Melindres

Unas rosquillas glaseadas con un intenso aroma a anís típicas de Galicia. 


INGREDIENTES:

Para la masa :

  • 200 gramos de harina de repostería
  • 4 yemas de huevo
  • 100 ml de anís
  • 25 gramos de mantequilla sin sal, fundida

Para el glaseado:

  • 200 gr de azúcar glas
  • Medio vaso (100 ml) de agua
  • 1 limón

En un bol grande vertemos las yemas con el anís y la mantequilla fundida. Batimos bien.

Una vez la mezcla esté homogénea, vamos vertiendo harina poco a poco sin dejar de remover. Cuando la masa esté más seca, pasamos a hacerlo con la manos. Cuando ya parece que están los ingredientes bien mezclados enharinamos el mármol de la cocina y dejamos sobre ella la bola de masa, procediendo a amasar hasta que se despegue de las manos. 

Cuando esto ocurra, dejamos la bola en un bol, lo cubrimos con un paño y dejamos descansar durante una hora.

Transcurrido el tiempo volvemos a amasar brevemente y separamos bolas del tamaño de una pelota de ping pong, más o menos, que sean todas iguales.  Aplastamos las bolas hasta que quedan de medio centímetro de grosor y luego introducimos el dedo en el centro para hacer el agujero. Otros prefieren hacer un cordón y unirlo por los extremos pero eso hace que las rosquillas no queden bien cerradas. De todas maneras va a gustos y habilidades de quien cocina, claro.

Forramos con papel de hornear la bandeja del horno y precalentamos a 200 grados. Introducimos las rosquillas y dejamos hacer durante unos 20 minutos para que se muestren duras. Extraemos y dejamos enfriar.

Mientras las rosquillas están en el horno podemos hacer el almíbar con el que glasearemos las rosquillas. Bastará con verter el azúcar glass y el agua en un cazo a fuego medio con un chorrito de zumo de limón para que no cristalice. Removemos hasta que espesa y listo para ser usado.

Vertemos el almíbar todavía caliente en un plato hondo y vamos mojando las rosquillas para que se  mojen en el mismo - algunos les gusta enteras, a otros solo la capa superior - y una vez bañadas las dejamos en una rejilla para que escurra el sobrante. Al enfriarse la capa de azúcar exterior se endurecerá y tornará de un atrayente color blanquecino. Vamos, que toda la rosquilla es como si te susurrara "cómeme". ¡Quién es capaz de resistirse!