El pasado 3 de Febrero fue la festividad de San Blas, un santo que suele pasar inadvertido en muchos noticiarios pero que se celebra y mucho en bastantes lugares de España. Y es una pena ese desconocimiento general porque el santo merece la pena de ser conocido.
San Blas es el santo al cual encomendarse cuando tienes un dolor de garganta porque se dice que salvo un niño al quitarle una espina de pescado que se le había clavado en la garganta. La Historia no aclara si lo hizo por medios manuales o bien por algún tipo de intercesión Divina. Pero lo más chocante de su vida - si se me permite la expresión - es la forma en que murió. Ante el mandato del Emperador romano de que abjurase de su fe, San Blas se negó, por lo que fue lanzado a un río o lago - no lo recuerdo bien - pero en lugar de hundirse flotó en las aguas. Visto el milagro y venido muy arriba, retó a los soldados romanos que le contemplaban estupefactos, que vinieran a por él y que no se preocuparan que si se encomendaban a sus dioses paganos también flotarían. Así lo hicieron y se ahogaron, lo cual dice poco en favor de la inteligencia romana de la época. Algo debió fallar también en el pesquis del santo porque en lugar de quedarse en mitad del lago hasta aburrir al resto de la tropa que lo acosaba, se acercó a la orilla y allí fue decapitado.
En España podemos encontrar roscos y rosquillas de San Blas, de diferente tamaño y textura, si bien todas tienen en común un bonito glaseado blanco sin las cuales no serían tales. Seguro que más de una vez las habéis visto y comido sin saber de qué se trataba. Hoy os doy la receta de las rosquillas que es fácil y muy atractivas, tanto a la vista como al paladar.
INGREDIENTES :
500 gramos de harina de repostería
6 huevos
Medio vaso (100 ml) de aceite virgen extra de oliva
60 gramos de azúcar granulada normal
Un chorrito de licor dulce (anís o similar)
Para el glaseado :
5 claras de huevo
500 gramos de azúcar glass (impalpable)
Opcional : un chupito (30 ml) de anís u otro licor dulce (sin color, para respetar el blanco inmaculado)
Mezclamos los huevos con el azúcar, el licor y el aceite y batimo bien. Vertemos entonces la harina poco a poco sin dejar de remover. Cuando las varillas no den más de sí pasamos a la cuchara de madera y finalmente con las manos hasta tener una masa homogénea.
Dejamos reposar media hora en un lugar fresco y sin mucha luz, cubierta la masa por una paño.
Transcurrido el tiempo separamos la masa en porciones del tamaño de pelotas de ping pong y sobre una madera o tabla de cortar las amasamos para hacer de ellas tiras largas. Unimos los extremos para formar las rosquillas. Precalentamos el horno a 180 grados e introducimos unos 15 minutos o hasta que estén doradas. Retiramos y dejamos enfriar.
Ahora vamos a hacer el glaseado, que no es más que un merengue. Para ello montamos las claras con una pizca de sal y unas gotitas de zumo de limón. Antes de que monten del todo, vamos añadiendo el azúcar glass para que se mezcle bien. Cuando el azúcar ya se ha integrado bien añadimos si queremos el licor (esto no suelo hacer pero en la receta original sí está, al gusto).
Vertemos el merengue en un plato hondo y con cuidado vamos mojando un lado de las rosquillas hasta que están bien cubiertas. Luego les damos la vuelta para que se vayan secando hasta que la capa de glaseado se endurece. También se pueden decorar con perlas de azúcar, fideos de chocolate o lo que se os ocurra, pero un poco deprisa, antes de que el glaseado endurezca.
No hay nada como morder la rosquilla de San Blas y sentir el débil crujido de la capa de azúcar entre tus dientes...