A veces merece la pena viajar para conocer riquezas inmateriales y la gastronomía es una de ellas. Acercarse a Grecia para entrar en un restaurante de mezze y probar en una sola comida la mayor parte de las especialidades culinarias helenas. O sentarse en una cafetería de la Bahía de Salónica para tomar un café frappé que desde luego puedes preparar de igual manera en tu hogar, pero sabe diferente rodeado de gente que habla griego y además lo tomas allí donde se inventó. Visitar Lisboa y comprar los Pastéis de Belem en la confitería que los creó hace más de 150 años contemplando a las parejas de novios que acuden a la misma porque se dice que comerlos proporcionan suerte en el futuro matrimonio. Hacer una hora de cola en una pastry de Nueva York para poder comprar dos deliciosos cronuts que es lo máximo que venden por persona y luego ver como la gente se vuelve a colocar al final de la fila esperando no ser reconocidos y poder comprar al menos dos más mientras esconden los primeros en bolsas de papel. Ir a cualquier boulangerie de París para adquirir unos buenos croissants de mantequilla para desayunar. Dejarse envolver por el exotismo de Marrakech mientras regateas con un sonriente vendedor en chilaba para obtener el mejor precio por unos deliciosos Sfenj, sin entenderos mutuamente pero entendiéndolo todo. Recorrer el país vasco degustando pantxineta, sagargala, txakolí, sukalkia y merluza a la koskera para afrontar el ascenso al Urgull como si de una colina cualquiera se tratara. Tomar el auténtico Sachertorte en el hotel Sacher de Viena o comer tiburón en Islandia que vale, puede que no sea un manjar, pero explica mucho sobre la cultura islandesa, de dónde vienen y por qué no quieren dejar de ser.
En este blog podréis encontrar recetas de muchos países diferentes. Tal y como están expuestas puede que no os atraigan y es comprensible. No os dicen nada porque no apelan a nada de vuestro interior. Pero si probáis en Hungría el goulash húngaro, con toda la cultura detrás de la paprika que conlleva, las entenderéis. Ese conocimiento lo debéis adquirir por vuestra cuenta e incorporarlo a vuestra vida si os gusta realmente. Si conectáis tal vez será un único viaje a Budapest, pero mil goulash cocinados durante el resto de vuestra vida. No hay mejor souvenir.
A pesar de que vuestro viaje, vayáis donde vayáis, no esté orientado a conocer la gastronomía de la zona, id siempre con la mentalidad abierta y dispuestos a comer lo que allí se come. No os refugiéis en restaurantes de comida rápida occidental, ni huyáis de forma aprensiva de recetas locales porque lleváis ideas preconcebidas pensando que siempre son picantes aún siendo dulces, que “a saber qué le echan” a pesar de llevar ingredientes comunes o rechazando directamente lo que nos es desconocido. Dejaos aconsejar, estudiad un poco qué se puede comer y probad cuanto podáis probar. Seguro que os lleváis más de una agradable sorpresa.
Los mejores destinos de Semana Santa están en vosotros mismos, en esa conexión que está por descubrir en un lugar que ni siquiera sospecháis. Disfrutad el viaje, asegurando de antemano que va a tener un final feliz, ocurra lo que ocurra. Breve o largo, gastronómico de gourmet o de mochila, vivid y comed siempre bien.