A pesar de lo que pudiera parecer por el contenido de este blog, durante los diez años que viajé constantemente la mitad del tiempo la pasé en realidad en Alemania, no en Oriente Medio. Alemania es el país que de largo más me ha influido en muchos aspectos. Pasé largas temporadas viajando y residiendo en la región que rodea Stuttgart para luego trasladarme a Frankfurt con un breve periodo en que residí en München, aunque en general conozco bien todo el país (Colonia, Hannover, Berlin...). Por alguna razón la gente piensa que Alemania es un lugar aburrido, donde la gente sólo se dedica a trabajar y desde luego no es el lugar que la gente pone en mente para elegir como destino vacacional. Es una lástima porque es un país que merece la pena ser visitado por su riqueza paisajística y cultural y además, aunque muchos no lo crean, un país donde ocurren cosas muy surrealistas.
Todavía soy recordado en la autopista que conduce a Hannover por el volantazo que di al coche para cruzar los tres carriles y abandonarla para llegar a Hammelin. Llevaba un rato viendo durante varios kilómetros avisos de la salida a Hammelin y me preguntaba de qué me sonaba aquel lugar. Al final recordé la historia del flautista cuando ya dejaba la salida a mi derecha, así que hice una maniobra a la española para visitar, por pura curiosidad, la ciudad origen de la leyenda dejando a mis espaldas un puñado de coches alemanes que me maldecían en alemán, que duele menos. Vale que esta historia surrealista la provoqué yo, pero la bailaora de flamenco alemana que conocí en un bar, con un clavel clavado en el pelo, rubia rubísima que no hablaba palabra de español y que se dedicaba a hacer giras por los centros españoles del sur de Alemania acompañada de un guitarrista polaco o los tipos que quisieron asociarse conmigo para fabricar cabezas de toro de plástico para decorar bares de aire español, no las provoqué yo. Los locos ya estaban ahí y algún días os explicaré historias raras de verdad.
Las kartoffelpuffer se podrían traducir como tortitas de patata y eran mi segunda comida favorita cuando residía en Alemania. Están emparentadas con las rösti suizas, que son el plato nacional del país alpino aunque tienen también cierta consideración de comida rápida que se puede consumir en puestos callejeros. Decir comida rápida no es equivalente a comida basura, al menos no en este caso. El sabor de las kartofflepuffer recuerda vagamente a la tortilla de patatas y además se suelen consumir en Semana Santa, así que si evitáis tomarla con salsa de manzana (que es como las consumen en Alemania) seguro que os encantarán. Y además se preparan en 10 minutos.
INGREDIENTES (3 ó 4 tortitas)
3 patatas medianas
Media cebolla morada tipo "Figueres"
1 huevo
Nuez moscada
Pimienta negra
Sal
Aceite virgen extra de oliva, girasol o Manteca de cerdo
Canela en polvo (opcional)
Maizena (opcional)
Rallamos la patata sobre un papel absorbente de cocina y el resultado lo cubrimos con otra hoja de papel. Aplastamos un poco para que suelte agua, llevando la patata a continuación a un bol. Sobre la patata rallamos la media cebolla. Ahora añadimos el huevo, una cucharadita de sal, un pellizco de nuez moscada en polvo, otro pellizco de pimienta negra y mezclamos bien. Si el resultado queda demasiado líquido añadimos un poco de maizena (aunque la torta siempre queda algo pastosa, no esperéis lograr una masa sólida como la de un pastel).
Los alemanes fríen las tortitas en manteca de cerdo - tal y como hacen con los Wiener Schnitzel - pero se puede hacer también con aceite de oliva o girasol (el girasol dará menor sabor). Hay que poner una buena cantidad y calentarlo hasta el punto que empiece a humear. Es el momento de echar la tortita - poned pocas - y freídlas alrededor de dos minutos por cara (o hasta que empieza a dorarse). Es necesario dejar las tortitas sobre papel absorbente para eliminar el aceite sobrante. Se sirven calientes y si se desea espolvoreadas con un poco de canela. Como ya he dicho los alemanes la sirven con salsa de manzana, aunque en ese aspecto no coincido en gusto con ellos.