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churrasic park - capitulo 7

Capítulo 7º : Socializando la comida, con o sin cuñados


“Primero quiero el postre”

Mijaíl Bakunin, filósofo anarquista. 

Del libro “Aportaciones gastronómicas de los grandes genocidas del siglo XX”, varios autores, muchos perpetradores. Editorial Sumun Borde, París-Miami-Talavera de la Reina.


La comida es un acto alimenticio pero a menudo también social. Raramente comemos solos. Nos considerarían, nos consideraríamos de hecho, monitos raros de esos que no quiere la manada en caso de tener que ingerir nuestra banana en la más cruel de las soledades. ¿Cuántas veces tus compañeros de trabajo te han pedido que les acompañes y no te comas a solas tu tupper de arroz pasado? A mi nunca, pero sucede. ¿Cuántas veces tu familia te ha llamado para celebrar la comida dominical todos juntos cuando ya te habías conformado con degustar tu famoso bocadillo de fondo de nevera? A mi nunca, pero sucede. 

Quedamos para cenar o comer, con un poco de suerte para desayunar. Celebramos banquetes pero no ayunos. Una boda sin ágape ni gilipollas cortándote la corbata ni es boda ni es nada. Nos damos un festín o hacemos una mariscada. Los amigos de verdad son los que roban melones contigo y los jueves, paella. Atracamos a los repartidores de Glovo en los cruces de semáforos y esperamos a los de JustEat con la misma ansiedad. 

Como veis nuestra vida social gira en gran medida alrededor de la comida. Hasta los más reacios a la comida aceptan que sin ella la vida sería como más vacía, ¿o no es cierto que al reo que va a ser ejecutado en los Estados Unidos se le ofrece una opípara cena antes de palmarla?

Veamos cómo gestionar la socialización de la comida. Siguiendo estos consejos llegaréis muy lejos, por lo menos hasta la segunda o tercera mesa en que, tambaleándoos y balbuciendo frases inconexas, tratéis de agarraros antes de caer al suelo tras recibir el enésimo golpe procedente de uno o varios bates de béisbol. Más allá de eso, es decir, llegar a la puerta de salida del restaurante o incluso atinar a encajar la llave en la cerradura del vehículo mientras huís de las hordas que os persiguen ya es algo más complicado y requiere trabajar aspectos más sutiles de tu relación interpersonal como comensal, familiar o invitado.

Comidas de empresa

Existen muchos tipos de comida de empresa. La más habitual es aquella que se produce a diario y que os reúne en manada o petit comité en el comedor de empresa o en el bar de la esquina. 

Tener comedor de empresa no está mal por aquello de que no te desplazas y la comida es aceptable y barata. El problema es que te sientas con la gente de siempre y empiezas y acabas hablando del trabajo como si no hubiera nada más en la vida, que para eso se hizo el fútbol y los programas de televisión de griterío que nadie ve pero que todo el mundo comenta. 

En una empresa donde trabajé había el pacto de que quien soltara un tema relacionado con el curro sería defenestrado. 

La cosa funcionó medianamente bien hasta que un jefe nos llamó la atención porque no daban abasto en contratar a nuevos administrativos bocachanclas, que ya me diréis si no hubiera sido fácil contratar administrativos mudos.  Y ese es otro problema, me refiero a los jefes, no los administrativos que acababan estampados en el asfalto. 

Porque me pregunto: si el menú era único, ¿cómo era posible que les sirvieran a la mesa sin hacer cola y se tiraran cabezas de gambas mientras que nosotros nos debíamos conformar con lanzarnos chuscos duros de pan? 

Recuerdo con un nudo en la garganta, qué tiempos aquellos, cuando me hacía el remolón en la puerta de salida como si esperara a un compañero rezagado, para alimentarme con el aroma del café expreso bien cargadito con hierbas ibicencas y las volutas de cohiba que llegaban, en oleadas, desde la mesa de los jefes donde repanchigados contemplaban nuestra salida disfrutando de sus cinco minutos extra de sobremesa. 

Pero todos éramos iguales, eso decían, cuando llegaban los recortes y con rostro compungido y ojos llorosos nos anunciaban nuestro despido mientras aseguraban que ellos también sufrían, que les habían retirado el papel higiénico con olor a colonia y hasta la máquina de café de cápsulas. La pantomima acabó cuando, fingiendo una pena superior a la del despedido, uno de aquellos jefes tuvo la osadía de dar el finiquito a Dionisio "el Desquiciado". 

A Dionisio le dejábamos hacer lo que quisiera. Si quería hablar de cosas de trabajo, no había problema. Si quería mojar trozos de pan en la salsa de nuestros platos, no había problema. Le habían otorgado una discapacidad psíquica del 23% cuando era chiquillo y desde entonces luchaba por conseguir una total. Méritos no le faltaban. Lo que nos preguntábamos era qué NO había visto la junta evaluadora que lo había discapacitado de forma tan ligera en primera instancia. Como era nuestro contable - a sentido del humor a aquella empresa no le ganaba nadie - cuando venía Hacienda a hacer una inspección los encerrábamos con Dionisio e iba todo como la seda, pidiendo tiempo los inspectores para irse y poder volver a sus casas a acurrucarse en un rincón, en la oscuridad, con las manos enlazadas alrededor de las rodillas y los ojos bien abiertos mientras recitaban un mantra a la vez que se balanceaban de forma compulsiva. 

Pues bien, aquel ejecutivo desinformado le dijo a Dionisio que estaba despedido y éste, curioso por la humedad impostada en los ojos del primero, se los quiso "desenroscar" a ver de dónde procedían las lágrimas. A partir de aquel día Juanito "el Ciego" nos despedía por burofax entregados bajo una lluvia de golpes cautelares suministrados por guardias antidisturbios contratados a tal efecto.

Luego están los comedores sin catering, a lo sumo con un par de máquinas expendedoras donde te puedes comprar bocadillos de pan de molde rellenos de una mezcla rara que llaman "cangrejo". No saben a nada pero al caer en el estómago, si tienes la precaución de beber agua al mismo tiempo,  se inflan lo suficiente para pasar el día con moderada hambre. A menos que seas de esos que se compran una botellita de agua y no paran de beber mientras trabajan. En ese caso, dada la capacidad de absorción de la miga de pan, es probable que acabes en el hospital donde un doctor tipo House te hará doscientas pruebas antes de soltar que o bien estás embarazado o bien tienes lupus. Date por reventado.

La segunda máquina suele ser la que suministra cafés, chocolates o agua caliente para hacerte un té o bien un baño de asiento, no se especifica. 

Los principios de funcionamiento de aquellas máquinas parecían correctos. Echabas las monedas y se escuchaba la molienda de los granos de café que te tocaban, el paso del agua a presión a través del filtro y el goteo del café hasta el vasito de plástico. A pesar de que la secuencia de sonidos era la esperable, el resultado era un líquido aguachirri al que, a pesar de su inmundo sabor y su peor coloración,  nos habíamos vuelto adictos. 

Un día hablamos con el chaval que reponía los ingredientes de la máquina el cual, hasta entonces, se había mostrado elusivo. Nos dijo que un ejecutivo con ojos llorosos le había comunicado que no le renovaban el contrato y que a la mierda con todo, que iba a largar todo lo que sabía y quisiéramos preguntarle. 

Según sus palabras el café que tomábamos procedía de posos reciclados y prensados de una primera y única carga de café que se había realizado cinco años atrás. El ruido de la molienda, el agua a presión y el goteo del mejunje resultante era en realidad una cassete que además se había grabado sobre otra de Camela. Para demostrar que decía la verdad apretó el botón de rebobinar - entonces entendimos para qué estaba en la máquina - y nos dejó escuchar, sobrecogidos,  un par de canciones de "Corazón indomable", explicándonos que gracias a aquella sobregrabación, colocada en cada máquina expendedora,  el álbum se había convertido en número uno.

Un compañero, que era muy de Camela, bramó "¡mentira!" con lágrimas en los ojos y mocos colgando de la nariz, a lo que el chaval agarró su móvil, puso el politono de su Nokia al doble de la velocidad y entonces empezó a sonar una canción de La Oreja de van Gogh con lo que nos aclaró con una sonrisita de superioridad, sin tener que decir palabra, que el otro milagrito de ventas del grupo vasco se había gestado por medios aún más tortuosos.

El de Camela, con desafiante disgusto, le preguntó la razón por la que acudía cada semana a reponer existencias dado que según sus afirmaciones la máquina no parecía necesitarlas. Con la mayor desvergüenza nos mostró el contenido de un sobrecito que vertía en el agua y que según afirmaba contenía cafeína con tal grado de pureza que habría tumbado a una manada de suricatas. Tamaña dosis era la única que permitía convertirnos en unos yonquis de aquella agua sucia, asegurando el consumo. El de Camela replicó entonces que ahora entendía que no fuera persona hasta llegar a la oficina y tomar el café de la máquina pero que una vez que sabía la razón pensaba dejarlo. Al escuchar tal afirmación el chaval pareció entristecer para decir a continuación, con los ojos clavados en el suelo, sin poso de desafío: "inténtalo".

En muchas empresas a lo sumo te dejan usar una sala a la que eufemísticamente llaman comedor. Son pequeñas, mal ventiladas, con una mesa larga cubierta con un hule y un microondas que el gerente tuvo la bondad de prestar a los trabajadores porque el técnico que lo retiró de su casa le explicó que emitía tanta radiación que su perrete podía pillar algo grave. 

La gente se trae los tuppers de casa y te meten por las narices guisos con mucha cebolla, o ves que la higiene de las manitas deja mucho que desear, o tienes que sufrir una espera interminable para usar el microondas (aunque eso no es malo del todo ya que gracias a ella te pones morenito). 

Esa conjunción traumática de cosas desgradables te obliga a plantearte ir al bar de la esquina o permanecer, como un monito expulsado de la manada, en el puesto de trabajo alegando que tienes tareas pendientes mientras llenas de migas el teclado del ordenador haciendo sudokus. Si no eres mucho de cocinar, ni de pagar un menú económico, ni de robar la carga a uno de Glovo y además te repugna pedir que te dejen chupar la tapa de tupper de tus compañeros de trabajo, es posible que entres en una espiral de ayuno que te conduzca la muerte. No te preocupes. Si estás en ese proceso autodestructivo te recomiendo que leas el divertidísimo capítulo dedicado a la inanición para que no te pille desprevenido.

El bar de la esquina. El bar de comidas del polígono. Esos bares únicos - porque no hay otros - que colocados estratégicamente asumen toda la oferta de restauración laboral de una zona. Siempre igual. Un dueño simpático que a menudo también ejerce de camarero. Su mujer en los fogones. En diez años la has visto un par de veces. Crees en su existencia porque su marido habla de ella y alaba su paella esperando que asientas mientras pugnas para que los granos de arroz te bajen por el gaznate o morirás ahogado. Un ser lo que se dice mítico.  Un día que comías en la terraza aprovechando el incipiente sol de primavera la cocinera salió fuera y haciendo visera con la mano se quejó de lo fuerte que estaba la luna aquel día. Tal vez un vacile, tal vez que estaba en la cocina de sol a sol (mejor dicho de luna a luna). Ya se pueden llamar Pepe y Lola, Mario y Lola o Luis y Lola. Representan clichés que se repiten por toda la geografía española.

Comí durante muchos años fuera de casa, con la mala suerte de no poder elegir más restaurante de menú diario que el disponible en la zona. Servían comida tradicional, la misma que te da tu madre, aliñada con precios atractivos pero también con prácticas detestables para obtener el deseable beneficio económico que tu madre no buscaba.

Un día me encontré en el parking del supermercado con el cocinero del bar al que iba a comer cada día desde hacía más de cinco años. Me saludó en la lejanía con gesto afectuoso pero entonces miró hacia el suelo y con gesto de preocupación cargó velozmente dos garrafas de aceite de semillas en el maletero del coche, como si se hubiera dado cuenta que no era lo más adecuado que yo lo viera. Diez litros de aceite a poco más de cinco euros. 

Peor en otro bar al que acudía desde que lo inauguraron. Años más tarde el primer aceite de la freidora seguía allí, impertérrito, requemado y ya tóxico. En el lema de la puerta se leía : “Desde 1971”. Algún cabrón vengativo añadió abajo, escrito con plastidecor : “..el mismo aceite en la freidora”.

Un día decidí que ya era suficiente y no volví a pisar los bares poligoneros. De repente dejé de sufrir diarreas, dolores de tripa y el pelo me volvió a surgir en áreas desoladas de mi cabeza. Me encontraba bien, lo que se dice pletórico, así que acudí asustado al médico. El hombre, preocupado, me diagnosticó de entrada un preocupante caso de recuperación de la salud y tras un chequeo exhaustivo me recetó una pastilla que no me servía para nada pero que gracias a los efectos secundarios me volvería a colocar en el tramo de salud que por edad y clase social me correspondía. Le expresé gratitud y me respondió con una sonrisa vaga y humilde, indicando que esa era su rutina diaria.

Luego están las comidas de empresa que llamo puntuales, a saber : 1) la de Navidad, 2) la que se hace cuando un trabajador se jubila y 3) la que realizas con algún cliente o proveedor.

La cena de Navidad de la empresa es para algunos un trauma añadido a la de por si jodida vida laboral. Por alguna razón te apremian para que te muestres distendido y dicharachero sentado a la mesa con los mismos cabrones que te están jodiendo la vida. Y mucho peor si alegas cualquier excusa para no acudir a la misma. Al hacer tal cosa te conviertes en el rarito al que preguntarán con reticencia si quieres ir a tal o cual sitio tras la jornada laboral como si una renuncia implicara posibles renuncias venideras.

En las cenas navideñas de empresa he visto las peores cosas que uno pueda imaginarse. Jefes que aprovechando el relajamiento hacen insinuaciones a las administrativas y éstas, con una cara de no saber cómo sacarse al moscón de encima para irse a casa sin que ello afecte a su futuro laboral. O el modo en que se acosa a los curritos menos afortunados o a los nuevos, que deben tragar con todo lo que se les dice sin atreverse a una réplica que seguro sería más demoledora que la recibida. Porque a pesar de lo que muchos creen, ese tipo de celebración está no solo cebada por la jeraquización habitual, si no también por los ingredientes más obscenos donde tiene cabida el acoso, el insulto, la mofa, la descalificación y el etiquetaje abusivo (“ese es tonto”, “aquella es puta”…). 

Dado el carácter que a veces toman las cenas de empresa, muchos optan por estratificarse a si mismos, realizando comidas paralelas donde entre iguales del mismo departamento todo suele ser más distendido. Así que vas a la comida “oficial”, comes rápido, dices que tienes al niño con fiebre y te marchas sin tomar postre. Luego ya, sin jefes ni tensiones, te desmadras en la comida de Navidad “de verdad”.

Bueno, no en mi caso. La última vez que acudí a una de tales cenas navideñas de empresa lo hice en calidad de nuevo, de tonto y de mindundi. Por ello, cuando empezaron a cebarse conmigo, me levanté para comenzar a dar vueltas alrededor de la mesa mientras hablaba de lo bien que estaba en la empresa, de lo mucho que aprendía y de lo que disfrutaba con mis 14 horas diarias. Que éramos un equipo que funcionaba la mar de bien, al igual que uno de beisbol. En realidad, de forma inconsciente,  trataba de imitar aquella escena de “Los intocables de Elliot Ness” en la cual Robert de Niro, interpretando a Al Capone,  blandía un bate y veía en las nucas de los comensales pelotas a golpear. Fue una lástima lo mal que se lo tomaron. Poquito cine el que habían visto, en fin…

Las comidas de despedida para los que se jubilan, ¡qué momentos! La última que recuerdo se la hicimos a un administrativo de 49. Es cumplir 50 años y comenzar a entrar en una espiral de reducción de jornada, erte,  despido, paro y ayuda post subsidio para alcanzar finalmente la jubilación anticipada con una mísera pensión tras años de jubiloso calvario...y por los pelos. Por eso en algunas empresas se celebra algo, aunque sea un picoteo, cuando ya has cumplido los 30, no vaya a ser que te escapes sin agasajar a los que están subiendo y te joderán y a los que están arriba y también están por la labor de joderte.

Pero las comidas de empresa más increíblemente jerarquizadas y penosas donde las haya son las que celebras con clientes o proveedores.

Imaginad. Has recogido al cliente en el aeropuerto sin que por ello puedas reclamar  un extra en tu sueldo. Has pasado con él toda la mañana, explicando el proyecto, luchando para que lo acepte y entonces, cuando llega la hora de la comida...aparece el comercial o el jefe y se lo lleva a comer. Esperas, como un perrete, que también se te invite pero tal invitación no llega. Y ahí te quedas, en un rincón de la oficina, comiendo las sobras del tupper de ayer (porque gracias a los extras que has hecho no has podido prepararte nada mejor) esperando que vuelvan, lo depositen de nuevo en tus manos (con ese olor a comida buena y a orujo del potente que desprende) y en otra tarde maratoniana  lo dejes todo listo para llevarlo al aeropuerto sin que nadie te de siquiera dos palmaditas en la cabeza.

Aunque a veces es peor que te lleven con ellos. Puede ser que el cliente, como no le duele, inquiera si no le vas a acompañar. Y el jefe o el comercial, un poco obligado por las circunstancias, hace un gesto vago que aceptas a pesar de su mirada tipo “quédate en la oficina, perro inmundo” (y es que yo no he leído “La comunicación no verbal” de Flora Davis, todo eso que me ahorro en mensajes subliminales).

Ni los comerciales ni los jefes quieren tener a su lado a aquellos que de verdad conocen el producto que venden. Ellos quieren que todos se sumen a la fantasía, ponis de largas crines y paraísos con arco iris de colorines que tratan de colocar a los clientes y claro, no soportan que la realidad desvirtúe el cuadro que han pintado. Así que los técnicos o los curritos en general suelen permanecer callados midiendo cada palabra que emiten ante miradas severas. 

Por no hablar del momento en que eligen de la carta lo que han de comer. La regla general es solicitar los platos de precio más bajo hasta que claro, te hartas de pedir el agua con limón del aguamanil y la caca del cajón de arena del gato del restaurante. Creo recordar que una vez me despidieron por haber pedido una tortilla francesa con atún. Lo del pescado les pareció una frivolité por mucho que alegara que sin mi ración de mercurio diaria no era persona.

Comidas familiares

“Si al finalizar la comida le pides a la camarera que te envuelva las sobras, que te las llevas, y la camarera te responde que es tu madre, entonces tienes un problema”

Paul Bocuse, chef francés


El problema que Bocuse describió de manera tan magistral reside en que tu  madre no cuenta con esos tupper de cartón con el interior metalizado que tan bien conservan el calor y te ofrecerá a cambio uno de esos de plástico, con cierre a presión, que no aguantan la temperatura y a la mínima de cambio se abren dejándote la mochila hecha una mierda porque están pensados para ser usados en la nevera pero no para transportar de forma eficiente las sobras. Terrible, lo se.

Lo primero que hay que tener claro es que si no te gusta cocinar debes volver a un estadio cultural muy anterior de nuestra especie en que pillábamos cacho a base de aprovechar la carroña que abandonaban los grandes depredadores. Eres un lobo solitario, un león anacoreta, una oveja descarriada, una cabra loca que de vez en cuando regresa a la manada cuando las cosas se ponen feas sin por ello renunciar a su independencia. Buscas que compartan la caza contigo para aumentar el nivel de azúcar en sangre y luego volver al cubil donde resistirás lo que puedas.

Hay diversos protocolos a seguir. Lo primero, no presentarse en casa de los padres sin un trabajo previo. Si no has llamado por teléfono en tres semanas o has despachado sus comunicaciones en treinta segundos o con un escueto whatsapp, mal vamos. Hay que mantener un hilo de comunicación y permitir que cualquiera de tus progenitores,  o el que más se preocupe por tu alimentación, indague sobre la misma. No te abras de inmediato. Deja que la vaguedad en las respuestas y la comunicación no verbal – humedecimiento de los ojos cuando veas aparecer el plato de humeantes macarrones – hable por ti. Cuando consigas acoplarte al menos una vez por semana podrás asegurar que al menos de hambre no morirás. Resístete cuando quieran llenarte de tuppers con sobras. Pero poco. 

También puede ser que tus progenitores sean poco receptivos antes sus necesidades mas perentorias y les cueste captar las señales que envías. En dicho caso es recomendable hacer visitas fortuitas con ropa holgada y algún tipo de maquillaje que refuerce el contorno de las ojeras. No suele fallar. Insiste con el empleado del Sephora. Al principio parecerá que no sabe qué le estás pidiendo pero en un rato te pillará en un pasillo para llevarte con sigilo a la parte de la tienda donde venden el maquillaje para fingir lo que sea : que te mueres de hambre, que estás saciado,  que eres feliz, que eres infeliz, que tienes un trabajo guay, que tienes un curro de mierda, que estás embarazada, que no estás embarazada, que eres igualita a Elsa Pataky...

En el caso de que no vivas en penuria económica y simplemente te hayas cansado de cocinar – si es que alguna vez lo has hecho – o estés harto de la comida por encargo, en ambos casos puedes plantear el acudir a alguna comida familiar para reforzar los lazos de la manada. Si hace mucho tiempo que no sugieres tal cosa es probable que cojas a tu familia desprevenida. Convierte sus balbuceos y divagaciones en afirmaciones claras aunque sea por los hechos consumados de presentarte sin más. Recuerda: tu madre es la persona que te mira con afecto y tu padre es el hombre con poco pelo y que te contempla con mirada severa, generalmente un poco más alto. No hace falta saber sus nombres pero sí algo acerca de ellos: a qué se dedican o si están jubilados, aficiones y equipo de fútbol que respaldan. Que noten que guardas alguna relación con ellos.

Es posible que en la casa haya otra gente. Tal vez hermanos, tíos, primos. En estos casos es de gran ayuda buscar perfiles sociales en las redes y construir con ellos árboles genealógicos que puedes dibujarte en la palma de la mano para una consulta rápida. Si a pesar de ello te cuesta conectar con las conversaciones e incluso te das cuenta que no guardas parecido físico con los congregados alrededor de la mesa, es probable que esa no sea tu familia. Pide entonces que te llenen el tupper, suelta que de repente te has acordado que tienes algo urgente a hacer, y sal pitando.

Luego están las comidas para fechas señaladas como por ejemplo la Navidad. Este caso podría parecer más fácil de solucionar pero no es así. Si estás en pareja empiezan las discusiones acerca de dónde os vais a acoplar. Tu pareja dice que en casa de sus padres y tu, por el simple placer de discutir, que en la de los tuyos. Al final siempre es una cuestión de equilibrar la presencia alternando, año a año, en uno u otro sitio. Esto, que por sabido no es menos incumplido, al final va minando la convivencia de la pareja hasta que todo salta por los aires. Eso y otras muchas cosas, claro. Al final suele ser un juez quien pone orden y equilibrio, pero esta vez distribuyendo los hijos de forma equitativa en cada comida navideña, como veinte años más tarde y con mucho resquemor de por medio.

Sea como sea has llegado a la mesa navideña pero ahí no acaban los problemas. Si perteneces a una familia extensa seguro que deberás soportar a uno o varios cuñados. Puede ser que esté casado con tu hermana, lo que le convertiría en un cuñado de facto, pero también suele haber cuñados que lo son sin estar emparentados de esta manera. Lo son por convicción, porque les gusta, porque así se sienten realizados. 

Algunos los llaman bocazas o fantasmas. Se caracterizan por la pedantería del inculto, el pavoneo del imbécil, el “lo mío es mejor” y el ninguneo que practican sobre aquellos que eligen como víctimas. Mientras no guarde parentesco contigo la cosa se solventa en un callejón oscuro. Lo malo es cuando el susodicho está casado con tu hermana y 1) no entiendes qué ha visto ella en él, 2) no entiendes qué le pasado a tu hermana, que era una persona inteligente y ahora está anulada por semejante pendejo y 3) tampoco entiendes por qué acariciarlo con un bate de béisbol está mal visto por la Ley.

En caso de incompatibilidad máxima puedes optar por tres opciones. La primera es no acudir a los eventos familiares a donde vaya el interfecto. No la recomiendo, es igual que rendirse. La segunda consiste en ir dispuesto a enzarzarse en una batalla dialéctica. Tampoco es una buena elección. Empiezan con pequeñas pullas y acaban en un desastre nuclear, onda expansiva incluida.

La tercera es la más eficaz. La han desarrollado monjes tibetanos y consiste en una anulación física y mental del cuñado objeto de nuestra fobia. Para ello es preciso situarse en un plano astral superior, entre prados, ponis y bellos arcoiris, donde su voz quede integrada en el murmullo de un arroyo de aguas cristalinas. A su vez, con objeto de no verlo, debes conseguir que la luz lo rodee por completo con lo que su invisibilidad es absoluta. Si no lo ves ni lo oyes, deja de existir. Ni siquiera que se siente delante tuyo podrás percibir su presencia, por lo que cualquier conversación que te dirija quedará automáticamente anulada. 

Es posible realizar el curso por Internet en sesenta cómodas sesiones vía Zoom o Google Meet.  El único problema, según los monjes (como si eso fuera un problema) es que si alguna vez deseas volver a percibir a tu cuñado deberás realizar un curso inverso de recuperación corpórea, sin que ello garantice que puedas volver a contactar con él de forma plena.  Mientras, verás la servilleta moverse, un vacío al lado de tu hermana, su Rolex falso de oro colocada en su supuesta muñeca y poco más. Como si estuvieras comiendo con el hombre invisible. La de gelocatil que te vas a a ahorrar.

Hay que tener cuidado, en casos extremos de anulación total, si tu cuñado se coloca delante de tu coche en movimiento. Si por aquellas casualidades parece que pasas por encima de una súbita y breve elevación de la calzada acompañada de un chillido igual de breve, seguido de un lamento prolongado, es posible que hayas vuelto a contactar con tu cuñado. Compruébalo dando marcha atrás y hacia delante al menos seis veces. Si el chillido y el lamento cesan – no así el saltito del vehículo – puede es posible que lo hayas recuperado. Bienvenido de nuevo al Infierno.

Etiqueta en la mesa

Es posible que estés más que acostumbrado a hacer comidas informales, ya sea acompañado de ti mismo o de una pareja que a fuerza de no mirarte ha llegado a ignorar que te rasques la cabeza con las uñas del pie o que incluso complementes la dieta con la queratina de las mismas.

Por ese ostracismo autoimpuesto u ordenado por una autoridad superior, nos puede resultar incómodo asistir a una comida de cierta etiqueta, aunque sea de tipo familiar. 

Cabe decir que la incomodidad en estos eventos suele ser culpa en general del anfitrión o del lugar donde se realice y pocas veces del invitado. Tuyo no, desde luego, que eres super cuqui. Las normas que rigen los ágapes suelen ser muy fáciles de seguir por su simplicidad pero no está de más que les demos un repaso, sobretodo si dejas mucho que desear a nivel cosmético, estético y educativo.

Como anfitrión:

Si vais a recibir invitados en una cena de formal estas son las reglas básicas :

Cubrid la mesa con un mantel completo, nada de manteles individuales. Es conveniente colocar un muletón grueso entre el mantel y la mesa para dar una sensación de comodidad a los comensales y evitar que el mantel resbale. Si no tenéis muletón se lo podéis robar a los vecinos en caso de que dispongan del mismo. Para conocer tal eventualidad es conveniente que en cualquier conversación informal – rellano, ascensor, dormitorio – dejéis caer en la conversación la palabra “muletón” a ver cómo se desenvuelve con ella. Si sabe lo que es, proceded al hurto.

La servilleta se coloca siempre a la derecha de cada comensal y nunca con un servilletero o aro, por muy elegante que sea.

A la derecha del comensal se coloca la cucharas o cucharas, así como los cuchillos. A la izquierda el o los tenedores. ¿Y si el comensal es zurdo? Pues exactamente al revés. Si os molesta que sea zurdo pues le dais de comer aparte o contratáis unas monjitas que en media hora le enderezarán la escritura. Pero si hay mayoría de zurdos en la mesa y tu mismo lo eres, obrad con la misma fiereza con los diestros para lo cual es mejor acotar una zona alambrada en medio del pasillo con nidos de ametralladoras y barracón de torturas, pues parece ser que las monjas solo actúan con los zurdos porque para ellas los diestros escriben como Dios manda.

En caso de ser una comida formal pero tensionada por la presencia de cuñados u otras circunstancias es conveniente emplear cubertería de plástico.

La cuchara de postre y el tenedor para el mismo menester se suelen colocar frente al comensal, en paralelo a él. Las identificaréis por la zona cóncava donde se recoge el caldo, sopa o crema. Si no estáis seguros colocad un post-it sobre ellas. 

Los platos se colocan en el order que se van a utilizar : arriba el hondo, luego el plato llano y finalmente el bajoplato. El plato de postre  se suele colocar en el momento de ir a utilizarlo, una vez hemos limpiado la mesa de los restos de los platos anteriores. Nunca, repito, nunca, se debe emplear un aspirador para tal menester.

Las diferentes comidas se sirven directamente desde la mesa, no desde la cocina y menos lanzando las viandas desde  esta última.  Llevad la fuente a la mesa y servid a cada comensal. No decidáis las raciones por vuestra cuenta, cada cual sabe el apetito que tiene  pero, eso sí, sed equitativos en el reparto. Puede ser sospechoso que todo el  marisco de la paella caiga en vuestro plato. Si al primer bocado alguien de repente pierde el apetito lo mejor es que el resto de comensales lo sujeten mientras le introduces cuello abajo la totalidad del contenido del plato, que están luego los negritos del África pasando un hambre de cojones para que alguien desprecie la comida de esa manera.

Las raciones básicas por persona son :

    • Sopa, consomé, crema : dos cucharones

    • Carne : pieza única o sueltas no inferiores a 100 gramos ni superiores de 200 gramos.

    • Ave : muslo o pechuga

    • Marisco : media langosta, media docena de piezas grandes (gambón, langostino, ostras etc) y una docena de piezas pequeñas (mejillones, percebes, berberechos en su concha etc).

    • Patatas cocidas : una por comensal

    • Paloma frita : una o dos por comensal (sin plumas)

    • Cebolla asada : una por comensal

    • Gaviota frita : media por comensal (cunde bastante)

Si algún invitado presenta alguna particularidad como ser el único vegetariano o padecer algún tipo de alergia o intolerancia alimentaria no conviene hacer continuos comentarios al respecto - como si de algo extraño se tratara - y mucho menos hacer de ello tema de conversación general. Las intolerancias y alergias alimentarias son cada vez más frecuentes y aunque no son algo de lo que avergonzarse pueden provocar incomodidad en el invitado. Es mucho mejor enterarse con anterioridad, ya sea por conocidos o redes sociales, y no invitarle.

Evitad en general temas de conversación que puedan ser espinosos u ofensivos y haced como los ingleses, que hablan del tiempo a todas horas. De momento, que se sepa,  el anticiclón de las Azores o la borrasca en Irlanda no han enervado nunca a nadie. Si hay uno o varios cuñados, hasta los temas más ligeros desatarán la pelea, así que a discreción.

El anfitrión o anfitriones se colocan en la cabecera de la mesa (y si es pareja, enfrentados) y luego hombre-mujer-hombre etc, procurando que las parejas no se encuentren cerca por motivos obvios. A veces es conveniente que el anfitrión ceda su puesto a otras personas, como pueden ser invitados de mayor edad o de relevancia (por ejemplo, si viene a comer con vosotros el Obispo de la Diócesis). 

A pesar de lo que se oye por ahí, no hay una regla fija en la disposición de los invitados, es cosa del propietario de la casa. Si hay niños en la comida, es preferible sentarlos entre los adultos y siempre intentando que justo al lado se encuentre el padre o la madre. A veces se sienta a todos los niños en una mesa aparte, tal vez acompañados de un adulto que no debe ser nunca el Obispo si ese es el personaje relevante que acude a la comida.

Se puede adornar la mesa con algún motivo siempre y cuando no huela a nada. Elegid flores sin aroma, por ejemplo. Las de plástico descartadas. Como mucho de tela.

Frente a los cubiertos de la derecha (es decir, normalmente frente a cucharas y cuchillos) se colocan las copas. Suelen ser tres o más, según las bebidas a servir. Lo normal son agua (grande y con base ancha), vino (algo más pequeña, con una boca suficiente para que el comensal "meta" la nariz en ella y parte de un ojo) y una alta y fina para el cava. Frente a los cubiertos de la parte izquierda se coloca un pequeño plato con el panecillo. Si un invitado es abstemio o no quiere beber alcohol se deja la copa de vino y cava pero no se llenan, evidentemente. Se quedan ahí toda la comida, afeándoles su rechazo.

Sed naturales. Nada queda más ridículo que un anfitrión que se astilla la lengua tratando de pronunciar el nombre de las recetas que ha preparado : corre el peligro de que algún invitado que sí sepa hablar le corrija continuamente o que sea objeto de risas indisimuladas. Que no se note que habláis con muchas haches intercaladas. Si las risas son muchas, tened a mano el bate de béisbol.

Tranquilidad. Los anfitriones con stress intranquilizan a los invitados. Los platos se sirven espaciados en el tiempo a menos que tras la comida se deba acudir a un evento. Si se sirven de forma atropellada, cronómetro en mano y una fila de anti disturbios a vuestra espalda es probable que se desee despachar el evento con celeridad. Los invitados deben estar atentos a estos detalles o prepararse para recibir una lluvia de golpes de porra así acaben el flan con nata.

Tras la comida intentad que todos los invitados que entraron salgan también de vuestra casa y con todas sus pertenencias. Si dicen que les ha encantado y que a ver cuándo celebras otra comida, es el momento de atacarlos con violencia, que se les quiten las ganas.

Si eres invitado:

Si os abruma la cantidad de cucharas, tenedores, cuchillos y otros extraños cubiertos  que el anfitrión ha instalado en vuestro sitio, tomadlo con calma porque la regla es siempre la misma :  los cubiertos se emplean de fuera hacia dentro. Si por ejemplo a la derecha del todo encontráis una especie de tenedor muy largo pero fino seguramente lo necesitáis para extraer la carne de una caracola de mar, por ejemplo (lo cual quiere decir que no debemos tocar de momento los utensilios de la izquierda).

También os advierto que algunos anfitriones sacan de la caja de cuberterías de su boda algunos utensilios cuyo manejo requiere seis masters. Ante la duda podéis echaros a reír o rascaros la cabeza con el extraño cubierto, salida que está a la altura de la ridícula ocurrencia. 

No uséis vuestra navaja para cortar el pan o como cubierto multiusos. Ni que sea suiza.

Al empezar a comer se debe desdoblar la servilleta colocándola sobre las rodillas. Antes de llevaros la copa a la boca es necesario limpiarse ya que es poco educado dejar la marca de los labios sobre el vidrio.

Tan poco adecuado es comer con las manos como utilizar cubiertos con manjares que no lo necesitan. El marisco, el pollo, los espárragos etc se pueden comer con las manos...siempre limpias. No utilicéis aguamaniles a menos que la comida implique ensuciarse los dedos o que vuestro primer plato consista precisamente de eso, del agua del aguamanil. 

Solicitad al anfitrión que os muestre el lavabo para que os podáis limpiar las manos y de paso robarle el albornoz. No se puede ni debe alegar que "ya se viene limpio de casa", debes demostrarlo. Para disimular el hurto del albornoz, también os ducháis, intentado que la prenda se meta por la raja del culo. Seguro que el anfitrión ya no quiere recuperarla.

Se empieza a comer cuando todos los de la mesa están servidos. 

Ante la duda seguid las indicaciones del anfitrión. No dudéis en preguntar "cómo se come" cuando estéis ante un plato o vianda de la que desconozcáis hasta la manera de atacarla. Si nunca habéis comido percebes o erizos de mar, lo lógico es preguntar. Si el resto de comensales se ríe de vuestra manifiesta incultura los podéis acorralar con un par de perretes de raza peligrosa o un bate de béisbol. Lo que os sea más cómodo.

Si estáis al lado de un comensal muy parlanchín lo correcto es conversar con él o ella antes y después de cada plato, si bien es cierto que a menudo las comidas en restaurantes de postín se caracterizan por se meros medios de socializar donde la comida se paga pero se disfruta muy poco. Por esta razón la voz cantante de las mesas la suele llevar el anfitrión y así descargar de la tarea a sus invitados. Al menos en parte.

Si la ración os parece escasa lo normal es sujetar el tarrito donde te han puesto el pienso con una mano mientras que con la palma abierta de la otra lo golpeas insistentemente a la vez que salivas en abundancia emitiendo sonidos guturales. Mejor ver “El pequeño salvaje” de François Truffaut para que sepáis cómo comportaros a la hora de peticionar más comida.

Esto que os he comentado sirve prácticamente para cualquier mesa, se siente en ella el Rey o una familia trabajadora. En ambos casos siempre rige en general el sentido común.

Amor y comida

Vale, te casaste por amor. Porque te gustaba. Porque le amabas. Porque se te pasaba el arroz. Porque estabas más solo que la una. Por lo que fuera. Todo era muy bonito hasta el momento en que se inició la convivencia y las cosas se empezaron a torcer.  Pasaron unos meses o años y la idealización de él o de ella fue dando paso a la realidad. 

No es que cambiara. Siempre fue  igual pero como le ponías un filtro a la cámara todo parecía mucho mejor de lo que en realidad era. Llegó la hora de hacer balance para tomar una decisión trascendental : romper y buscar otro Unicornio o dejarse llevar por la rutina. En la balanza de los pros y los contras pesan los niños, la hipoteca, que pronto dejarás de ser joven... No es mala persona, lo reconoces, pero la chispa se fue. Tampoco puedes recordar la última vez que hubo una pelea o un enfado en casa. Ni siquiera eso. Ojalá fuera Brad Pitt. O Angelina Jolie. Y aún así mira cómo acabaron...

¡Tranqui! ¡No todo está perdido! ¿Sabe cocinar? En caso afirmativo, si además lo hace con nota, es cuestión de pensárselo detenidamente.  Te vas a lanzar a un divorcio y a una pelea por los hijos para hacer ricos a un abogado que, seamos sinceros, se la pela lo que os ocurra. No te fíes de su aparente empatía. Cuando empieza a hablar sobre la manera en que puedes despellejar a tu ex, sal corriendo por la puerta.

Imagina que aún así has conseguido lo que deseabas, ¿crees de verdad que conocerás a alguien que te mantendrá enamorad@ el resto de tu vida? Eso es lo que debe imaginar Jennifer López y ya debe ir por el cuarto o quinto matrimonio.

El amor ha saltado por la ventana pero el estómago sigue en su sitio. Si él, o ella, es buena persona, no hay tensión ni disputas y los niños son felices, ¿no debe ser la cocina quien desequilibre la balanza?

Cuando estés a punto de hablar con el abogado o de arrancar la piel a tu pareja con tus amigos o familiares, piensa antes en sus huevos con bechamel y su conejo al chilindrón.  

Llegará un momento en que, instalado o instalada en la rutina, te costará recordar su nombre* y hasta dónde surgió el amor ya desvanecido, pero nada te hará olvidar esa alegría con que te prepara, con la abnegación del que se supone amado, los platos que te enamoran.

Y eso, pienses lo que pienses, sí que es verdadero amor.

* Es recomendable regalarle camisetas con su nombre bordado en las mismas. Pensará que es amor. Cuando os dirijáis a él o ella evitad mirar fijamente el nombre para recordarlo. Tomad como ejemplo a los locutores que usan teleprompter en los telediarios. Siempre discreción y disimulo. 

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