error. El primero fue acudir a la vinoteca de la carretera pidiendo ayuda para su marido que acababa de caer desmayado. Luego proseguir su error intimando con el vendedor - sollozos - , venderle dos docenas de lavadoras que no necesitaba y contarle además su maquiavélico plan, que en la cama soltaba la lengua que era un gozo escucharla - sollozos arrepentidos -."

- ¿Y qué hace en la carretera su "fantasma" pegando sustos a la gente?

- Avisa del peligro de los vinos baratos.

La familia estalló en carcajadas ante la mirada severa del vinatero. 

- Yo no me reiría tanto. Esto no ha acabado. No ha abandonado el coche. Allí sigue - y todos giraron la cabeza para contemplar con desasosiego el vehículo aparcado frente a la tienda - y se materializará cada vez que quiera advertir sobre un vino barato. Lo mismo que ha pasado hoy os puede ocurrir en cualquier momento, en el centro de Madrid, hiendo a la Casa de Campo, a la playa de Alicante. No sois los primeros a los que le ocurre.

La proyección de semejante amenaza, por muy absurda que pareciera a primera vista, acercó al señor Martínez al mostrador y con rostro serio preguntó cómo evitarlo. A fin de cuentas era él quien utilizaba el coche con mayor frecuencia e imaginarse en medio de un atasco en la Castellana con un loco a sus espaldas le ponía los pelos de punta.

- Lleve siempre en el coche una botella de vino caro.

- ¿Cómo de caro? ¿10 euros?

El tendero sonrió de forma condescendiente para agarrar a continuación una botella de debajo del mostrador.

- De 300 euros, como esta. Menos de eso no garantiza que se de por satisfecho. Y si no le quita la etiqueta del precio, mejor que mejor. Como le dije el tipo no tuvo ni tiene puta idea de vino, pero leer sabe leer.

El hombre estuvo a punto de marearse y caer al suelo. Afianzado al canto del mueble, apaciguó con un gesto imperioso de la mano las protestas de la familia que de repente tenían gastos pendientes - xbox, spa, piercing - de valor similar.

La visa voló sobre el datáfono. Agarrando la botella como si se tratara de un tesoro se dirigió al vehículo entre los gestos hoscos y el silencio acusador de la familia. Subieron todos deseando llegar a Madrid de una vez por todas. Antes de emprender la marcha se sobresaltaron al escuchar un repicar de dedos sobre el cristal del copiloto. Suspiraron aliviados. Era el vinatero que quería decirles algo.

- Cuidado que más adelante se encuentra la Chica de la Curva. Intentará que se detengan para que la lleven y les advertirá de una curva peligrosa donde ella murió. Ya les advierto yo de que vayan con cuidado con las siguientes curvas, que son muy cerradas, así que buen viaje y otro susto que se "ahorran".

Agradeciendo el consejo subieron el cristal de la ventanilla. La mujer giró la cabeza hacia el conductor.

- Cariño, si ves a esa chica ya sabes.

- Claro - dijo sintiendo los primeros dolores de la factura de la visa que les llegaría el día 5 del mes siguiente - , paso por encima.

- Efectivamente.


Leyenda urbana patrocinada por el Gremio de Vinateros de Vinos Caros.



Receta del día

Sopa de cabezas de sardinas en su jugo

Esta receta no me la he inventado ni forma parte del subgénero que inaugura “Churrásic Park”, esto es, la docuserie psicótica. En realidad fue presentada a un concurso de recetas que quedó desierto. Para que veáis que la realidad SIEMPRE supera la ficción. 

Ingredientes :

Medio kilo de cabezas de sardina

Realización :

Pedimos al pescadero que nos guarde medio kilo de cabezas de sardina, pero si nos mira mal y prefiere vendernos la sardina entera, las adquirimos de dicha manera.

Separamos las cabezas del resto del animal y las introducimos en una bolsa de plástico o un tupper (la receta original se realizaba en bolsa de plástico). Todo ello bien cerrado.

Colocamos las cabezas en su bolsa dentro del horno microondas a media potencia durante una hora. Transcurrido el tiempo extraemos la bolsa y el jugo resultante lo vertemos en  una sopera, sazonamos y listo para consumir. Las cabezas podemos descartarlas. Tal vez, si queremos, reservamos un par por comensal para decorar el plato.

Una receta que no ganó el primer premio, algo cuando menos sorprendente.


Ruegos y preguntas


“Estimado Señor,

Perdone que le escriba por un tema que no tiene nada que ver con la comida pero no he encontrado nadie con quien sincerarme, tanta es la vergüenza que siento. Espero que usted me ayude con un consejo que me oriente en el correcto proceder sin por ello comprometer mi privacidad. 

Soy violinista en una orquesta sinfónica de cierta importancia. Estudié violín desde los 4 años y a los 21 obtuve un puesto, con mi título del Conservatorio de Música de París recién obtenido, en la orquesta en la que actualmente me encuentro. 

Soy delgadita, talla media, con gafitas redondas, pelo lacio con ralla enmedio, monina, de estilo un tanto naïf. Espero que entienda esta última palabra, es francesa. 

Me gusta la poesía francesa, cocinar comida francesa y cuando hay luna llena me siento en el alféizar de la ventana de mi habitación con las patas colgando hacia el vacío y los ojos llenos de lágrimas de la emoción que me causa tanta belleza. A veces ella me inspira para tararear las canciones más tristes de Edith Piaf.

Espero que esta breve descripción le permita comprender que soy, permítame la inmodestia, una persona de elevada espiritualidad que busca la belleza en todo cuanto hago, digo o soy.

Llevo un año en la orquesta y estoy muy contenta a pesar de que el repertorio que tocamos tiende a estar formado por clásico populares como las Danzas húngaras de Brahms, el Vuelo del Moscardón de Rimsky-Korsakov, o Las Cuatro Estaciones de Vivaldi. Que no tengo nada en contra de esas piezas, que me encantan, pero echo de menos piezas románticas francesas o las obras de los impresionistas, también franceses.

Los violines de la orquesta somos todos jóvenes y casi como una gran familia. Tengo en particular gran amistad con un grupito  que también estudió en París como yo y con los que hablo en francés porque, no se, es como más elevado. Algunas chicas llevan más tiempo en la orquesta que yo y me dan consejos. Me dijeron el primer día que no me acercara a los de viento-metal, que son como la hez de la Tierra. Bueno, no lo dijeron así, pero les dedicaban los peores epítetos. Los de cuerda nunca nos juntamos con ellos, ni siquiera cuando entre ensayo y ensayo vamos a la cantina a comer donuts y reirnos en francés, ho,ho,ho. Y era verdad. Los trombones y trompetas se sentaban en una esquina de la sala y también comían donuts pequeñitos de chocolate, pero acompañados de cervezas que compraban en packs de seis en el supermercado de la esquina porque la que vendía la cantina les parecía demasiado cara. Hablaban a gritos, blasfemaban, y solo parecían saber hablar de videojuegos y del partido de fútbol de la noche anterior. Había uno que me era particularmente odioso. Llevaba el pelo alborotado y siempre, incluso cuando estaba en el foso, se sacaba un pico de la camisa por fuera del pantalón. Las chicas de viento-madera, que tenían que sentarse a su lado, nos miraban echando los ojos hacia arriba. Eran moninas y parecían simpáticas, pero no hablaban francés, así que mis compis me aconsejaron que tampoco me juntara con ellas.

Un fin de año contrataron a nuestra orquesta en un pueblo de mala muerte. Nos hicieron tocar el Concierto número 1 en mi mayor de Vivaldi - lo que los mortales llaman "La Primavera" – en una docena de bises hasta que el arco del violín se me despeluchó por completo. Pensamos que les había encantado - claro, es un clásico que los pueblerinos pueden entender - pero luego nos enteramos que estaban dándose tiempo para ver qué le hacían al concejal de cultura del pueblo por haber traído semejante mierda, perdone la expresión, a las fiestas patronales. 

Tras el concierto nos invitaron a la plaza mayor donde había un despliegue de luz, farolillos, gente bailando y otros que paseaban a un hombre montado en un palo y cubierto de plumas en lo que imagino que era una tradición de los campesinos. Mis amigas se fueron a buscar un ponche y a mi me dejaron sola por unos instantes, hasta que una voz masculina requirió mi atención. Al girarme vi a aquel ser horrendo del grupo de viento-metal. ¿Cómo se atrevía a dirigirme la palabra? Busqué a mi alrededor a mis amigas para que me rescataran. Haciéndose el simpático me preguntó que por qué hablaba siempre en francés si no era francesa. Le expliqué que había estudiado en París y que me encantaba el francés, a lo que él me respondió con una grosería que me resisto a reproducir por escrito. No recuerdo bien lo que me dijo a continuación. No paraba de mirar a mi alrededor para que nadie me viera hablando con él y deseando que por fin mis chicas aparecieran para rescatarme. Estaba roja como un tomate y contestaba con monosílabos sin saber muy bien a qué respondía. Lo cierto es que a los cinco minutos estaba tan agobiada que comencé a reírme en francés como una tonta y eso me bajó las defensas, aparte de que se escapó el pipí como suele ocurrirme cuando me río. Me pidió salir y por sacármelo de encima le dije que sí, más que nada para que desapareciera lo antes posible.

A partir de aquel día no paraba de wasapearme que cuándo quedábamos. Y yo la verdad es que no podía recordar que le hubiera dado mi número de teléfono. Estaba a punto de apoyar el arco en las cuerdas que sonaba el "piiiiii" de aviso de mensaje y es que a partir de entonces no acertaba ninguna nota. Lo peor era la hora del descanso, cuando pasaba delante de nuestra mesa sonriéndome como un estúpido y las chicas le miraban y luego me miraban desconcertadas a lo que yo respondía acalorada que "me estaba acosando" o cualquier cosa que se me ocurriera. Al final, para zanjar el asunto, le confirmé una cita en un bar que encontré gracias a Google Maps y que estaba tan lejos que tuve que coger dos metros y seis autobuses para llegar. De hecho estaba tan lejos que cruzando la calle se había acabado la ciudad.

Fue horrible, como había supuesto. No sabía nada de poesía francesa. Ni por supuesto ni una palabra de francés. Era zafio y maleducado. Por alguna extraña razón en cada frase nombraba mis tetas sin que viniera a cuento, y eso que iba con un suéter de cuello cisne, aparte de sufrir un laísmo galopante que me ponía de los nervios. Asombrada de su primitiva simpleza y por hablar de algo que entendiera, le pregunté cómo había llegado a la orquesta. Con la franqueza más brutal me confesó entre risas que era sobrino del director y que jamás había estudiado música, que todo lo hacía de oído, y que su anterior experiencia musical se limitaba a una banda de pasacalles donde se lucía especialmente con "Paquito el Chocolatero". Horrorizada me levanté de la silla tambaleándome, volcando sin querer el vaso de zumo de piña que consumía. Le espeté que jamás había visto semejante caso de nepotismo a lo que él se defendió alegando que no me había puesto la mano encima, con lo cual imaginé que "nepotismo" le debía sonar a "meter mano". En realidad dijo "todavía", con lo cual se desveló el malvado plan de seducción que albergaba hacia mi persona. Salí corriendo. ¿Cómo era posible que mis quince años de estudio, de ocho horas de ensayos diarios, pudieran ser equiparables a un músico de banda que ni siquiera sabía leer un pentagrama? Huí e hice mal, porque alterada por aquello que el muchacho insistía en llamar "cita", subí autobús equivocado y tuvo que venir mi padre a rescatarme a una ciudad de la que ni siquiera conocía su existencia y donde pocos hablaban en francés.

Al día siguiente mentí alegando enfermedad para no enfrentarme a él. Tras dos días de fingida enfermedad me dije a mi misma que no podía seguir de aquella manera, que tenía que regresar al trabajo y explicarle que no nos íbamos a ver nunca más. De manera discreta y sin que nadie nos viera, pero aquello tenía que acabar (si es que alguna vez había comenzado).

Allí estaba durante los ensayos, vestido como si le hubiera caído la ropa desde un quinto piso y por casualidad se hubiera acomodado con mediana fortuna a su cuerpo. No me buscó con la vista y para mi sorpresa aquello me enfadó. Más tranquila me dirigí a la cantina dispuesta a hacer un aparte y despedirme rogándole que no me volviera a dirigir la palabra. De nuevo se mantuvo en su sitio, con su ruidoso grupo de amigotes, esta vez enzarzado en una guerra de a ver quién hacía el eructo más grande. No me dirigió ni una sola mirada. Primero me sofoqué pero luego me dije que mejor, que si él daba "eso" por terminado, fuera lo que fuera lo que había sido, para mi iba a ir todo mucho mejor.

Ya abandonaba la cantina cuando tuve un apretón, así que tuve que ir al aseo con suma celeridad. A la salida sentí un silbido suave y al girar la cabeza lo vi tras de mi, sonriéndome. Me dijo que se había preocupado al saber que estaba enferma y cogiéndome de improviso enrojecí, sin ser capaz de decir nada. Esperó unos segundos y como no le respondía continuó hablando. Dijo que me traía un regalo. Antes incluso de mostrarme sorprendida o extrañada me colocó sobre las manos extendidas un pack de seis latas de cerveza y besándome en la frente se encaminó a la sala de ensayos.

Me quedé como una tonta en el pasillo, oyendo los primeros compases de la sinfonía donde al menos faltaba un violín, sujetando un extraño regalo que no sabía dónde acomodar.

Llevo así dos meses. Cada día me digo que lo voy a dejar. Ensayo las palabras de despedida por la mañana y luego se me olvidan o no se qué decir. Hasta parece haber aceptado que si quiere conservarme - por Dios, qué horrible suena eso - debe ignorarme mientras me reúno con mi grupo de amigas. Y todo lo suyo, todo lo que representa y hace, me sigue resultando horrible. 

Me llevó al piso que comparte con otros dos amigos. Nunca he visto un lugar tan sucio y repugnante. Me pidió que me sentara en el sofá y tras mirarlo con detenimiento le pedí una toalla para poder hacerlo. 

Miré al techo y sobre mi cabeza, pegado al mismo, había un trozo de pizza que amenazaba desprenderse para caer sobre mi cabeza. 

Había ropa sucia por todos lados y olía a algún animal muerto. Miramos una película pero estaba tan en tensión que hasta los cambios musicales bruscos del "Diario de Noa" me hacían saltar como si estuviera contemplando una película de terror. 

Luego llegaron sus compañeros de piso y Dios mío, parecían salidos de una película de Seth Rogen, de esos tipos a los que entregas un rompecabezas con solo cuatro bloques representando una mujer y te sitúan las tetas en los tobillos. 

Lo peor fue cuando, al presentarme, me sujetó por la nuca y dijo que yo era "su churri". Confusa, aturdida, tropezando con la ropa esparcida por el suelo y los trozos de comidas adherido a las puertas, quise escapar pero insistieron en llevarme a cenar a un frankfurt de salchichas grasientas bañadas en ketchup, teniendo que soportar risitas cada vez que me llevaba el bocadillo a la boca. Y ya no digo cuando la salsa caía  por las comisuras de mis labios.

Me he visto comprado packs de cerveza para llevarlos a su casa o jugando con una videoconsola que ni entiendo ni me gusta. Olvidando las despedidas ensayadas y aborreciéndome por ello.  Ayer sin ir más lejos, sentada en el sofá bajo la espada de Damocles de la pizza pegada en el techo,  sostuve una batalla de pedos con él y debo confesar que no perdí. Hace meses que no leo poesía francesa y escapo de mi grupito de amigas a las que ya no encuentro gracia y mucho menos obtengo consuelo porque ni siquiera puedo explicales lo que me pasa. ¿Qué me ocurre? ¿Me puede ayudar?

Una lectora desesperada que solicita la máxima discreción”

Respuesta :

Estimada María del Carmen López García, de la calle Alarcón de Abajo número 27 :

En primer lugar agradecerte tu carta. Ya me iba a tirar por la ventana y al leer tus problemas me has hecho ver que la mierda de vida que llevo en realidad está llena de éxitos. Gracias.

Te lo voy a explicar en plan sencillo : has encontrado tu personalidad petarda. Mejor dicho, está surgiendo de tu interior para apoderarse de ti. Hubiera pasado tarde o temprano, el trombonista no tiene nada que ver. Su presencia es circunstancial. 

No es algo que me invente. Fíjate en lo que escribes. Cuando dices que te encaramas al alféizar de la ventana con "las patas colgando" o cuando comentas que te dio un "apretón", ambas cosas normales y de humanos, pero contra las que has luchado desde que eras niña. ¿Cómo? Pues de la peor manera posible, porque enzarzarte en la lectura de los románticos franceses o en hacer gruñir un instrumento, que sin ofender a nadie, para mi es equiparable a pasar las uñas por la pizarra, es más una tortura que un placer. 

No, querida María del Carmen López García, tu historia es la del Doctor Jeckyl y Míster Hide, con el añadido que tu yo impostado es aún más aburrido que el Doctor Jeckyl, que ya es decir. Suéltate la faja, déjate llamar churri y bebe cerveza a morro como las chonis. Serás mucho más feliz. Luego  abandonas al sobrino del Director por un motorista de los Ángeles del Infierno o por un odontólogo forrado con abono de palco en el Real, que con doble personalidad puedes elegir.

Ya me irás contando. Si no te importa, iré colgando la información en las redes sociales porque tu caso puede ser interesante para gente que sufra el mismo encorsetamiento cultural y social. Añadiré tu correo por si quieren ponerse en contacto contigo de forma directa.

Besis y disfruta


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