Navidad en Alemania (recetas de las galletas de remolacha y jengibre, del vino caliente y del ron de Nochevieja)
Los mercados navideños son de capital importancia en Alemania. Se organizan casi tantos como pueblos y ciudades hay en el país, componiendo la estampa más idílica de la Navidad que pudiera imaginarse. Viajar a Alemania en esas fechas es de lo más recomendable si te gusta lo auténticamente tradicional porque no solo se trata de puestos donde se vende comida, bebida y adornos navideños, es que se hace en ciudades y pueblos que ya de por si parecen sacados de una postal, con sus tejados de pico, los entramados de madera incrustados en las fachadas, los balcones labrados y las calles empedradas que pueden parecer un poco kitsch, pero que nadie puede negar que son auténticos, al menos desde la Edad Media (y mediadas las restauraciones que las diferentes guerras han obligado)
Y luego está la luz, la iluminación que alegra y descansa la vista precisamente cuando Alemanía se adentra en esa oscuridad del invierno a tan temprana hora como las cinco de la tarde o antes si está nublado. Todo ello a pesar de que los alemanes son poco o nada religiosos en su inmensa mayoría.
La religión siempre ha sido en Alemania un tema delicado, al menos hasta hace relativamente poco tiempo. Al principio, tras la conversión forzada por la guerra, las cruzadas o los misioneros, las tribus germanas se convirtieron al cristianismo. Carlomagno, un germano, fue el gran impulsor de esa conversión y como premio fue coronado Emperador Romano por el Papa.
Durante la Edad Media ser Emperador fue desprestigiándose a medida que el cargo se compraba como si fuera una subasta, pero invariablemente casi siempre la dignidad recaía en tal o cual príncipe alemán. Alemania estaba en aquella época atomizada en decenas de pequeños ducados, margraviatos e incluso los cargos eclesiásticos ejercían poderes temporales con la misma falta de escrúpulos que sus pares laicos.
Esto llevó a diversos episodios de enfrentamiento entre el Emperador, que se creía con la potestad de nombrar los cargos eclesiáticos puesto que ejercían un poder de lo más terrenal y el Papa, que creía que toda la Cristiandad estaba subordinada a sus decisiones personales. Que la Iglesia manejara dinero y poder provocó que a la larga el pueblo se fuera distanciando de unas personas que no parecían los mejores continuadores de las enseñanzas de Jesucristo.
A principios del siglo XVI un monje llamado Martin Lutero, hastiado de la corrupción de la Iglesia, puso el dedo en la llaga al señalar aquello que estaba podrido en la Institución. Cuando pensó que le iban a hacer caso y enmendar los errores cometidos, se encontró con que fue excomulgado y su queja reformadora convertida en anatema. Se sintió ultrajado y reaccionó con ira. Así, lo que iba a ser un deseo de cambio y renovación hacia las raíces del cristianismo, se convirtió en una nueva religión empujada por las cerrazón mental de una Iglesia aposentada en sus prebendas.
Algunos príncipes alemanes protegieron al monje, más por el interés de enfrentarse al Emperador - por entonces Carlos I de España y V de Alemania - que por fervor cristiano. Y la guerra estalló. Hubo algunas batallas que ganó el Emperador y otras que fueron ganadas por los protestantes. Al final se firmó la paz en 1555. Con esta firma la nueva religión fue permitida bajo la premisa de que los subditos de un principe católico debían todos convertirse al catolicismo y los de un protestante debían todos ser protestantes. Y a quien no le conviniera, que se fuera a otra parte. Todo como muy democrático. A menudo la paz solo sirve para rearmarse para una nueva guerra.
La siguiente ocurrió durante el siglo XVII y se le llamó de los Treinta Años. La excusa fue la religión pero en realidad se trataba de mover el tablero para que nuevas potencias - Suecia, Francia, Inglaterra etc - buscaran su sitio ante el ocaso del Imperio Español. La mala suerte fue para Alemania, porque la práctica totalidad de la confrontación se produjo en su suelo. Fue una de las guerras más devastadoras. Regiones enteras quedaron desoladas y despobladas, con efectos que aún hoy perduran en el país. Al final de la misma el cuadro quedó bastante definido.
El norte y centro de Alemania se decantaban por el luteranismo mientra que el sur y el oeste, a lo largo del Rhin, permanecían fieles al Papa de Roma. Durante el siglo XVIII ambas comunidades religiosas tenían poca interacción, gracias entre otras cosas a que muchos de los ducados, principados y otros micro-estados alemanes eran totalmente independientes, solo nominalmente bajo el mandato de un Emperador sin poder alguno, y dado que todos los súbditos de un mismo lugar pertenecían a la misma religión no necesitaban interactuar con nadie de la otra comunidad.
A principios del siglo XIX se dictaron las primeras leyes indicando que los hijos habidos de un matrimonio oficiado entre un protestante y una católica sería educado como protestante o católico, dependiendo de la religión imperante en la zona, indicador claro de que aumentaba la movilidad inter-religiosa. El avance de los tiempos fue arrinconando la religión al ámbito puramente privado.
El nazismo, que se auto proclamaba como una especie de religión o fe única, tuvo tensas relaciones tanto con católicos como con protestantes.
La división del país tras la guerra comportó que el este, bajo dominio soviético, pasara de la religiosidad al ateísmo comunista, declaración de no-fe que aún hoy impera en la gran mayoría de la población de lo que una vez fue la RDA.
Siglos de guerras religiosas han llevado a los alemanes a ser uno de los pueblos menos creyentes de Europa. Los estados federales siguen siendo mayoritariamente protestantes o católicos como si nada hubiera cambiado desde el siglo XVI pero en la práctica nadie sabe la religión de su vecino y tampoco le importa. De hecho preguntarle a un alemán sobre su religión obtiene invariablemente una respuesta nerviosa donde tras declararse "educado" en tal o cual fe rápidamente se justifica como indiferente a todo lo que ello implica.
Tal vez se puede percibir algo más de implicación en Baviera - tampoco mucha - en lo que respecta a la fe católica y en el norte, donde impera la austeridad luterana. En las zonas rurales puede ser que vaya más gente a la iglesia y si dos alemanes se casan por la iglesia y uno es católico y el otro protestante, es posible que oficien una doble ceremonia donde los pastores de ambas comunidades se traten más como colegas que "gestionan" la forma en que llega la religión al pueblo que como los enemigos que fueron antaño. Por supuesto que muchos ofician la boda por la vía civil, y si tu pareja en hindú, judío, musulmán, budista, protestante, católico, ateo, agnóstico, adorador de Satán o creyente de las fuerzas del Cosmos, es que ni te enteras.
Eso sí, la celebración de la Navidad es común tanto para católicos como para protestantes. Se percibe más como una fiesta, casi como el Carnaval, que como un acontecimiento religioso.
Los días festivos son el 25 y 26 de Diciembre, aunque se empieza a celebrar ya con el Adviento. Durante las cuatro semanas anteriores a la Navidad es bastante común que se encienda una vela por cada una de ellas, anunciando que se aproxima el acontecimiento más esperado. Muy al principio, el 6 de Diciembre, se celebra el Nikolaustag, el día de San Nicolás. Los niños le escriben cartas pidiendo regalos y se celebran desfiles donde aparece alguien disfrado del santo, más con aspecto de obispo que con la figura oronda y barbuda típica del Santa Claus americano.
Los niños de los estados protestantes no escriben al santo porque en su religión no existe la fe hacia tales personas, pero lo hacen directamente al niño Jesús, básicamente pidiendo lo mismo pero aún más directamente al saltarse un escalafón jerárquico. En cualquier caso los grandes regalos se reciben casi siempre el día de Navidad.
Los estudiantes alemanes tienen dos semanas de vacaciones por Navidad, llamadas Weihnachtsferien. El sufijo "ferien" se emplean para hablar de vacaciones para los estudiantes, pero si la persona trabaja se les llama "urlaub".
Las "ferien" de Navidad se inician el 23 de Diciembre y acaban el 9 de Enero pero puede variar de acuerdo a lo indicado por las autoridades de cada estado federal o por razones de calendario. Los adultos que trabajan tienen solo los mencionados 25 y 26 de Diciembre a menos que pacten con su empresa algo más largo. Por cierto, el día 26 es Stephanstag, el día de San Esteban, que también se celebra en algunas comunidades autónomas españolas como la catalana.
En los países que una vez formaron parte del Imperio Británico se suele llamar Boxing Day. El término "boxing" no hace referencia al boxeo, sino probablemente a una "caja" (box en inglés) que tal vez se daba en esa fecha al servicio (criados, mayordomos, cocineros etc) a modo de regalo. O puede ser un término relacionado con la naútica. No se sabe con certeza.
En los hogares alemanes se instalan indistintamente los típicos abetos de Navidad - suelen ser casi siempre ejemplares naturales - o bien pequeños belenes que representan el pesebre donde nació Jesucristo y que se llaman Weihnachtskrippe, sin otros paisajes cargados de pastores y animales como ocurre en los belenes italianos y españoles, por ejemplo.
Los abetos de Navidad son una tradición tardía, iniciada durante el siglo XIX. En cambio los belenes aparecieron en el siglo XVI, impulsados por la contrarreforma que los jesuitas llevaron a cabo con bastante éxito en diversas zonas de Alemania. Al principio solo estaban presentes en hogares católicos pero ahora pueden verse indistintamente en cualquier lado.
Los mercadillos navideños alemanes se componen de largas calles construidas de forma artificial por la sucesión de casetas donde se venden productos relacionados con la festividad. Algunas duran unos pocos días y otras se instalan con el inicio del Adviento permaneciedo casi un mes. Suelen colocarse en el centro histórico de las ciudades para aprovechar el entorno pintoresco aunque eso provoca problemas relacionados con la movilidad y las aglomeraciones.
En otros casos se prefiere instalar las casetas en recintos más amplios. Sea cual sea el sitio donde se coloquen siempre están muy iluminadas y ese es uno de los principales atractivos. Los productos que se venden en las mismas son muy variados.
Hay muchos destinados a la decoración del hogar, venta de abetos y belenes, bolas, cintas, velas etc. Otros están orientados a la alimentación. No faltan los panes de jengibre, las lebkuchen, los spekulatios pero también preparaciones alcohólicas como el glühwein o de alimentación en general. Se supone que lo que se vende debería ser fruto de la tradición y siempre hay protestas porque a menudo se pueden encontrar productos industriales procedentes de Asia o bien comidas y hasta cerveza que no tienen nada que ver con la Navidad.
Los españoles también conocemos estos mercadillos navideños porque de hecho surgen en nuestro país como imitación de los alemanes, que en algunos casos cuentan con más de 500 años de tradición. No somos los únicos, los imitan hasta en los Estados Unidos.
BRAUNE KUCHEN
Estas galletas son una especialidad de la ciudad de Hamburgo donde se consumen sobretodo en Navidad. Se realizan con una masa de harina endulzada con sirope de remolacha. El sabor de las mismas dependen en gran medida de las especias empleadas pero especialmente del sirope, por lo que es un ingrediente insustituible. Se puede adquirir en tiendas ecológicas o bien en herbolarios pero también se puede hacer en casa si se dispone de remolacha azucarera.
El sirope de remolacha tiene un sabor que recuerda ligeramente a la miel pero es menos viscoso. De hecho gran parte del azúcar que consumimos no procede de la caña de azúcar, sino que es extraído y refinado de la remolacha azucarera.
Las braune kuchen aguantan muy bien durante semanas si se las guarda en una caja metálica.
INGREDIENTES
- 500 gramos de harina de trigo
- 350 gramos de sirope de remolacha
- 100 gramos de mantequilla sin sal
- 50 gramos de manteca de cerdo
- 50 gramos de harina de almendras
- 10 gramos de azúcar vainillada
- 2 cucharaditas de bicarbonato sódico
- La ralladura de la piel de 2 naranjas
- La ralladura de la piel de 2 limones
- 1 pellizco de sal
- 1 pellizco de clavo de olor molido
En primer lugar en un bol mezclamos todos los ingredientes secos.
Antes de integrar el sirope de remolacha es conveniente calentarlo un poco sumergiendo el tarro que lo contiene en agua caliente o bien a baja potencia (descongelación) en el microondas. Con esto se volverá más líquido.
Una vez hemos realizado esta operación con el sirope procedemos a integrarlo muy poco a poco en la mezcla que hemos hecho al principio. Primero usando una cucharada de madera y luego amasando con las manos hasta que queda un masa homogénea.
Tapamos con un paño o un film y la dejamos reposar en el frigorífico toda la noche. Al día siguiente extraemos la masa del frigorífico y con un rodillo la aplanamos hasta conseguir una lámina fina, de unos 5 mm de grosor o incluso menos.
Con un molde para hacer galletas - en Alemania se emplean unas con motivos navideños como abetos, estrellas etc - vamos cortando las formas y colocándola sobre un papel de hornear.
Precalentamos el horno a 180 grados y horneamos durante unos 6-7 minutos (hasta que los bordes empiezan a oscurecer). No dejéis de vigilarlas porque ya sabéis que cada horno es un mundo y estas galletas se queman con mucha facilidad. No suben demasiado, así que no esperéis que se inflen o aumenten demasiado de tamaño.
Se extraen del horno y dejan enfriar completamente antes de retirarlas de la bandeja. Será entonces cuando queden con la dureza típica de las galletas.
Se guardan en un tarro metálico o de cristal que impida al máximo la entrada de aire y a degustarlas, son una delicia.
Si queréis hacer el sirope por vuestra cuenta, porque os apetece o no encontráis uno envasado, deberéis disponer de al menos 1 Kg de remolacha azucarera. La limpiamos bien y rallamos en una cazuela. Incorporamos dos cucharadas de azúcar integral (panela) y con la tapadera puesta, a fuego mínimo, dejamos hacer hasta que exuda la melaza. El sirope resultante lo colamos pudiéndose usar tanto para esta receta como endulzante natural.
LEBKUCHEN (PAN DE JENGIBRE)
Este es el dulce prototípico de la Navidad alemana (también de los Estados Unidos, que lo heredaron directamente de los emigrantes alemanes que llegaron a su territorio en el siglo XIX).
No se entenderían estas fechas sin los panes o galletas que se confeccionan con jengibre aunque en realidad el sabor dominante lo proporciona la miel. Hay infinitas recetas. Cada tahona y ciudad tiene la suya y además la guarda con celo. Se puede encontrar con formato de bizcocho, pan o galletas, como en la receta que se presentará a continuación.
El pan de jengibre es un bizcocho plano elaborado con harina de centeno o trigo, miel, frutos secos y todo tipo de especias como canela, clavo, nuez moscada, pimienta de Jamaica, jengibre, cilantro y cardamomo.
Cabe mencionar en particular la larga vida útil del pan de jengibre. Se puede almacenar en frascos de vidrio o latas metálicas aguantando bastante tiempo sin deteriorarse. El pan de jengibre más famoso, documentado desde la Edad Media, se produce en Nuremberg que, como no, lo tiene protegido como denominación de origen.
INGREDIENTES
- 500 g de harina de centeno o trigo*
- 250 gramos de miel
- 100 g de azúcar
- 50 g de mantequilla sin sal
- 2 huevos + 1 yema
- Mezcla de especias (1 cucharadita de jengibre rallado, 1 cucharada de canela, y pellizcos de nuez moscada, cardamomo y pimienta)**
- 1 cucharadita de bicarbonato de sodio
* La harina de centeno hará una galleta más densa y oscura. Los alemanes hacen las galletas indistintamente con harina de trigo o centeno
** La mezcla de especias es muy sui-generis ya que cada cual hace la que le agrada. Lo único que no falta nunca es el jengibre. El resto depende de cada uno. Si sois conservadores, emplead solo canela y cardamomo. Si os resulta interesante un sabor algo más exótico, utilizad además pimienta y nuez moscada.
En primer lugar calentamos una cazuela con agua hasta que entre en ebullición. Retiramos del fuego e introducimos el frasco de la miel, siempre que sea de cristal, para que se licúe. Si el tarro no es cristal podemos poner en un lugar cálido antes de usarla.
Mezclamos los ingredientes secos (harina, azúcar, especias y el bicarbonato) en un bol. Añadimos la mantequilla a punto pomada.
En otro bol mezclamos los dos huevos con la miel y un par de cucharadas de agua. Vertemos sobre la harina la mezcla de miel y huevos y mezclamos bien. Lo mejor es dejar reposar la masa al menos 5 horas o incluso mejor, toda la noche. Al llevar huevo debe colocarse en el frigorífico, en la parte alta que es la menos fría.
Al día siguiente extendemos la masa con la ayuda de un rodillo sobre una superficie plana enharinada. Debe quedar una placa de unos 3 ó 4 mm de grosor.
Con la ayuda de un molde para galletas o simplimente un vaso invertido, cortamos las galletas que vamos disponiendo sobre un papel de hornear.
Como no sube demasiado se pueden colocar relativamente cerca las unas de las otras. Pintamos las galletas con la yema de huevo.
Precalentamos el horno a 180 grados y con unos 10 minutos debería ser suficiente. Eso sí, debemos vigilar constantemente porque se queman con facilidad.
Si vemos que los bordes se están tostando será indicativo que ya están hechas. Se dejan enfriar y listas para comer, aunque algunos prefieren guardarlas en recipientes cerrados para dejarlas reposar unos días porque aseguran que se vuelven más sabrosas.
La galleta de jengibre más famosa, torturada por el malvado Farquaad |
GLÜHWEIN
- 1 litro de vino tinto de cierta calidad
- 3 ramas de canela
- 1 limón
- 1 naranja
- 5 clavos de olor
- 4 cucharadas de azúcar
- 2.25 litros de vino tinto seco (3 botellas de 0,75 litros)
- 750 ml de ron fuerte
- 12 clavos de olor
- 5 palos de canela
- 2 naranjas
- 1 limón
- 1 Zuckerhut o bien 200 gramos de azúcar en terrones