Salónica (Zesalonikí, tal y como se pronuncia en griego), es la segunda ciudad en importancia de Grecia. Se encuentra en la bahía más occidental de la península Calcídica (Kalkidikis en griego) a pocos kilómetros tanto de la frontera turca como de la búlgara y la macedónica. Cuando hablamos del yogur ya vimos que un judío sefardita de la ciudad, Isaac Carasso, había promovido el despegue comercial del yogur. Pero Salónica no sólo se puede considerar cuna del padre del yogur, sino también del popularísimo café frappé.
El café frappé nació por casualidad en 1956 en la feria que se realiza cada septiembre en la ciudad. En el stand del importador de Nestlé se estaba promocionando una especie de batido destinado a los niños cuando uno de los empleados tuvo la ocurrencia de introducir un par de cucharadas de café soluble - para su uso personal, no para los niños, evidentemente-. El resultado fue una bebida refrescante coronada con un par de dedos de espuma. Se hizo muy popular en la zona pero tuvieron que transcurrir casi veinte años para que fuera la misma Nestlé la que promocionara el invento y en cierto modo, se la apropiara. El éxito fue rotundo. Tanto es así que es muy raro no ver en cualquier bar de Grecia a clientes abocados con una cañita en un vaso largo de lo que parece café con leche. La avenida Leóforos Nikis (perdonad la redundancia, porque literalmente significa "Avenida de las victorias", siendo leóforos "avenida") discurre a modo de corniche por la impresionante bahía de Salónica ("kolpos zesalonikis") y está plagada de bares que puerta por puerta aposentan sus terrazas donde miles de jóvenes consumen sus cafés frappés sin demasiada prisa. Porque en efecto el café frappé ha desplazado al tradicional café griego hacia a un segmento de la población de mayor edad, de los que pasan las tardes jugando furiosamente al tablis - nombre griego y auténtico del backgammon - , mientras que la juventud sólo consume frappé.
Para preparar un frappé necesitamos una batidora de vaso. Metemos en el mismo un par de cubitos de hielo, dos cucharaditas de café soluble en polvo, leche, azúcar al gusto y agua muy fría. Batimos hasta que se forma una capa de uno o dos dedos de espuma y servimos en un vaso largo, preferentemente ensanchado por arriba, y siempre con una caña para poder beber sin destruir dicha espuma.