Lamentablemente las palomas han desaparecido de la mayoría de las cartas de los restaurantes cuando hace unos años eran un producto de inclusión casi obligatoria. A lo largo de los siglos las palomas han sido consideradas un manjar sólo al alcance de las clases más pudientes. Hay descripciones de banquetes medievales celebrados por la nobleza donde los pichones eran un producto destacado. Y siguieron siéndolo hasta épocas muy recientes.
Tras la Guerra Civil Española muchas familias consiguieron librarse de la hambruna criando palomas en las azoteas de los edificios. Recuerdo que cuando era un niño vivía en un ático del centro de Barcelona y desde mi terraza era muy habitual ver las bandadas de palomas dar círculos por el cielo cuando los propietarios de los palomares las dejaban volar.
Estuve muy preocupado durante una temporada pensando que las palomas se habían escapado para no volver jamás. Luego me enteré que la liberación era intencionada y, aún dominado por el egoismo infantil, pensaba que si yo fuera propietario de una bandada de palomas jamás la dejaría volar por si acaso se olvidaban de volver. Ya mayor supe que si las palomas no hubieran volado probablemente habrían muerto de angustia. También aprendí que las palomas en realidad nunca escaparían porque el palomar era su casa y los pájaros vuelven a su hogar siempre. Claro que están los periquitos y canarios que huyen y no regresan porque no saben regresar a sus jaulas. En comparación la paloma parece un ave mágica. Hace muchos siglos que los árabes descubrieron que las palomas regresan siempre al lugar de origen. Cuando los cruzados cristianos se apiñaban ante los castillos y ciudades fortificadas de los árabes en Palestina, éstos sólo tenían que soltar palomas mensajeras para solicitar ayuda e informar de su situación. Así que los árabes sitiados de Damasco disponían de palomas de Trípoli, Mosul, Jerusalem y Antioquía a las que ataban un mensaje en sus patitas y dejaban volar para que regresaran a su palomar. Una forma rápida y efectiva que no se igualó hasta la invención del telégrafo. Los pobres cruzados no sabían cómo todas sus maniobras eran rápidamente conocidas por el enemigo. Pero ni árabes ni cristanos sabían por qué las palomas eran capaces de regresar se hallaran donde se hallaran. De hecho se ha conocido la causa hace muy poco. Parece ser que el pico de las palomas acumula hierro y lo utilizan a modo de brújula, aparte de para comer. Esto del hierro de las palomas me recuerda que no hace mucho, eso sí, antes de las ecografías y la epidural, que a las mujeres que acababan de parir se les daba un guiso de paloma. La razón era que las palomas contienen mucho hierro y eso era adecuado para mujeres que acababan de perder mucha sangre. Así que las palomas son símbolo de la paz y ratas con alas para Woody Allen, pero no dejan de ser un ave fascinante.
Se denomina pichón a las crías de pájaros que aún no han salido del nido. En este caso vamos a cocinar crías de paloma, en concreto polluelos que aún se alimentan del buche de sus padres y que no suelen superar los treinta días.
INGREDIENTES :
1 pichón o 2 por comensal
Mantequilla
Aceite virgen extra de oliva
Hierbas aromáticas (salvia, tomillo, romero, perejil y albahaca)
Vino blanco
Caldo de pollo
Sal
Pimienta negra
En una cazuela de barro vertemos un par de cucharadas de mantequilla y doramos los pichones convenientemente salpimentados a fuego fuerte. Cuando se han dorado - pero aún están crudos - incorporamos un vaso de caldo y medio vaso de vino blanco además de un hatillo de hierbas aromáticas. Tapamos la cazuela y dejamos a fuego medio durante 45 minutos. Y ya están listos para servir, generalmente encima de un lecho de ensalada y bien regados por la salsa.
Una receta que merece la pena ser hecha. Y si os interesa saber más sobre la gastronomía de las palomas, podéis visitar Pichones Bueno (http://www.pichonesbueno.es) que he encontrado mientras buscaba información sobre este ave por Internet y que merece la pena visitar.